Por Ángeles Alemandi – Cosecha Roja.-

Eloísa tenía 13 años. El jueves 20 de diciembre de 2001 escuchó por la radio que los vecinos estaban saqueando el supermercado del barrio Maccarone, donde vivía, en la ciudad de Paraná. Su madre había muerto dos años antes y ella se ocupada de sus cinco hermanos menores. Salió en busca de comida pero no regresó a casa. Una bala 9 milímetros le atravesó la cabeza. Murió abrazada a un paquete de fideos.

Eloísa Paniagua es una de las 39 víctimas de la represión ilegal de aquellos días en los que el país estalló en mil pedazos: los ahorros quedaron atrapados en un corralito; el dólar devaluó; la gente se quedó sin trabajo; algunos armaron las valijas y se subieron a un avión; otros salieron con cacerolas a la calle. Que se vayan todos, exigían. Y el Presidente Fernando de La Rúa tuvo que huir en helicóptero.

En 2003, al cabo Silvio Martínez le dieron 10 años de prisión por el asesinato de la niña. En 2009 obtuvo la libertad condicional. La mayoría de las causas están cerradas y casi todos los condenados libres, absueltos o con el beneficio de salir a la calle. No hay ningún responsable jerárquico detenido. En la ciudad de Buenos Aires las querellas quieren demostrar que seis muertes son responsabilidad de los jefes máximos: el ex-presidente como el ex- jefe de la Policía Federal. Se espera que la causa 20 de diciembre vaya a juicio oral a mediados del año que viene.

Jesús Esquivel baja el volumen del televisor y atiende el teléfono. Está mirando el programa Sin Codificar.  Es el tío de Eloísa. La nombra y calcula que hoy tendría 23. Lamenta su ausencia y piensa en todas estas navidades sin nada por festejar, sin alegría, sin baile.

El hombre de 63 años arrastra una carpeta de recortes, un archivo personal de todo lo que pasó.  Jesús la llevó consigo cada vez que él y los familiares de Romina Iturain y de José Daniel Rodríguez, las otras dos víctimas de la represión en Entre Ríos, marcharon para decir basta a la impunidad. Entonces eran 300, 400 personas rompiendo la calma de una ciudad de provincia en la que la siesta es regla.

Jesús se acuerda del miedo que le quisieron meter y no pudieron. De esas mañanas en que abría la puerta de casa para salir a trabajar y juntaba papelitos del suelo:

-Dejate de joder Negro porque sino te va a pasar lo mismo que a tu sobrina.

No lo asustaron. Después de que le mataron “a la criatura”, miedo a qué le iba a tener.

Algo de Eloísa está ahora impreso en una de las paredes del frente de la casa del tío, en calle Churruarín al 1900. Un grupo de familiares de las víctimas de 19 y 20 pintaron un mural allí.

– Son como unas plantas que van tomando dimensión y arriba están los nombres de los chicos muertos en todo el país. Los nuestros, los tres de Entre Ríos, están encerrados en un corazón. Y en el medio, la bicicleta del Pocho.

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     El Pocho Lepratti era el militante de 35 años que subió al techo de la escuela del Barrio Las Flores de la ciudad de Rosario y le pidió a la policía que no disparara más, que ahí había pibes comiendo. Pero lo mataron de un tiro en la garganta. Y no hay nadie que lo olvide porque León Gieco lo inmortalizó en la canción “El ángel de la bicicleta”.

Ahora Celeste, su hermana, anda arriba de una bici.  La primera que se compra. Es viejita, se la vendieron barata, de color verde. Pedalea para llegar a estos 10 años -que parecen tantos y que para ella pasaron tan rápido- y recordar a Pocho de la mejor manera.

Celeste tiene 34 años, es docente y detrás de ella vienen otras 17 bicicletas: la gente de la Asamblea 19 y 20 de diciembre. El viernes ellos pintaron el mural en la casa de Jesús. Ahí comenzó la “Bicicleteada contra la impunidad”.  De Paraná se fueron a Santa Fe, a la casa de Marcelo Pacini.

A los Pacini hace días que los conocen. Se abrazaron por primera vez en el Encuentro de los familiares de las víctimas que se hizo en Rosario entre el 8 y el 10 de este mes. Nunca antes habían estado todos juntos. Los de Tucumán, de Corrientes, de Córdoba, de Río Negro, de Entre Ríos, de Santa Fe, de Buenos Aires. Fueron tres días intensos, de catarsis, de llanto, de nombrar ausencias y apilar recuerdos.

En Santa Fe, los papás de Marcelo, sus once hermanos y los vecinos, los esperaron con milanesas y pizzas. En el barrio de “Marce” asesinado cuando apenas tenía 13, también pintaron un mural. Dibujaron un caballo blanco, de esos que tanto le gustaban, y un chico con la camiseta de su club.

Esa noche durmieron en la organización Juanito Laguna, que trabaja con niños y adolescentes en situación de calle y que nació también después de la revuelta de 2001. El sábado temprano partieron hacia Coronda, a 40 kilómetros de Santa Fe, donde se encuentra la cárcel más grande de esta provincia. Al pasar sintieron la necesidad de dejar una huella. En una pared de esta ciudad imprimieron el deseo de “un mundo donde quepan muchos mundos”.

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Liliana Leyes es de ATE, la Asociación de Trabajadores del Estado, y forma parte de la Asamblea 19 y 20 de Rosario. Dice que el sol sobre la ruta los está derritiendo. Pero vienen firmes en sus bicis con banderolas que tienen grabados los nombres de los nueve santafesinos acribillados durante la revuelta del 2001. Flamea una bandera que asegura: “A la justicia la construimos entre todos”.

Están en Oliveros, a 15 km de Capitán Bermúdez. O sea: a unas tres horas. Pasarán la noche en esa ciudad, y comerán un guiso riquísimo preparado por las mujeres del centro ecuménico Poriajhú. Irán también a un programa de radio a hablar de cada uno de los 39 ausentes.

Hablarán de Walter Campos, que tenía 15 años y era de Santa Fe. La policía lo corrió dos cuadras y media para después dispararle. Fue una cacería. Le dieron en la espalda. O de Elvira Abaca, de Cipolletti, en el norte de la Patagonia, quien se la pasaba cantando la canción Besando la Tierra de la banda Era Nepal. O de Damián Ramírez que a los 14 años murió en Ciudad Evita, en la misma esquina que David Salas, y cuyas familias se han vuelto inseparables. O de Marcelo Rivas, padre de tres niños, que fue asesinado en la Avenida de Mayo de la capital, y que trabajaba haciendo servicio de mensajería en su moto; hoy el sindicato de “motoqueros” lleva su nombre.

– Esto nos permite nombrarlos como personas que tenían vida, proyectos, sueños. Eso los hace más reales.

Este lunes bajarán de las bicicletas en los Tribunales de Rosario. Celeste dice que estos diez años significan muchísimo tiempo como para que los responsables materiales e intelectuales no estén pagando por eso. “La justicia sería un paso para seguir. Pero más allá de los obstáculos, de esta gran trama de impunidad, durante estos años se ha venido construyendo otra cosa: la justicia que sí condena, que no olvida, la que  genera una condena social”.

 

 

Foto de  portada: Gonzalo Martínez. Prensa Intervención Urbana. ARGRA

Foto post: Juan Ignacio Pereyra, Diario Uno de Entre Ríos