Donar órganos: por más información y menos mitificación

Cuando la médica Sabrina Critzmann perdió a su hijo de 7 meses tomó la decisión de donar sus órganos. “Teníamos información, tristeza y deseos de que esos órganos pequeños tuvieran otro destino. Y nos embarcamos, muertos de dolor, en la procuración”, escribe sobre el proceso largo de espera del que poco se habla.

Donar órganos: por más información y menos mitificación

31/05/2021

Por Sabrina Critzmann*

Foto: Télam.

A los seres humanos nos cuesta horrores pensar, hablar y debatir sobre la muerte. Los profesionales de salud, aun cuando muchas veces convivimos con la muerte de cerca, nos hacemos los distraídos, nos frotamos los ojos, hacemos chistes negros y después de la guardia nos bañamos para sacudirnos esos recuerdos que no nos van a abandonar nunca. La muerte se define médicamente con el cese de la respiración y los latidos del corazón, o con el cese irreversible de todas las funciones del encéfalo. Tenemos máquinas y drogas que mantienen bombeando la sangre de una persona internada en una terapia intensiva, pero no tenemos nada aún para recuperar un cerebro que no funciona más.

Yo fui consciente de la muerte encefálica de mi hijo de 7 meses antes de que sus médicos me lo dijeran. Abrí suavemente sus párpados y sus ojitos, entre grises y azules, miraron fijos e inertes el techo de la terapia intensiva. Yo ya le había dicho que él decidía y nosotros lo bancábamos, cualquiera fuera la decisión que tomara. Que lo amábamos infinito pero su vida era solo de él. Y él decidió y nosotros nos quedamos acá, mudos e incrédulos, sus mapadres médicos en vano, tanta ciencia y tanto estudio y no pudimos hacer que no te enfermes. ¿Qué se hace cuando se muere un hijo? Elegimos infinitas veces por nuestros hijos, según lo que consideramos mejor: decidimos escuelas, prepagas, decidimos qué les damos de comer. ¿Pero en la muerte qué se decide?

Cuando era residente de pediatría, veía a las familias entrar al hospital con angustia y miedo. Nadie quiere internarse y mucho menos ver sufrir a una hija o hijo. Me parecía tremendamente injusto lo que sucedía y, sobre todo, había algo que me generaba desasosiego: la espera. Existen muchos momentos del tratamiento médico donde la conducta es esperar, observar, evaluar si todo lo que se intentó tiene algún resultado. Aprender a esperar y acompañar en la espera es una habilidad profesional complejísima de aprender.

Una persona puede necesitar un trasplante de órganos por diversas razones: patologías congénitas, disfunción de algún órgano por alguna patología (una de las principales causas de trasplante renal pediátrico en Argentina es el Síndrome Urémico Hemolítico), accidentes, etcétera. El trasplante es indicado recién cuando toda otra alternativa para recuperar la salud ha sido agotada.

La noticia más antigua sobre trasplante proviene de la India. Allí el cirujano Sushruta, en el siglo VIII ac., practicó trasplantes de tejidos en diversos pacientes. Se cree que en China ya se había trabajado antes en el tema. Pero fue recién en el siglo XX, con el auge de los conocimientos en histocompatibilidad, inmunosupresión y con la introducción del concepto de “muerte encefálica”, que los trasplantes de órganos se volvieron una realidad cotidiana y posible.

Lo primero que nosotros como mapadres elegimos preguntar fue si se podían donar sus órganos, conscientes de que los deseos no siempre se cumplen. Pero sí: no era tan en vano que fuéramos médicos. Teníamos información, tristeza y deseos de que esos órganos pequeños tuvieran otro destino. Y nos embarcamos, muertos de dolor, en la procuración.

Cuando escucho hablar de fábulas alrededor de la donación, de la simplificación mítica de un proceso que implica cientos de personas y otros tantos estudios (la constatación de la muerte lleva días y pruebas, más aún en pacientes pediátricos), me genera desasosiego y tristeza por la poca información correcta que se maneja incluso en los medios masivos.

Una persona con muerte encefálica no está “grave”, sino que ha fallecido, y solo puede constatarse esto si falleció en una Unidad de Terapia Intensiva. Los pacientes inscriptos en lista de espera no tienen a priori un posicionamiento numérico, y nada tiene que ver con los anuncios en medios de comunicación. El ordenamiento de las listas de espera se da en cada proceso de donación al conocer las características de compatibilidad entre donante y receptor y otros criterios de distribución. Debido a lo rígido de los procedimientos y criterios legales, no existen denuncias por tráfico de órganos en Argentina.

¿Tienen esta información las personas? ¿Está claro todo esto cuando uno se encuentra en el momento terrible de tener que decidir sobre la muerte de un ser amado? Lo dudo. Yo esperé en paz, porque mis años de carrera habían dejado huella impresa en mi voluntad. ¿Pero es así para todos? Urge que los comunicadores y profesionales tengan la información clara para transmitirla correctamente: la comunicación correcta y sin sensacionalismos aportaría mucho a desmitificar la procuración.

Mientras yo esperaba que se cumplieran los protocolos, pensaba en las otras familias, las que esperaban que llegaran los órganos de mi bebé, quién sabe hace cuánto. Esas esperas angustiantes pero con fe de volver a casa, de pasar Navidad con los abuelos, de comer helado en verano. Pensaba, y pienso, en ellos. Y sé, aunque me duela, que valió la pena cada segundo de aprender a esperar.

 

*Sabrina Critzmann es médica pediatra (MN 148279) y mamá. Se formó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde. Tras finalizar la residencia, comenzó a estudiar Puericultura, y actualmente se prepara para ser Consultora Internacional de Lactancia Materna. Escribió el libro “Hoy no es siempre, guía para una crianza respetuosa” (Editorial Planeta), que fue declarado de Interés por el Senado de la Nación. Actualmente, acompaña a las familias a través de las redes, las charlas y en su Centro Médico Jacarandá Salud.