El jueves 10 de noviembre a las 19 se presentará en el Liceo Víctor Mercante la segunda edición, ampliada y corregida, de La CNU. El terrorismo de Estado antes del golpe, de los periodistas Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal.  El libro, producto de más de cinco años de investigación, relata el accionar y los crímenes cometidos en La Plata y Mar del Plata por la Concentración Nacional Universitaria (CNU), una organización parapolicial de ultraderecha responsable de alrededor de un centenar de secuestros y asesinatos entre 1974 y 1976, cuando operó a las órdenes del gobierno provincial, la policía bonaerense y el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. Aquí presentamos, a modo de adelanto, el relato de uno sus crímenes.

 

TapaPor decisión del jefe de la patota, o quizás por indicación de quienes lo mandan, esta vez los autos no se dirigen hacia el Camino Negro, donde acostumbran a sembrar cadáveres. Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio sólo ordena salir de La Plata en dirección a Ignacio Correa, un pueblo de las afueras de la capital provincial. No da ningún tipo de explicaciones. Y nadie se las pide. La madrugada del 13 de enero de 1976, los dos Ford Falcon avanzan lentamente. Van despacio porque llueve mucho, pero también porque quienes los conducen saben que nadie va a detenerlos. Una vez más, está todo arreglado con la Bonaerense: el camino a Correa es zona liberada. Los integrantes del grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) son diez, cinco en cada auto. En uno de los Falcon llevan a un hombre apretado en el medio del asiento trasero; en el otro, la víctima viaja encerrada en el baúl. Cuando están lejos de La Plata, a una seña de Castillo, se detienen cerca de un puente. Nadie sabe por qué, pero El Indio tiene predilección por los puentes. “Vení’, le ordena al hombre apretado en el asiento trasero. Carlos Scafide, delegado de la comisión interna de Propulsora Siderúrgica, no ofrece resistencia. A nadie se le ocurre desobedecer cuando le están apuntando con una Itaka. Lo paran en la banquina, enfrentando la luz cegadora de los focos de los Falcón. “Juntá las manos, como si estuvieras rezando”, le dice y el hombre vuelve a obedecer, ahora apuntado por otras armas. Le abre las palmas y le pone algo entre ellas. “Apretá”, manda, y cuando lo hace le ata las manos con cinta aisladora. Scafide queda parado frente a los focos, como Castillo quiere, como si estuviera rezando, pero con un bulto apretado entre las palmas. Recién entonces El Indio da otra orden, seca: ‘Traigan al otro”.

Cuando lo sacan del baúl, Salvador El Pampa Delaturi está alerta. Sus secuestradores lo perciben y se ponen tensos. Tiene las manos desatadas pero, lo sabe, ninguna posibilidad de resistencia: son demasiados hombres y demasiadas armas. El Pampa, aunque ya no integra la interna de Propulsora, sigue siendo un dirigente reconocido dentro y fuera de la fábrica. A empujones, lo llevan hacia adelante, donde está el otro hombre, con las manos atadas, iluminado por los faros de los autos. Ahí también lo espera El Indio.

Recién cuando lo empujan a su lado, Carlos Scafide reconoce a Salvador Delaturi y le grita, desesperado:

-¡Nos van a matar Pampa!

Como si el grito fuera una señal, Delaturi reacciona y se le va encima a Castillo, que lo tiene apuntado con la Itaka.

Un escarmiento de la UOM

Propulsora Siderúrgica era un dolor de cabeza para Victorio Calabró, el hombre fuerte de la UOM llegado a la gobernación de la Provincia luego de la renuncia obligada del gobernador Oscar Bidegain. Los obreros de la planta de Ensenada resistían a la conducción de la UOM y venían eligiendo, una tras otra, comisiones internas combativas que eran sistemáticamente desconocidas por la burocracia sindical peronista. Después de las jomadas de lucha de junio de 1975, la situación en Propulsora se le había ido totalmente de las manos a la UOM, aliada a la conducción de la empresa. Calabró decidió, entonces, desarticular la resistencia mediante las herramientas que mejor manejaba: el terror, la muerte. Los blancos elegidos fueron Scafide y Delaturi.

Carlos Scafide militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores y tenía un gran predicamento dentro de la fábrica. Por eso, aunque el PST no había desarrollado un gran trabajo político en Propulsora, sus compañeros lo eligieron para integrar la comisión interna. Y Carlitos, como lo llamaban, no los había defraudado. A la hora de negociar con la patronal, jamás aflojaba.

Salvador Delaturi había nacido en La Pampa y de ahí le venía el apodo. Militante durante años del Partido Comunista, a mediados de 1975, descontento con la actitud negociadora del partido, se había incorporado al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de fuerte inserción entre los obreros de la planta de Ensenada. Para fines de 1975 era, junto con El Turco Cherry, la conducción del PRT dentro de la fábrica. “A mí El Pampa se me representaba como un hombre de acero; no sólo por el color de su piel sino por su carácter, serio, firme. Era un carácter que se redoblaba cuando tenía que reunirse con la patronal para negociar. Por lo general, la gente de la empresa hacía un chiste, como para distender el clima, pero al Pampa no se le movía un músculo. También era un gran orador, que se adecuaba a las audiencias, hablaba igual de bien en la fábrica como en la universidad. Y era un gran organizador”, lo recuerda Daniel De Santis, ex obrero de Propulsora y dirigente del PRT-ERP. A principios de enero de 1976, la patota de la Concentración Nacional Universitaria recibió la orden de matar a esos dos hombres.

Los diez asesinos, uno por uno

Esa noche hubo diez hombres que integraron el grupo de tareas comandado por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. A sus órdenes estuvieron Dardo Omar Quinteros, Julio Cuber, Gustavo Fernández Supera (a) El Misto, Alfredo Ricardo Lozano (a) Boxer, Martín Osvaldo Sánchez (a) Papucho, Antonio Jesús (a) Tony, Ricardo Calvo (a) Richard, Patricio Errecarte Pueyrredón y El Flaco Blas. Mientras la causa que investiga los crímenes de la CNU se mueve con llamativa lentitud en el Juzgado Federal N°3 de La Plata, a cargo de Arnaldo Corazza, todos los integrantes de la patota que actuó la madrugada del 13 de enero de 1976, a excepción de Carlos Ernesto Castillo, no sólo siguen en libertad sino que, ni siquiera, han sido citados a declarar. Lo mismo sucede con otros miembros de la CNU que participaron de otros crímenes.

Algunos de ellos, incluso, ocupan notorios cargos en el Estado provincial. Tony Jesús es director de Relaciones Legislativas de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires; Richard Calvo también está a cargo de otra dirección de la Legislatura Provincial; y Juan José Pomares (a) Pipi tiene desde hace tiempo un cargo temporario en un bloque del Senado Provincial donde esta semana fue pasado a Planta Permanente con categoría 13.

El Flaco Blas es hombre de confianza de un ex dirigente de la federación que agrupa a los gremios municipales y que ocupó un ministerio nacional durante la presidencia provisional de Eduardo Alberto Duhalde (a) El Cabezón, a quien hoy acompaña dentro del Peronismo Federal. De la mano de este dirigente, Blas obtuvo la concesión de un hotel del gremio, ubicado en la zona de Constitución. Miradas al Sur pudo saber también que El Flaco tiene la imprudente inclinación de jactarse en público de sus andanzas de la época en que se dedicaba “a amasijar zurdos”.

Epílogo mortal

El Pampa Delaturi es rápido de reflejos pero no puede ser más veloz que el disparo de una Itaka. Cuando ve que se le viene encima, El Indio Castillo aprieta el gatillo. A Scafide, paralizado, lo mata inmediatamente después. El hombre cae con las manos atadas, sosteniendo, sin quererlo, el bulto que le puso El Indio. El bulto es una carga de trotyl de la que cuelga una mecha larga, lenta. “La Virgencita”, como lo llaman en la banda.

Debajo de la lluvia, todos disparan sobre los cuerpos caídos. Patricio Errecarte Pueyrredón vacía el cargador de la .45 que le dieron y se queda mirando, sorprendido, cómo la corredera de la pistola se le queda atrás. “Boludo, es porque te quedaste sin balas”, le dice otro de los asesinos y le pone otro cargador al arma.

El Indio ordena apilar los dos cadáveres -Scafide abajo, Delaturi encima- y dar vuelta los autos. Enciende la mecha y se sube a uno de los autos. Los dos Falcon arrancan y se alejan en dirección a La Plata. Están a unos doscientos metros cuando escuchan una explosión que parece la de un trueno. Se dan vuelta y alcanzan a ver, entre la tormenta, el resplandor de “La Virgencita”.