Angeles Rawson-Inspección Ocular en Ravignani 2360Juliana Mendoza – Cosecha Roja.-

Ángeles Rawson tenía los lunes muy ocupados. A las 8.40 iba a gimnasia y volvía alrededor de las 10, comía, se bañaba e iba al colegio. A la nochecita, de 19.30 a 21, tenía inglés en la Cultural de Cabildo y Palpa. “No era llamativo que no volviera a casa. Ella se manejaba sola, pero siempre avisaba”, dijo María Elena. Por eso no se preocupó hasta las 22 y recién a esa hora empezó a hacer llamados para ubicar a su hija. Al día siguiente encontraron el cuerpo de la adolescente en el basurero de José León Suárez: “Ángeles era respetuosa pero no sumisa, se hubiera defendido”, dijo Franklin Rawson. Los papás de la adolescente declararon esta tarde ante el Tribunal Oral en lo Criminal N°9 que juzga  a Jorge Mangeri por el crimen.

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La familia Rawson esperaba afuera del Tribunal. Pablo Lanusse, el abogado querellante, abrazó a María Elena que lloraba mientras se dejaba acariciar la cabeza. Ella fue la primera en declarar. En el cuello tenía un rosario oscuro que le colgaba hasta el ombligo, vestía un traje negro y llevaba el pelo atado. Del otro lado, la familia de Mangeri hacía guardia: eran menos que en las audiencias anteriores. Una vez adentro, anotaron todo lo que los padres de Ángeles contaron.

Ante los jueces, los padres de la adolescente reconstruyeron lo que pasó el día de la desaparición. El lunes 10 María Elena tuvo que salir temprano al trabajo, alrededor de las 7. Antes de irse dejó una nota con una lista para el supermercado. Desde el auto llamó a su casa y atendió Ángeles. “Acordate de comprar café”, le dijo. Esa fue la última vez que hablaron.

-¿Volvió Mumi?

María Elena dejó de trabajar a las 21.20 y asomó la cabeza desde la puerta de su cuarto hacia el comedor. Ahí estaban cenando su marido Sergio Opatowski y el hijo de él, Axel.

-No, le respondieron.

“Nosotros le decíamos Mumi, perdón si me sale decirle así”, dijo y recordó que a las 22, cuando Ángeles no aparecía, fue al cuarto y vio que el uniforme del colegio estaba sobre la cama, sin usar.  Preocupada, probó con un mensaje y después la llamó al celular. “Sonó, alguien atendió pero cortaron. Llamé de nuevo pero me daba el contestador directo”, dijo. Después intentó con el padre: Franklin no la veía a Ángeles desde el viernes a la mañana, cuando Mumi se había quedado a dormir en su casa. María Elena llamó al Instituto de inglés y le dijeron que no la habían visto. El papá se comunicó con Sara, una compañera de colegio, y confirmó que Ángeles no había ido a clase ese día. “No quería pensar lo peor, ella me hubiera avisado si cambiaba de rutina, era muy responsable”, dijo la mamá, con la cara tensa y roja del llanto. Esa noche también trató de llamar a Mangeri para saber si la había visto entrar pero no tuvo respuesta: la señal de Ravignani es muy mala y era difícil comunicarse.

Franklin estaba en pijama cuando la mamá de su hija lo llamó: “Fui a la comisaría y me dieron unos números de búsqueda de personas, también me pidieron que llevara unas fotos actualizadas”. Desde su casa empezó a llamar a todas las organizaciones que pudo. Quiso ir a la Secretaría de Niños, Niñas y Adolescentes pero no abría hasta el día siguiente. Recién se enteró de la muerte de Ángeles el martes a la tarde cuando Pablo Lanusse -colega de una amiga de la actual pareja- llegó a su casa y le dijo que habían encontrado el cuerpo. “Me puse a llorar y gritar, abracé a mi mujer y llamé a la fiscal (María Paula Asaro) para que me lo dijera. No lo podía creer”, dijo Franklin ante el tribunal.

Cuando le preguntaron cómo pensaba que podría haber reaccionado su hija ante un abuso sexual dijo: “Ángeles era respetuosa pero no sumisa. Se hubiera defendido”.

María Elena se enteró de la aparición del cuerpo en su cuarto. Su prima Cecilia entró con la cara desencajada a contarle y, antes de que pudiera decir algo, escuchó el grito pelado de Jerónimo, el hermano de Ángeles. “Me caí al piso de rodillas”, dijo. Volvió a ver a su hija muerta el miércoles 12 a las 7 en la morgue, “haciendo lo que se hace en una morgue”. “Estuve con ella, acariciándole el pelo y besándola”, dijo.

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Los fiscales le preguntaron a María Elena cuál era su relación con Mangeri. “Era buena, es un hombre muy respuestoso”, dijo. La última vez que se vieron fue antes de la desaparición, el lunes a las 7 de la mañana. El viernes 14 se encontraron en la fiscalía. Ella estaba sentada en los escalones del edificio desesperada cuando vio pasar a Mangeri y a su esposa, Diana Seattone. Se le acercaron y la saludaron: “Me puse contenta porque vi una cara amiga. Le apoyé mi mano en su hombro, me dio su pésame y le agradecí”.

-¿Qué siente usted cuando ve que la “cara amiga” que vio en la Fiscalía está ahora acusado del crimen de su hija?, preguntó Lanusse

-No lo puedo describir, es un horror.

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Los vecinos de la calle Ravignani, entre Paraguay y Santa Fe, en el barrio porteño de Palermo, se reencontraron con las cámaras, los medios y la policía. El tribunal había dispuesto una inspección ocular al edificio donde vivió la adolescente. Los fiscales visitaron esta mañana el departamento de Ángeles y del encargado, la terraza y el sótano: estos son los lugares en los que se sospecha que la joven estuvo durante sus últimos momentos de vida.

Las cámaras apuntaron una vez más a la casa de Ángeles. Los policías volvieron a cerrar el paso para los periodistas y los curiosos. Una señora que estaba paseando a su mascota se quejó: “Quiero llevar a mi perro a la peluquería”. Los agentes levantaban las fajas de clausura sólo para dejar pasar a selectos peatones y autos. Un oficial tuvo que acompañar a otra mujer mayor hasta la puerta de su casa: “Parece que traje a mi mamá al trabajo”.

En poco más de media hora los fiscales y Franklin Rawson recorrieron los espacios del edificio. María Elena no fue: después en la audiencia dijo que desde el martes que encontraron el cuerpo de la adolescente no pudo volver a Ravignani. Ahora vive una señora con un gato.

Foto: Mariano Armagno / Infojus Noticias