Semana.-

“Las únicas malas no pueden ser las niñas”, dice Paola Buitrago* en un ruidoso cafetín de Facatativá. Paola es madre de María, y María, una niña de 7 años que estuvo a punto de cometer un crimen que ella misma no puede entender. Madre e hija llevan días pensando qué hacer, pues la pequeña no ha vuelto a pisar un salón de clase, vecinos y amigos la discriminan y se ha convertido en una polémica figura mediática.

El 17 de abril, poco después de mediodía, una de las 38 alumnas de tercero de primaria del Colegio Municipal La Arboleda se puso de pie y dijo: “Profesora, no deje salir a esa niña al baño”. “¿Por qué?”, preguntó la maestra. “Porque quieren mezclar pastillas en un yogur para matarla”, respondió y señaló a María y a dos compañeras. Las niñas admitieron el plan y entregaron pastillas y un sobre con champú. Más tarde, una de ellas firmó una declaración: “Yo (…) traje unas pastillas para envenenar a la profesora”.

Días después, un policía y los padres se reunieron en el colegio. Y el caso -que recuerda más una travesura macabra que un complot de asesinato- habría quedado en manos del ICBF, si no fuera porque semanas después la noticia dio la vuelta al mundo. Reporteros y camarógrafos intentaron filmar estudiantes y libraron una batalla contra la rectora y sus funcionarios que, entre lágrimas y gritos, exigían respeto. “Me sentí vulnerada”, dijo a SEMANA una empleada de la escuela. Para rematar, varios medios de comunicación mintieron: la ‘poción letal’ no contenía raticida ni las niñas habían planeado la venganza por malos resultados en Matemáticas.

SEMANA viajó a Facatativá, un municipio cundinamarqués, frío y floricultor, de 112.000 habitantes, a 20 kilómetros de Bogotá. Encontró una ciudad golpeada por la ola mediática y un lugar en que la violencia intrafamiliar y el abuso infantil se han convertido en pan de cada día. Según cifras de la Policía, en Facatativá y zonas aledañas, este año se han cometido más crímenes contra menores que en cualquier otra parte del país. Los niños crecen en un ambiente hostil en el que una de las únicas formas de expresarse es la violencia. Un día de encuentros con familiares y expertos permite concluir que las niñas de La Arboleda están lejos de ser potenciales asesinas. Más bien, son víctimas de una sociedad que las trata, literalmente, a las patadas.

Para llegar a La Arboleda hay que subir una loma entapetada de verde, ubicada en el barrio San Pablo, cerca de las Piedras del Tunjo. Allí, entre casas de ladrillo, frente a una glorieta sobre la que se bate la bandera de Colombia, está el edificio de dos plantas de la escuela. “Lo que estos niños deben sufrir todos los días en sus casas es un infierno”, dijo con ojos aguados a SEMANA la psicóloga del plantel. “Es el ambiente en que crecen”. Casi todos los padres trabajan en cultivos de flores y salen de sus casas a las 5 de la mañana. Los niños quedan solos hasta que, a mediodía, entran a clase. “En casa quedan en manos de la televisión e internet”, dijo a SEMANA la rectora, Dolly Caicedo. “Días antes, en La rosa de Guadalupe, por lo menos una implicada había visto una escena en la que estudiantes envenenan a una maestra”. La rosa de Guadalupe es una telenovela que relata la vida de un grupo de alumnos de colegio. “Lo organizaron premeditadamente a raíz de lo que vieron”, dijo Caicedo.

Esto explicaría por qué las niñas vieron la acción como un juego. “Juguemos a envenenar a la maestra”, habría dicho la que organizó el tenebroso plan. “Ya no queremos jugar más”, habrían dicho otras tres alumnas que se retractaron. En el centro de la ciudad, María, entre balbuceos, dijo a SEMANA que había querido hacerle daño a su maestra para vengarse por el maltrato al que la tenía sometida. “No me quería. Me jalaba el pelo, me pegaba en la cabeza y no me dejaba ir al baño”. María sufre de los riñones, según un médico certificó. “También me ponía a ‘hacer florero'”, dice, y cuenta que la obligaba a posar quieta. La gota que rebosó la copa -dijo María- fue el día en que la maestra les contó a las alumnas que tenía piojos.

Aunque la profesora se rehusó a hablar con SEMANA, la rectora de la institución no descarta que esto haya sido así. Sin embargo, expresó dudas ya que otras alumnas sienten gran aprecio por la maestra. Resaltó, además, que “las niñas no son unas criminales. Cuando se dieron cuenta, lloraron y se excusaron”. Expertos apoyan esta opinión. “La diferencia entre un champú y una dosis de cianuro es importe porque si no se estigmatiza a las niñas y se les quita el derecho a una vida digna”, dijo a SEMANA el psicólogo Roger Dávila, de Save the Children. La psiquiatra Isabel Cuadros, de la Asociación Afecto, añadió: “Un menor de 9 años no tiene la intención de asesinar, pues no sabe qué significa”. Según ambos, un niño no merece sanciones, sino acompañamiento. “Hay que ver la otra cara de la moneda: ¿por qué lo hicieron?”, dijo Cuadros.

Basta escarbar en la vida de las niñas para advertir que, además de la influencia de la televisión y las noticias y la falta de actividades lúdicas y deportivas en los colegios -según admitió a SEMANA el secretario de Educación de la ciudad-, los motivos de la rabia se esconden detrás de las puertas de casa. Las tres menores llevan complejas relaciones familiares, y en por lo menos dos casos existe un historial de violencia intrafamiliar. Pocos días antes del intento de envenenamiento una de ellas llegó llena de moretones al colegio.

“En un país en que el patrón de resolución de conflictos es la violencia: ¿qué podemos exigir a los niños?”, dice Dávila. Save the Children registra casos aún más graves que el de la escuela de Facatativá. Hace poco, en Medellín, un alumno amenazó a otro diciéndole que su hermano era el jefe de banda de la Comuna 13. Y poco después, un maestro fue amenazado de muerte.

“Los modelos familiares y sociales son los primeros que tienen influencia, dijo a SEMANA Martha Isabel Tovar, experta del ICBF. A las niñas de Faca no hay que atacarlas más, sino cuidarlas”. Las tres fueron retiradas del colegio. Una está en manos del ICBF y las otras, que ahora comenzarán clases en nuevos planteles, llevan un mes fuera de las aulas.

Y aunque la situación de las tres niñas parece arreglarse, la violencia sigue azotando a los jóvenes de la zona. El jueves, universitarios de menos de 21 años fueron arrestados y sentenciados a 27 años de cárcel por secuestrar a un menor. Poco antes, un conductor fue capturado por violar a cuatro niñas. Y nadie ignora el caso de Angie Beltrán, de 15 años, que desapareció hace más de un mes. De la fachada de la Alcaldía de Facatativá, en la plaza central, cuelga una inmensa imagen de su rostro. De su paradero, no obstante, aquí nadie quiere saber nada.

* Nombres de madre e hija cambiados