Hannah Gadsby okok

“Ya no se puede hacer humor”. “Todo les molesta”. “¿Viste que no hay muchas comediantes mujeres?”. Hace rato que la comedia y el humor viene tambaleando: desde las denuncias y condena de Bill Cosby hay varones que no entienden de qué deben reírse, por qué “todxs tan sensibles” y repiten “eso es sexismo al revés”. Si esas preguntas del sentido común machista sonaban a viejo, el especial Nanette de la comediante australiana Hannah Gadsby en Netflix terminó de volverlas una antigüedad.  

Hannah es una mujer lesbiana de 40 años. Nació en Tasmania, una isla al sur de Australia continental donde la homosexualidad fue considerada delito hasta 1997. Pasó diez años dentro del clóset, toda su adolescencia. Es una chongaza vestida de traje azul y pelo corto. Antes de empezar el show ya sabemos que pasa el tiempo sirviendo té junto a sus dos perros caniches, durmiendo siestas y que es muy graciosa.

“¿Qué es ser una lesbiana? Hasta no hace mucho ser lesbiana era no reírse del chiste de un varón. Si no te reís del chiste del varón es porque estás tensa. Si estás tensa, es porque te falta una buena pija. Tomá esto, tragatelo y ahora reite. ¿Qué consejo raro no?”, dice entre mímicas. Parece una parodia de una parodia. No se la ve del todo cómoda. Pero te hace reír.

Hannah explica cómo se arma un chiste: una mezcla entre tensión que se va construyendo en el relato y que terminará liberándose con remate y risa. Así cuenta ella sus anécdotas y vivencias, editándolas. Pero hoy Hannah no quiere editar más de esta manera y dice que va a contar su historia.

En un mundo donde nacés y crecés dándote cuenta que no encajás, ella encontró en el humor una forma de hablar pidiendo permiso. Selló con chistes todas las veces que ejercieron violencia sobre ella. Pero esta noche Hannah plantea que, como su madre que ya no compara la homosexualidad con el asesinato, evolucionó. Ya no quiere reirse de ella misma. “No es humildad, es humillación. No quiero hacerme más esto a mí ni nadie que se identifique conmigo”, dice.

Hannah sabe manejar la tensión. Conoce hasta qué punto llevar el relato sin que el público se parta. En Nanette la levanta al máximo. Las 1.547 personas dentro de la Ópera de Sidney no hablan. Ahora no hay ni una risa, ni siquiera un carraspeo de tos nerviosa. La voz de Hannah tensiona hasta crear un silencio que se expande del otro lado del televisor. Entonces Hannah hace un chiste, casi como un gesto. Y de este lado lloramos y reímos como si su fórmula fuera otra cosa: más cruda, más intensa, igual de efectiva.  

Hay dos temas que desarma de una manera grandiosa: la historia universal contada por varones blancos heterosexuales que construyen artistas idealizados -de la epilepsia de Van Gogh a la misoginia de Pablo Picasso- y el mito de “separar el autor de la obra”. Urgente escucharla. Pero hay algo en su show todavía más potente. La contradicción con la que se expone e interpela.  

“¿Y acá,  qué pasa con el humor?”. Pensemos desde el espectáculo, las series y vídeos de Malena Pichot, Charo López, Ana Carolina, Vanesa Strauch, hasta en los vídeos de Sofi Morandi y los gameplay de Bárbara Martínez. Pensemos en Señorita Bimbo y Noe Custodio. En las pibas de LatFem y el día en que Florencia Alcaraz dijo que hay que encontrar otras maneras de contar los feminismos: que hay que contar el goce. También en los memes que hace unas horas estábamos haciendo en Cosecha Roja en respuesta a las palabras de Gabriela Michetti. Si la vicepresidenta dice que una niña, adolescente o mujer que es violada debe atravesar un embarazo obligado, ir al psicólogo -obvio que varón-, aunque -no sé, qué se yo- le genere un trauma parir y dar en adopción.

¿Cómo contamos la crueldad? ¿Cómo la discutimos?

Hannah anuncia que debe dejar la comedia. Pero no puede dejarnos. A nosotrxs, el público que puso su show para reírse y ahora está con ella en esta contradicción de tener que reinvertarlo todo.

Ella da por muerta a la comedia.

La comedia machista, claro.

Qué gracioso y liberador.