Literatura policial: colección Código NegroGuillermo Orsi – Cosecha Roja.- 

La editorial Punto de Encuentro presentó su colección de novela policial Código Negro en el tradicional almacén de especias Gato Negro. Kike Ferrari, Vicente Batista, Raúl Argemí y Guillermo Orsi estuvieron en el escenario y discutieron sobre los borrosos orígenes de la novela negra, de Shakespeare a Poe. No hubo acuerdos, pero hubo picante. 

Gato Negro es un almacén de especias en Buenos Aires, muy antiguo, que sin abandonar su negocio fue reciclado en bar y en lugar de encuentros. Era lógico que Punto de Encuentro lo eligiera para lanzar allí su colección Código Negro, con la que piensa teñir el panorama habitualmente blancuzco, por no decir descolorido, de la llamada literatura “seria”.
La ceremonia de arranque, pensada para diciembre, se postergó por algunos desajustes con los imprenteros –tema del que cualquier editor podría dar largas y tediosas conferencias-, aunque las dificultades no evitaron que desde entonces Código Negro pariera seis novelones negrísimos y de alta calidad literaria. Como que sus autores no son principiantes, si bien la colección apuesta también a editar principiantes que se las traen.
La fiesta negra fue muy sanita –con perdón de lo que pueda imaginar tu mente enferma, lector. No hubo desnudos ni exhibiciones obscenas, pese a lo cual el numeroso público reunido no se retiró de la sala del primer piso.
La mesa de presentación estuvo conformada por cuatro escritores (Kike Ferrari, Vicente Batista, Raúl Argemí y quien suscribe) y un actor (Raúl Rizzo). El actor pidió disculpas por no ser escritor y estar allí, actitud no correspondida por los otros panelistas, ninguno de los cuales pidió disculpas por ser escritor.
Envalentonados por la tolerancia de un público al que se le había prometido una presentación en forma, algunos panelistas se enredaron en la habitual –pero no por ello menos picante- discusión sobre los orígenes y alcances de la novela que llamamos negra. Un panelista citó a Poe, lo que hizo brincar de su silla a otro que manifestó su desacuerdo, y pronto hasta el propio Shakespeare –que hoy algunos mentan como “Yeispir”- pasó a militar en el club de los marginales que nos dedicamos al género.
Mientras los ánimos se caldeaban, por la calle Corrientes que nunca duerme pasaba una procesión de motoqueros -¿todos ellos motochorros?- que iban a protestar porque quieren obligarlos a disfrazarse para circular sin que la cana les incaute las motos. El rugir de los motores ensordeció por instantes el discurso filoacadémico de algún panelista, para alivio de esa parte del público que no gusta de aprender nada nuevo sino de que los confirmen en sus prejuicios e ignorancias.
Pero como la idea era “fiesta fiesta”, el cuerpo de bomberos voluntarios de la zona llegó a tiempo para sofocar ardores con unas copas de buen tinto, enfriando calores tan habituales en la tercera edad de algunos de los panelistas y llamando a la reflexión: no estábamos allí para agarrarnos a piñas sino para presentar buenos libros –diría que los mejores del género- y brindar por el éxito de Código Negro.
Finalizada la reunión, los presentes se desconcentraron en orden, sin provocar mayores disturbios, al menos que yo sepa.
Mientras redacto estas prescindibles líneas me entero de que Código Negro está ya instalada en la Feria del Libro de Buenos Aires, en el Pabellón Azul -mientras se discute si en futuras ediciones de la Feria habilitan el Pabellón Negro.
Los autores editados, sus novelas y el precio de sus cabezas, hasta hoy:
El Gordo, el Francés y el Ratón Pérez – Raúl Argemí: $55.
Que en vez de infierno encuentres gloria – Lorenzo Lunar: $48.
Noches sin lunas ni soles, Rubérn Tizziani: $ 55.
Chau, papá – Juan Damonte: $55.
Qué raro que me llame Guadalupe – Myriam Laurini: $48.
Vladimir Ilich contra los uniformados – Rolo Diez: $90.