volar

 

“Yo hago volar a los burros”, se jactaba, de joven, César Rodríguez, catamarqueño y trabajador de las minas de Farallón, cuya historia relata Clarín, en la sección de Policiales del 22/04/2017, como si saliera de la imaginación de Gabriel García Márquez o del mismo Shakespeare. El amor que llega, fulminante, los amantes que huyen de la desaprobación de la madre de la adolescente, a quien César más que dobla en edad, la histórica rivalidad entre dos familias del pueblo, y demás ingredientes de esa calidad.

El título de la nota condensa la pseudo humorada “Cómo hacer volar a una suegra con dinamita”. Apela a la trillada saga de los chistes sobre suegras. Refleja, en realidad, una cultura de la denigración de las mujeres, que indica que (para muchos), sobran aquellas que no se colocan en un lugar funcional del poder y el deseo masculino (debería decir, del poder macho). Las mujeres de los medios, tan alabadas cuando muestran sus cuerpos, y ofrecen placer, alimento o contención a los hombres, se vuelven brujas desechables cuando van a contramano de estos lugares. Los estereotipos sobre las mujeres oscilan siempre entre la diosa y la bruja. Las palabras tallan, ofrecen imágenes a la sensibilidad y a los prejuicios en boga, crean y legitiman culturas. En este caso, reflejan la potencia de los vestigios del machismo, de zonas de la cultura que todavía no parecen tener la necesidad de alinearse con los valores de los derechos humanos, con el dolor de una sociedad que reclama por justicia, y ni siquiera con los designios de la legislación nacional sobre violencia de género.

La nota íntegra parece un artilugio de la imaginación para esconder que, desde el título en adelante, se expira “violencia mediática”, una categoría definida por la Ley 26.485 para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra la mujer como toda publicación que “de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, como así también la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”.

Quienes trabajan en medios saben que los títulos son la parte más celada, y la más intervenida por los editores. En pocas palabras, hay que darle sentido a una nota y producir el “gancho” que atrape la atención de un/a lector/a sobre estimulado por los mares de información que circulan cada día en las redes. Pero, ¿cuáles son los límites ético-jurídicos del “gancho”? Nuestra ley los establece con claridad.

Una de las preguntas que más recibo día a día es cómo es posible que la brutalidad de los femicidios se siga manteniendo, si aumentaron, si los crímenes se volvieron más cruentos, si la saña crece porque las mujeres están “liberadas”. ¿Liberadas de qué? La liberación femenina no es la que mata, lo que mata es el machismo.

Lo cierto es que la sensibilidad de buena parte de la sociedad ha cambiado. Cada femicidio nos duele, nos indigna, nos moviliza (a una cada vez mayor proporción de la sociedad). Entonces, miramos a las políticas públicas, reclamamos más educación sexual integral, más jueces y juezas formados en género, más eficacia en el seguimiento de las denuncias, mejores políticas sociales para sostener la economía de quien denuncia, y más profundos cambios culturales. Mientras tanto, Clarín arroja títulos instando a asesinar a suegras que impiden que “el amor” se exprese. A eso, el diario, le llama “amor”. La palabra “crimen” aparece recién en el párrafo número 22 de la nota, poco antes de terminar. La nota abre con “Hay amores que hacen volar”. En el medio, sabemos que el femicida también asesinó, sin quererlo, a un remisero del pueblo “el joven a quien no tanto el amor, sino el destino, hizo volar”. Entonces, César Rodríguez queda redimido. Para Clarín no mató él, sino fuerzas supranaturales como el amor y el destino.

Monitorear a los medios es hoy una tarea indispensable para transformar la cultura, y su contribución en la prevención de la violencia machista es un reclamo social que debe tomarse en serio. Las palabras construyen realidad. La tarea es política.