NicoleCarolina Rojas – Cosecha Roja.-
* Desde Chile

Han pasado cuatro meses del asesinato de Nicole Sessarego Bórquez, de 21 años, y el caso tiene un sospechoso: Lucas Ariel Azcona, un joven con historial de denuncias de ataques a otras jóvenes. Antes de eso, la madre de Nicole parecía estar en una nebulosa. “El caso estuvo dormido durante bastante tiempo, no teníamos información”, dice  Shirley Bórquez (47) en un diálogo exclusivo con Cosecha Roja.

Uno de los últimos recuerdos que tiene Shirley  de su hija Nicole es del día anterior a que viajara a Buenos Aires. Hicieron juntas la maleta, ambas estaban contentas. Entre toda la ropa, empacó dos vestidos- uno beige y otro floreado- que ella misma cosió, y para que capeara el frío agregó tres chalecos. Sin que su hija se diera cuenta, al fondo de la valija le escondió un santito del Sagrado Corazón para que la protegiera.

La iba a extrañar tanto, le parecía que había sido ayer que su hija era la niña que andaba en bicicleta y que se aburría con las barbies, acostumbrada a los juegos de niños que le enseñaban sus seis primos.

Cuando llegó el 24 de febrero, el día del viaje, Nicole no quería que fueran todos al aeropuerto, no le gustaban las despedidas. Sabía que a su madre soltaría los primeros lagrimones. De todos modos, partió la familia a despedirla: la madre, el padre Víctor, el hermano Diego, una tía y Silvia, la abuela paterna. Después de chequearse, Nicole partió rápido porque Shirley la miraba con los ojos acuosos.

“Ya mamita, no llore”, le dijo. Le dio un fuerte abrazo y se perdió entre la gente arrastrando la maleta.

La noche del crimen,  Nicole fue a bailar a la discoteca Severino del microcentro porteño. Cuando terminó la fiesta Sofía, una amiga mexicana, la vio conversando con un chico, pasándola bien. Eso es lo último que supo Shirley.

Ahora enumera recuerdos y reconstruye el camino a casa que hizo Nicole esa noche. “Un taxi, por qué no tomó un taxi…”, se repite.

Shirley recuerda como si hubiese sido ayer cuando Nicole le contó la buena noticia sobre el programa de intercambio en la Universidad de Buenos Aires (UBA). “¡Mamá quedé, quedé!”. Bajó del segundo piso corriendo por la escalera. Shirley preparaba el almuerzo en la cocina, Nicole saltaba y la apretaba entre abrazos entrecortados mientras gritaba de alegría.

La familia estaba orgullosa: Nicole fue la única alumna de su universidad en conseguir la beca y trabajó todo el verano de promotora para juntar dinero. La UBA pagaba estadía y comida con una beca distribuida en cuatro pagos, y la mamá le mandaba un dinero cada mes. “Nicole estaba feliz, quería trabajar de periodista apenas egresara, nosotros estábamos muy felices de que lo consiguiera. Somos de estrato bajo, su papá es conductor de buses y yo alguna vez trabajé en casas particulares”, cuenta Shirley.

Nicole era la primogénita del matrimonio de Víctor Sessarego (57) y Shirley. Luego le sigue su hermano Diego de 14 años.  Su hija era su amiga, una niña pronta a convertirse en una profesional, el orgullo de la familia.

La pequeña Nicole creció en el cerro Cordillera. Cuando estaba en la escuela se divertía, tenía notas regulares, el cambio llegó con el tiempo. Un día en tercero medio le dijo sin más “mamá voy a ser periodista”. “Le contesté que tendría que estudiar mucho, pero tenaz como era se metió a un preuniversitario sacó sobre 600 puntos y quedó en periodismo en la Universidad de Playa Ancha. De ahí en adelante se convirtió en una muy buena estudiante”, recuerda.

“Mamá cada vez me gusta la idea de ser periodista, me gusta la carrera”, le decía Nicole y todo parecía un camino pavimentado. Shirley le dio permiso para viajar con la condición de mantener la comunicación día y noche. Se escribían por WhatsApp. “Mamita, que tenga un buen día”, “Mamita, aún no me ha dado las buenas noches”.

“Nicole iba a volver para el santo de su papá ¿sabe? El 13 de agosto es San Víctor y como es la vida, ese día llegó y yo estaba parada en el Cementerio de Chacarita esperando que cremaran el cuerpo de mi hija, el de 13 de agosto”, deja escapar la fatal coincidencia.

***

La noticia que ningún padre quiere recibir llegó de la manera más cruel. Shirley y Víctor siempre estaban atentos a las noticias, todo lo que pasara en Buenos Aires o en Argentina comenzó a interesarles desde que Nicole vivía allí. Ese día Víctor manejaba el bus y oía la radio Bío Bío cuando en el boletín de la mañana hablaron sobre una estudiante chilena asesinada. Quedó paralizado. Hizo bajar a la gente del bus y llamó al celular a su esposa. “¡Es la Nicole, es la Nicole! Gritaba y yo no le entendía nada”, recuerda Shirley.

Su esposo lloraba y balbuceaba palabras al otro lado del teléfono, ella se aferró a la idea de que podía ser un error. “Me metí a revisar noticias en el computador, googleba su nombre y no salía nada, pero mi esposo ya tenía la certeza”, recuerda.

La familia partió a la comisaría del cerro Cordillera y luego a la Policía de Investigaciones (PDI) en la comisaría de su barrio desde donde se comunicaron con la gobernación de Valparaíso y les confirmaron la noticia: habian matado a su hija Nicole.

Nicole iba a ser reina

Nicole fue alumna del colegio Eduardo de la Barra, una escuela municipal de al menos cuarenta alumnos por sala. Asisten niños de clase media y baja de Valparaíso, la mayoría, con mucho esfuerzo, logra ingresar a la Universidad de Playa Ancha.

Los profesores recuerdan a Nicole sentada en la primera fila, siempre muy arreglada y con una sonrisa de dientes grandes.

La profesora Pilar Correa estuvo a cargo del curso de Nicole en 2009 y 2010 y confirma que los primeros años más que estar atenta a las clases “La Nico” se dedicó a divertirse con sus cuatro mejores amigas. Era una chica popular. “Era muy preocupada de su apariencia pero en tercero medio maduró, subió las notas, se preparó para la PSU y entró de inmediato. La última vez que nos encontramos me dijo que estaba muy contenta estudiando periodismo”, cuenta.

Su madre también la recuerda vanidosa, alisándose el pelo, mirándose en el espejo para repasar si la ropa combinaba. “Cuando la mandaba a comprar el pan a la hora del té tenía que esperarla una eternidad que se encrespara las pestañas y se maquillara. No salía ni a la esquina sin arreglarse, así era mi negrita. En tercero medio fue candidata a reina, también en la fiesta mechona fue candidata, siempre rodeada de pretendientes”, comenta Shirley.

Nicole prefería juntarse con hombres, Shirley cansada del encono que su hija despertaba entre las mujeres, le había advertido que mejor se rodeara de amigos, que eran más nobles, así como creció con sus primos. María Paz, su mejor amiga del barrio, vive a siete casas de la casa de Nicole y fue su única compañera cuando las primeras amigas de la Universidad la abandonaron como tantas otras. Nicole provocaba los celos de otras mujeres y lo sabía, su amiga la recuerda  al centro de un grupo de conversación, rodeada de sus compañeros de la U, en las fiestas, en los asados y empezaban las mirabas insidiosas. “Las amigas la envidiaban, Nicole se empezó a tomar de manera más light los ataques, al final éramos las dos y un grupo de amigos, siempre juntas desde que yo tenía 9 años  y ella 11”, recuerda.

El amor fue importante para Nicole. Con Iván Miranda (26), su novio, un estudiante de Educación Física, se conocieron en octubre del año pasado en un bar universitario del puerto. Se miraron, se sonrieron y conversaron. Él la fue dejar a la micro, quería volver a verla. “Ella parecía alegre, simpática entonces encajamos inmediatamente”, recuerda Iván.

Estuvieron juntos todo el verano. Cuando salió lo del intercambio pensaron que si se comunicaban seguido, quizás la relación podía funcionar. En abril fue a visitarla. De ese viaje abrigó recuerdos que nunca olvidará. “Duramos diez meses, fue un pololeo cortito, pero muy intenso”, revela. Lo que más recuerda es el día de su cumpleaños. Nicole le llevaba la torta, y tenía la cara iluminada por la luz de las velas. Iván estaba enamorado. “Linda mi negrita, me acuerdo de su risa, su carácter, lo soñadora que era, no esas imágenes que muestran en la tele del ataque, no puedo ver esos videos, me hacen mal. Nicole fue y seguirá siendo un lindo amor”, confiesa.

La despedida

Shirley viajó el cinco de junio a visitarla junto a Diego, el hermano menor de Nicole. Vio que su hija vivía en un barrio cercano al subterráneo, lleno de edificios e iglesias y se quedó tranquila.

Dice que ese viaje fue la despedida entre ambas, como si hubiesen adivinado lo que vendría después. No se despegaron durante una semana.

-Nicole tenía todos los paseos programados para nosotras. Yo le llevé unos paquetes de “Negritas” los dulces que tanto le gustaban- comenta Shirley.

Madre e hija pasearon por el Río Tigre, Puerto Madero y el cementerio de  Recoleta. Shirley estaba feliz por la nueva vida de su hija, de su independencia, parecía más madura. En esos meses Nicole había crecido, parecía una mujer.

Pese a sus miedos, aquel departamento era mejor que la precariedad de las dos pensiones anteriores por las que Nicole pasó. “En una no podía dormir por los gritos y escándalos del dueño. En la otra no había platos para comer, era un chiquero”, recuerda.

El lunes del asesinato conversaron. Shirley le había enviado dinero el viernes y Nicole lo distribuía bien. “Me dijo ‘mamita me compré botas porque las necesitaba’. Le sobró plata, le alcanzaba, como mamá me repito una y otra vez, si hubiera tomado un taxi…”, vuelve a recriminarse.

-Prefiero quedarme con los buenos recuerdos -dice Shirley.

Y vuelve hablar de Nicole sonriente, Nicole y un beso a la cámara, Nicole y el último abrazo. “Ah, me entregaron el título póstumo junto con una credencial de prensa. Nadie lo sabe, pero mi hija habría sido una tremenda periodista…”.