unnamedCosecha Roja.-

Villa Lugano está marcado por la violencia institucional. De un lado de Cruz, en los edificios Lugano 1 y 2, se criaron en las casas de sus apropiadores Horacio Pietragalla y Victoria Montenegro. Crecieron cerca de una plaza que hoy se llama “de la memoria”. Del otro lado de la avenida, en Villa 20, Jonathan, Papu, Kiki Lescano y Camila Arjona fueron asesinados por el gatillo fácil de la policía. Para Camila -la adolescente de 14 años embarazada y baleada- hubo justicia: en 2008 el TOC 4 condenó al ex policía federal Adrián Bustos a cadena perpetua. Hoy se cumplieron 10 años del crimen y otra plaza del barrio llevará su nombre.

En el acto homenaje estuvieron Norma Díaz (la mamá de Camila) y las madres de Ezequiel Demonty, Chucky Andrade, Judith Jiménez, Sugus, la hermana de Jonathan, el papá de Natalia Melmann, la legisladora porteña Gabriela Alegre y el diputado del Movimiento Evita Leonardo Grosso. “Los casos muestran la continuidad de la represión. El barrio es un espacio físico que sintetiza nuestra historia”, dijo a Cosecha Roja Grosso, integrante de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional. “Es el resabio de lo peor de nuestra historia y se está llevando a los pibes que la luchan todos los días en el barrio: son nuestros chicos, nuestros vecinos: son por los que peleamos siempre”, dijo a Cosecha Roja Victoria Montenegro, nieta recuperada y Secretaría nacional de Derechos Humanos de Kolina.

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El 1 de abril de 2005 todo fue tiros y confusión en los pasillos de la villa 20. Los ex policías Miguel Ángel Cisneros, Mariano Almirón y Adrián Bustos salieron cebados y armados después de tomar cocaína en la calle principal, cerca de donde se juntan los pibes a fumar porro. Esa noche marcó al barrio para siempre: bajo el efecto de la droga, le dispararon a todo lo que se movía y la furia policial terminó con dos víctimas. La primera fue un adolescente de 16 años al mandaron a comprar merca. “No sé dónde hay”, dijo. Le contestaron con una golpiza que le deformó la cara y le sacó un diente. Después siguieron hostigando a otros pibes.

Camila estaba embarazada de cinco meses. Esa madrugada dormía con su novio Leonardo cuando escuchó la balacera. Los dos se despertaron por los ruidos y notaron que el hermano de ella todavía no había vuelto a casa. Esperaron a que pararan los tiros y salieron a ver qué había pasado. En el pasillo se toparon con los tres policías armados, que les apuntaron y dispararon sin dudar. Se dieron vuelta y corrieron. Pero Camila se desvaneció: le habían dado dos balazos por la espalda. Leonardo intentó levantarla pero cuando entendió que estaba muerta, corrió. De la escena, los gendarmes -que quedaron a cargo de las pericias cuando desplazaron a la Federal- secuestraron, al menos, 16 vainas.

Los policías siguieron de largo. El oficial Adrián Bustos frenó ante el cuerpo de Camila, la agarró de los pelos, le dio vuelta la cara y dijo “uy, nos equivocamos, morite, boliviana de mierda”. Le pateó la cabeza y se fue. Al otro día, durante el allanamiento en la Comisaría 52, se encontraron zapatos manchados con sangre en uno de los lockers.

El 9 de mayo de 2008 el TOC 4 condenó a Bustos a cadena perpetua por el crimen de Camila. “Yo no maté a tu hija, la puta madre que te parió”, gritó el ex policía cuando se retiraba del tribunal esposado. Lo declararon culpable del delito de “homicidio calificado, privación ilegítima de la libertad y lesiones”. En 2012 la Corte Suprema confirmó la condena junto con la de los otros dos policías: Miguel Ángel Cisneros y Mariano Almirón fueron condenados a tres años de prisión y seis de inhabilitación para ejercer cargos públicos.

Los tres policías trabajaban en la Comisaría 52, que tiene prontuario en el barrio. De esa dependencia era Rubén “Percha” Solares, un emblema de la “limpieza social” que reinó en el barrio hasta 2004. En 2002 los familiares de Daniel Barbosa y Marcelo Acosta -ambos de 17 años- denunciaron que él era el asesino de los jóvenes. Los cadáveres aparecieron con una percha de madera entre sus ropas. Los familiares lo interpretaron como una firma de autor. Ese mismo año, asesinaron a Gabriel Omar “Pipi” Álvarez, de 21 años y la familia también lo señaló. A los tres, el Percha los perseguía, los hostigaba, los amenazaba. Fue acusado de, al menos, media docena de fusilamientos en los que se repetían algunos rituales: los mataba arrodillados e iba a sus velorios.

El 7 de agosto de 2014, cuando un policía le disparó a cuatro jóvenes que iban en un auto por Villa 20, en el barrio reapareció el fantasma del “Percha”. Pero nadie pudo comprobar si esa noche estuvo ahí. Jonathan y Papu, igual que Camila, murieron del otro lado de avenida Cruz.