Maru Monj fue a renovar la licencia de conducir en la Ciudad de Buenos Aires. Al momento del examen médico se tuvo que enfrentar a dos acosadores que convirtieron un trámite de rutina en una escena de acoso. “Si quiere que le tomemos la presión, desnúdese”, le dijeron al final de la charla. El relato -que aquí reproducimos completo- comenzó a circular por las redes sociales y dejó a la vista una realidad: a muchas de nosotras nos pasó lo mismo.

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Hoy fui a renovar la licencia de conducir a la oficina de la Dirección General de Licencias para Conducir, en Viamonte 1461, CABA, luego de esperar con paciencia el mes y medio de demora que hay en el otorgamiendo de turnos. Me atendieron correctamente en la recepción, donde presenté el papelerío, y también en los exámenes auditivo, visual y psicológico. El último box era de “Médico Clínico”, según el cartelito de la puerta. Cuando ingreso, me encuentro a dos señores atrás del escritorio. Aproximadamente 80 años cada uno. Saludo, me siento y se miran.

–Fea, me dice el que llevó a cabo la “entrevista”.

Silencio de mi parte, ¿será un piropo? ¿qué le pasa?, pienso. Me repite:

–Fea. Se ríe.

Bueh.

Tipea mi DNI en la computadora:

–31 añitos, jojojo, ay ay ay- bromean babeantes, cómplices.

–Qué simetría, lo único que le falta a usted es una minifalda, una pollera, para mostrar lo que tiene.

–No me gustan las polleras, le digo.

–Sí, usted tiene que usar pollera, es lo que las diferencia de los hombres, ¿o usted alguna vez vio a un hombre con pollera?

Le digo que sí, más que nada para llevarle la contra -y que ahora algunos hombres usan pollera, ¿por qué no?. Me responde:

–Jo jo jo, ¡los maricas!

–No me parece hablar así -digo en tono conciliador, absolutamente impostado, pensando que va a ser imposible cambiar el pensamiento de seres tan añosos.

Repite:

-Sólo los maricas.

Dinosaurios.

Sigue:

-Ccon el cuello que usted tiene, le falta un collar, para enmarcar el rostro.

Le digo que no, que no me falta nada y así estoy bien (aunque sé que me faltan un montón de cosas pero no pienso contárselas a ellos). Comienzan a hablarme de no sé quién que dijo que el marco realza el cuadro y hace que luzca mejor, y que por eso me falta un collar. Ponele.

Sigue:

–Con todo lo que usted tiene (?), búsquese un marido que la mantenga.

Le digo:

-Qué antigüedad, para algo trabajo, señor.

No le digo que soy psicóloga porque me olí una lluvia de interpretaciones que no quería escuchar.

Sigue:

–Y tenga un solo hijo, escúcheme bien. Porque un hijo completa a la mujer y dos, le arruinan el cuerpo, esas formas bellas que ustedes tienen, los hombros, los pechos, el vientre, los muslos, las nalgas.

Puaj. Se me hace un nudo en la panza, me incomodo, miro hacia la puerta, atrás mío, me vuelvo a incomodar por la fila de gente que se estaba armando afuera para hacer el “mismo trámite que estaba haciendo yo”.

Sigue:

–¿Usted qué número de hija es?

–Soy la primera.

Mientras pienso, ¿por qué le estoy respondiendo?

–Entonces usted es resentida y siempre está en disconformidad con todo. Porque alguien le sacó el trono. Encima es mujer (!) Mi mujer se salió con la suya y tuvo dos hijos.

–¿Se salió con la suya?

Fue todo lo que pude decir mientras pensaba, claro, vos no hiciste nada para tener dos hijos, mientras pensaba (sí, pensé demasiado y actué demasiado poco), qué bajón ser tu mujer, qué horror ser tu hija mujer, qué asco ser tu “paciente”.

Sigue:

–Acuérdese de esto, tenga un solo hijo, sino le robarán la belleza, le arruinarán el físico.

Ya molesta, me debato entre contestar o terminar lo más rápido posible ese trámite para volver a trabajar.

Le digo:

–No le puedo prometer si voy a tener un hijo, más o ninguno. Si quiero, si puedo, es un tema mío.

–¡Qué carácter! – me dice, se miran, se ríen.

Me dice que soy una valkiria, una guerrera. Y habla de Wagner, hace alarde de su gran “cultura” y agrega que ustedes los jóvenes que estudian pero no leen, y más risotadas cómplices. Nada de gracia.

Inmensas ganas de mandarlos a la mierda, impotencia por pensar que a esos tipos les pagan por hacer “ese trabajo”, pero con miedo (sí, ahora me parece un miedo bastante pelotudo) de que no me renovaran la licencia si les hacía saber lo que realmente estaba pensando. A veces me invade el enojo y no puedo decir las cosas con calma. ¿Merecen mi respeto dos tipos que me hablan así? ¿Hasta dónde llega mi tolerancia con tal de obtener una firma que da el ok “médico” para renovar mi registro?

Mi cara estaba transformada. Ya no teníamos más nada que hacer ahí, me paro, me avergüenzo de imaginar que los de atrás escucharon esa entrevista patética, miro la hora, pienso que se me hace tarde para seguir atendiendo y digo algo más.

–¿Listo? Pensé que me iban a tomar la presión o algo así.

Rematan:

–Ah, ¿quiere que le tomemos la presión? Vuelva a entrar y DESNÚDESE, jajaja.

Perplejidad.

Me fui casi corriendo a buscar la licencia (Sí, ¡la obtuve! carísima y no sólo económicamente hablando), mientras la esperaba me corrí de la vista de los viejos como para quedar “a salvo” de la saña, pero vi entrar consecutivamente a los dos hombres que me seguían en la fila y estuvieron allí adentro menos de un minuto cada uno.

Salí disparada de ese subsuelo inmundo, estaba ansiosa, estaba confundida, quise avisar en recepción lo que me había pasado con estos “trabajadores” y no lo hice. ¿Cobardía, apuro, necesidad de irme a contarle a alguien de confianza esta secuencia?

La cuestión es que me angustié, ya pasaron unas horas y mi enojo continúa, se agranda. Le cuento a mi novio:

–Denunciemos.

Le cuento a mi vieja:

–Hay que denunciarlos. Vos estás plantada, mirá si le pasa a una chica de 17 años que tiene que sacar el registro y no sabe cómo es la cosa.

En fin, no tengo el nombre de estos “médicos”, pero sé que trabajan en una oficina del Gobierno de la Ciudad en VIAMONTE 1461/5 SUBSUELO, que amparados en su ser-macho y engrandecidos por su poder médico hegemónico, me hicieron pasar un momento que no deseo para ninguna MUJER.

Porque claro, a un varón no le van a decir todo eso, salvo que sea “marica” y use pollera.

Mierdas.