EL-BRUTAL-ESTALLIDO-DE-GIUSEPPE-BRAGANTI1-agenciaunoCarolina Rojas – TheClinic.cl.-

Giuseppe Briganti (20), se transformó en el protagonista de uno de los asesinatos más crueles del último tiempo tras disparar contra Diego Guzmán y Exequiel Borbarán, dos estudiantes que participaban en la marcha por la educación en Valparaíso. Quiénes lo conocieron lo describen como un joven imantado por el carrete, el dinero y las balas. Su carácter violento e impulsivo era una bomba de tiempo.

El responso organizado el viernes por la Universidad Santo Tomás comienza con algo de retraso. El aula magna está repleta de amigos, también de compañeros del colegio Bethel Artes y Letras de Quilpué. Los alumnos de las carreras de Sicología y Prevención de Riegos llegan en procesión. Son las 10:25 de la mañana, cuando aparece Olga Salinas, la madre de Exequiel: se ve abatida, lleva unos anteojos de sol en la cabeza, un suéter rojo y de su cuello cuelga una cruz de madera. Ya no conserva la entereza con la que se le veía el día anterior en las noticias. Olga, en cualquier momento, se puede derrumbar.

Se sienta en la segunda fila y sigue atenta la misa. En el momento de la comunión, Olga apenas se levanta. A llegar su turno, la hostia cae al suelo, ella se desarma. Llora.

Minutos después, en el estacionamiento de la Universidad, dice que Exequiel era “su todo”, que lo cuidaba siempre, que como era vegano le hacía comidas especiales y té de hierbas.

-Tanto cuidarlo – piensa en voz alta y se le escapa un suspiro.

Los testigos relatan que la tragedia comenzó a pocos metros de la Plaza Victoria a las 14:40 horas. José Briganti (48) venía junto a Graciela Rojas (42), su pareja, de ir a buscar a su hijo menor al colegio cuando vio que algunos jóvenes que participaban de la marcha estudiantil intentaban rayar la fachada del edificio verde en el que vive en calle Molina.

Luego, todo pasa muy rápido.

José se altera, les tira una botella y recibe la agresión de vuelta. Comienza una discusión y cada vez se acercan más jóvenes a enfrentarlo. A esa hora, Giuseppe Briganti (20), su hijo, aún dormía. Graciela sube y lo despierta para que salga en auxilio de su padre.

Aún medio somnoliento, Giuseppe baja corriendo a la calle, empuja a un joven, luego se saca el cinturón y lo agita. “Los voy a agarrar a balazos a todos”, amenaza.

Vuelve a ingresar al edificio, dos minutos después cumple su palabra. Regresa con un arma y desde el umbral de la puerta aprieta el gatillo. Sin estar en la discusión, sin ser los autores del rayado, Diego Guzmán (25) recibe dos balas, una en el tórax, otra en el abdomen; Exequiel Borbarán (18) es impactado con un certero disparo en el cuello. Según los testigos, pasó media hora antes de que recibiera ayuda de Carabineros.

Borbarán estudiaba Psicología en la Universidad Santo Tomás y Guzmán Prevención de Riesgos en la misma casa de estudios. Diego acababa de terminar su práctica profesional y era un conocido militante de las Juventudes Comunistas JJ.CC., en Quillota.

Tras la escena, vino el terror, los gritos, y Carabineros entró rápidamente al edificio propiedad de la familia Briganti. Lejos de la actitud violenta, Giuseppe se ocultaba en la terraza, tras un colchón, parecía un niño asustado. Mientras tanto, Exequiel era trasladado en ambulancia al Hospital Carlos van Buren y Diego en un carro policial.

Dentro de la casona de la familia, la Policía de Investigaciones (PDI) encontró el arma (inscrita por un tercero), 42,14 gramos de cocaína, una pesa ‘gramera’ para distribuir la droga y 5 millones 562 mil pesos en efectivo.

La caída del rey de la noche

En la esquina de Molina con Pedro Montt, hay un memorial improvisado, un árbol con velas, globos rojos con puntos blancos y una foto del “Quelo”- como le decían sus amigos a Exequiel- haciendo malabarismo. Frente a la puerta color mostaza de la casona desde donde salió Giuseppe, hay un canasto con flores mustias.

Al interior del edificio, José Briganti, está acostado en su cama, lleva una camisa a cuadros- no se ha cambiado ropa- el pelo despeinado, tiene bolsas en los ojos. Frente a él hay un plasma gigante donde se refleja su imagen. Tiene los ojos clavados en la pantalla del celular. En su velador hay una decena de jeringas apiladas -es insulinodependiente-, tres sándwiches sin tocar, un jugo de piña y una botella de kétchup.

-No debí dejarlo tan solo, bueno también soy muy ofuscado- reconoce, haciendo un mea culpa de lo sucedido.

La familia Briganti está compuesta por cinco hermanos que se reparten las ganancias del arriendo comercial de la primera planta del edificio. Giuseppe es el hijo menor de su matrimonio con Claudia Weber, con quién además tiene otras dos hijas, una de 32 y otra de 23 años. Dice que desde que pasó todo no ha pegado un ojo y asume que su hijo tiñó a la familia de una desdicha que los dejará marcados para siempre.

Hace cinco meses José Briganti y su primera esposa se separaron, terminaron un matrimonio de 29 años, la madre de Giuseppe vive desde entonces en el Cerro Mariposa junto a sus padres. Su hijo la visitaba una vez a la semana o la iba a buscar al trabajo. Según su familia, ese fue un punto de inflexión en la vida de Giuseppe, desde el divorcio se puso cada vez más taciturno e impenetrable.

-Mi hijo no fue siempre así, tiene problemas de aprendizaje, él tuvo que hacer dos veces el kínder- reconoce José, mientras Graciela va a buscar unas fotos de Giuseppe. En las imágenes aparece de uniforme, sonriente a la cámara.

También trae una carta de cartulina amarilla con recortes de vehículos deportivos que Giuseppe escribió a los siete años para el día del padre: “Papá eres como mi hermano, sé que te gustan los autos, igual que a mí”.

Hoy, lejos de aquellas palabras inocentes, Giuseppe es otra persona. Encerrado tras decretarse su prisión preventiva por considerarlo un peligro para la sociedad, en el módulo 107 de la cárcel de Valparaíso, luce con los ojos hinchados y la mirada perdida.

-Cuando su papá entró le rogó que no lo dejáramos solo, le dio un abrazo fuerte y se puso a llorar- dice Lisete Villarroel (19), polola de Giuseppe, quien el sábado también lo fue a visitar. Le llevó galletas, sándwiches y bebida.

-Me dijo “Lisete, estoy ‘sicoseado’, pienso en hacer cosas, no sé”. Tengo miedo de que haga alguna tontera-, confiesa su polola.

Lejos también quedó la vida de lujos que a Giuseppe le gustaba ostentar. En su Facebook -que fue cerrado pocas horas después de la detención- se apreciaba su gusto por el reggaeton y Wisin y Yandel, Arcángel, Daddy Yankee, eran sus artistas favoritos. Con Lisete salían y disfrutaban del carrete en los VIP de las discotheques Infinity y Absolut de Barrio Puerto, aunque Giuseppe no sabía bailar y esperaba mirando mientras el grupo de amigos seguía el ritmo de reggaeton. El 13 de marzo cumplió veinte años, su novia le preparó una fiesta sorpresa en la casa de la mamá de Giuseppe, luego con su grupo de amigos se fueron a bailar.

Briganti era popular en ese ambiente de la noche porteña y allí lucía sus chaquetas Northface y el destello de sus joyas de oro. Dentro de sus pocos intereses, estaba el gusto por las películas sobre la mafia de Al Pacino. Por eso el 12 de mayo del 2012 publicó en su Facebook una foto de Scarface: La imagen de Toni Montana con la metralleta en la mano. Giuseppe vivía atraído por el mundo del dinero y las balas. Sus vecinos de la calle Molina dicen que, si en algo se parecía a los protagonistas de sus películas favoritas, era en el gusto por la vida de excesos.

José Briganti cuenta que su hijo cursó la enseñanza básica en el Colegio subvencionado San Damián y que terminó la enseñanza media en Ceval, un instituto 2×1, luego pensaba estudiar mecánica automotriz. Durante este último tiempo, era la persona encargada de cobrar el arriendo de estacionamientos y cafés con piernas del edificio.

-¡Ah, debí encarrilarlo más!- se interrumpe José, y se toma la cabeza.

Los vecinos recuerdan a Giuseppe por su carácter explosivo, “calcado al de su padre”, dicen. Al hablar de los antecedentes policiales de su hijo, es su propio padre quien recuerda uno de los incidentes más graves.

2010, José serpentea en su auto peleando con un colectivero que lo sobrepasa, su hijo va sentado en el asiento del copiloto. Recuerda que en medio del recorrido, frenó de manera intempestiva, y entre los recuerdos borrosos, tiene vívida la imagen del momento exacto en que Giuseppe se fue a negro. Su hijo se bajó con un fierro y golpeó al conductor. A los quince años, ya tenía la primera denuncia por lesiones graves. La violencia de Giuseppe era una bomba de tiempo.

Otros vecinos dicen que los Briganti “tenían mal vivir” desde siempre, que molestaban a vagabundos, skaters, cuidadores de autos y arrendatarios con prácticas que rayaban el acoso y que Giuseppe simplemente reprodujo esas costumbres. “Son violentos. Un día después de una pelea con mi jefe, cubrieron los candados con silicona y no pudimos entrar”, cuenta una mujer que trabaja en uno de los negocios de la primera planta.

-Sigo subiendo y eso a ustedes les molesta-, posteó Giuseppe en una foto de su Facebook donde aparece junto a un deportivo negro. En otro post, despotrica contra las batucadas del Puerto.

Lisete lo conoció cuando llegó a trabajar al local de sushi de la calle Molina el año pasado. Miraba a Giuseppe a través del vidrio y desde el primer día que hablaron- hace diez meses- se volvieron inseparables. Lisete había pasado por varias casas de parientes desde que su mamá la echó de su hogar en Playa Ancha y también tuvo varios trabajos esporádicos, como mesera y operaria en una empresa de té. Algunas de sus ex compañeras dicen que en él encontró la protección que buscaba, se tiñó el cabello de rubio y encandilada por el dinero se inventó una nueva vida. En su Facebook, cuenta que es modelo de fotografía y pasarela.

Al otro lado del teléfono, Lisete reconoce que el pololeo tenía sus malos momentos, debido a los celos enfermizos de Giuseppe. Para evitar sus arrebatos, ella le daba su clave de Facebook y dejaba que le revisara el celular. “Una vez posteó que habíamos peleado y que donde me viera, me agarraría a patadas (…) Claro, él no cumplía con las cosas que decía”, dice Lisete, justificándolo. Su voz suave es la de una niña.

Pero para una vecina del barrio, esa amenaza de Giuseppe no fue un hecho aislado. “Una vez a la vuelta de la calle Molina, él tenía a Lisette contra la pared, y le apretaba las muñecas, quise ayudarla, pero ella con los ojos me hizo el gesto de que me fuera y seguí de largo”, recuerda la joven, que por temor, prefiere omitir su nombre.

Ahora Giuseppe, se encuentra aislado.

-Está sin luz, en pésimas condiciones, solo lo dejan salir una hora al patio y duerme todo el día, estoy mal señorita, mis hijas están mal- dice José el día lunes al teléfono.

Para su padre, Giuseppe se apaga.

Ellos no pueden morir

En el responso, los profesores de Exequiel Borbarán y Diego Guzmán, comentan que ambos eran muy queridos por sus compañeros. Exequiel recién cursaba el primer semestre de sicología y Diego había terminado su práctica laboral en la carrera de Prevención de Riesgos, algo por lo que se había sacrificado mucho. Durante dos años y medio salió desde Quillota a las seis de la mañana para tomar el bus y llegar a clases a las 8:10.

Sus compañeros sabían de su esfuerzo, a veces si no tenía para almorzar, alguien lo invitaba y se iban a “El monolito”, una sandwichería a la vuelta de la universidad. “A Diego la gente le tenía cariño, por su buena onda, que si le faltaba para el pasaje, alguien le pasaba, él compartía todo, nosotros hacíamos lo mismo con él”, narra Paulina Donoso (23), una de sus amigas cercanas.

A Exequiel todos los recuerdan cuando llegaba a clases con su skate, la pinta desgarbada, las clavas de malabarismo asomándose por la mochila y su gorro de lana que domaba una melena rebelde. “Exequiel era pura alegría, fue un niñito pacífico, artista, amante de lo colectivo, entusiasta, ni siquiera estaba en el tumulto donde pasó todo”, relata Maite Sánchez, una de las profesoras que más lo conoció.

-Exequiel era mis ojos, lo amaba, tenía muchos sueños, como viajar. Pensar que estuvo tirado en el suelo…- confiesa su madre al finalizar la ceremonia.

Un poco más tarde, en el edificio de la esquina de Molina, la inolvidable postal de la tragedia, el pequeño B., el rubio medio hermano de Giuseppe, luce inquieto. Se acerca y pide que si al salir, algún periodista puede quitar el ramo de flores que dejaron junto a su puerta. “Quizás es una señal de que me van a matar”, indica, y luego desaparece corriendo por las piezas de la casona.