La sangre brota

Ancón es un pueblo balneario de 30 mil habitantes, al norte de Lima. Poblado por pescadores, es famoso por los deportes acuáticos, las tumbas precolombinas y por ser la playa de los limeños acaudalados. En una de las esquinas rociadas por arena, un pibe tomaba unas cervezas con amigos. Se puso en pedo, y no supo que quien le gritaba como loca, avergonzada y con el cuerpo encima, era su hermana, una adolescente un año mayor que él. Entonces llegó un golpe seco, de esos que dejan un charco de sangre para que los amigos se burlen, entre incrédulos y nerviosos. Rony quedó con la mano en la nariz. Sandra le había roto el tabique de un cabezazo.
Rony ahora tiene 24 años, el pelo negro hasta los hombros, una gorra que ajusta la cabeza y la voz rasposa, acelerada, el timbre de un hombre adulto. Habla raro, como si tuviera un pequeño megáfono entre las cuerdas vocales. Los ojos achinados, los pómulos morados, las cejas gruesas: es igual a su hermana. Rony, en verdad, no se llama Rony: se llama Michael Felipe Ayala Gamboa. A Sandra le decíamos Daisy, dice Rony, con una boca de dientes enormes: los peruanos nos vivimos cambiando el nombre.

Son las dos de la tarde. Se sienta en un bar con las piernas abiertas, agitado, casi con la lengua afuera. No quiere pensar en el crimen aunque piensa: la mataron entre muchos. Dice que hay algo oscuro: no confía en el testimonio de Miguel Silva, a Augusto, el último novio, le tiene lástima y se ríe de la baja estatura de Diego Cadícamo. No le entra en la cabeza que un tipo tan flaquito y petiso hubiera podido estrangularla.
Cadícamo no lo hizo solo. Lo vi en la cárcel una vez y casi me muero. Es un petiso que no vale nada. Mi hermana sabía pelear, chabón. Yo le enseñé a defenderse. Nosotros nos vivíamos golpeando y ella sí que pegaba fuerte, eh.
Si no la mató Cadícamo, ¿quiénes mataron a Sandra?
No sé, chabón. Creo que había ADN de otras personas en el edificio y el fiscal se hizo el pelotudo. No entiendo nada de la causa, pero hubo otras personas, estoy seguro. Hay un dicho que lo tengo bien claro. Acá en la tierra todo lo que hacemos, lo pagamos. Dios se nos lleva a las personas más buenas, y bueno, estamos acá por algo, ¿no?
Rony hace dos años que vive en La Plata y dice que está bien: la ciudad le gusta y conoce mucha gente. Rony no se vino sólo por Sandra: extrañaba mucho a la madre y fue la vía de escape de un desengaño amoroso. En el brazo izquierdo tiene un tatuaje con el nombre de su hermana. Lo acaricia. Se lo hizo después de que a ella “le pasó eso”.
Sandra es una boluda. Yo le dije que no había necesidad de viajar a otro país. En Argentina no conocía a nadie, estaba solita. Era caprichosa. Se le ponía algo en la cabeza y hasta que no lo conseguía, no paraba.
Rony tenía 20 años. Era el 25 octubre del 2006 y un micro de la empresa Rápido estaba a punto de salir para Buenos Aires. Una chica bajita, coqueta, saludaba desde adentro. Era su hermana. La familia del novio le había dado todo lo que ella no hubiera podido conseguir por otros medios. El pasaje y el pasaporte, para cualquier migrante humilde, son un tesoro difícil de imaginar. Ella viajaba, según le juró a su madre, para estudiar medicina. Había rendido dos veces el examen de admisión en las universidades de Villareal y San Marcos sin haber alcanzado el límite de aprobación. El título de enfermera que ya poseía no era suficiente. Quería curar en serio, estar al frente de un consultorio, tener autoridad ante los pacientes. No hay como el guardapolvo blanco de un médico, les decía a todos.
Quédese tranquila, mamita. Si me va bien, se vienen vos y Rony a vivir conmigo. Si me va mal, vuelvo.
El hermano de Sandra es un pibe tremendamente inquieto: los lunes hace teatro popular, los martes organiza una olla popular en la plaza San Martín, los miércoles y los jueves coordina los talleres de baile en el club Villa Argüello y los viernes tiene clases de murga. A Rony le encanta hablar de los “tallercitos”: de sus clases de hip-hop y danzas típicas del altiplano a chicos de entre 8 y 12 años. Le cansa la militancia pero trabaja en una cooperativa del Frente Darío Santillán con una remera que dice “Yo trabajo sin patrón” y en ocasiones recorre los barrios como un político, hablándole a la gente sobre la historia del Frente.

A mediados del año pasado, fue a un cumpleaños de un amigo en una casa de Berisso. La fiesta terminó y Rony tomó un remisse junto a una compañera travesti. Al rato, el remisero llamó a la policía: en unos minutos un móvil los sacó del coche y los detuvo. Rony fue liberado y la chica quedó demorada por averiguación de antecedentes. Días después, la trampa se hizo pública. La averiguación nunca existió: había sido violada por un par de oficiales.
Son las tres de la tarde, es un domingo nublado y hay gente alrededor de un colegio privado. Unos pibes pintan un mural y hacen una radio abierta sobre la última dictadura militar. Rony fue a coordinar un taller de murga. En un momento, apareció Rosa Bru y dijo que un pibe de gorrita y morocho, para la policía, es sinónimo de delincuente. Rony rió bajito. Estoy al horno, dijo, y confesó al oído que está un poco incómodo, que se quiere ir, que es un colegio de gente de plata: un colegio de caretas. La cara cambió cuando dos pibes tomaron el micrófono y se pusieron a rapear. Les hacía coros, los aplaudía.
– Rapear es como liberar algo del cuerpo.
Rony se vuelve para Perú: la culpa es de la playa. En La Plata se siente activo, respetado, pero sin el mar la vida es aburrida. Nada le puede dar lo que siente tambaleándose sobre una tabla, desafiando la rompiente de las olas.
Esta es una ciudad linda, pero hay tipos malditos, eso no me gusta. Si yo hubiera estado antes, a mi hermana no le pasaba nada. Y si a mi vieja le llegan a faltar el respeto nomás, me vuelvo loco. Si la tocan a mi vieja, yo mato chabón. Mato, eh.

Tres tristes tigres

La madre de Sandra Ayala Gamboa es una señora menudita, pecosa, seria. Tiene cuarenta y pico, y llora mucho. Habla muy bajito, al borde del balbuceo. El barrio de Berisso donde vive, un vecindario de tierra que se recorta sobre los tanques de una empresa petroquímica, cuando llueve se convierte en un pantano. Un día resbaló y se rompió la rodilla. Nelly no tiene un trabajo estable y apenas se relaciona con los vecinos.
Hay dos Sandras en su cabeza. Una, la que ella conoció bien: la joven estudiosa, inteligente, simpática, la que desde chiquita se volvía loca cuando miraba a las doctoras. La otra, a la que cuesta imaginar, es la que se vino a la Argentina. La joven impulsiva, desapegada. Casi una extraña.

Nelly habla de Martín, el novio que Sandra tuvo antes de conocer a Augusto. La historia fue así. Martín y Sandra se conocieron en el cumple de quince de ella y salían hacía cinco años. Pero todo cambió cuando Martín, por mandato de su padre militar, entró al ejército. Martín se fue a un cuartel en Moquewa, un sitio lejísimos de Ancón. Se separaron: durante varios meses apenas si se hablaron por teléfono. En Moquewa vivía la madre de él y los fines de semana, como todo cadete, Martín aprovechaba los francos y salía a los boliches de la zona. En uno de esos días, Martín fue a tomarse un trago con un amigo. Estuvo unas horas en un bar y se le perdió el rastro. Lo que nadie hubiera pensado era que su novia, poco tiempo después, sería presa del mismo destino fatal. Nunca más se supo de él: estuvo desaparecido unos días hasta que un lugareño encontró su cuerpo cerca de un cerro. Lo habían asesinado salvajemente, a golpes. Era abril del 2006. Sandra se enteró y cayó en un pozo depresivo. Estuvo unos meses encerrada. Rony y Nelly no sabían qué hacer. A veces, somnolienta, respondía a los golpecitos en el vidrio de su cuarto, para que nadie se asustara. Sólo el estudio la conectaba con otro mundo: le quedaban pocas materias para recibirse de enfermera profesional.

Tras varias semanas, entre amigas y familiares la convencieron para que se pusiera linda y saliera a bailar. Fue con una amiga. Eran los primeros días de agosto y hacía mucho frío. El invierno, en la zona de Lima, dura hasta mediados de septiembre. Un 17 de ese mes, en 1985, nacía la chica que esa misma noche conocería el novio con el que dos meses más tarde viajaría a otro país. El chico, de nombre Augusto, era flaquito, ojos saltones y tenía unos años más que ella. Tenía mala fama y Rony, cuando se enteró, lo quiso cagar a trompadas y dejó de hablarle a su hermana por un tiempo. Augusto, en realidad, no vivía en Perú. Residía en Argentina y debía regresar en poco tiempo. Lo esperaban la madre, los hermanos y un trabajo de albañil. Ella se ilusionó: sabía que en ese país se podía estudiar gratis.
Sandra los reunió en un restaurant y les dijo que se iba. Así de simple. La chica que escuchaba Thalía y cocinaba arroz con pollo, la que hacía abdominales frente a todos, la de los cosméticos y los espejitos, esa misma, de golpe se inventaba otro destino en un país desconocido, sin trabajo a la vista y con un novio que apenas conocía. Hubo algo raro antes de la partida. Hubo algo raro en el crimen. Eso hay en la cabeza de Nelly: un río revuelto de sospechas. Habla de encubridores, de cómplices, de “los asesinos de mi hija”. Quizás por esa razón cambió de abogados más de una vez: la pista del violador serial que manejaron todos sus defensores nunca le cerró.
Dice que cuando llegó a La Plata para buscar a su hija, la pensión se mostró hostil y que Miguel Silva la amenazó de muerte. Con los familiares de Augusto ni se habla. Nelly es una mujer triste, cansada y a la vez tiene un carácter duro, difícil de tratar, capaz de increpar a aliados y enemigos con tal de pensar que nadie le da atención por la muerte de su hija.
Tengo muchas dudas. A mi hija le sacaron el documento y le robaron la plata que le mandé para que regresara a Perú, por eso salió a buscar un trabajo. En la pensión sufría maltratos. El pantalón de ella apareció hace poco en un tacho de basura cerca de Rentas.
¿Cómo fue eso?
Cuando encontraron a mi hija, estaba toda la ropa menos el pantalón. Y ahora lo encontró un hombre en la vereda del edificio. Estaba enrollado entre los residuos. Me parece muy misterioso todo eso, pero a los investigadores parece que no les llama la atención nada.
¿Apoya la investigación del fiscal?
El fiscal quiere cerrar la causa rápido, encerrar al violador y que el edificio vuelva a abrir las puertas. ¿De quiénes son los otros ADN que se encontraron en el lugar? Si no se investiga eso, yo pienso que el violador no actuó solo, que alguien lo ayudó a matar a mi hija.
Pero su abogado también piensa que fue Cadícamo…
Sí, ya sé, pero hay algo raro…

Los abogados de Nelly, Ernesto Martín y Pablo Oleaga, ponen la lupa en la llave de la casona. Creen que fue Cadícamo quien mató a Sandra, pero quieren saber si trabajaba en la obra del Archivo y develar cómo consiguió entrar con ella en una hora donde supuestamente no había nadie. La trama ocupa una buena parte de la causa. La obra finalizó el 7 de febrero. Entre el 14 y el 15, hubo un problema eléctrico en una de las fases. El 17 de febrero, un día después del crimen, el arquitecto Alberto Lucio Castillo y el maestro mayor de obras Luis Batteria ingresaron hasta planta alta y comprobaron el problema eléctrico. Batteria fue hasta los baños y vio una bombacha sucia. Estos albañiles se la pasan de joda, le dijo a su compañero. El 18 de febrero el electricista Luis Vega entró a la casona y constató que el problema eléctrico venía de afuera, de la conexión de Edelap. Battería, Castillo y Vega, aparentemente no se cruzaron nunca. El 21 febrero, el técnico Horacio Alfonsin entró con un herrero a resolver un problema con los aires acondicionados. Fue por la planta baja hasta un patio interno, y desde allí vio un revuelo de moscas en el piso de arriba. Le ganó la curiosidad e intentó subir por las escaleras, pero un olor a podrido lo volteó y se retiró de la casona. Lo comunicó a un empleado de intendencia, al otro día fueron juntos a la puerta y extrañamente no olieron nada. Lo que sospechan los abogados es que alguno de estos hombres vio el cuerpo y miró hacia el costado. Esa sería la hipótesis del encubrimiento, agravada por tratarse de un edificio del estado.

Cuando sonríe, el rostro de Nelly, invadido por ojeras, saca el mejor brillo. Porque, detrás de su malestar cotidiano, hay una mujer muy joven, aguerrida, atractiva. Los dolores de cabeza y estómagos le son frecuentes: dos por tres se come las colas de los hospitales y deambula por consultorios públicos. De la cartera saca un pequeño álbum de fotos. Aparece Sandra, chiquitita entre hombres, aplicando una vacuna a un paciente en el día de graduación, con el diploma de enfermera en la mano. La cara redonda, el rostro simpático y el guardapolvo blanco, infaltable, pegado al cuerpo. Era uno de los doce que tenía: a cada manchón o pequeña rajadura, se compraba uno nuevo. Sandra vendiendo ropa en una feria. Sandra soplando las velitas en un cumpleaños. Y Nelly a su lado, aplaudiendo.
La tuvo a Sandra a los 17 y tres años después se separaría del marido. Un tema la relación con él: estuvieron años sin hablarse y apenas si se veían por intermedio de los hijos. Desde el crimen, todo cambió: volvieron a tratarse y ahora hablan seguido por teléfono. Su ex marido nunca viajó a La Plata. Dicen que el dolor lo apagó, le quitó fuerzas para vivir: tenía locura por su hija, con la que, a diferencia de Rony, los unía una excelente relación. Los restos de Sandra están en Cantogrande, su pueblo. Él se hizo cargo de los gastos del cementerio. Los vecinos que lo conocen afirman que es capaz de quedarse todo un día sentado en un banco cerca del féretro, cruzado de piernas y en silencio.
Sandra entró antes que los demás a primer grado y terminó la secundaria a los quince con las mejores notas. Fue una enfermera precoz. Curaba a los vecinos, y cuando Nelly o Ronnie caían en cama por alguna gripe, allí estaba Sandra con los pañuelitos mojados, lista para bajar la fiebre colocándolos en la frente, de a uno por vez. Le gustaba tratar a los niños y a los abuelitos, como los llamaba. Ya estudiando enfermería, con una beca conseguida después de que el instituto la rechazara por ser menor y por su baja de estatura, pensaba fundar algún día un consultorio dedicado a ellos. El día del niño los peinaba, le regalaba cosas y Nelly se enojaba porque la plata en la casa no sobraba.
El dinero es un factor complejo. En la causa, Nelly dice que le mandaba entre 100 y 200 dólares por mes a su hija y que, la semana previa del crimen, le envío 200 dólares para que Sandra regresara. Había unos parientes en Retiro. Sandra, por teléfono, contó que el 14 de febrero, tres días antes de morir, se iría para allá. Los parientes luego declararon: habíamos quedado para encontrarnos el sábado 18 en la terminal de Retiro, pero ella no fue.
Los tres tristes tigres. Era el nombre del trío: la madre y los dos hijos. Una suerte de alianza que Sandra quebraba a cada rato: se la pasaba fuera de casa, entre los vecinos, trabajando como enfermera en una clínica privada, haciendo negocios. Hubo un momento en que el mundo se la arrancó de cuajo. Fue cuando Sandra empezó a ir como voluntaria a La Posta, el nombre que tienen las salitas de salud en Perú. Los médicos la venían a buscar con la ambulancia y cuando veía la luz de la sirena, Nelly se ponía nerviosa y salía a la calle. Quería discutir con ellos, no se podía controlar.
¿Qué les decía?
Rogaba que la trataran bien, que no la dejaran venirse sola a casa. Sandra miraba hacia otro lado, le daba vergüenza. Soy grande, decía. Ay mamá, cuando uno sabe uno tiene que ayudar, no sea mezquina, voy y ahora vuelvo. Eso me decía.

La Pantera Rosa

Son las once del mediodía. La voz gruesa, de locutor, se amplifica entre las mesas. Miguel Maldonado levanta la mano y pide un cortado. Las mozas, rubias y jóvenes, le sonríen. El hombre que alguna vez se candidateó como senador provincial por el “lavagnismo peronista” es el perito forense y psiquiátrico del caso de Ayala Gamboa. Es un hombre apurado: el reloj enorme que asoma sobre la muñeca derecha canta tic tac, tic tac, y él no puede dejar de mirarlo.
¿Qué tipo de violador es Cadícamo?
Cadícamo es muy primitivo: un violador de manual. Un mismo modus operandi y un patrón de conducta que se explica por su cuento de la búsqueda de una niñera para que cuide a las hijas. A algunas víctimas las montaba en bici y las llevaba hasta el lugar en el que se las violaba. El perfil de víctima es clarísimo: chicas con rasgos que son propios del altiplano, morochitas, pelo lacio, bajitas.
En casi todos los casos, violó y dejó ir a las mujeres. ¿Qué pasó con Sandra?
Cuando participé en la autopsia, nos quedaron algunas dudas si había sido violada, porque el cuerpo estaba en avanzado estado de putrefacción. Pasaron muchos días, y a veces se desdibujan los signos que en un cadáver reciente, de 24 ó 48 horas, son más fáciles de identificar. A Sandra la mató porque ella se resistió tenazmente. Era un tipo brutal, violento en extremo cuando no podía dominar a su víctima.
El psiquiatra saluda a todo el mundo. El bar es un panteón griego y lo pueblan abogados, fiscales, contadores y políticos. Todos saben quién es Maldonado. La pelada, las arrugas en la frente, la mirada grave, el pelo blanco. Un médico legista que escribe una columna semanal en un diario platense, dicta conferencias sobre delitos sexuales, y es titular de una cátedra en la facultad de Medicina. Sandra se resistió tenazmente. Las palabras se repiten, como un eco. Hay carne en sus uñas: es la propia carne de ella, que peleó para que no le sacaran la remera y la estrangularan.
¿Qué tipo de pena pediría para Cadícamo?
Debería dársele la perpetua, en un instituto especial, con severísimas normas disciplinarias y trabajo obligatorio. Es la única forma de canalizar la pulsión que tiene por la violencia. Es un ser sumamente agresivo. Cadícamo ya hizo un par de parodias, él se declara inocente y dice que todo es una trampa que le está haciendo un hermano. Los violadores como él tienen desórdenes de personalidad, no son enfermos mentales, y por ahora son individuos de nula reinserción social. No sirve que le den diez o veinte años, lamentablemente no se pueden mejorar porque además, en las cárceles, no hay tratamiento adecuado para ellos. Son irrecuperables.
Nacido en la provincia de Buenos Aires y criado en Misiones, con un corte en la cabeza que algunos creen fruto de un hachazo de su madre al grito de “vas a ser mujeriego como tu padre”, Cadícamo, de 33 años, maestro mayor de obras y un cuerpo tan diminuto como infantil, tiene cinco hijos. Camina como la Pantera Rosa. Eso dijeron la mayoría de sus víctimas cuando debieron resaltar algún rasgo físico. No era casual: si algo compartieron con él, más que el tiempo de los abusos, fueron los largos recorridos hasta los sitios de violación.

Cadícamo llevaba una vida desordenada. Había tenido un par de novias y casi todas ellas hablaban de él con desprecio: era un tipo de poco esfuerzo, habituado a pasar el día tirado en el sillón, haciendo zapping y fumando un cigarrillo tras otro. Algunas lo veían como un niño deprimido, tan refugiado en su propio vacío, que salía por alguna diversión para después retornar a la rutina de la dejadez. Otras pensaban que era un tipo raro, incluso astuto, y más de una vez lo habían descubierto en la oscuridad, ofreciendo a ciertas personas los manojos de llaves de obras en construcción.
El perito está contento. No se captura a un violador serial todos los días: de cada cuatro casos de violación sólo se denuncia uno y los equipos de investigación criminal no están capacitados para estudiar la psicología de los violadores. Hay pistas en el camino y están las huellas: el área geográfica en la que se mueven y los modus operandi que utilizan. Maldonado dice que nuestro país no tiene la logística para establecer una vigilancia sobre los acosadores. Cadícamo se movía en su área de confort, en especial las obras en construcción y los edificios abandonados.

A plena luz del día, despreocupado, Miguel Maldonado sale hacia la calle, la mirada en el reloj, los dedos en el celular. Entre el hormigueo de gente, donde miles de ojos nunca se chocan, es una sombra más que se pierde en el murmullo de la ciudad.

Todas somos Sandra

Dos mujeres se abrazan en la entrada de un bar y cuando parecieran despedirse, giran, abren la puerta y entran sonriendo. Primero Nelly y después una mujer canosa, cuarentona, de rasgos andinos. Nadie la había citado y sin embargo se sienta, cruza las piernas y estira la mano.
Soy Isabel Burgos, soy psicóloga, soy feminista – dice, con una sonrisa de lado, la boca ancha, las manos curtidas.
Es la coordinadora de la Asamblea por Sandra, un espacio que ganó fuerza en las primeras marchas aunque con los años se desgastó, muchas se fueron, otras se pelearon y hoy está en terapia intensiva, aunque Isabel sigue firme con el caso: la acaban de designar perita de parte de Cadícamo y la emoción brota de sus ojos cansados. Hay una escena, dice, que lo explica todo. En una de las pericias psicológicas, el violador recordó su infancia y narró los días de pesca en Misiones. Habló de pesca pero también de caza. Cazaba helicópteros y mariposas con una red. A ninguno de los bichos los mataba. Pero a las libélulas las ataba con un hilo, en fila, usándolas luego como carnada. Cadícamo les decía eso a sus novias, en La Plata, cuando salía por las tardes y regresaba a cualquier hora: que se iba de pesca.
El perito Maldonado cree que Cadícamo tiene desórdenes de personalidad pero no estoy de acuerdo. Más bien, tiene una personalidad dominante, perversa, y si bien es un fabulador extraordinario y se crea ficciones todo el tiempo, creemos que tiene intacto el principio de realidad y es totalmente consciente de lo que hizo.
Isabel se está por mudar de casa y esboza una mueca de nostalgia: perdió a su gato, que salió un día y no volvió más. Se acomoda el pelo, abre los ojos y convida un mate. Ando a mil, dice. Chilena, divorciada, madre de dos hijos, se dedica a trabajar con las mujeres víctimas de violencia. Una noche, el ex marido de una de ellas la estaba esperando al pie de un árbol, en la vereda de su casa. Isabel le pegó un grito, amenazándolo con que iba a llamar a la policía, y el tipo se escapó corriendo.
Estoy acostumbrada a que pasen esas cosas. A esos tipos hay que asustarlos un poco y se dejan de hacer los machitos. El problema es que a las mujeres golpeadas hay que acompañarlas a todos lados, porque nadie les da pelota. Son muy vulnerables, presas fáciles de cualquier agresión.
¿Qué creés que pasó con Sandra?
Un femicidio. Creo que Diego Cadícamo la violó pero que hubo otras personas en la escena del crimen. Él no la mató solo. Está la policía, está la gente del ministerio. No existe un único culpable. Hay responsabilidades políticas y una trama de complicidad encubierta.
¿Y quiénes fueron, entonces?
Estoy convencida que detrás del crimen de Sandra hay una mafia. Hay muchos puntos oscuros.

La feminista dice que la causa “se empiojó”: en los tres años que estuvo en manos del fiscal Morán, engordando en doce cuerpos, se llegó a pensar en hipótesis casi disparatadas, desde una asfixia por “juego sexual” hasta un posible caso de trata de personas. En el medio, se investigó a un montón de gente, entre las que estaba Cadícamo. Hay distintas versiones sobre el cambio de fiscalía. Unos dicen que el cambio fue impulsado por los abogados de Nelly Gamboa porque corría riesgo de ser archivada. Otros aseguran que el traspaso fue en unas vacaciones de Morán. Burgos apoya a Cartasegna pero se pregunta por las huellas encontradas en la cercanía del cuerpo. Y agrega otras cosas. Dice que, según una ex mujer, Cadícamo tiene mucha plata en una cuenta bancaria. Está la empresa Surcos, donde supuestamente trabajó, asociada a los fertilizantes químicos, al negocio oscuro de la soja y a los cabarets pueblerinos. Hay un accidente y un crimen ocurridos meses después del crimen. El accidente: el de un abogado de derechos humanos relacionado a la investigación. El crimen: el de un representante de una banda legendaria de música peruana que apareció nombrado en la causa como un viejo conocedor de la pensión en la que vivía Sandra.

Los ventanales están abiertos de par en par: son tan amplios que cualquier persona podría dar un salto y chocarse con un sillón, una biblioteca con libros de psicología y los juguetes de los niños. Isabel pone música clásica en la computadora y se disculpa: los parlantes son malos y la melodía suena distorsionada. Es una rutina: llega del trabajo, la casa es un caos, y la sinfónica acompaña la danza del cigarrillo, uno tras otro. Isabel sigue con los puntos oscuros. Hay viejas militantes feministas que me aconsejan que no siga investigando más. Tengo miedo por mi familia, dice. Humo, humo, y la cabeza hundida entre los hombros.
¿Creés que el violador entró así nomás a un edificio estatal, subió a un primer piso con Sandra sin que a nadie le llamara la atención, se la violó, luego la mató y salió por la puerta como si no hubiera pasado nada? ¡Es un edificio público!! Por favor, por favor…
Isabel apunta a la pensión. Augusto declaró en la causa: “Sandra no iba sola a ninguna lado”. Hubo varios episodios de violencia. Un mes antes de su muerte, Sandra estuvo en la Comisaría 1ma denunciando que la suegra, la cuñada y el novio la agredían tanto física como verbalmente. Que la hacían trabajar en un geriátrico por poco dinero y ella iba con desgano. El 3 de febrero, la oficial Lorena Calderón fue a la pensión y vio una pelea familiar. Sandra le dijo que se había peleado con el novio porque estaba borracho y la familia, defendiéndolo, la atacó. Calderón describió a Sandra: “se la veía desesperada por irse de ahí”. El 10 de febrero, la oficial Cecilia Pinha estaba en una rutina de vigilancia cuando vio a una pareja discutiendo en la puerta de la pensión. Eran Sandra y Augusto. Una vez más, Sandra dijo que el novio la tenía cansada por sus borracheras y agregó dos cosas más. Primero, que en la pensión le habían quitado su documento. Segundo, que tenía pensado volver a Perú el 22 de febrero. O sea: cinco días después que la mataran.
Ahora se quiere apurar la causa para poder reabrir el edificio público, cuando, para nosotras, es un símbolo de los femicidios que hay en la ciudad. Quieren destruir la intervención cultural y política que representa la fachada. ¿No es raro?

Arriba, abajo, encima del archivo de Economía (hoy propiedad de Rentas), hay carteles, flores, cartas y velas. La pared está completamente pintada de rojo. El rostro de Sandra, gigante, ocupa el centro. La casona, cerrada desde el crimen, luce abandonada, hay un balcón roído por la humedad y tres ventanales cerrados. A lo largo de toda la cuadra, una serie de graffitis, stencils y banderas, rezan Todas somos Sandra.

Fotos: Página 12, diario Hoy, mujeresdelfrente.bolgspot y mansalocura.blogspot

 

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