Foto: Magui Funes

Foto: Magui Funes

En la línea que corta el paisaje patagónico de fondo, el tono de las montañas se repite desde el gris al verde, jugando con el cielo un romance de verano que se funde en plateado. Más acá, en el centro de la escena, el contrapunto es de purpurina y tramas chillonas, peladas enceradas y brillo de pelucas, mezcla de barbas con ropa deportiva entre misteriosas drags encapuchadas. Esta textura  expresionista se dio en la marcha del XI Festival Diversx y Disidente de El Bolsón, que recibió la semana pasada a  unas 500 personas travestis, maricas, tortas, bi, trans, no binarixs (y +) que llegaron de todas partes a participar por cuatro días de talleres, espacios de conspiración afectiva, excursiones improvisadas en la naturaleza y presentaciones de teatro, música y letras.

Foto: Santiago Zabala

Foto: Santiago Zabala

Después de recorrer las 20 cuadras largas de la marcha, recién bajada del camión desde el que arengó las canciones que animaron el paso (“¡Acá están, ellas son las maricas de El Bolsón!”, “¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente!”, “Hay una lesbiana, en esa montaña”), la activista travesti Marlene Wayar habló con Cosecha Roja sobre el mundo de sensaciones que le dejó en el cuerpo y en la cabeza una nueva edición de este Festival, que las tiene a ella y a Susy Shock como madrinas honorarias.

Foto: Santiago Zabala

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¿Qué emociones tenés ahora, apenas terminada la marcha?

Llega este momento de desembarcar en la plaza después de pasar por al lado de familias, del centro neurálgico de El Bolsón, la avenida principal y por un rato se siente una isla, un reducto verde dentro del fascismo y la violencia que se vive en este país. Pese a que para muchxs las distancias y el esfuerzo para llegar es grande, huir a El Bolsón esta semana significa renovar energías y ser abrazada. Ver jovencitas que eran nenas, que venían en manos de sus madres y hoy son feministas, mariquitas que están suplantando a otros sosteniendo la carpa, levantando al escenario, poniendo la música y haciéndose cargo es muy reconfortante. Quedarme en silencio y escuchar “Diana Sacayán, Lohana Berkins ¡presente! Las compañeras que faltan ¡presentes!”, me conmueve y voy subiendo y bajando de sensaciones, son momentos eternos. Puede parecer pequeño, porque hay quienes chasquean los dedos y consiguen llenar estadios de fachos. Pero yo  estoy convencida de que nuestra construcción es mucho más sólida, que es real.

Esta masa de disidencia entre las montañas es una postal con mucha potencia

Nuestra energía en masa también es un activismo. Acá confluye mucha diversidad, hay pibes y pibas anarquistas, de partidos políticos, de encuentros feministas, de secundarios, solas y solos, travas que vienen por primera vez…  En esa mezcla se da que muchxs acarrean broncas y resentimientos y por eso en los talleres hablan de romper, sacudir al Estado. Hay que entender que algunas de esas posiciones vienen del sector más joven y creo que es hasta una obligación de elles ir en contra de todo, sobre todo en este territorio donde la manera más visible del Estado es la gendarmería que los golpea, patotea, que mata a tu amigo por ser mapuche, que desaparece o viola pibas por ser de barrios populares. Entonces la tarea de nosotras las más grandes es mediar esta tensión. Acá se dan contradicciones muy fuertes que confluyen y se encausan en otra cosa, porque hay algo más grande que hace que lo importante sea el encuentro: que estemos juntas, que nos demos pausa y a partir de todas esas diferencias podamos construir. En estos días también se crean redes para un sostenimiento concreto, porque un montón vienen a vender sus pins, libros, fanzines, remeras o vasos de cerámica estampados. Lxs artistas que vienen hasta acá se re bancan por su cuenta el venir. No es un encuentro lavado, gestionado desde los espacios de poder. Nace de la autogestión, de las ganas de seguir sosteniendo todas estas disidencias. Acá se bajan ciertas banderas egocéntricas de “cómo quiero yo que sean las cosas” para empezar a pensar que debe ser en colectivo, porque es un esfuerzo enorme construir una empatía.

 

Foto: Magui Funes

Foto: Magui Funes

Aunque su grado de formación académica fue en Psicología Social en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, Marlene es una gran filósofa. Su libro “Travesti. Una teoría lo suficientemente buena” -publicado en 2018 por la editorial cooperativa Muchas Nueces-, propone una forma de pensar filiaciones afectivas que empiecen en la infancia y no se apaguen, para llegar así a maneras más libres de existencia. “Somos nuestro primer objeto de arte. Debemos crecer con esta primera claridad: nos estamos construyendo y cada día soy la mejor versión de mí misma. Para ello, el contexto es importantísimo, pues somos uno de los tantos textos en un contexto que nos pre-existe”, escribió.

¿Cuáles son las formas de construcción que escuchaste en los talleres del Festival? ¿A dónde vamos como colectivx disidente?

Se habla de sumar otras vías de acción directa, como por ejemplo el compromiso de conseguir el cupo trans en tu cooperativa, en tu espacio anarco o en tu emprendimiento, y así aportar a una forma de inclusión que también genere un compromiso. Por otro lado planteamos la importancia de construir políticas públicas e impulsar un fortalecimiento del Estado, pero haciéndonos cargo de que todos y todas somos Estado. Es complejo, porque en los espacios de taller del festival hay formas bien diversas. Yo por ejemplo no creo que haya que acabar con el Estado, y pienso que lo maravilloso de venir acá es poder ver esas contradicciones que tenemos para sostener lo que pensamos, que acá se hable y las diferencias no rompan el espacio y las ganas de construir, sino que nos den las posibilidades a quienes estamos dispuestas de seguir interpelando. Es muy entendible que algunxs estén desinteresadxs cuando en el Estado hay lugares fascistas y quienes están en diferentes espacios partidarios no puedan contrarrestar esto con argumentos sólidos. Los argumentos están: en nuestro ordenamiento jurídico, en nuestros códigos éticos, en la educación de la medicina, de las ciencias sociales. Los argumentos están. Pero ahora se dejan correr por esto de que todas las opiniones valen. Y les aseguro que hay opiniones que no. Al nazismo y al fascismo no le vamos a permitir hablar, de la misma manera que todos los otros odios deben callarse la boca.

Foto: Magui Funes

Foto: Magui Funes

Un día después, al término del Festival, el odio quiso hablar. Dos chicxs que se besaban fueron expulsados de un pub céntrico de El Bolsón a golpes, insultos y gas pimienta; y junto a sus compañerxs debieron recibir atención médica. Una de las chicas se desmayó por el colapso nervioso, mientras que a otro  luxaron el meñique, por lo que tuvo que ser operado. Frente al ataque, ante la urgencia de la bronca, la devolución de quienes participaron del Festival fue una performance seguida de besazo. “Nuestra respuesta, decidida en asamblea al calor de los golpes recibidos, es cortar con esta intolerancia a través de lo que sabemos hacer: visibilidad, redes de afecto, autocuidado, potencia colectiva y sensibilidad”, dice el comunicado que difundieron.