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“Un viaje al infierno” fue el calificativo que la revista británica The Economist utilizó para describir las cárceles latinoamericanas, las cuales -afirmó- “lejos de ser lugares seguros de rehabilitación, demasiadas (…) son violentas incubadoras de la delincuencia, a pesar de algunas señales de cambio.” Además de análisis regionales, la revista hizo énfasis en casos específicos como El Salvador, México y Venezuela.

El 28 de agosto, seis miembros del Concejo Local de Derechos Humanos, una agencia oficial, se aparecieron de sorpresa en la prisión Romeu Gonçalves de Abrantes, en João Pessoa, la capital del estado de Paraíba, en el noreste pobre de Brasil. Dentro de la cárcel encontraron suciedad, sobrepoblación, celdas con prisioneros enfermos, sedientos, algunos incluso con lesiones no tratadas. Los guardias de la cárcel se rehusaron a abrir las puertas del ala de encierro por castigo, la cual olía a vómito y heces. Los visitantes pasaron una cámara por el ducto de aire, la cual regresó con imágenes de reos desnudos saturando el espacio entre barrotes y celdas sin muebles ni luz. Aunque los guardias afirmaron que los presos eran mantenidos en esta forma “temporalmente” debido a un supuesto plan de fuga descubierto, los reos habían estado así por cuatro días. Los custodios demandaron que se entregara la cámara. Cuando los miembros del consejo se rehusaron, los seis visitantes fueron detenidos y fueron encerrados por tres horas hasta que otros funcionarios estatales llegaron a la cárcel y los liberaron.

Tales condiciones son más cercanas a ser la regla que la excepción en las cárceles de América Latina, las cuales, comparadas con otras regiones del mundo, encarcelan a un porcentaje más alto (y creciente) de su población, aunque menos que en Estados Unidos (ver gráficas al final). Sin embargo, pocas prisiones latinoamericanas cumplen con las funciones básicas de castigar y rehabilitar criminales. No sólo los prisioneros frecuentemente son sujetos de tratos brutales en condiciones de sobrepoblación masiva y suciedad extraordinaria, sino que las cárceles de AL muchas veces están bajo el poder de pandillas criminales.

Un resultado ha sido una serie reciente de masacres e incendios en prisiones, algunos causados deliberadamente. En Honduras, un incendio mató a más de 350 internos en la cárcel del pueblo de Comayagua, en febrero pasado. En el mismo mes, en México, tres docenas de prisioneros miembros de Los Zetas asesinaron a 44 internos en la cárcel de Apodaca, Nuevo León antes de escapar, con la colusión de las autoridades.

El mes pasado, al menos 26 prisioneros murieron en una batalla entre pandillas en la prisión de Yare, en Venezuela. Posteriormente, las autoridades decomisaron un pequeño arsenal de los prisioneros, incluyendo rifles de asalto, rifles sniper, metralletas, granadas y dos morteros. Un número similar de reos murió en El Rodeo, otra cárcel venezolana, el año pasado, donde se vio a jefes de pandillas aguantar la presión de tropas regulares por casi un mes.

Un incendio que inició durante una pelea entre los presos de San Miguel, en Santiago, Chile, en diciembre de 2010, quitó la vida a 81 prisioneros y lesionó a 15. Los sobrevivientes afirmaron que un grupo de reos usó un lanzallamas hecho por ellos mismos con una manguera y un recipiente de gasolina, para quemar una barricada de colchones levantada por el grupo rival en sus celdas. San Miguel no era una prisión de alta seguridad y las víctimas del peor incendio carcelario de la historia en Chile tenían condenas de hasta cinco años, por crímenes como piratería y robos menores.

Casi tan letal como San Miguel, aunque menos atractivo para los medios, es la tragedia cotidiana de asesinatos en las cárceles de toda la región. En Venezuela, bajo el gobierno de Hugo Chávez, un socialista, más de 400 internos fueron asesinados cada año entre 2004 y 2008. Para el año pasado, la cifra aumentó a 500 y parece que rebasará los 600 en 2012 (de una población carcelaria de 45 mil), de acuerdo con el Observatorio de Prisiones, un regulador local independiente. En otras palabras, un venezolano tiene 20 veces más posibilidades de morir en las cárceles que en libertad, a pesar del crecimiento en la tasa de asesinatos total del país en la década anterior. Aún los titulares de las prisiones no quedan inmunes, pues dos han muerto este año.

En México, los homicidios en prisión han crecido junto con la expansión del crimen organizado, pues mientras que en 2007 sólo se reportaron 15 casos, en 2011 ascendió a 71, registrando más de 80 en sólo tres meses de 2012, de acuerdo con el investigador Eduardo Guerrero, experto en seguridad.

Cárceles, territorio de bandas

La razón principal para la violencia es que muchas cárceles están en la práctica bajo el control de las bandas o pandillas de internos, los cuales las usan como refugios donde pueden organizar más crímenes a su salida. Muchas muertes son consecuencia de choques entre pandillas rivales por el lucrativo negocio de extorsionar a los internos y traficar drogas o armas al interior de la prisión. Un prisionero paga por todo lo necesario en el interior, incluyendo un lugar para dormir e incluso el derecho a vivir. En las cárceles de El Salvador un chip de celular vale alrededor de 250 dólares, afirmó a The Economist Miguel Ángel Rogel Montenegro, un activista de derechos humanos.

En Venezuela, las únicas funciones de los custodios son un conteo diario de los internos, la seguridad del perímetro y transferir a los internos a la Corte. Los familiares son sometidos a revisiones al desnudo para poder hacer una visita, mientras que no es un secreto que las pistolas, drogas, celulares y otros artículos que están disponibles en el interior son traficadas por la guardia nacional, la responsable del perímetro de seguridad, afirmó la revista británica.

En México, los prisioneros hacen lo que gustan en las cárceles administradas por las entidades, afirmó The Economist. El año pasado, la policía hizo una redada en una prisión en Acapulco y encontró 100 gallos de pelea, 19 prostitutas y dos pavo reales. Unos mese antes, internos en una cárcel de Sonora fueron encontrados administrando rifas en torno a una celda de lujo que habían equipado con aire acondicionado y un DVD. En 2010, se hizo público que los custodios de una prisión de Durango habían permitido que prisioneros salieran en las noches a cometer asesinatos a sueldo.

Las fugas en las prisiones se han vuelto cada vez más comunes en México. El 17 de septiembre, más de 130 reclusos se fugaron de la cárcel de Piedras Negras, cerca de la frontera con Estados Unidos. En otro caso latinoamericano, este mismo mes, el líder de una pandilla desapareció de la cárcel de Tocorón en Venezuela, donde en total, unos 100 delincuentes han escapado en meses recientes.

La singularidad de Brasil es que el origen de la pandilla más poderosa del país, el Primeriro Comando da Capital (PCC), está principalmente dentro del sistema de cárceles. El PCC se fundó en la cárcel de Taubaté, en Sao Paulo, en 1993, para pelear por los derechos de los prisioneros y vengar la masacre de 100 internos por la policía, en la cárcel de Carandiru el año anterior. Desde entonces, el PCC se ha movido más allá de los muros de las cárceles entre la extorsión, venta de droga prostitución y asesinatos. En 2006, hubo un golpe para el gobierno después de un intento de endurecimiento en la materia: los líderes de las pandillas coordinaron motines en 73 de las 144 cárceles, mientras ordenaban asaltos bancarios y la quema de camiones, en un caos que quitó la vida a muchas personas, muchas de ellas a manos dela policía, de acuerdo con The Economist.

El PCC ahora controla la mayoría de las cárceles de São Paulo (aunque otros estados de Brasil tienen sus propias pandillas) con una política de no hablar con los custodios, a quienes llaman “alemanes”, queriendo decir “nazis.” Marcos Fuchs, abogado de un grupo de derechos humanos en São Paulo, quien ha conocido de cerca las prisiones desde 2004, afirmó a la publicación británica que no habla con internos sin que un líder de pandilla esté presente. De lo contrario, el interno se arriesga al llamado “Gatorade”, el cual contiene cocaína, viagra y agua, el cual se les da a los reos en amplias cantidades hasta inducir un paro cardiaco.

Después del control de las pandillas, la revista The Economist consideró que los principales problemas de las cárceles latinoamericanas son la sobrepoblación y, por lo tanto, las condiciones inhumanas. Las cárceles de Brasil, por ejemplo, mantienen a 515 mil internos, la cuarta población carcelaria en el mundo, sólo después de EU, China y Rusia (México es el séptimo lugar, ver gráficas al final), mientras que está alrededor de 66% más de la capacidad oficial. En 1990 tenía sólo 90 mil prisioneros. Fuchs ha visto celdas para ocho personas con 48 reos, casos de gangrena y tuberculosis sin tratamiento y reos en celdas metálicas sin ventilación bajo el ardiente sol. Un informe legislativo sobre condiciones de las cárceles, publicado en 2009, documentó golpizas rutinarias y tortura por parte de los guardias, comida sucia e inadecuada, así como prisioneros encerrados sin luz por meses.

Después de duplicar su población carcelaria en menos de una década, El Salvador llegó a una sobrepoblación tres veces por encima de la capacidad oficial y tiene hoy las cárceles más sobrepobladas de América Latina, sólo detrás de Haití. La vida al interior es un “viaje al infierno”, afirmó David Blanchard, un cura católico en San Salvador. Él describe el intolerable calor y humedad. La iglesia lleva misiones mensuales a las cárceles con pasta de dientes, shampoo alimentos básicos y reportaron que las tormentas del año pasado llevaron a un brote de sarna en las cárceles.