soledaditurreJulia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-

Lo último que se acuerda Soledad Iturre del 7 de octubre es que fue a la trabajar como todos los días a la colectora de Acceso Oeste, a la altura de Moreno. El siguiente recuerdo que tiene es una semana después, cuando se despertó del coma en terapia intensiva. Le habían hecho una reconstrucción craneal y tenía 40 puntos en la cabeza, dos tornillos y una placa de titanio. Tardó unas horas en animarse a preguntar qué había pasado. Los vecinos le contaron que la golpearon entre varios y que le pegaron con un adoquín. Aunque la llevó un patrullero hasta el hospital, no había ninguna denuncia hecha. “La violencia hacia las mujeres trans es corriente, como si no representáramos nada”, dijo a Cosecha Roja Soledad.

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Los dolores de cabeza no la dejan dormir y está a la espera de una prótesis para operarse de nuevo. Unos días después de salir del hospital, se metió en un cyber a leer noticias sobre el travesticidio de Diana Sacayán. “El ataque fue con saña, estuve al borde de terminar como ella”, pensó. No la conocía, nunca militó, pero al recrear la escena se quiebra. Noemí, su mamá, le agarra la mano. “A través de lo que le pasó a Sole, aprendí mucho”, dice la mujer. Según el Informe Anual sobre crímenes de odio de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), durante 2014 asesinaron a cinco trans y dos gays. Para la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (A.T.T.T.A), el promedio de esperanza de vida de las personas trans es de entre 35 y 40 años.

El 12 de noviembre Soledad se acercó a la Fiscalía General de Moreno pero la rechazaron. En el Observatorio de Violencia de Género de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires registraron la historia y la acompañaron de vuelta a la Justicia. “Denunciamos la tentativa de homicidio agravada, el rechazo de la Fiscalía y el encubrimiento: los funcionarios policiales deberían haber iniciado una causa de oficio porque se encontraron ante un delito grave”, dijo a Cosecha Roja Sofía Caravelos, del Observatorio.

Los vecinos encontraron a Soledad tirada en el piso y ensangrentada. Llamaron a la policía y un patrullero la llevó al Hospital de Moreno. El dato coincide con los registros de la guardia médica. “A partir de la denuncia se tendrá que investigar qué pasó”, dijo Caravelos. Aunque se estima que el ataque fue entre las 4 y las 5 de la tarde, lo tendrá que reconstruir la Justicia. “Hay material para empezar a producir pruebas y buscar posibles testigos del hecho. Todo eso debería haberse hecho ese mismo día”, dijo la integrante del Observatorio.

Noemí no duda. “La dejaron tirada pensando que estaba muerta”, dice. Mamá e hija habían hablado por teléfono el día anterior. Después del 7 Noemí no se pudo comunicar y creyó que le habían robado el celular. Lo volvió a intentar el jueves, el viernes, el sábado. “El martes ya no podía más, sentía algo en la panza. Volví del trabajo, me tomé un remise y me fui a la zona donde ella trabajaba”, contó. En medio de la colectora y sin bajarse del auto, se asomaba por la ventanilla y le preguntaba a las compañeras:

– ¿Sabés dónde está Sole?

– No la veo hace unos días – le respondió una chica.

Otra amiga de su hija le contó que circulaba el rumor de una chica tirada en la ruta, golpeada, que quizá era Sole. Noemí le pidió al conductor que acelerara y se fue directo al hospital. La encontró en terapia intensiva.

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A Soledad la acompaña jurídicamente Abosex, una organización especializada en derechos de la diversidad que además está intentando conseguir la prótesis. Los abogados también son parte del equipo jurídico del caso de Sacayán. En un patio de Palermo, le preguntan si se quiere presentar. Están haciendo un video con su historia. Ella mira a la cámara y dice:

– Soy de identidad trans y me encuentro por distintas exclusiones sociales en situación de prostitución. Trabajo en la calle.

– ¿Cómo querrías que fuera un día en tu vida?

– Quiero tomarme un colectivo e ir a estudiar. No somos de otro mundo. Podemos ser abogadas, psicólogas, diseñadoras de ropa. No pido lujos. Si de chicas no pudimos estudiar, hoy nos merecemos ese lugar.

Soledad dejó el secundario en plena crisis de 2001. Su mamá cuenta que en medio del estallido se quedó son trabajo. “Tenía dos hijas en la secundaria y tuve que elegir entre mandarles comida para la escuela o comer en casa”, cuenta Noemí.

La familia había llegado dos décadas antes desde La Banda, Santiago del Estero. Escapaban de la ex pareja de Noemí y padre de sus hijas. Como él era policía provincial, nadie le tomaba la denuncia por violencia de género. En Buenos Aires, trabajó de peluquera y limpió casas.

– Cuando empecé la transición, primero lo hablé con mi tía y le pedí que ella le diga a mamá – cuenta Soledad.

– A mí se me derrumbó el mundo. Pensé que había una falla hormonal y la llevé al Hospital Posadas. Ahí me dijeron que yo estaba equivocada, que ella estaba bien y que era una decisión de vida. Me ofrecieron que me atendiera un psicólogo – relata Noemí.

– ¡Claro! ¡Modernizate! – Soledad acota, se ríe y la calma – Tranqui, má, relajada, hablá tranquila.

– Me costó pero acepté. Una madre ama a sus hijos hasta que se muere.

Hoy viven juntas y al día. Soledad todavía no volvió a la colectora. No quiere.

– No tenemos capacitación ni estudios. La opción es pararse a trabajar, de tarde, de día, de noche: tengo que pagar la luz. Imaginate que yo creía que me las sabía todas y no no tenía idea de lo que era un CUIL.

El 7 de octubre Soledad se despertó, pasó por lo de su hermana y le contó que el dueño del departamento en el que vivía la quería echar. Se puso botas altas, calzas negras, remera marrón de gamuza y una campera. Y se paró donde siempre.

Publicada el 10/12/2015