Rodolfo Palacios
para Cosecha Roja

Cuando lo exhibieron como un trofeo valioso, los sabuesos de Dirección de Operaciones contra el Crimen Organizado se frotaban las manos. El hombre que tenían esposado aparecía como un peso pesado del hampa. Capaz de robar un blindado en diez minutos para la superbanda del Gordo Valor o de coleccionar cicatrices en el motín de la cárcel de Sierra Chica, ocurrido en la Semana Santa de 1996. Allí, un grupo criminal conocido como “Los Doce Apóstoles” mató a siete presos, tomó 17 rehenes, entre ellos a una jueza, y rellenó empandas con carne humana, mientras alguno de ellos intentaba patear la cabeza de un muerto como si se tratara de una pelota de fútbol. Para colmo, el detenido tenía un alias novelesco: “Corazón”. Era una historia que ningún medio querría perderse. Eso pensaron los policías a cargo del operativo, que suelen agudizar el ingenio para que las noticias que generan sean atractivas. Actúan como policías y a veces piensan como editores de diarios y jefe de noticias.

Pero algo falló. Leonardo Osvaldo Petri, de 40 años, nunca estuvo en la superbanda de Valor ni en “Los doce apóstoles”. Los cabecillas de esas dos bandas emblemáticas de la historia policial argentina no lo conocen. Ni siquiera se lo cruzaron en los pabellones o en las calles calientes del delito.

“A este muchacho no lo tengo ni por foto. Y eso que tengo buena memoria”, jura el Gordo Luis Alberto Valor, ex líder de la superbanda. Habla con Cosecha Roja desde la cárcel de Campana, donde está detenido después de que lo acusaran de robar en 2009 un country de Pablo Nogués.

Uno de los cabecillas de los Doce Apóstoles, Jorge Alberto Pedraza, que purga condena en Chubut, negó que Petri haya sido su compañero. “No sé quién es. Quizá estuvo detenido en Sierra cuando pasó todo, pero no lo conozco. Una de dos: o le metieron la chapa encima para agrandar la detención o el tipo se hizo el pesado”, dijo Pedraza, que fue condenado a perpetua.

La Policía Bonaerense tampoco pudo dar una explicación. “Tenemos entendido que estuvo en el motín y que fue integrante de la superbanda”, dijo una fuente de la comisaría primera de Azul, cuyos hombres participaron de los allanamientos. Una fuente de la Dirección de Operaciones contra el Crimen Organizado, que depende de la Superintendencia de Investigaciones de Delitos Complejos, tampoco aportó precisiones. “Esa información la manejaban en Azul y en Olavarría. Consulten al fiscal de Lomas de Zamora Javier Gramajo, que encabeza la investigación”, dijo un comisario. El fiscal no atendió los llamados.

Petri fue detenido en un aguantadero de Azul con una pistola Thunder, con numeración limada, una escopeta doble caño 12.70, chalecos antibala, camperas de distintas agencias de seguridad privada, una camioneta Renault Trafic y otra Renault Express. Está acusado de liderar una banda de piratas del asfalto que robaba camionetas de transporte de cigarrillos en Azul, Olavarría y La Matanza. En uno de los siete allanamientos se secuestró mercadería robada a Nobleza Piccardo. También hubo otros tres detenidos: uno de ellos, según informó la Policía, estaba prófugo por haber cometido dos homicidios en Tucumán.

El motín de Sierra Chica fue uno de los casos más impactantes de la criminología argentina. Los acusados fueron juzgados en una especie de jaula instalada en la cárcel de Melchor Romero, en medio de un juicio a distancia: una especie de “telejuicio”. Entre los rehenes de la toma, que duró ocho días, estuvo la jueza de Azul María de las Mercedes Malere y su secretario Héctor Torrens.

El guardiacárcel Jorge Krolling, uno de los rehenes de los Apóstoles, tampoco sabe quién es “Corazón” Petri: “Capaz que le dicen así por un tatuaje, pero en el motín no estuvo. Me acuerdo de todos. Hasta puedo decir que lo de las empandas fue cierto. A un colega le dijeron: ‘¿Te gustó la empanada? Te acabás de comer a un chorro´”.

Esa manía de poner cartel

El ex lugarteniente del Gordo Valor, La Garza Hugo Sosa Aguirre, está en libertad desde 2006. Desde entonces tuvo problemas con la policía: muchos delincuentes, al ser detenidos o cuando entran en las cárceles bonaerenses “chapean” con su leyenda. “Yo laburaba con La Garza Sosa”, dijo un ladrón que cayó en Río Negro hace dos años por robo de ganado. Sólo lo había visto por televisión.

“A mi me pusieron más carteles que un teatro de revista. Siempre sos el más buscado, el más peligroso, el enemigo público número uno, el peor de todos. Es culpa de la cana y también de la prensa que compra el paquete con moño y todo”, le dice La Garza a Cosecha Roja. A Petri, aclara, tampoco lo conoce.

La de empapelar perejiles, convertirlos en leyendas del hampa o inventar mitos criminales, es una vieja costumbre de la Policía Bonaerense. Uno de los casos más escandalosos es el del loco de la ruta, el supuesto asesino serial que entre 1996 y 1998 descuartizaba prostitutas en Mar del Plata. La policía marplatense creó la División Homicidios Seriales, que en rigor no era más que un cartelito escrito a mano y pegado con cinta en la puerta de madera de uno de los despachos del Complejo Vucetich de esa ciudad.

Pero no existía ningún Jack el destripador criollo. Los detectives habían inventado un asesino para cubrir una organización criminal que se dedicaba al narcotráfico y a la trata. Había policías implicados. El caso sigue impune.
Históricamente, varias leyendas del crimen desfilaron por la galería de Enemigos públicos número 1: el Loco Prieto, El Pibe Cabeza, el Pichón Laginestra, Jorge Villarino, el Gordo Valor, entre otros.

De aquellos delincuentes que robaban blindados queda poco. La superbanda fue desintegrada en 1994, después del robo frustrado a un blindado en La Reja. “Robábamos seis blindados por mes”, confesó Valor. Muchos de sus miembros fueron detenidos por cometer otros delitos cuando fueron liberados. Rubén Alberto de la Torre, que integró la banda cuando el líder era el Pedro Tato Ruiz, asesinado por bonaerenses, cayó en 2006 por el asalto al banco Río de Acassuso, donde el 13 de enero de ese año huyó con seis cómplices después de vaciar las cajas de seguridad mientras simulaban una toma de rehenes.

En cambio, Daniel El Pelado Hidalgo, otro ex superbanda, se escapó hace dos años cuando cumplía arresto domiciliario en su casa, donde cuidaba a su pequeña hija Marilyn. Lo detuvieron tiempo después En San Miguel del Monte, acusado de matar a sangre fría a un chapista durante un robo.

“A este muchacho Petri lo empapelaron”. El que lo dice convencido es Sergio Retamal, presidente de Pedidos del Silencio, una Ong que busca contener a los presos que quieren reinsertarse en la sociedad. Por su tarea conoció a Marcelo Brandán Juárez, el líder del motín de Sierra Chica, a Daniel Hidalgo y a Juan “El chaqueño” Monzón, que ahora trabaja en una carbonería. “Conozco a gente de la superbanda y de Los Doce Apóstoles. Nadie tiene ni idea de quién es Petri. Esto lo armó la cana de acá a la china. No es lo mismo decir que cayó un Don nadie a decir: detuvieron a miembro de una banda famosa”, analiza Retamal.

La suerte de los apóstoles fue dispar. Muchos de ellos salieron en libertad pero fueron detenidos otra vez. Ariel “El gitano” Acuña, que participó del motín, dijo en una entrevista para el programa televisivo Cárceles, que emitía Telefe, que vendía quesos a domicilio. Hace poco más de dos años cayó en Hurlingham luego de amenazar con apuñalar a sus familiares. La policía lo baleó en una pierna y lo detuvo.

“Quiero volver a ser un hombre honesto y libro”, le decía Marcelo Brandán Juárez, alias Popó, a Sergio Retamal, quien lo visitaba en la cárcel. Allí el ex jefe de los Apóstoles estudiaba informática. “Me costó que me dejaran estudiar. Me hacen la vida imposible por portación de apellido. A mi mujer, cada vez que me visitaba, le pegaban”, escribió de puño y letra en una carta que le mandó a Pedidos del Silencio. Tiempo después, por su buen comportamiento logró la libertad condicional. Pero el 28 de enero de 2011 volvió a caer en manos policiales después de un raid delictivo que protagonizó con un cómplice. Lo detuvieron con una pistola ametralladora Halcón con cargador con capacidad para 38 proyectiles y una pistola marca Bersa calibre 9 milímetros con cinco cargadores.

Hasta ahora, el único ex apóstol que no volvió a pisar la cárcel es Juan José Murgia Canteros. Fue el preso que le dio el último facazo a Agapito Lencinas, el líder de la banda rival. Ahora maneja un remís en La Plata. “Soy feliz lejos del bardo. No vuelvo más a la tumba”, dice sonriente. No le quedó ni un centavo de sus robos. Una vez salió en libertad y fue en busca del tesoro que había enterrado en un campo. Pero se llevó una mala sorpresa: había australes en plena época del peso. Los tiempos cambian.

Todos ellos mantienen algo en común: hasta que lo vieron en los diarios, no sabían de la existencia del hombre llamado Corazón.