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En las redacciones y en los canales de televisión se espera al escándalo del verano como a una tormenta anual. La mitad del personal de vacaciones, la política aletargada, el mundo del espectáculo cambiando su epicentro a la Costa Atlántica. Si no hay crímenes ni peleas mediáticas sobrevivir enero es complicado.

La denuncia de Rita Pauls contra el actor Tristán amenaza con ocupar ese espacio vacante. El síntoma es el desfile de mediáticos opinando del tema e intentando ser ‘picantes’ para tener más segundos de aire. Que hayan recurrido al Twitter fake de Alans Pauls no se trata solo de posverdad pura y dura: habla de la necesidad de ocupar un espacio vacío a cualquier precio. Para llenarlo, los programas de chimentos, los de la tarde y los portales intentan banalizar y convertir el caso en un producto gomoso: estirable y sin formas claras.  

Una de las pasiones argentinas es la construcción de la zaga bizarra. Samanta Farjat y Natalia De Negri irrumpieron en la televisión en 1996. Tenían unos veinte años y habían estado en la casa de Guillermo Coppola cuando apareció medio kilo de cocaína dentro de un jarrón. En los meses que siguieron vivieron en la tele -su lugar favorito era el programa de Mauro Viale- y en cierta forma la refundaron. Si no las conocen, las pueden googlear. Son el inicio de todo lo que vino después.

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Desde aquel jarrón de Cóppola para acá, la televisión se alimenta de personajes capaces de ventilar y reinventar su vida privada frente a cámaras. El producto más acabado de ese tipo de televisión es la irrupción del mediático como figura que circula por los distintos canales. Por lo general lo hacen sin demostrar ninguna habilidad particular más que sumar detalles y morbo a cualquier escándalo.

La justicia parece ser parte de ese engranaje. No solo hay jueces y fiscales que trabajan para los medios. Si el big bang del caso Cóppola empezó con un operativo fraguado – el juez que lo hizo terminó preso y condenado- en los últimos años lo judicial y lo televisivo se unieron como nunca.

La capacidad de romper el silencio sobre la violencia de género y el acoso que conquistamos las mujeres intentar ser atrapada por esos engranajes. En lugar de abrazarlas se las expone y se las revictimiza.

En 2016 Barbie Vélez bailó en el programa de Marcelo Tinelli al mismo tiempo que Federico Bal: ella lo había denunciado por violencia de género y la justicia le había prohibido a él acercarse a ella. La perimetral no fue impedimento para que el show continuara: ambos estuvieron nominados para dejar el Bailando al mismo tiempo y a pesar de que grababan en estudios diferentes, el caso sirvió para aumentar la audiencia.

En los últimos meses varias mujeres del mundo del espectáculo se animaron a denunciar a varones por acoso. En la mira quedaron el periodista Ari Paluch, el actor Juan Darthes y ahora el “capocómico” Tristán. En todos los casos, los acusados amenazaron con llevar a sus denunciantes ante la justicia. Y después- lejos de llamarse a silencio- comenzaron con raids televisivos. La denuncia banalizada se convierte en un ingrediente más para sumar rating.

En diciembre, dos semanas después de que Calu Rivero lo denunciara, Juan Darthes almorzó con Mirtha Legrand. La producción tenía preparado su pequeño show: le pasaron el video de una escena de sexo con la actriz. “Era necesario. Estamos hablando de algo y la gente quiere saber cómo fueron los hechos. Es esto y nada más. No pasamos nada más”, explicó Mirtha. Mientras, en el zócalo decía: “Si sufrís violencia de género comunicate al 144 las 24 hs”. Darthes habló de “exceso de besos” para deshacerse del “acoso” que a ella le llevó cinco años contar.

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Detrás del escándalo del verano está Rita Pauls, una actriz de 24 años que actuó en “Historia de un clan”, la serie que contó la vida de Arquímedes Puccio. Ahí le tocó grabar con Tristán. Le costó dos años hacer público el acoso del que fue víctima. “Tristán tiene tendencias maltratadoras muy fuertes con las mujeres. Tuve un par de episodios muy feos con él. Era insoportable y todo el mundo se daba cuenta. Yo estaba incómoda y todavía tenía cuatro meses de rodaje por delante”, contó Pauls en un programa de radio.

Entonces el show volvió a comenzar. Tristán hizo su raid por la tele, amenazó con ir a la justicia y acusó a Rita de buscar fama: “Esta chica quiere ser famosa me parece”, dijo. Como si contar un abuso estuviera en el top de momentos placenteros. Después de sacarlo al aire solo, los productores lo enfrentaron con otras mujeres con las que trabajó y se reavivaron las denuncias de acoso.

En 2007, Cinthia Fernández lo denunció por lesiones y amenazas luego de compartir el escenario de la obra “Más loca que una vaca”. Después de una escena de sexo con la actriz trans Querelle Delage, Tristán se burló y habló de ella en masculino. “Tristán, el último fachocómico, ni se imagina todo lo que “este chico” luchó y lucha por ser quien es en una sociedad que te expulsa e invisibiliza todo el tiempo de las maneras más crueles por ser trans”, escribió en el suplemento Soy en 2016.

Como en los casos de Paluch, del Bambino Veira y tantos otros, las denuncias por acoso no sacan de circulación a los varones de los medios. En el discurso mediático siempre son las chicas las que “buscan fama” y no están a la altura de los varones.

“Las mujeres quieren ser artistas en dos días”, dijo Tristán en una entrevista. Y él, claro, tiene una larga trayectoria y eso lo vuelve impune o angelical, según el caso. Tristán participó de películas como ‘Los piolas no se casan’, Los caballeros de la cama redonda, Los doctores las prefieren desnudas, Mi novia el…, La guerra de los sostenes, Fotógrafo de señoras,  Donde duermen dos duermen tres, El telo y la tele, Las minas de Salomón Rey, Experto en ortología. Eso sin contar las obras de teatro, todas de títulos parecidos. Hay algo indiscutible: Tristán es el exponente de toda una cultura.