A fines de junio el cuerpo de Brian Palomeque, de 16 años, fue hallado en un descampado de la turística ciudad de La Falda, en Córdoba. La versión oficial dice que se suicidó, pero hay testigos que afirman que la Policía oculta algo. Un trasfondo de drogas y dinero que vincula a los uniformados enturbia la investigación. Los amigos del muerto denuncian que son perseguidos, y uno de ellos tuvo que abandonar la ciudad.

Waldo Cebrero – Sur

Federico Vargas se despierta por las noches refregándose la cabeza como tratando de sacarse de adentro un recuerdo que lo persigue: el cuerpo de su amigo Brian Palomeque colgando de un árbol con las rodillas a ras del suelo y las manos atadas en la espalda.
Federico tiene 19 años y desde siempre lleva el mismo apodo: Pan Triste. Cinco años atrás, cuando tenía 13, fue distinguido por el diario La Voz del Interior como el Cordobés del año. Era el chico que pedía limosnas por la calles de La Falda, en el Valle de Punilla, y que gastó sus ahorros para comprarles golosinas a los bomberos que luchaban contra el fuego. Ahora Federico siente que lo que se incendia es su vida.
–Me dicen así porque mi vida fue triste… Y para colmo ahora me arrebataron a mi amigo.
Su voz llega entrecortada desde el otro lado de la línea. Habla desde Paso Grande, un paraje en el norteoeste de Córdoba a donde llegó el 25 de septiembre cansado del hostigamiento de los policías de La Falda. Ese día caminaba por el centro de la ciudad junto a su madre, Inés Vargas, y sus sobrinos, cuando desde un móvil escuchó que los uniformados se burlaban de él por altoparlante: “Hola Pan… Pan… Pan”. Federico sintió un escalofrío. Hacía mucho que no salía a la calle. Después de eso volvió a su casa, juntó algunas cosas y abandonó la ciudad. La madre dice que no lo dejaban en paz.
Federico es uno de los seis chicos de barrio San Jorge con los que habló El Sur, que aseguran haber visto a Brian Palomeque –de 16 años– con las manos atadas aquel jueves 28 de junio, cuando fue hallado en un descampado. Horas antes de la muerte de su amigo, Federico escuchó a un policía de nombre Daniel Ortega amenazándolo con una frase que, según los mismos chicos, es un latiguillo entre los uniformados de esa ciudad: “Un día vas a aparecer en un campito”.
La muerte fue caratulada como suicidio. Entre el 28 de junio y el 21 de julio, los familiares y amigos de Brian se manifestaron en tres oportunidades; cortaron la Ruta Nacional 38 dos veces y apedreron la comisaría la tercera. Esa vez la Policía los reprimió y encarceló a siete– casualmente a los testigos, uno de ellos menor– que permanecieron 44 días en prisión.
–Estamos presos en nuestro propio barrio. Cuando vamos al centro de la ciudad nos inculpan de cuanto robo hay. Cuando nos detienen nos golpean y amenazan con matarnos, nos ‘clavan’ pruebas falsas.
El que se queja es Néstor Tulián. Tiene 19 años y le dicen “Quito”. En sus manos y cara hay cicatrices recientes, producto de la paliza que recibió en la comisaría. Tres balazos de goma efectuados a corta distancia le dejaron una renguera en su pierna izquierda.

Ciudad Hotel
La Falda es el paraíso del valle de Punilla. El centro de la ciudad se levanta sobre una loma y en su zona más exclusiva todo tiene nombre de tierra prometida: El Edén. Avenida Edén, Hotel Edén, Pizzería Edén. Es la zona por donde caminan los turistas. Pero si uno se aleja rumbo a Córdoba encuentra otra ciudad. A medida que el terreno desciende el paisaje se va empobreciendo, conurbanizandose. Tanto, que los vecinos no dicen “vamos a Barrio San Jorge”. Dicen “bajemos a barrio San Jorge”. Ahí viven los que se quedaron a fuera del Paraíso. Las casas son bajas, las calles de tierra y muchos de sus habitantes trabajan cocinando, lavando o limpiando en los grandes hoteles de la ciudad.
En una de esas casitas vivía Brian. La mamá, Ana Beatriz Oyola, trabaja en un restaurante. Gabriela, la hermana mayor, limpiaba en un hotel, pero la corrieron después de pasar cinco días detenida por una contravención, cuando fue a pedir que liberen a los amigos de Brian.
Tres veces por semana Brian “subía” al centro de La Falda y hacía changas descargando cajones en la verdulería “el Chango”, y en otra que se llama “Edén”. El día que murió, a la siesta, comió chorizos con su familia y tres amigos: “Pili” y “Piñón” (dos menores de edad) y “Pan Triste”. Después jugaron a la Play hasta que Brian dijo: “Me aburrí. Voy a dormir. Despiértenme a las seis para trabajar”. Todos lo vieron acostarse y volvieron a verlo recién a las cinco y media de la tarde: colgaba como un fruto maduro a punto de caer. Estaba atado con un cable a una rama tan delgada como un dedo. El árbol es un Olmo joven que está a unos 70 metros de la calle, en un descampado que todos en el barrio conocen como “Tierra negra” o “La Pampa”.
Cuando encontraron el cuerpo, sus amigos recordaron la amenaza que esa mañana le había hecho el suboficial de la comisaría de Valle Hermoso, Daniel Ortega.

“Portate bien”
Si bien Brian no tenía antecedentes penales ni contravencionales, unos días antes de morir, había estado en la comisaría de La Falda. Fue el domingo 24 de junio a la noche. Cayó junto a dos amigos cuando iba rumbo a la casa de un conocido narcotraficante del barrio a quien todos le llaman “Viejo Fran” o “El Turco”. Los chicos llegaron en un mal momento, justo cuando la policía allanaba la casa del narco buscando dinero -algunos hablan de 30 mil dólares- que habían sido robados a un comerciante días antes. El “Viejo Fran” salió esa misma noche. Brian le contó al día siguiente a su amigo Federico Vargas, el Cordobés del año, que los golpearon y los amenazaron preguntándoles donde estaba los dolares.
–Me dijo que los cagaron a puñetes. Que uno se sacó el cinto para ahorcarlo y que después, a la mañana, antes de soltarlos, le decían: ‘ahora vamos a La Pampa’ ¿a qué lo van a llevar La Pampa, ah? –Explica Federico–. Para él fue un garrón. De vez en cuando nos fumábamos un porro y nada más. Era paz y amor, no le gustaba la otra gilada.
En el barrio se dice que algunos policías mantienen una fluida relación con el narco.
La cama de Brian está todavía revuelta junto a una pared repleta de hojas de revistas con imágenes de chicas con poca ropa. Sobre el hollín que cubre el muro escribió su nombre con el dedo. La mañana del 28 de junio, mientras dormía, varios policías ingresaron a la casa. Beatriz estaba despierta, a punto de ir al trabajo. No le mostraron orden de allanamiento. Según cuenta la mujer, el suboficial Ortega, que iba de civil, fue hasta donde Brian dormía y lo despertó tirándolo de los pelos:
–Así que estás acá –escuchó Beatriz desde la puerta– Portate bien, mirá que te vigilo.
–Sí señor. Me voy a portar bien, respondió el chico.
Los policías siguieron revolviendo. Después tomaron dos garrafas y una máquina bordeadora que según ellos eran robadas -después se demostró que no-, y salieron.
“Pan Triste” vio los móviles desde la otra cuadra. Se acercó hasta la casa de su amigo y se asomó por el costado. Vio que Brian junto a Pili y Piñón estaban contra la pared escuchando a Ortega que les decía:
–Acabo de volver de vacaciones, así que no me jodas porque vas a aparecer en un campito – Después se dio vuelta y apuntó a Pan Triste–. Y para vos también va. Ya me tienen harto en este barrio de porquería.
Por eso, cuando a la tarde encontraron a Brian, no dudaron en sospechar de la Policía. “A los empujones nos mandamos al campo, porque no nos dejaban entrar”, dice Kevin, uno de los amigos. El Sur fue hasta el lugar con cinco de los testigos. Todos ellos explicaron que vieron el cuerpo a unos seis metros de distancia, que después los policías lo rodearon y mientras otros uniformados los sacaban del lugar, vieron como le desataban las manos a Brian. “En una mano –agrega Federico por teléfono– tenía un encendedor”.
Esa tarde cortaron la Ruta 38 hasta la una de la mañana. A esa hora la Fiscal de Cosquín, María Alejandra Hilman, llegó para negociar. La causa se inició como “muerte de etiología dudosa” pero luego de la autopsia se cambió a suicidio.

La pista de los dólares
Tierra negra. Así le dicen algunos vecinos a ese descampado que une La Falda con Valle Hermoso, en el valle más turístico de Córdoba. Es un terreno de varias hectáreas con monte y árboles robustos. El olmo donde fue encontrado Brian es uno de los más jóvenes y pequeños. Un día después de su muerte, una pala mecánica ingresó al lugar, fue hasta el árbol, y sacó una capa de suelo en 10 metros a la redonda: la tierra negra quedó a la vista. Si había pruebas, evidencias de lo que pasó, ya no están. Pablo Olmos, abogado de la familia Palomeque, tiene una hipótesis.
–Es claro que los policías lo llevaron ahí buscando los benditos dólares. Creían que Brian sabía dónde estaban. Deben haber escarbado en la tierra pensando que estaban enterrados. Por eso después pasaron la pala mecánica, para borrar las marcas. Como no los encontraron, lo mataron. Otro indicio es la falta de sentido práctico: un suicida, por más mal que esté, no elije la rama más fina del árbol más chico. Había arboles mejores a la vuelta.
La policía nunca le informó al abogado que Brian estuvo detenido días antes de su muerte. Se enteró gracias a un llamado telefónico de un preso que se comunicó con un programa de radio y dijo que “lo mataron porque buscaban dólares”.
Para Olmos, el hecho de que los testigos hayan estado detenidos durante 44 días por romper los vidrios de la comisaría, también es un indicio. “Es claro que hay una orden política de castigar a los chicos con celeridad, en otras manifestaciones los detenidos por disturbios no están más de una noche”, dice Mauro Vicente Ricci, abogado de Quito, uno de los más golpeados en la comisaría. Ricci aportó como prueba un video donde se ve que Quito intenta calmar a sus amigos y sin embargo es aprendido. “Fueron por los testigos, es claro”, dice.
Parados en una esquina del barrio algunos de los que fueron detenidos ese 21 de julio lo explican así: “El día anterior había sido el día del amigo. Juntamos plata, compramos flores y fuimos al cementerio, lloramos un poco, y nos quedamos ahí. No vamos a mentir, al otro día fuimos con bronca. Era injusta su muerte. Pero no éramos más de 15 y si querían nos detenían sin tirar balas. A Quito lo reventaron porque él daba la cara por nosotros, siempre habló en la prensa porque sabía hablar mejor”.

Preso en mi cuidad
Barrio San Jorge es un accidente geográfico, un pozo en medio del Valle. Cae la tarde y las calles quedan en penumbra. La caminata entre la casa de Brian y el campo donde finalmente murió, es tensa. Son unas siete cuadras en subida. Kevin, Alex, Alan y Néstor vuelven al lugar después de tres meses. En el camino todos se preguntan cómo habrá llegado Brian aquel día a ese lugar. Nadie lo vio salir de su casa. Mientras trepamos las calles, un móvil pasa tres veces.
–Siempre es así. Cuando íbamos al baile y volvíamos caminando un patrullero nos seguía despacito hasta el barrio. Ya estamos cansados de esto. La última vez nos hicieron parar, nos obligaron a ponernos un gorro que había en el basurero y a desfilar diciendo que éramos cagones. No dan ganas de salir así, explica Kevin.
A mediados de septiembre los amigos se organizaron para visitar la redacción de la revista La Luciérnaga, en Córdoba capital. Llegaron a la terminal de La Falda y al instante cayeron algunos móviles. Los encerraron en el baño y, otra vez, el interrogatorio. Todos los relatos confluyen en lo mismo: provocaciones, amenazas o simplemente la presencia silenciosa pero cercana de la Policía.
Una vez, cuando La Banda de Carlitos fue a La Falda a grabar un disco en vivo, los amigos de barrio San Jorge decidieron bautizar su barra y hacer una bandera para hacer acto de presencia. Desde ese día, “Los Zarpados en escabio” fue sinónimo de inseguridad para los medios locales. La bandera es roja con letras blancas y tiene más de 100 nombres. Brian firmó con su segundo nombre, como lo conocían todos en el barrio: José.
–Éramos como hermanos con el loco José -dice Pan Triste al teléfono-. Nunca nos pelamos. Lo que más nos gustaba hacer era correr hasta el río y, si teníamos, nos sentábamos a fumar un porro. José decía que le hacía olvidar. A veces sueño que estamos en su casa y llega el móvil. Me despierto y tomo un vaso de agua fría. Después me quedo escuchando la canción de La Mona que más le gustaba: Maldito Paco.
La primera estrofa resume la vida de Pan Triste, el chico que alguna vez fue un héroe para La Voz del Interior y hoy es un exiliado: “Es un niño triste y solo en la calle está/ por la comida todo el día debe mendigar/ por la ciudad donde se encuentra tanta falsedad/ y se olvida de estos niños sin papá ni hogar…”