protesta_ayotzinapa2Paris Martinez – Animal Político.-

I Parte

Presentamos la primera parte de una serie de perfiles de los normalistas raptados por la policía de Iguala, elaborados a partir de lo que sus amigos y familiares ponderan de sus hijos y compañeros, cuya presentación con vida reclaman sin titubeos.

En la Normal Rural de Ayotzinapa, la ausencia de los 43 jóvenes desaparecidos por la Policía Municipal de Iguala, Guerrero, el pasado 26 de septiembre, se siente de una forma especial: se siente con su presencia multiplicada por 5 mil, en carteles que sus compañeros ordenan metódicamente, cada uno con el rostro de uno de los normalistas secuestrados, para marcarlos en una esquina con un sello de la escuela, uno por uno. Y con esos 5 mil carteles, los normalistas buscarán hacer presentes a sus compañeros secuestrados en todas las calles de Chilpancingo, donde este martes se prevé que los alumnos de Ayotzinapa se manifiesten.

Por ello, sumándonos al esfuerzo de hacer presentes a estos jóvenes secuestrados, que le faltan no sólo a Ayotzinapa, sino al país entero, hoy presentamos la primera parte de una serie de perfiles de los normalistas raptados por la policía de Iguala, elaborados a partir de lo que sus amigos y familiares ponderan de sus hijos y compañeros, cuya presentación con vida reclaman sin titubeos.

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Jhosivani Guerrero de la Cruz es un joven de 20 años, “delgado y de cara espigada”. Así lo describen sus familiares, y por sus ojos rasgados, sus compañeros normalistas lo apodan Coreano. “Él es de los hermanos pequeños, y es un joven que asistió aquí (a la Normal de Ayotzinapa) por la necesidad que se vive en el municipio y en el estado.”

Con amabilidad, sus familiares aceptan hablar, aún ante la certeza de que la prensa ha contribuido al ambiente de criminalización en contra de estos jóvenes, que se forman en esta escuela-internado, para convertirse en maestros de primarias rurales.

“Nosotros somos de Omeapa, que es una comunidad que está a 15 minutos de la cabecera municipal, Tixtla, y aún así se vive con mucha carencia, con mucha falta de servicios. Para ir a la secundaria y a la preparatoria, Jhosivani tenía que caminar cuatro kilómetros hasta la carretera, para tomar el transporte, y luego caminaba esos mismos cuatro kilómetros de regreso. Toda la familia se dedica al campo y, al ingresar a la Normal, él buscaba una oportunidad de sobresalir, aspiraba a tener una profesión y ayudar a la comunidad, porque en Omeapa mandan maestros que no son de aquí, son de lejos, y son profesores que no le ponen suficiente interés a la niñez para que pueda tener un conocimiento más amplio, y si los niños quieren algo un poco mejor, tienen que ir a las escuelas de Tixtla.” Por eso Jhosivani quiere ser maestro en Omeapa.

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Luis Ángel Abarca Carrillo es de la Costa Chica, de San Antonio, municipio de Cuautepec. Le apodan Amiltzingo, siguiendo la tradición escolar de repartirse motes. “De entre los compañeros desaparecidos, él es uno de los que más siento su ausencia –dice uno de sus amigos, luego de llorar por algunos segundos, al ver su fotografía–. Él es muy cariñoso con su mamá, con sus hermanos, muy amigable, y si bien es cierto que casi no hablaba, cuando entró a la Casa Activista (comité en el que los normalistas pueden inscribirse de forma voluntaria para recibir formación política), él cambió, y yo le dije una vez ‘cosa fiera te has vuelto’, porque argumentaba muy bien. Cuando acabamos nuestra primera semana a prueba como normalistas, toda mi sección había quedado de ir a mi casa a que comiéramos, nos bañáramos en la presa y nos divirtiéramos, pero ese día, Luis Ángel fue el único que me acompañó, y comimos y cortamos mangos y fuimos a la presa y jugamos futbol… Él es uno de los que más siento su ausencia…”

De los 20 jóvenes de reciente ingreso a la Normal que se inscribieron a la Casa Activista, diez están entre los 43 normalistas raptados el 26 de septiembre.

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Marco Antonio Gomez Molina los normalistas lo apodan Tuntún. “Él es mi amigo –dice uno de sus compañeros, y llora por lo bajo–, me llevo muy bien con él, tiene como cinco años que lo conozco, compartimos tocadas de rock, le gusta mucho Saratoga, Extravaganza, los Ángeles del Infierno. Él es de Tixtla y su papá no está, no existe… y su mamá es gente humilde, pero trabajadora. Marco Antonio es compañero de la Casa Activista de la Normal y es bien alegre, siempre echaba relajo, y yo por más que trataba de enojarme con él, no podía: siempre me hacía reír. Él es así, relajista, le gusta mucho bromear. Yo soy serio, pero con este compañero nunca me pude enojar, aunque él moliera…”

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A Saúl Bruno García lo conocen como Chicharrón, y es “desmadroso hasta donde más no se puede. Es de los que trata de hacerte reír hasta donde más, muy bromista, muy amigable. Él fue el que me rapó, él nos rapó a todos los de la Casa Activista, con la maquinita, y yo tenía fotos de ese momento en mi celular, pero los policías me lo quitaron (el 26 de septiembre)”.

Su mamá, primero desconfía, pero luego suelta su enojo: “¡Nos tienen que ayudar! Mi hijo Saúl tiene 18 años cumplidos y es de Tecuanapa, yo soy campesina… A mi hijo le falta un dedito –dice, y se mira el dedo anular de la mano izquierda, con añoranza–, cuando estaba chiquito lo mordió el molino, estaba moliendo mi cuñada y él metió la mano en la banda, estaba jugando, y le cortó su dedo y el otro, el dedo medio, se lo cosieron y quedó así, no estaba derechito…”

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Jorge Antonio Tizapa Legideño “tiene 20 años –dice su mamá–, y es de aquí, de Tixtla… Él tiene un hoyito en la mejilla izquierda y estaba llenito, pero luego adelgazó, porque la mayoría de los muchachos aquí están delgados…”

La Normal de Ayotzinapa cuenta con campos de cultivo donde los alumnos siembran granos y hortalizas, y en donde tienen, además, algunas vacas y cerdos, con lo cual cubren parte de su alimentación, ya que los recursos que para dicho fin destina el gobierno estatal “nunca alcanzan”, dice uno de los 500 estudiantes que viven en este plantel, “siempre hace falta”.

Desde que la Policía Municipal de Iguala emboscó, el pasado 26 de septiembre, a los normalistas que habían acudido a dicho municipio para realizar una jornada de boteo, además, el gobierno estatal suspendió totalmente el abasto de alimentos a la Normal.

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Abel García Hernández tiene 19 años, señala su padre, un campesino indígena de la región de Tecuanapa. “Él tiene una mancha atrás de la oreja derecha. Él tiene como 1.62 de altura y es delgado, flaquito. Somos del campo…”

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A Carlos Lorenzo Hernández Muñoz lo bautizaron sus amigos como “el Frijolito” y es de la Costa. Se trata de un joven de 19 años, “un chamaco”, caracterizado por ser “muy amigable, muy humilde, y muy parlanchín también, pero siempre en la disposición de ayudar a las personas”. Hace algunas semanas, recuerdan, “vinieron a la Normal unos señores de Tixtla que tenían un enfermo y necesitaban donadores de sangre. Y el Frijolito fue el primero en ponerse de pie, al final, fuimos seis compañeros a donar, y él fue el único que pasó todos los exámenes, porque todos los demás no la hicimos. A mí me declararon principios de anemia; a otro, principios de gripa; uno más fue descartado, porque tenía un dolor muscular en la pantorrilla, y así, al final sólo Carlos pudo donar, y ayudó a esas personas”.

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Adan Abraján de la Cruz es del Barrio de El Fortín, en Tixtla, localidad resguardada por la Policía Comunitaria. “Yo lo conozco desde hace cuatro años, a él lo conocí jugando fútbol, los dos estábamos en un equipo de fútbol, los Pirotécnicos de El Fortín, él vive por ahí, jugábamos futbol en el mismo equipo… Él debe de tener 20 años. Él es un amigo mío. Su mamá trabaja en su casa, su papá es campesino…”

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Felipe Arnulfo Rosa “tiene 20 años –dice su padre, un anciano indígena, que articula con suma dificultad algunas palabras en español–. Somos de Rancho Papa, municipio de Ayutla. Somos campesinos.”

Felipe se cayó de espaldas siendo chiquito, narra, con ayuda de otro padre que traduce sus palabras, “y tiene una cicatriz en la nuca”.

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Emiliano Alen Gaspar de la Cruz lo bautizaron como “Pilas”, porque es tranquilo e inteligente. “No da relajo, él es de los pocos que llevan orden, es sereno y razona mejor las cosas, le gusta tener todo ordenado, en su lugar”. Emiliano fue uno de los 20 alumnos de primer ingreso que, hace dos meses, se inscribieron voluntariamente en la Casa Activista de la Normal. De ellos, diez se encuentran entre los 43 normalistas secuestrados el 26 de septiembre.

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César Manuel González Hernandez es de Huamantla, Tlaxcala, y entre los normalistas es “Panotla, así le decimos, pero también le decimos Marinela, porque en una ocasión fuimos a Jalisco, a un movimiento, y se ‘levantaron’ algunos carros con producto, y el chofer de uno de estos vehículos no quiso manejar, se salió y se fue, pero Panotla se llevó la camioneta, que era de la empresa Marinela… él debe de tener 19 años, aproximadamente… él es desmadroso, conviví con él, inmediatamente nos hicimos buenos amigos”‘.

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Jorge Álvarez Nava, “el Chabelo”, es una persona tranquila “y muy sensible”, afirma uno de sus amigos. “No te puedes enojar con él porque lo haces sentir mal de forma fácil. Me gusta su tranquilidad, su paciencia, él no te dice las cosas de mala fe, nunca te va a sacar una grosería, él es más tranquilo, él nunca faltó el respeto, nunca albureó a nadie, es uno de los que se ve más jóvenes de la Casa Activista”. Sus padres aguardan en la cancha deportiva de la Normal de Ayotzinapa, junto con los padres del resto de los jóvenes raptados, y se abrazan al hablar de él. “Tiene 19 años y somos campesinos del municipio de Juan R. Escudero, Guerrero… nuestro hijo tiene una cicatriz en el ojo derecho…”

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“Mi hijo se llama José Eduardo Bartolo Tlatempa, tiene 17 años y es de Tixtla –dice el padre de este joven secuestrado–, es estudiante de primer año de la Normal Rural y nosotros tenemos la esperanza de que él se prepare, que sea un profesionista… yo soy trabajador de la obra, albañil de oficio, y en este momento estoy desempleado, pero lo que importa ahorita es este problema, el rapto de nuestros muchachos, y queremos que se solucione de manera inmediata.”

II Parte

La Procuraduría de Justicia del Estado de Guerrero ocupa en Chilpancingo un amplio edificio naranja, de altos muros, ante el cual este martes los alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa se plantaron en silencio y alzaron en sus manos las fotografías de sus 43 compañeros secuestrados el pasado 26 de septiembre por la Policía Municipal de Iguala, quienes hasta la fecha permanecen desaparecidos.

Los rostros de los normalistas desaparecidos llenaron los muros de la institución; sus compañeros y el país entero los reclama con vida. Los rostros se multiplicaron, inundaron las ventanas, las puertas, los escritorios, se instalaron en los sillones, en las pantallas de las computadoras, en los teléfonos, en los cuadernos de registros. Subieron por las escaleras, se adhirieron a los garrafones de agua, a los teléfonos, a las máquinas expendedoras.

Rostros aún infantiles que miraron de frente a los agentes judiciales y a los funcionarios ministeriales, que se replegaron en silencio. Y los rostros se montaron en los autos, en las cajuelas, los cofres, los parabrisas, y salieron a la calle y avanzaron hasta la carretera, y subieron a los autobuses de pasajeros, a los autos de los particulares. Tantos que nublaron los cristales de las patrullas, las torretas. Todo…

Son 43 desaparecidos, pero no son un número. Tienen vidas y tienen sueños.

Sumándonos al esfuerzo de hacer presentes a los jóvenes secuestrados por la Policía de Iguala, hoy te presentamos la segunda entrega de una serie de perfiles de estos normalistas, en voz de sus padres y en voz de sus compañeros y amigos.

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Israel Jacinto Lugardo tiene 19 años y es de Atoyac, y sus amigos lo apodan “Chukyto”. Su mamá sostiene un cartel con el rostro de su hijo y lo exhibe a los automovilistas, durante la toma de la caseta de Palo Blanco, en la Autopista del Sol, realizada ayer por los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, junto con otros padres y madres que, como ella, exigen la presentación con vida de los 43 normalistas secuestrados por la Policía Municipal de Iguala, el pasado 26 de septiembre. “Él es medio robusto –dice su madre, bajita, vestida humildemente–. Tiene una cicatriz en la cabeza, porque se cayó en la escuela, en la Normal. Su piel es morena clara, su nariz media chata. Él es un buen muchacho, se vino con mucha ilusión a estudiar, pero no esperábamos que fuera a pasar esto. Yo le exijo al gobierno que haga algo, que aparezcan todos nuestros hijos, estamos muy dolidos…”

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Antonio Santana es un joven elocuente y con una especial capacidad para retener información, conocimiento. Por eso le pusieron “Copy” sus amigos y compañeros de la Casa Activista, elcentro de formación política al que, de forma voluntaria, pueden acudir los jóvenes normalistas. “Le pusimos Copy, porque en nuestros talleres de orientación política, él se expresaba de una manera avanzada, él es una persona muy inteligente, que se las sabe de todas todas, de lo que le preguntes. Él echa desmadre, pero relajado, uno no se ríe de su desmadre, sino de la forma en que lo dice… es como muy pacífico el compañero. El Copy está empezando a tocar la guitarra y también le gustan mucho los videojuegos, se la pasa jugando parte del día, con el PSP… pero lo que más le gusta, lo que le encanta, es la lectura, tenía tiempo para jugar, pero más tiempo para leer… Le pusimos Copy porque en un taller de estudio él se aventó como diez minutos declamando sobre temas que uno ni siquiera domina, y él nomás con lo que escucha y con lo que lee, se aventó una intervención admirable…”

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Christian Tomás García tiene 18 años, y proviene de Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, desde donde se trasladó su padre, tan pronto fue denunciado el rapto de los 43 jóvenes normalistas. “Yo soy jornalero, gano 600 pesos semanal, máximo, y eso cuando hay, porque a veces no hay trabajo, pues… Mi muchacho quiere ser maestro porque él tiene necesidad, y tiene también gusto por ser maestro, esa es la profesión que él quiere, pero lo frenaron, lo detuvieron… –el señor detiene su hablar en seco, medita, nunca baja la mirada, pero sus ojos se crispan de desesperación–: ¡¿Qué vamos a hacer?!”

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A Luis Ángel Fracisco Arzola, de 20 años, sus compañeros normalistas lo conocen como “Cochilandia”, pero aclara uno de ellos, “no sabemos por qué, así llegó ya, con el apodito… Él es un chavo serio, trabajador, y aquí lo estamos esperando. Y quiero que él sepa –advierte– que no vamos a parar hasta encontrarlo, que no vamos a parar hasta hacer justicia.”

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Miguel Ángel Mendoza Zacarías tiene 23 años, y “ya es grande”, según sus compañeros, cuya edades oscilan, mayoritariamente, entre los 17 y 20 años. Su mejor amigo recuerda que “él antes tenía su propio local en su pueblo, Apango, municipio Mártir de Cuilapa, cortaba el pelo y así salía adelante. Es un chavo bajito, no había entrado a estudiar antes porque no tenía feria, y se dedicaba mejor a ayudarle a sus papás, con su negocio, y a trabajar en el campo, todos sus hermanos ya se juntaron y él era el que ayudaba a sus papás, él es el más chico, él los cuidaba… y ahora no está, se lo llevaron… A la Normal vinimos juntos a hacer el examen y la prueba y compartimos muchos buenos momentos, como camaradas… Siempre fue chido, él apoya, ayuda, te da consejos, él nunca espera a que tú le des algo, él, al contrario…  Ese día, el 26 de septiembre, él y yo íbamos juntos, en el mismo asiento del autobús, y quedamos de no despertarnos, pero empezaron los balazos y desafortunadamente él corrió para un lado y yo para otro, yo me subí en un bus y a él lo arrestaron los policías de Iguala, yo logré escapar, pero desde entonces lo busco… su mamá me ha comentado que quiere ir hasta México para pedir ayuda, porque es su hijo chiquito y está desaparecido…”

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Antes de ingresar a la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Benjamín Ascencio Bautista, de 19 años, había sido educador comunitario del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), un sistema de la Secretaría de Educación Pública, mediante el cual se comisiona a jóvenes voluntarios para realizar labores de alfabetización en poblaciones marginadas, aisladas, rurales e indígenas de todo el país. “Él ya había dado clases –destaca un compañero, con admiración–, y por lo mismo, le interesó desarrollar su vocación de profesor. Él nos comenta que le gustó trabajar con los niños de primaria, el compañero tiene mucho interés en ser maestro. Y, por lo mismo, al compañero le gusta estudiar, incluso él se pone enfrente de nosotros y lee el libro, y provoca una discusión sobre el tema que se está planteando… él se pone ora sí que como moderador, y también da sus puntos de vista, me llevo muy bien con el compañero, es amable, respetuoso, y recién apenas se acaba de juntar con su esposa…”

Sus amigos lucen tristes al hablar de él, pero luego una chispa de alegría brota. “Benjamín tiene distintos apodos –dice uno–, le decimos Comelón, por ejemplo…” Y otro normalista se apresta a añadir: “Y también le decimos Dormilón”…

“En fin –resume el primero– todo lo que termine en ‘ón’… Dormilón porque duerme mucho el camarada, y Comelón, porque un día hubo una mesa de diálogo, y pusieron unas galletas, y él se las acabó todas… Él es originario de un pueblito de adelante de Chilapa, es un chavo serio y a la vez relajista…”

Y entonces interviene nuevamente el segundo amigo: “¡Sí! El Comelón tiene tiene una voz muy grave, y su risa, cuando se ríe, él contagia, porque lo hace de una manera especial, muy grave, pero no feo, él contagia con su risa…”

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Alexander Mora Venacio viene del poblado El Pericón, municipio de Tecuanapa, Guerrero, y tiene el firme anhelo de ser maestro. “Y nadie le podía quitar esa idea –dice su padre–. Él tiene 19 años y le interesaba mucho dar clases, esa fue su decisión… Él es un buen muchacho, nosotros somos campesinos y él nos ayudaba en el campo… pero quiso estudiar… Y yo le exijo a la autoridad que haga su trabajo como debe de ser, que no tapen a los culpables de la masacre que cometieron los policías de Iguala y su presidente municipal, eso se quiere: justicia. Y así como vivos se los llevaron, quiero que vivos los regresen…”

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Leonel Castro Abarca es de la comunidad de El Magueyito, municipio de Tecuanapa, y para sus amigos “es una persona seria, pero sí tiene sentido del humor el camarada, él no tiene apodo, es el Leonel, es una persona seria y un día me contó que soñaba ser maestro, porque quería sacar a sus padres adelante… él me contó que su padre es campesino y su mamá ama de casa… su sueño es ayudarlos, atenderlos”.

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Everardo Rodríguez Bello es originario de Omeapa, tiene 21 años, y lo conocen en la Normal de Ayotzinapa como El Shaggy, porque, ríen sus amigos al confesar, “se parece al de Scooby Doo… yo estudié con él en el Conalep, donde salió como técnico en mecánica automotriz, y luego nos encontramos aquí, en la Normal… él ya era relajista desde el Conalep… y como Shaggy, él se enoja mucho con la desigualdad, particularmente cuando se trata de comida: si a ti te daban seis tortillas en la comida y a él cinco, él se enojaba, hasta por una tortilla, muy congruente con el personaje de Shaggy…”

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Doriam González Barral tiene 19 años, pero es una persona de baja estatura y “se ve como un niñito”, dice uno de sus compañeros de primer nivel de la Normal, “y por eso le decimos Kínder… él es una persona seria, pero cuando echa desmadre sí causa gracia, pues… él proviene de Xalpatláhuac, Guerrero y tiene un hermano, aquí, en la Normal… ellos iban juntos, entraron juntos, se apoyan mucho, se ve pues esa fraternidad de hermanos, y los dos fueron secuestrados juntos…”

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Jorge Luis González Parral tiene 21 años y es el hermano mayor de Doriam, el Kínder. “Yo conviví mucho tiempo con Jorge Luis –dice su amigo, afligido–, él es un compañero serio, él me contó que ha trabajado en diferentes taquerías y que le gustaba ese tipo de trabajo… pero quería progresar, y le gustaba la vocación de maestro, él habla mucho de eso, igual que su hermano… él es un hombre que le gusta el desmadre, le decimos Charra, ese apodo ya lo traía, y se lo pusieron porque tiene una cicatriz en la pierna, que se había raspado, pero se le hizo más grande la cicatriz, y por eso le dicen Charra, porque es como si se la hubiera hecho con una charrasca… ellos tenían un grupito, eran el Charra, Kínder, Magallón, Chivo, todos de la misma emparentados o cercanos… Charra y Kinder son hermanos, y Magallón es su primo, a los tres los buscamos.”

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“Marcial Pablo Baranda (de 20 años) se está preparando para ser maestro bilingüe, él habla una lengua indígena… y él y todos los otros muchachos que se preparan para ser maestros bilingües vienen de pueblos todavía más pobres que los del resto de nosotros, y por eso mismo le echan todavía más ganas a la chamba, y sí, de verdad, le chambean con más fuerza. Él es un chavo bajito, buena onda…”

Él es primo de Jorge Luis y Doriam, y sus amigos lo apodan “Magallón”, porque su familia tiene un grupo musical con ese nombre, “es un grupo tropical –dice uno de sus amigos, y ríe al recordarlo– y entonces él, a cada rato, va cantando canciones de por allá, de la Costa Chica, que es su tierra, se la pasa cantando cumbias y canciones tropicales, y dice que toca la trompeta y las tarolas. Yo nunca lo vi hacerlo, pero sí le creo…”

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Jorge Aníbal Cruz Mendoza es de Xalpatláhuac, y es de la banda de los Kínder, son primos todos ellos, a él le dicen Chivo, y no sé por qué…se trajo ese apodo de su pueblo. Es serio el Chivo, casi no echa desmadre, sí es llevado, pero casi nunca echa desmadre…”

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Abelardo Vásqez Peniten. “Él es el Abe, dormía en el mismo lugar que nosotros. Nos ubicaron en el mismo dormitorio. El compañero Abelardo le gustaba el futbol, un día hicimos un partido y él era el más activo y el que metió muchos goles… Yo lo llegué a conocer cuando nos trasladamos a ese lugar. Él es originario de Atliaca, Guerrero…”

Otro de sus compañeros habla: “Él es una persona seria, sí habla, pero nunca echa desmadre, es una persona que se da a respetar con los demás. Nunca le falta el respeto a nadie ni anda criticando. Le encanta el futbol y le encanta estudiar también, porque agarraba un libro y agarraba otro y otro…Él es parte de la Casa Activista.”

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A Cutberto Ortiz Ramos le dicen “El Kománder” de Atoyac, porque, afirman sus compañeros normalistas, “tiene cierto parecido como el cantante, y aunque él se ve de alguna manera muy malo, porque es robusto y un hombre grande, es alto el chavo, en realidad es muy amigable el camarada, y trabajador también, porque cuando vamos nosotros a trabajar a los campos de cultivo de la escuela, él le echa ganas… Y sí, él tiene una mirada muy fuerte, pero es engañosa, porque el Kománder es totalmente diferente a lo que se ve, él es muy relajiento, y muy agradable: a cualquier persona que le habla, él le responde de buena manera… nunca responde de mala manera, todos son sus amigos… Y le encanta contar un chiste de Bob Esponja, que no recuerdo, la verdad, no es ningún gran chiste, pero lo que lo hace muy gracioso es que, cuando lo termina de contar, él se ríe imitando a la perfección la risa de Bob Esponja, y eso es lo que causa gracia a los demás… sí, se ganó la amistad de todos los compañeros que estamos aquí…”

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Bernardo Flores Alcaraz tiene 21 años, y es una copia fiel de su padre, pero en chiquito. “Él es mi hijo –dice el señor, quien omite mencionar su nombre, como todos aquí, por temor a la persecución de los grupos criminales y las autoridades coludidas con ellos–. Bernardo tiene en su pecho un lunar, como una manita de gato… Él es un muchacho responsable en la casa y en la escuela. Yo soy campesino y él tenía mucha ilusión de ser maestro, de ayudar a los niños y a los señores adultos que no saben leer ni escribir. En nuestra comunidad hay mucha gente que está rezagada en educación y su ilusión era ayudar…  No es posible que le hagan esto a los muchachos, su único delito fue estar estudiando, ir a recabar fondos para hacer sus prácticas, no se vale que les trunquen sus carreras, sus vidas, y no porque yo crea que ellos están muertos, sino que me refiero a los muchachitos que quedaron tirados, muertos, por el ataque del 26-27 de septiembre, que fue una noche de terror…”

Y la noche no termina.

III Parte

En reclamo de la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos por la Policía Municipal de Iguala el pasado 26 de septiembre, este miércoles miles de guerrerenses, principalmente maestros y estudiantes universitarios, pero también normalistas de otros puntos del estado y el país, campesinos, agrupaciones populares y ciudadanos en lo individual, marcharon por la capital del estado, Chilpancingo, en una protesta que para muchos habitantes fue quizá la más grande que haya visto esta ciudad en las últimas décadas. El primer contingente partió del Monumento a Nicolás Bravo a las 11:30 horas, y el último contingente partió una hora y media después.

Miles más se unieron a esta protesta en al menos 64 ciudades de México y el mundo, comoMadrid, Barcelona, Buenos Aires, La Paz, San Francisco, Nueva York, Los Ángeles, Montreal y Londres, todas con la misma exigencia: vivos se los llevaron, vivos los queremos.

Sumándonos a este reclamo, hoy presentamos la tercera y última entrega de la serie de perfiles de los 43 normalistas secuestrados y desaparecidos por las autoridades en Guerrero, dando para ello la voz a quienes los esperan en sus casas y en las aulas de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

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Jesús Jovany Rodríguez, el Churro para sus amigos normalistas, es el mayor de cuatro hermanos, y es “el único apoyo de su mamá”, narra su prima, quien marchó por casi cinco horas manteniendo en alto una pancarta con el retrato de este joven de 21 años. Jesús Jovany viene de Tixtla y “se encuentra cursando el primer año de carrera de normalista rural, y fue convocado a la jornada de boteo del 26 de septiembre, cuando desgraciadamente fue desaparecido por la policía de Iguala. No sabemos nada de él… él es un hombre noble y dejó a una sobrina de un año, porque su hermana es mamá soltera y él, aunque es tío de la niña, funge como su figura paterna… él es alguien sumamente noble, está en contra del maltrato hacia las mujeres, es buen estudiante y realmente entró a la Normal porque quiere dedicarse al magisterio, le gustan los niños…”

La joven habla primero serena, pero su voz se crispa luego y reclama, con furia: “¡No sabemos nada de él y exijo, como familiar, como ciudadana, como ser humano, exijo la presentación con vida de Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa, así como la de sus 42 compañeros! ¡Y exijo justicia para sus tres compañeros asesinados, igual que para el muchacito de los Avispones y para los dos transeúntes que desgraciadamente perdieron la vida en el ataque de la policía! ¡Y quiero juicio para José Luis Abarca (alcalde de Iguala, quien se dio a la fuga luego de pedir licencia al cargo) y para su esposa (María de los Ángeles Pineda), que está vinculada con el narcotráfico, porque es hermana del famoso narcotraficante conocido como El MP! ¡Y Aguirre Rivero se tiene que hacer responsable! ¡Y para a los atacantes, para ellos queremos que caiga todo el peso ya no sólo de la ley, sino todo el castigo de la sociedad!”

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Mauricio Ortega Valerio tiene 18 años, y lo apodan “Espinosa”, explican sus amigos “porque cuando quedó pelón –puesto que es tradición en la Normal de Ayotzinapa el que los alumnos de primer ingreso deben raparse–, tiene cierto parecido con Espinosa Paz, el cantante, y porque también tiene así como el bigotito… Él es de un pueblo que se llama Matlalapa o Matlinalapa, algo así, de por La Montaña, y se prepara para ser maestro bilingüe… El compa es tranquilo, pues, se lleva bien con todos, pues, siempre en igualdad con todos…”

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Durante la marcha de este miércoles en Chilpancingo, los familiares de Martín Getsemany García, originarios del municipio guerrerense de Zumpango, portaron una amplia manta con la fotografía de este joven. “Él es un primo muy cercano y querido –dice una de sus familiares–, forma parte de ocho hermanos, él es el quinto, tiene 20 años y es un joven con inquietudes, a él le gusta jugar futbol y le va al Cruz Azul…”

Para sus compañeros normalistas, “Martín es un compa que sí echa relajo, como todos, pero no es pesado, es tranquilo, es respetuoso…”

Y es, subraya su prima, “un muchacho con ganas de salir adelante, y por eso está en la Normal…” .

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Magdaleno Rubén Llauro Villegas, o El Magda, como es conocido en la Normal de Ayotzinapa, tiene 19 años, “y es tranquilo, echa desmadre sano, es noble el compa… él viene de La Montaña, y estudia para convertirse en maestro bilingüe, para para dar clases a los niños indígenas que no hablan español…

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Giovanni Galindo Guerrero tiene 20 años, y en la Normal es conocido como el Espáider, “porque cuando corre brinca, o sea no corre bien o, más bien, tiene su propio estilo para correr, brincando así como si se estuviera colgando de las telarañas, y también le ponía de su parte, le hacía así –y el joven que habla se lleva hacia el centro de la palma las yemas de los dedos anular y medio–, como cuando el Hombre Araña echa telarañas de las manos…”

Otro de sus amigos pone el colofón: “Y además es flaquito…”

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José Luis Luna Torres llegó hasta la Normal de Ayotzinapa desde Amilzingo, Morelos, “y le decimos Pato, porque se parece al Pato Donald, y por la voz, porque tiene voz de pato –sus amigos ríen cuando uno de ellos recuerda ese detalle–… Él tiene 20 años y es serio, tranquilo, siempre te habla bien, es buena onda, pero es callado… o sea: no echa mucho desmadre”.

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Julio César López “no tiene apodo –dice uno de sus compañeros normalistas–, simplemente es El Julio, ya es más grande (tiene 25 años) y viene de Tixtla, es buena onda el bato, pero calladito, no echa mucho relajo así con todos, nomás con unos pocos con los que se lleva, pero es agradable siempre…

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A Jonás Trujillo “le decimos Beny porque su hermano va también aquí, pero en segundo año, y se llama Benito… entonces, ellos son los Benis… Él es alto, gordito, es de la Costa Grande, del Ticuí, municipio de Atoyac de Álvarez y con su hermano se lleva muy bien, son muy parecidos, sólo que él es más clarito de la piel, es más alto, aunque él es el menor…”

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Miguel Ángel Hernández Martinez tiene 27 años y le apodan “Botita” porque su hermano mayor también estudia en la Normal, y “el hermano es el Bota, entonces, él, en automático, fue el Botita…” El diminutivo, sin embargo, contrasta, reconocen sus amigos. “Es de estatura media y gordo, pues, y él sí que es desmadroso, siempre amigable, sano, no pesado, no es alburero…”

Otro de sus amigos interviene: “Él es buena onda, nos ha apoyado mucho, a mí en lo específico me ha ayudado cuando he tenido problemas así comunes, pues, pero me ha echado la mano, está al pendiente de los demás, es un chavo así como muy solidario con todos, muy buena onda, y cuando entramos a clases, él nos hace el paro: si salíamos de comisión o algo así, él le explicaba al profe…”

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Christian Alfonso Rodríguez tiene 21 años y el anhelo de ser maestro sólo compite con su gusto por la danza folclórica. “A él le decimos Hugo. Este compañero es de mi generación de la prepa, y es tranquilo, no echa tanto desmadre, es amigable el chavo, somos de Tixtla, y le decimos el Hugo porque tiene varias playeras con el estampado Hugo Boss, así de serigrafía pues…”

Junto con los normalistas, este miércoles marchó su primo, que con voz ronca de tanto gritar, explica: “Él no es sólo mi primo, él es mi amigo… es una persona muy aplicada, muy dedicada, que se dedicó al estudio y a la danza, él es todo un amigo y es injusto que una persona que dedica su tiempo al estudio, alguien que tiene la característica de esforzarse, sufra consecuencias trágicas a manos del gobierno…”

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José Ángel Navarrete tiene 18 años y “es mi amigo Pepe –dice uno de sus compañeros, en la habitación que comparten dentro de la Normal, junto con otros dos jóvenes, y en la que no hay un solo mueble, ni siquiera camas, sino sólo pliegos raídos de hule espuma– Es el Pepe… y le gusta el futbol, mucho, y por eso mismo se lleva bien con todos, echa relajo, pues…”

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José Ángel Campos Cantor tiene 33 años y es, de los 43 normalistas desaparecidos, el de mayor edad.“Él es de Tixtla –dice uno de sus amigos– y es más grande que nosotros, pero aunque era más grande no era manchado, sino que, al contrario, nos apoyaba en todo, nunca se comportó con nosotros como si fuera distinto por la diferencia de edad, nunca… él es amigo de todos…”

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Israel Caballero Sánchez proviene de la comunidad indígena de Atliaca, que se encuentra a la mitad de camino entre Tixtla y Apango. En la Normal, su apodo es “Aguirrito”, pero, aclaran sus amigos, no le gusta mucho el mote. Sin embargo, siguiendo la tradición entre los normalistas, el apodo no lo escoge el que lo porta… “Le decimos Aguirrito porque está gordito, igual que el Aguirre, el gobernador… y sí, le paramos una chinga, la verdad, pero no fuimos nosotros, sino que como está gordito, los de bilingüe le pusieron así, él también se está preparando para ser maestro en comunidades indígenas. Y la verdad es que es muy agradable, pero sí se enojaba cuando le llegaban a decir Aguirrito… Y cómo chingados no (ríe)… Pero esos fueron sus compas de bilingüe, cabrones…”