La activista feminista mapuche Mariza Romero Jaramillo, integrante del colectivo Mujeres Desnudando de Coyhaique, Chile, comenzó la entrevista pública con el director de Cosecha Roja, Cristian Alarcón, con un acto performático: se puso de pie y extendió dos banderas en el suelo. Una de color violeta con el símbolo de Venus y la palabra “feminismo”. La otra, con un dibujo de una mujer crucificada. “El feminismo es una ideología política que tiene que ver con el cuerpo. Este cuerpo es un cuerpo político con el que camino y reclamo derechos”, dijo mirando al frente y señalándose el  pecho con la mano.
BECA COSECHA ROJA - EDICION 2018 - 4 DE JUNIO DE 2018 - FOTOS VICTORIA GESUALDI

BECA COSECHA ROJA – EDICION 2018 – 4 DE JUNIO DE 2018 – FOTOS VICTORIA GESUALDI

Frente a los veinte redactores y editores de Latinoamérica que participan de la cuarta edición de la #BecaCosechaRoja, la activista hizo un repaso de su infancia en Coyhaique, en la Patagonia chilena, y su construcción como activista feminista.

“El legado del feminismo me lo deja mi madre. Ella murió muy joven pero me dejó esa entrega, ese bichito“, explicó. En ese entonces Coyhaique todavía era una pequeña ciudad en la que todos se conocían y las familias se reunían alrededor del fuego de la cocina a leña. El golpe de Estado de Pinochet, en el ‘73, transformó la vida y dejó heridas profundas en esa región de la Patagonia chilena: se quebró la vida apacible de pueblo y quedó una ciudad “fragmentada”. “Todavía nos cuesta encontrarnos”, contó Romero Jaramillo.

Aquella sensibilidad maternal hereda le permitió a Romero Jaramillo convertirse en la activista que es hoy. “El activismo es un proceso personal”, explicó. Hace dos décadas, a sus 40 años, empezó a hacer un “análisis personal” de aquello que le pasaba. “Lo que yo estaba haciendo con eso, que lo entendí después, era derribar los mandatos y lo que el patriarcado nos había instalado a nosotras como mujeres”, explicó.

En ese momento descubrió que tenía dos caminos: “O levantaba la familia, porque estaba emparejada, o el barco zozobraba. Y el barco zozobró”, dijo entre risas. Un día, cuando faltaba poco para el 8 de marzo, vio un afiche que había colocado una antropóloga en la que invitaba a todas las mujeres a participar de un encuentro de escritoras. “Yo fui para allá y ahí quedó un grupo”, recordó.

Ese grupo de siete mujeres a las que considera sus “hermanas” dedicó dos años al estudio y la formación política. “Nos preguntábamos qué nos estaba pasando, porque todas estábamos derribando esos mandatos del patriarcado”. “No sabíamos que eso era activismo. No nos dábamos cuenta”, agregó.

Después de dos años de estudio se plantearon cómo seguir, cómo moverse en el territorio: si había otras mujeres en la población también había que pensar en ellas. Con el colectivo empezaron a visitar los barrios: tocaban el timbre y se presentaban como “monitoras” y les hablaban a las mujeres sobre derechos sexuales y reproductivos.

“A los gobiernos capitalistas y a los gobiernos en general lo único que les interesa es que las mujeres no estemos informadas. Porque cuando nos informamos y nos agrupamos en manadas de lobas las cosas cambian”, dijo.

El colectivo Mujeres Desnudando siguió trabajando con las mujeres en las barrios y se acercó a las trabajadoras sexuales de Coyhaique y de la región. Les brindaban información sobre métodos anticonceptivos y de autocuidado. Viajaban a los locales donde trabajaban y se quedaba a dormir con ellas. “Cuando eres activista tienes que tener una cercanía, estar cerca de las personas”, explicó.

A lo largo de estos años Romero Jaramillo y sus compañeras acompañaron juicios por violaciones y femicidios, organizaron “funas” (escraches) en hospitales donde no querían garantizar los derechos de las mujeres y debieron enfrentar presiones, campañas de difamación y amenazas.

Siempre siguieron adelante. Porque como dice Romero Jaramillo “cuando alzamos la voz tiembla el patriarcado”.