J.M. se queda pensativa. Frente a una casa del pasaje Karl Brunner un joven maniobra arriba de una escalera artesanal casi colgado de los cables de luz.
-Es el Marco Yegua, se hace sus monedas colgando a los vecinos de la luz por $30 mil. A muchos les conviene porque Chilectra no se atreve a mandar gente a descolgarlos. Lo mismo pasa con el agua. Aquí muy rara vez te cortan el agua o la luz. No se atreven a entrar. Por eso, aunque lo pasen mal, mucha gente se queda aquí: tiene ciertos privilegios y es mas barato vivir en La Legua –nos cuenta nuestra guía.
A medida que avanzamos las miradas y gestos de los que están parados en puertas y esquinas aumentan. Mi guía responde con señas de negación o con un raro movimiento de manos.
-Unos preguntan si eri rati, otros si estai buscando merca. A los primeros les dije que no y a los segundos que sí. Por eso me hacían el gesto para que les compres a ellos –me explica.
En otro pasaje me encuentro con Rosa (31). Desde hace una semana la fiebre y los dolores mantienen en cama a Miguelito (8), el mayor de sus tres hijos. Ya no queda nada que comer en su casa. Desde que nació su hijo menor, hace ya dos años, Rosa es el único sustento de sus hijos.
-Desde que mi hijo comenzó con la bronquitis tuve que dejar de ir a trabajar. Y como trabajo haciendo aseo y me pagan por día, ya no tenía a quién más pedirle prestado dinero –cuenta.
En la desesperación, decidió pedirle ayuda a su vecino. Rosa sabe que es narcotraficante y también, que en múltiples ocasiones ha ayudado a vecinas de su pasaje en problemas. A cambio de protección y ciertas complicidades.
-Me quede esperando detrás de la ventana hasta que a media mañana llegó en su camioneta. Salí muy nerviosa a la calle. Lo saludé. Él ya sabía que mi hijo estaba malito. Le conté que no mejoraba, que no podía salir a trabajar y que necesitaba algún trabajo en la población para poder comprarle medicamentos y llevarlo al hospital. Se metió la mano al bolsillo, sacó $130 mil y me dijo: “Tome vecina, pero yo no quiero que se meta en esta huevada. No vaya a ser que después la detengan y se queden sus hijos tirados” –cuenta Rosa.
La mujer le agradeció. Pero se siente culpable al recordar a su marido. Una noche de viernes, cuando él volvía del trabajo en su motocicleta, lo atropelló un micro. Su esposo era nacido y criado en La Legua Emergencia y apenas salió del liceo se fue a trabajar a la misma empresa que empleaba a su padre. Muchas veces los narcos le vinieron a pedir su moto para hacer “unos encargos” a cambio de dinero, pero él jamás aceptó. “Era muy estricto con esto de la droga”, recuerda Rosa.
-Imagínese lo mal que me sentí por ir a pedirle dinero a mi vecino… ¡Pero cómo después de lo que me ayudó lo voy a denunciar! Imposible. Así como yo hay muchas mujeres y familias en esta población que aunque rechacemos esta porquería les debemos lealtad –afirma.
Carmen (37) y Luis (42) saben bien de lo que habla Rosa. Hace algunos años, cuando el matrimonio empezó a ver a narcotraficantes pasarles droga a los niños del barrio frente a su casa, decidieron enfrentarlos. Un día, Luis vio a uno de estos “soldados” (el Gigio), llevarse su bicicleta. Salió tras él y lo vio refugiarse en una casa del pasaje Zarate.
-Eran las 2 de la tarde. El pasaje estaba lleno de gente. Me acerqué a la puerta y le pedí que me devolviera la bicicleta. En cosa de segundos, el Gigio salió con un revólver y me disparó tres balazos a quemarropa. Y ya no supe más nada. Diez días después me desperté en el hospital – recuerda Luis.
En el Hospital Barros Luco el neurocirujano Mario Canitrot le dijo que un 90 % de los pacientes con la misma pérdida de masa encefálica que él tuvo, en el mejor de los casos queda parapléjico. Después de 10 días en coma, 23 días hospitalizado y 4 meses de recuperación, Luis volvió a trabajar. Y se siente un privilegiado. A medias. Porque por miedo no hizo la denuncia. Desde entonces, él y su señora prefieren “no ver” lo que ocurre más allá de su puerta. El autor de los disparos vive a dos cuadras de su casa.
Paz Ciudadana amenazada
Desde hace años la opinión pública escucha de la inminente intervención estatal de La Legua Emergencia. Como la gran operación policial que tuvo lugar en 2002 y que al poco tiempo terminó con los narcotraficantes nuevamente dueños del territorio. El año pasado, en diez operaciones y con un minucioso trabajo de inteligencia, el grupo antinarcóticos de la Brigada Criminal de la PDI de San Miguel, encabezada por Oscar Norambuena, consiguió incautar 3.148 gramos de clorhidrato de cocaína, 12 kilos de pasta base de cocaína y 27 kilos de marihuana procesada. 44 detenidos y 3 vehículos incautados completan el balance.
Las incautaciones de drogas y encarcelamiento de algunos de los que manejan el mercado de la droga han seguido alimentando la esperanza de los vecinos. Pero la percepción general de los habitantes de La Legua Emergencia apunta a que los niveles de delincuencia han aumentado en los últimos 12 meses.
Así lo reconoció en la primera quincena de octubre el 90 % de los encuestados por la Municipalidad de San Joaquín a pedido de la Fundación Paz Ciudadana. Los siete encuestadores que desembarcaron en su primer día en terreno en la esquina de Comandante Riesle con Juegos Infantiles también lo constataron.
-No habíamos dado dos pasos cuando aparecen dos camionetas y nos cierran el paso. Se bajan unos jóvenes y nos advierten que si entramos ellos no se hacen responsables si nos pasan “cosas malas”. Claramente era una amenaza. La encargada del grupo decidió que volviéramos al centro comunitario. Las siguientes encuestas las tuvimos que hacer invitando a las personas a acercarse a nosotros y no concurriendo a sus casas, como se hace en la mayoría de las comunas –relata P.A., psicóloga del grupo “Previene” de la Municipalidad de San Joaquín.

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