La muerte del ninja

Miguel Prenz – Cosecha Roja.-

La empuñadura de una espada asoma por detrás del hombro derecho del sensei Sergio Cives, creador del arte marcial nindo. En la imagen publicada en su fotolog se lo ve con una capucha y el traje negros, sentado sobre sus pantorrillas, con las manos manchadas de betún. Debajo de la foto se leen dos comentarios firmados por Juan Carrari.

“¿Qué se esconde detrás de esa capucha del sensei? Quizás un alma oscura, o un hombre que se cree invencible a los ojos de los demás, y sin dejar algún rastro se lleva en su conciencia almas inocentes”.

“¿Cómo está?… si estás bien seguí aprovechando tu suerte, que no dura toda la vida… atentamente tu amigo”.

Ambos mensajes son del 23 de septiembre de 2008, una fecha improbable porque a Juan Carrari lo encontraron muerto el 5 de diciembre de 2000. Su cuerpo flotaba en un brazo del río Matanza, en la misma zona de los bosques de Ezeiza donde Cives lideraba un campamento de supervivencia. Clavada en la orilla, a pocos metros del cadáver, había una ninjato, la espada japonesa usada por los ninjas. Era de Juan Carrari, dicen.

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–Este muchacho Juan Carrari era fisicoculturista y practicaba el arte ninja. Era un hombre inmenso, un Schwarzenegger. Con su grupo iban a hacer un entrenamiento y él nunca llegó, según contaron sus compañeros que sí encontraron el auto y la espada clavada en la orilla. Así empezó la investigación.

La cabeza calva –lustrosa– de Claudio Smith refleja las luces que hay en el techo de su oficina, decorada con réplicas de cuadros de Kandinsky, Magritte y Miró. Tiene poco más de cincuenta años, la camisa blanquísima, es delgado y dirige una consultora privada en temas de seguridad desde que se retiró de la Policía Bonaerense. Mientras era jefe de la DDI de Lomas de Zamora le tocó el caso de Carrari: lo buscó con cuatrocientos policías, helicópteros y buzos tácticos.

–Los buzos hallaron el cuerpo por tacto, caminando sobre el fondo de lodo de un brazo del río que tiene un ancho de unos veinte metros y una profundidad de treinta centímetros –dice Smith–. El cuerpo estaba en estado de descomposición. Fue una búsqueda muy profesional porque era el hijo de alguien que trabajaba para el Presidente de la Nación.

Oscar Carrari, el padre de Juan, era titular de la consultora de opinión pública Analogías, asesor del gobierno de Fernando de la Rúa y amigo del vicepresidente Chacho Álvarez. Murió algunos años después que su hijo.

–En la autopsia, los médicos descubrieron que Juan tenía una cirrosis medicamentosa debido a los complementos medicinales que tomaba para ir al gimnasio –dice el consultor–. Eso, sumado al gran esfuerzo que tuvo que hacer para caminar sobre el fondo de lodo y llegar hasta el campamento ninja, le produjo un paro cardíaco y la muerte.

El informe médico donde se detallaban los resultados de la autopsia marcó el fin de la investigación policial. Nunca se supo cómo la espada terminó clavada en la orilla o si eso significaba algo.

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Detrás de la puerta negra una escalera conduce hacia una casa de altos transformada en dojo, en el barrio porteño de Villa General Mitre. La recepción está decorada con las banderas de China, Japón y Corea del Sur, diplomas escritos en japonés y español y fotos de ninjas y ancianos de ojos rasgados que son los próceres del ninjutsu (arte marcial del que deriva el nindo). En una repisa hay a la venta ninjatos con hojas de diferentes largos. Sentado frente a una mesita de madera espera Cives -cuarenta y cinco años, delgado pero macizo, con canas en la barba candado y el pelo casi rapado-. Viste un shinobi, el traje negro que usan los ninjas.

Como si no hubiese escuchado la pregunta sobre quién era Juan Carrari, el sensei cuenta su propia vida. Practicó judo, karate, sipalki, full contact y ninjutsu, porque buscaba una disciplina cada vez más fuerte, más dura y más real para defenderse en la calle. En 1982 se presentó como voluntario para la guerra de Malvinas, pero no llegó a desembarcar en las islas. Cuatro años después tuvo una nueva oportunidad de defender a la patria de unos invasores que no venían de Inglaterra.

–Cuando empezaron a decir en la televisión que habían bajado extraterrestres en Capilla del Monte, con un compañero con el que practicaba ninjutsu agarramos nuestras armas y fuimos a Córdoba.

La única invasión con la que se encontró fue con la del movimiento new age. Y se rindió ante ella. Participó de un grupo de estudios esotéricos que pasaba días enteros mirando el cerro Uritorco con la esperanza de avistar un OVNI. Liderado por el abogado Guillermo Terrera, estaban también Acoglanis (un médico griego radicado en la Argentina desde hacía décadas), Yamada (un reikista japonés que vivía en Chile) y Jorge Vázquez (un explorador aficionado que viajaba por el mundo para probar que la Tierra era hueca y que dentro de ella estaba Agartha, un reino santo habitado por seres de luz).

–Ellos fueron mis maestros, en el nindo están presentes sus enseñanzas –dice Cives, pero habla especialmente de Terrera–. Durante mucho tiempo lo trataron de nazi por su temperamento duro. En sus conferencias levantaba la mano así –hace el saludo nazi– y decía ‘vamos, levanten la mano, no tengan miedo, hay que captar la energía, la que tenían Perón, Adolf Hitler’. Lo condenaban por decir eso y porque paseaba por Capilla arriba de un jeep con la mano derecha levantada para captar energía.

Así. De nuevo hace el saludo nazi.

Terrera tenía también cierta fama por haber sido el primero en afirmar públicamente que el Santo Grial estaba escondido en la Patagonia. Según su hipótesis, la copa usada por Jesús en La Última Cena llegó al país en el siglo vi en manos de Parsifal, un caballero de la corte del Rey Arturo. Parsifal vivió durante un tiempo con la etnia comechingón. Poseía el Santo Grial y el jefe máximo de la tribu, un Bastón de Mando sagrado. Ambos elementos, según Terrera, eran la fuente de todo poder imaginable. Y quien los poseyera podría instaurar un Nuevo Orden en la Tierra.

El abogado decía tener el Bastón de Mando de los comechingones. Solo le faltaba el Santo Grial. Encaró la búsqueda junto a sus seguidores pero fracasó. Lo único que ganó fue la admiración de grupos neonazis locales que sabían que el mito de Parsifal como guardián del Santo Grial era uno de los pilares del esoterismo alemán recogido por el régimen de Hitler.

Guillermo Terrera

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Cuando fue hallado muerto en el río Matanza, Juan Carrari –casi metro ochenta de altura, tez blanca, pelo largo rubio, barba candado– estaba vestido de negro: pantalón de jogging, remera, zapatillas, medias, cinturón. Los peritos lo desnudaron para ver si había lesiones. Las únicas marcas eran un raspón en la espalda y dos tatuajes en sus hombros: un águila con las alas desplegadas en el derecho y una n invertida con una línea vertical que cruzaba la rama oblicua de esa letra en el izquierdo. Esa letra es parte de la simbología utilizada por partidos neonazis de todo el mundo que buscan instalar un Nuevo Orden, igual que Terrera.

–En la autopsia se probó que no murió ahogado, sino que lo había matado un shock cardiogénico por consumo de fármacos. Con esa prueba científica decidieron cerrar el caso a comienzos de 2002.

El penalista Julio Golodny tiene en sus manos una copia del expediente de la investigación por la muerte de Carrari, en la que intervino como abogado patrocinador de la familia. Pasa las hojas en silencio y, cada tanto, lee algunos párrafos en voz alta. Cuando llega al informe que los Carrari le encargaron a Mariano Castex, uno de los peritos forenses más importantes de la Argentina, se detiene algunos minutos para leer más de un párrafo:

–La autopsia no permite fundamentar como cierta la conclusión de que la muerte se produjo por un paro cardiorrespiratorio relacionado con el abuso de esteroides anabólicos. Se trata de una hipótesis aceptable, pero que a la vez deja abierto el camino a ulteriores interrogantes: ¿cómo llegó el occiso al agua?

Golodny hace una pausa y levanta la vista, como subrayando el enigma. Vuelve a leer:

–Para responder esa pregunta el perito plantea una hipótesis muy probable: la víctima se encontraría sin vida en el momento de su contacto con el agua. Esto entreabre el razonamiento a dos hipótesis: a) cayó muerto en el agua al arrimarse al cauce o b) fue trasladado muerto hasta el cauce y colocado en el mismo por alguna razón.

La primera hipótesis es difícil de aceptar porque durante el paro cardiorrespiratorio y la posterior caída Carrari debería haber sufrido más lesiones que el raspón en la espalda. En cambio, la segunda obliga a investigar cómo terminó en el agua el cadáver. En su informe, Castex propone tres respuestas:

Cayó al agua en el proceso final de muerte.

Lo hallaron muerto y luego lo trasladaron al agua, al menos dos personas.

Lo asesinaron y luego lo trasladaron al agua, al menos dos personas.

–El caso se cerró –dice Golodny–. La realidad nunca se va a saber. Es un secreto que se llevó a la tumba.

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santo grial

¿Qué tienen que ver Capilla del Monte, el Cerro Uritorco, Guillermo Terrera y su fijación con la mitología nazi con Juan Carrari? El sensei insinúa que la muerte de su alumno está relacionada con la búsqueda del Santo Grial.

–Hay muchos que no quieren que se conozca la verdad sobre el Grial –dice–. Casi todos los del grupo de Capilla murieron de formas extrañas. A Acoglanis lo asesinó su socio. Terrera murió de un problema cardíaco después de haberse hecho un chequeo médico que le había salido perfecto. Vázquez murió en Chile, justo cuando pensó que había encontrado una escalera que llegaba a Agartha, el reino subterráneo. Yamada, que está escondido en Chile, y yo somos los únicos que quedamos vivos. Y yo tuve este inconveniente: el fallecimiento de Juan, que tenía amistades en partidos neonazis.

Su versión de los hechos comienza el 2 de diciembre de 2000, cuando él y sus alumnos llegaron a los bosques de Ezeiza para encarar el campamento de supervivencia. Tres días antes de que Juan Carrari apareciera muerto.

–Llegué con diez alumnos al mediodía, en dos autos. Practicamos todo el día. A la noche apareció el coche de Juan estacionado donde estaban los otros, y yo había ordenado que nadie llegara solo. Pensé ‘ahora éste toma un atajo y nos asusta’, y eso no se hace porque en un campamento de supervivencia todo lo que viene de afuera se toma como agresión y hay que defenderse. Volví al campamento, pregunté si estaba Juan y me dijeron que no. Lo salimos a buscar y no estaba en ningún lugar. La policía lo buscó como tres días y no aparecía. Yo pensaba ‘dónde lo tiraron’.

–¿Por qué pensaba que alguien lo había tirado en algún lugar?

–No sé. Juan apareció vestido con nuestra ropa en el río, y su ninjato clavada en la orilla. ¿Quién era Juan? No lo sabemos. Conmigo estudió poco más de un año. Era buenazo, extrovertido, medio matón. Como era rubio y grandote le decían El alemán, y él jodía con que tenía sangre aria. Si uno era amigo de él, todo bien; si no, te hacía sentir una porquería. Menospreciaba a todo el mundo.

–¿Eso quiere decir que alguien pudo haberlo matado?

–Yo fui a ver a un policía amigo y me dijo “pibe, esto fue armado, están buscando un boludo y sos vos”. Yo no sé si me querían usar como chivo expiatorio o si me querían hundir a mí por envidia. Igual yo soy más peligroso muerto que vivo porque la energía queda liberada una vez que el cuerpo se va. Sería terrible pensar que me quisieron voltear a mí y que para eso mataron a un inocente.