Por La Hoguera

“Yo aborté con misoprostol, acompañada por una consejería”. Así empieza un relato coral de cómo es abortar con compañeras, con información y con misoprostol, ahí donde el Estado está ausente.

Somos una red de consejerías feministas de salud sexual, formada por mujeres militantes que se encontraron con la necesidad y el deseo de nuestras propias compañeras de interrumpir su embarazo. Ahí donde el Estado no garantiza nuestros derechos, donde no se cumplen los protocolos de aborto no punible, dimos una salida desde el feminismo: la organización colectiva. Juntas nos formamos para generar un espacio de acompañamiento amoroso para brindar información de calidad ejerciendo así, de forma autónoma y consciente nuestros derechos sexuales de manera integral.

Como mujeres que vivimos en las barriadas populares, estamos convencidas de que es necesario un sistema de salud que sea fuertemente comunitario, que tenga la decisión política de fortalecer la atención primaria y a sus profesionales que se reconocen como garantes de este derecho.

Nos mueve el deseo. El deseo de disfrutar con nuestros cuerpos, el deseo de la transformación, y el deseo de contar nuestras historias. Por eso convocamos a quienes abortaron con nuestra consejería a grabar audios anónimos con sus relatos en primera persona. En la búsqueda de la despenalización social del aborto, sacarlo del silencio al que la clandestinidad lo condena es un paso clave y sanador para quienes lo atravesaron. Una de ellas nos dijo: “Gracias por acercarte para contar el relato. No lo puedo contar muchas veces abiertamente por el prejuicio pero de a poquito me animo y me hago mi lugarcito como para contar la experiencia, y hacerlo por este medio para ustedes es como que al fin puedo ser yo”.

Además de sanar poniendo la voz, queremos poner la verdad. Ante la mentira del síndrome post parto, decimos que abortar no es una situación traumática en sí misma, sino que es otro proceso de nuestra sexualidad. Lo traumático se encuentra en la clandestinidad, en la desinformación, en el miedo y en la soledad. De la misma manera que dar a luz para muchas mujeres resulta traumático por la violencia obstétrica extrema que algunas sufren (pero a estos traumas se los silencia), el aborto cuando es clandestino nos vulnera y violenta, ya sea por las pésimas condiciones sanitarias, por la falta de respaldo legal, o por el maltrato que se recibe en las guardias cuando se llega con un aborto en curso (natural o provocado).

En palabras de Dalila*, otra compañera que nos acercó su relato “los mitos que giran alrededor del aborto los tenía muy presentes, porque cuando tenía 17 años también había tenido que interrumpir otro embarazo, la situación fue diferente, fue en marco de mucha clandestinidad y gran oscurantismo, donde estaba rodeada de gente que habla de otras mujeres con mucha violencia por haber realizado esa práctica (…) Gracias a esto también mi segunda interrupción la pude llevar a cabo de una forma mucho más segura cuidad y acompañada por las mujeres”.

El relato coral de nuestras compañeras demuestra que cuando tenemos las herramientas correctas, la información completa y el acompañamiento que elegimos, el aborto ante un embarazo no deseado es un proceso seguro, que brinda el alivio de no ser obligada a gestar y empodera en el autoconocimiento y control del propio cuerpo. El aborto acompañado es una experiencia transformadora, tanto para quienes interrumpieron un embarazo como para quienes acompañamos. En palabras de Ofelia*, acompañante: “La experiencia de acompañamiento de abortos fue la experiencia de empoderamiento y cualificación militante más grande que tuve en mi vida”.

El aborto existe y va a seguir existiendo. Donde el Estado excluye, acompañamos las redes feministas. Por eso nuestras historias y nuestras experiencias tienen que ser tenidas en cuenta a la hora de legislar. Estamos seguras de que sólo formando parte de las prácticas concretas podremos consolidar este movimiento político que tiene la responsabilidad de estar luchando junto a las más humildes para alcanzar la justicia social efectiva.

Alrededor de nuestra hoguera, mientras paramos la olla, compartimos nuestras historias, quemamos nuestros miedos, y nos invade su calor revolucionario. Estamos encendidas del deseo de transformarlo todo, porque como dijo la artista trans sudaca “para dar luz, hay que prenderse fuego”.

*Los nombres fueron modificados con el consentimiento de las protagonistas porque entendemos que no es un problema individual, sino político y por ende colectivo.