Por Fernando de Dios/Juan José Dalton – Revisa Contrapunto.-

Raúl Mijango dejó hace años la vida pública para concentrarse en su negocio de venta de gas propano. De coordinador general adjunto del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y después fundador del Frente Democrático Revolucionario (FDR) pasó a ser un vendedor de tambos de gas que incluso estuvo detenido por contrabando, algo que él siempre negó y que nunca se comprobó.

Hoy está nuevamente en la palestra porque junto al arzobispo castrense, Fabio Colindres, lleva a cabo un proceso de mediación entre las dos principales pandillas del país, la Mara Salvatrucha (MS) y el Barrio 18, que ha producido una tregua entre ambas y desde el 9 de marzo una drástica reducción de los homicidios.

Ese proceso plantea muchos interrogantes. Más allá  de si hay o no una negociación entre el gobierno y las pandillas con la mediación de Mijango y Colindres, algo que niegan categóricamente todas las partes, la duda surge en torno a la solidez de esa tregua entre las maras y en los pasos que se pueden dar en el futuro para que además de los homicidios se reduzcan otros delitos, principalmente las extorsiones.

Mijango apela al optimismo, a un cambio de lógica que abandone las dudas y la incredulidad, para que la sociedad salvadoreña no se quede inactiva ante un fenómeno que puede resolver el problema más acuciante que tiene.

Su discurso está dirigido a defender la solidez del compromiso que han adquirido los líderes de las pandillas, personas con trayectorias delictivas que solo pueden calificarse de espeluznantes.

El ex comandante guerrillero afirma que son “gente de palabra”, que una vez la comprometen la defienden incluso con la vida, y que eso es lo que a él y a monseñor Colindres les hace confiar en ellos.

En cuanto al punto central de este asunto, es decir, cómo conseguir que las pandillas abandonen, si es que realmente quieren hacerlo, una actividad delictiva que les sirve para ganarse la vida y mantener a sus familias, Mijango afirma que realmente los líderes de las clicas viven en condiciones de pobreza fácilmente alcanzables con un trabajo honrado.

De hecho, llega a afirmar que en su opinión este proceso es “irreversible”, pues es algo con lo que todo el mundo gana; los pandilleros, sus familias, el Estado y la sociedad.

Son muchas las cosas que explica en esta entrevista, pero en el fondo su mensaje está centrado en buscar un cambio de mentalidad que incluye una concepción diferente de los pandilleros, para provocar que la sociedad y el Estado salvadoreños hagan los movimientos necesarios para aprovechar lo que él considera una oportunidad histórica.

¿Cómo entra usted en este proceso de mediación entre las pandillas?

Yo he sido un político preocupado por los problemas del país desde el año pasado, cuando el ministro de la Defensa (entonces David Munguía Payés) me llama y me pide que le apoye en su trabajo. Yo empiezo a intercambiar con él algunas preocupaciones que tengo en relación con la concepción con la cual se está intentando enfrentar el fenómeno de la criminalidad y la delincuencia. Partiendo de que hay una concepción que hace énfasis extremadamente en el tema de la represión, que se expresa en las políticas públicas de la Mano Dura, la Súper Mano Dura, etcétera, que en sus resultados concretos estaba mostrando que no sólo no era efectiva, sino que por el contrario estaba provocando un incremento del fenómeno. Eso va motivando la reflexión en el sentido de considerar que si eso no funciona, qué es lo que hay que hacer.

En esa dirección comenzamos a intercambiar ideas, pero obviamente esas ideas no trascendían porque la función del ministro de la Defensa, si bien es cierto él era parte del Gabinete de Seguridad del gobierno, en ese espacio su poder de incidencia era muy limitado, porque precisamente en la mayoría de miembros del gabinete pesaba la búsqueda de la continuidad de la concepción que se tenía de cómo enfrentar el fenómeno.

Cuando el ministro pasa para la cartera de Seguridad Pública, yo me quedo en Defensa, manteniendo siempre la misma preocupación, y en ese espacio se empiezan a producir algunos hechos. Primero hay que decir que el apoyo que yo le daba al ministro de la Defensa era un apoyo de medio tiempo, yo tenía mi propio negocio de distribución de gas propano en un área del Gran San Salvador, y por la situación que el país vive, sobre todo los que tienen o teníamos negocios de distribución de productos de consumo básico a domicilio, uno se enfrentaba con el fenómeno de que si tú no eras capaz de provocar entendimiento con las pandillas que dominan cada uno de esos sectores, a ti se te vuelve muy difícil cumplir tu trabajo.

Eso nos permite tener primeros acercamientos con los jefes de las clicas, tanto de la MS como de la 18, que tenían control de esas zonas. Hicimos negociaciones con ellos, nos identificamos, porque ellos tienen formas de cómo establecer las contribuciones que quieren que el empresario les dé, y en muchos casos no entienden el hecho de que la actividad productiva que tú generas no te da esos márgenes de ganancia como para poder cubrir esos requerimientos. Eso me permite en un primer momento conocerlos, tener una relación casi a diario con ellos.

Por el otro lado yo empiezo a recibir mensajes de los internos, principalmente del penal de Zacatecoluca, que han ido llegando a la conclusión que yo puedo ser una persona que les puede ayudar a facilitar un diálogo que ellos tienen en proceso. Quien les recomienda a ellos que yo puedo ser una persona que les puedo ayudar a facilitar ese proceso fue Mario Belloso, que aparte de las causas por las que fue capturado y procesado, yo le conocí durante el periodo en el que él era militante del FMLN. Yo era el coordinador general adjunto del Frente y él era concejal del municipio de Ciudad Delgado. Entonces él me conocía, hizo algunas buenas referencias mías y además a ese centro habían llegado algunos ejemplares de tres obras que yo he escrito.

Con esas referencias ellos llegan a la conclusión que yo les puedo ayudar, sobre todo porque tienen información que yo ya no milito en ningún partido político.

Con esos elementos, comunico al general Munguía Payés, que ya es ministro de Seguridad Pública, que tengo esas solicitudes, y él me coincide, diciéndome que también ha tenido información de monseñor Colindres, que ha estado recibiendo familias de internos en las cárceles que le piden que abogue por ellos, en el entendido que él es el capellán castrense y policial. También monseñor Colindres confirma después que ha recibido solicitudes de familiares de soldados y policías fallecidos que le piden que no se sigan generando más muertes en las unidades de la policía y del Ejército.

A partir de esa coincidencia, se dice, bueno, ¿por qué no hacen una labor conjunta? Y de ahí surge la idea de crear una figura que combina a la Iglesia Católica y la sociedad civil, en el entendido de que yo no tengo ningún compromiso partidario. Y el ministro, a solicitud nuestra, crea las facilidades para que nosotros podamos tener comunicación directa con los privados de libertad que están ubicados en el centro penitenciario de Zacatecoluca. Ahí inicia el proceso, estoy hablando del mes de enero.

Cuando usted recibe ese llamado, ¿hasta qué punto había ya un acercamiento entre los líderes de las dos pandillas?

Entre ambas pandillas no había acercamiento, pero sí había reflexiones internas, sobre todo porque están conscientes que la situación a la que han evolucionado no tiene nada que ver con sus orígenes, que en alguna medida el conflicto les ha obligado a ir evolucionando y ellos arriban al concepto de que El Salvador está  viviendo una nueva guerra. Y ante la perspectiva que el gobierno incremente su capacidad para combatirlos, ellos entran en la lógica de que tienen dos opciones; o se preparan para enfrentar la acción del Estado o buscan otras alternativas. Y ellos nos confiesan que están ávidos de tener la oportunidad que se abre a partir de la llegada nuestra con monseñor. Porque si bien es cierto que en periodos anteriores ellos habían tenido visitas de otro tipo, en las que habían participado diputados, algunos funcionarios de gobierno que habían intentado algún tipo de negociación con ellos, salieron muy frustrados de esas experiencias porque todos los que habían llegado lo habían hecho a tratar de utilizarlos, llegando a extremos tales como pedirles que los privados de libertad incentivaran a sus familias para que votaran a favor de un determinado partido a cambio de algunas facilidades en el sistema penitenciario. Ellos lo dicen con mucho resentimiento, que hicieron lo que les pidieron, pero la parte gubernamental en lugar de cumplirles les incrementó la cantidad de medidas coercitivas con las que estaban en los centros penitenciarios.

Entonces, hay en ellos un rechazo a hablar con funcionarios de gobierno y con gente que esté involucrada en la dinámica político partidaria del país.

También, que aparezca la Iglesia Católica, que tiene una trayectoria de resolución de problemas muy graves en el país, a ellos les da confianza. Y el hecho de que aparezca alguien, que si bien es cierto que viene de la sociedad civil, pero que también tiene experiencia política, en la resolución de conflictos, también les da confianza en el sentido que pueden estar hablando con alguien en quien ellos pueden confiar.

Habla usted de confianza, pero ¿qué confianza les dan ellos a ustedes, qué les decide a ustedes a confiar en personas que dirigen organizaciones criminales que han provocado la muerte de miles de personas en este país?

En la medida que los vas conociendo y conoces los códigos de conducta que rigen su organización, encuentras que para ellos hay algo valiosísimo, más que cualquier cosa, que es el valor de su palabra. Esta es gente de palabra, esta gente si se compromete a algo te lo cumple. Eso fue factor de garantía para nosotros, en el sentido de que estás hablando con personas que, al margen que ellos puedan tener todo un record delictivo, también tienen como corporación un código que a ellos les establece que cuando comprometen la palabra, esa palabra se defiende hasta con la vida, dicen ellos. Eso te permite saber que estás hablando con gente que si asume un compromiso te va a cumplir.

Ahora, que se generen dudas alrededor de si esto se va a caer, yo prefiero no caminar por el camino de la incertidumbre, de la duda, del pesimismo; todo lo contrario, yo creo que para que haya frutos positivos hay que caminar con una visión diferente.

Y me estimulan a mí dos cosas en este proceso; una que hemos encontrado una gran receptividad y una gran voluntad por parte ellos de querer contribuir a la solución del grave problema que el país tiene; y afortunadamente hemos encontrado también una actitud muy receptiva por parte de las autoridades. Eso es muy importante porque te permite tener una interlocución que no es diálogo de sordos, sino todo lo contrario.

Siempre se ha dicho de las pandillas que ellos no le tienen nada de estima a la vida, que por eso ha habido tantos muertos. Por otra parte, por mucho tiempo estas personas han estado extorsionando y ganando mucho dinero. Entonces, ¿cómo es posible que con ese desprecio por la vida y también con ese cúmulo de ganancias que les genera su delito hayan cambiado tan rápidamente?

Hay varias cosas que hay que aclarar. Ellos desarrollan una actividad delictiva que les genera ingresos importantes, pero cuando tú los conoces en su interioridad, te vas a dar cuenta de un fenómeno: aquí no hay Chapos Guzmanes, aquí no hay Pablos Escobar, porque estás hablando de un fenómeno más social. Cuando visitas a la familia del que lleva la palabra, el que es el jefe de la clica, o el corredor de programa que ellos le llaman, que es la cabeza de un área específica, te das cuenta que son gente que viven en condiciones de pobreza, en zonas de mucha pobreza.

En la medida que hemos tenido confianza con ellos yo les he preguntado, bueno, ¿y todo ese pisto que consiguen? Y me dicen, te va dar risa, todo ese pisto en su mayor parte se lo llevan los que dicen que son defensores de la ley, porque de lo que conseguimos la mayor parte es para pagar a abogados que defienden a todos los que tenemos procesados; lo invertimos en mordidas que le damos al fiscal, al juez, para tratar de conseguir una resolución favorable; y lo que a nosotros nos queda es lo mínimo que permite garantizar la sobrevivencia nuestra. Y tú cuando vas lo corroboras, porque no viven ni en condiciones ni de clase media baja.

Ese es un estigma que creo que es importante ir disolviendo, porque diera la impresión, si no se estudia el fenómeno a fondo, de que aquí estás hablando de un fenómeno a la americana, y no es así.

Por el otro lado, el que ellos no le den tanto valor a la vida tiene que ver con algo. Quien ha sido combatiente sabe que cuando un ser humano se mueve con psicología de guerra el valor de la vida disminuye considerablemente, porque sabe que permanentemente la tiene en riesgo y que en cualquier momento la puede perder. Ése es el caso de ellos; se consideran librando una guerra y tienen mentalidad de guerra. En esos escenarios el valor de la vida disminuye considerablemente. Además, hay que decirlo, viven una condiciones tan difíciles, en las que tenerle amor a la vida, a una vida de muchas carencias, de mucha persecución, etcétera, también es relativo. En otras palabras, no son gente que estén gozando de la vida como para querer vivirla por siempre.

Usted habla del fenómeno social. Una vez se han reducido los asesinatos se dice que el siguiente paso debería ser hacer lo mismo con las extorsiones, un fenómeno que ha creado una dinámica determinada en los barrios, donde la pandilla domina, atemoriza, asesina, aunque incluso en algunos casos protege a la comunidad. Es decir, la pandilla se ha insertado en la sociedad de una forma violenta. El Sirra, uno de los líderes de la MS, dijo que la Mara Salvatrucha nunca va a desaparecer, pero ¿cómo se podrá integrar la pandilla en la sociedad de otra manera, cuál es la idea que tienen ellos para reintegrarse en una sociedad a la que han estado atemorizando, entre otras muchas otras cosas?

Bueno, la idea de ellos no la puedo expresar yo porque no soy su vocero, pero sí puedo expresar mi razonamiento sobre ese tema.

Hace unos días vino una señora representante del Departamento de Estado de Estados Unidos y sugirió que se debe trabajar con la idea de disolver las pandillas. Yo respeto esa opinión, pero no la comparto. Primero porque Estados Unidos no puede venir a sugerirnos que hagamos algo que ellos no han podido hacer; Estados Unidos es la matriz de una enorme cantidad de organizaciones pandilleriles. Por otro lado, para los miembros de las pandillas su asociación es una especie de hermandad. Ellos han convertido esa forma de organización en algo que les llena los vacíos que han encontrado en sus núcleos familiares. Si tú te propones como objetivo disolver las pandillas, de hecho, ya entraste equivocadamente al proceso, porque vas a perseguir un objetivo al que ellos no están dispuestos a renunciar.

Lo que hay que hacer es ser mucho más prácticos. Para mí el problema no es que ellos estén organizados en la MS o en la 18, para mí el problema es que ellos delincan. Y yo les he dicho que no aspiro a que ellos se disuelvan, pero sí aspiraría a que dejen de matar, de secuestrar, de extorsionar y de vender droga. El día que dejen de delinquir, ¿quién les niega el derecho a mantenerse asociados de forma pacífica, si esa asociación es hasta un derecho constitucional? Si no es para delinquir, ¿cuál es el problema?

Pero hay leyes que proscriben esas organizaciones.

Porque ahora delinquen. Mientras ellos estén delinquiendo van a estar al margen de la ley. A mí me han preguntado si estos operativos policiales que hay no son contradictorios con lo que ellos están haciendo y yo digo que no, porque ellos no han dejado su actividad delictiva y la autoridad del Estado está obligada a combatirlos. Posiblemente, cuando ellos dejen de delinquir habría que ver si la acción policial es compatible con el contexto que en ese momento se genere, pero por ahora, mientras ellos sigan, que es cierto, han reducido la confrontación entre ellos y eso ha provocado una reducción muy significativa en los homicidios, que ha roto una tendencia. Si la tendencia anterior se hubiera mantenido, hoy tuviéramos 416 muertos más. Gracias a este proceso que se abre a partir del 9 de marzo hoy tenemos 416 muertos menos y la tasa de homicidios ha caído de un promedio de 14 fallecidos por hechos de violencia al día a cinco. Para muchos criminólogos el hecho de que el país tenga una tasa de cinco fallecidos por hechos de violencia al día, con las características que tiene este país, es casi una tasa normal, administrable.

Pero la duda que también surge, aparte de cómo saldrán de la dinámica delincuencial, sobre todo de las extorsiones, es que ellos siguen estando perseguidos por la policía, siguen siendo detenidos, llevados a las bartolinas, hacinados…

Porque siguen delinquiendo y tienen hechos delictivos por los cuales pagar.

Pero quizá el riesgo en todo esto está afuera de las cárceles. Es decir, los que están dentro de las prisiones están consiguiendo algunos beneficios, aunque sigan en unas condiciones inhumanas, pero los de fuera, además de no conseguir beneficios, tienen menos armas para extorsionar, porque no están asesinando, y a la vez siguen siendo perseguidos. ¿Realmente tienen la autoridad suficiente estos líderes que llevan tantos años en prisión para contener a los que están afuera y que no se dé un quiebre?

Hasta hoy lo han demostrado que tienen esa autoridad.

Pero, ¿dónde está la clave para que eso se mantenga?

Es una cosa simple. Ellos parten de un principio: tú estás en la calle, desobedeces una orden mía y en cualquier momento la autoridad te va a capturar. ¿Para dónde te van a enviar? Para donde estoy yo, y ahí me pagas el acto de indisciplina. Entonces, hay una forma disciplinaria por parte de ellos de garantizar obediencia a las disposiciones de sus organismos de decisión.

Por otro lado hay un razonamiento que es el que en alguna medida está manteniendo a los que están en libertad acatando la decisión, que es que no se sigan metiendo en más líos, porque entre más líos se metan se vuelve más complicada la posibilidad de resolver este problema. Porque a final de cuentas no es cierto que ellos obtienen un beneficio cuando asesinan a alguien, no es cierto, porque detrás de cada asesinato hay implicados. Siempre se sabe, se abre un proceso contra ellos, lo que significa que detrás de cada asesinato hay de dos a cuatro candidatos a ser procesados, a ser condenados y a ir a la cárcel. Y detrás de ellos, cuatro familias que están condenadas a pasar peregrinando permanentemente hacia el centro penitenciario, pasando muchas dificultades para poder ver a sus hijos.

La tesis que nosotros hemos establecido es que este entendimiento que se produjo entre ellos es irreversible, porque es un hecho por el cual todo el mundo gana. Ganan ellos, ganan sus familias, se vuelve menos complejo el problema para resolverlo, gana la sociedad, gana el Estado. Por fin encontramos una fórmula en la que todo el mundo gana. Y eso de alguna manera es el cemento que sostiene todo esto.

Yo me atrevería a decir que aún con todas las dificultades que hay, este proceso sigue, va a haber nuevos gestos de buena voluntad de parte de ellos, reafirmando que son parte de la solución del gran problema que vive el país. Y eso es un hecho inédito, porque hasta hoy ha pesado mucho el escepticismo, las dudas, pero cada día que pasa yo creo que ese escepticismo y esas dudas deberían irse desmontando y poniéndonos a todos los salvadoreños y a la comunidad internacional en otra lógica. Más que seguir dudando hay que entrar en una lógica de qué podemos hacer para consolidar este proceso y darle solución a este problema que nadie creía hace 50 días que pudiera tener solución.

En ese sentido, ¿cuáles cree que deben ser los pasos que debe dar el Estado para consolidar ese proceso? Porque sin la articulación de un sistema de prevención, que dé los servicios básicos a todas estas comunidades, el proyecto va estar siempre frágil.

Hay que partir de un hecho; estamos hablando de un problema que tiene más de 20 años de estar en desarrollo, que
Es un proceso, y en la primera etapa del proceso hemos partido de la idea de que aquí hay una gran bomba social a punto de someter al país en una situación caótica. Si no puedes desactivar la bomba, porque para ello necesitas hacer transformaciones estructurales, que no es fácil, por lo menos apaguemos la mecha. Y es lo que estamos haciendo por ahora, hemos trabajado para apagar la mecha, para que las cosas no exploten y podamos ganar el tiempo suficiente para que la sociedad y el Estado puedan reaccionar en una dirección que busque desactivar esa bomba social.se ha convertido en el problema más complejo del país, y que por lo tanto, resolverlo tampoco va a ser fácil. A mí me conmocionan las personas que tienen análisis tan simplistas, que dicen, vaya, ahora que quitaron los asesinatos, ¿cuándo van a quitar las extorsiones? Como si un problema tan complejo que se ha acumulado por más de 20 años se pudiese resolver con un tronar de dedos.

Ahora bien, insisto, esta cosa no es simple. Hay quien al yo decirle que van a haber nuevos gestos me dice que si las extorsiones, como si en cuatro semanas se va a resolver un problema de 20 años. Esto es mucho más complejo porque precisamente hay hechos delictivos que han desarrollado que para ellos se han convertido en la forma de garantizar su sobrevivencia. Entonces hay que ofrecer formas alternativas. Y por eso es que ellos han pedido cosas que para mí son simples pero tienen gran contenido; ellos dicen que no están pidiendo amnistía ni que se les perdonen penas, simplemente están pidiendo que la ley se aplique correctamente. Porque ellos reclaman que la aplicación de la ley hacia ellos ha sido demasiado arbitraria, y te dan una lecciones de derecho terribles en las que te demuestran que han sido sujetos de violaciones en la aplicación de la ley.

La otra cosa es que ellos dicen, bueno, yo estoy aquí porque fui procesado y condenado, y como sanción se me privó de la libertad, y aquí estoy, en un centro penal. Pero de ahí a que me den un trato inhumano, eso es otra cosa, porque por la falta que yo cometí el Estado me privó de la libertad, y yo eso lo acepto, pero lo que no acepto es que se me trate no como persona sino que como objeto. Yo creo que en ese sentido tienen razón.

Por el otro lado, para que los que están en libertad, ellos piden que para que puedan sustituir la forma en que sobreviven, abran las oportunidades de trabajo, para que puedan tener otra forma de sostener a sus familias. Y cualquiera dirá que en un trabajo honrado no van a lograr lo mismo que logran con las extorsiones, es cierto, pero a la hora de que ellos te establecen el nivel de vida que tienen, realmente con un trabajo honrado pueden hacerlo, sin correr los peligros de incurrir en un delito, por el que pueden morir, resultar heridos, pueden ir procesados, condenados e ir a purgar penas a la cárcel.

Christian Poveda publicó dos libros de fotografía, uno de la guerra y otro de las pandillas. Decía que tras haber estado como corresponsal durante la guerra, había vuelto al país muchos años después y se había encontrado con este fenómeno de las pandillas, otra guerra. Es la realidad que él vio y que hemos vivido aquí en El Salvador. ¿Cómo la ha vivido usted? ¿Cómo es ese tránsito que ha tenido de jefe guerrillero a estar ahora como mediador en otra guerra que no es política?

Mi experiencia de la primera guerra siento que me ha ayudado mucho porque me ha permitido entenderlos mejor. Ellos se consideran combatientes y viven con psicología de guerra y yo eso me lo puedo de memoria, pasé más de 20 años aprendiéndolo. Eso me ha permitido saber cuáles son sus motivaciones, por qué sus reacciones en determinados momentos y también cómo actuar con ellos.

Eso ha hecho un enlace entre ellos y nosotros, porque han percibido que les entendemos, que no hemos llegado a utilizarlos, que estamos preocupados por llegar a resolver su situación. Aunque yo les he dicho que no se equivoquen, que el hecho de que estemos abogando por ellos es porque en el fondo estamos abogando por la sociedad en general, que se siente en una situación de mucha dificultad por la situación que ustedes han creado.

Como yo también he empezado a ver este fenómeno como la otra guerra, también me ha dado más facilidad para interpretar el fenómeno y saber por dónde caminar. Porque las guerras solo tienen dos salidas; o vences a tu adversario y lo sometes, o buscas una forma de pararlo y desescalar el conflicto y buscar por vías civilizadas cómo revertir esa situación.

Uno de entrada les dice a ellos, bueno, ¿ustedes creen que pueden ganar esta guerra? Si creen que la pueden ganar, líbrenla, luego medirán el costo social que van a generar en relación a su éxito. Pero si no están seguros que la van a ganar, ante un escenario en que se puede incrementar, lo mejor es que busquen una salida, y ahí les podemos ayudar, principalmente porque nosotros tenemos una experiencia. Yo creo que el pueblo salvadoreño no puede olvidar que ya fue capaz una primera vez mediante el diálogo y la negociación de resolver un conflicto enorme. ¿Por qué no aplicar esa experiencia para resolver el otro problema que tenemos?

Hasta hoy no hay negociación, pero sí hay mucho diálogo, y ese diálogo ya está produciendo resultados importantes para la sociedad. Y eso demuestra que ese gran problema que nadie creía que tuviese solución hoy hemos encontrado una vía. Y yo lamentaría que el escepticismo y las dudas lleven a la sociedad salvadoreña a una situación de parálisis, en la que no haga nada, porque si eso pasa estaríamos desperdiciando quizá una de las pocas oportunidades históricas que tenemos para poder resolver ese gran problema de fondo que tiene a la sociedad agobiada.

Durante este proceso, ¿ha sufrido usted amenazas por parte de las propias pandillas o de otros sectores contrarios a que ese problema pudiera solucionarse?

Que a mí me da miedo, me da miedo, aunque yo haya ido muchas veces, como se dice, a donde asustan, pero uno miedo siempre tiene. Sin embargo, cuando tienes un propósito en el que crees, se convierte en un factor que te ayuda a superar tus temores.

Cuando hemos ido desarrollando este proceso yo he ido haciéndome la convicción, que la he compartido con monseñor, que esta parte es a la que menos miedo debemos de tener, porque han logrado un nivel de identificación con nosotros muy grande. A los que hay que tenerles miedo es a los que están afuera, y no de las maras, sino aquellos que se pueden sentir afectados porque esta situación cambie.

Porque no hay que llamarse a engaño, hay gente que se ha lucrado de la situación de violencia que el país vive, ya sea el crimen organizado u otra forma de actividad lícita, que se han favorecido de este clima de violencia. A ésos es a los que yo tengo miedo. Y no me asustaría a mí que por ejemplo, algunas de las acciones que se han producido en los últimos días contra dirigentes de las maras no provengan directamente de su interior. El hecho mismo de que haya una campaña pública para denigrarme a mí; se ponen cosas en mi boca que yo no he dicho para ponerme en conflicto con sectores muy reactivos; se me ha acusado de hechos que no han existido; y hoy un amigo mío me decía que me van a levantar un proceso porque ya confirmaron que a me están pagando las maras para que haga este papel de defensa de ellos.

Todo el que actúa de esa manera obviamente no está buscando favorecer este proceso, está buscando afectar a un componente que en este momento es importante para generar los niveles de entendimiento que hasta ahora están dando buenos resultados al país.

¿Cree realmente que hay una campaña o al menos movimientos coordinados contra usted para desestabilizar este proceso?

Yo he percibido que hay una campaña de ataque a mi persona desde hace rato, con difamaciones. Uno está expuesto a que este tipo de reaccionarios puedan llegar a cosas mayores. En ese sentido yo creo que a quienes más temor hay que tenerles es a aquellos que pueden sentir afectados sus intereses porque la situación del país cambie.

Lo que a mí me estimula es que son grupos muy minoritarios, aunque puedan tener mucha fuerza, pero si este proceso triunfa como hasta hoy quien resulta beneficiada es la sociedad salvadoreña en general. Y ése es un estímulo por el que vale la pena arriesgar cualquier cosa, hasta la vida de uno si es necesario.

Foto: Luis Velásquez