La mujerengue de Santa Cruz de la Sierra

Vanina Lobo Escalante es una mujer trans indígena, moxeña trinitaria y secretaria de la Unión de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Santa Cruz de la Sierra. Una historia que va de la discriminación al orgullo.

La mujerengue de Santa Cruz de la Sierra

Por Cosecha Roja
28/01/2020

Por Movimiento Maricas Bolivia – La tetera

Guadalupe, antes de llamarse Vanina, estaba determinada a ser mujer. A sus doce años de edad el niño, para su padre y sus hermanos, se autopercibía en género femenino y desde su precaria existencia se ensayaba ropas y enseres que la ayudaban a entender, expresar y construir su identidad de género negada. Prefería la satisfacción de las blusas y las falditas, esas prendas frescas que se deslizaban por su cuerpo para acomodarse en las caderas imaginarias y los senos deseados, prefería el cabello largo, negro y espeso, recogido en una cola o trenzado al lado derecho para comodidad de su feminidad.

La única complicidad para la niña era algún amigo homosexual, señalado de maricón en el pueblo, que la ayudaba a la realización de su vivencia interna e íntima como mujer; lo demás era la calle, el trabajo, vendiendo ropa, junto a su hermana y la escuela donde era violentada por sus rasgos indígenas, insultada con los apelativos de “yuracaré, moxeño, tirva (mezclado)”. La niña no solo se enfrentaba a su determinación irreverente sino también a la violencia del padre, que los había abandonado, y los hermanos siempre atentos al modo de vestir o de caminar del hermanito menor que, como florcita quebrada, andaba delicadamente por la vida. El padre, cacique del Cabildo Indígena Moxeño Trinitario, arriesgaba su prestigio de autoridad con el comportamiento del hijo, llamado mujerengue, y atormentado por el qué dirán perseguía a Guadalupe por donde la veía y la golpeaba pensando que a fuerza de azotes el niño olvidaría su ser mujer.

El año 1994 Guadalupe, con catorce años de edad, ganó el Mis Transformista Gay del Beni y su foto fue portada en el periódico La palabra del Beni, este acontecimiento, importante para la adolescente que reafirmaba su género femenino, desencadenó la ira del padre y los hermanos que la buscaron, la golpearon y la amenazaron de muerte sin que nadie pudiera hacer nada.

En la calle, expulsada de su hogar, la adolescente asistía algunas fiestas y discotecas donde posibilitaba la realización de Guadalupe, había conocido un grupo llamado La Colonia de chicos maricones y mujerengues que se juntaban a jugar basquetbol, había aprendido que su identidad de género era una lucha constante que debía defender ante cualquier adversidad. En enero de 1995 su padre la sacó brutalmente de una discoteca, la golpeó y obligó a que se presentara al servicio militar obligatorio como último recurso para cambiarla. Guadalupe aceptó el trato de su padre que había prometido dejarla tranquila si le entregaba la libreta del servicio militar; el padre asumía que su hijo mataría a Guadalupe, que se olvidaría de la ropa y el nombre femenino con el que se hacía llamar; ella, desde  su vivencia interna e íntima, vivía más segura de sí misma y se fortalecía con cada rutina de ejercicios, repitiéndose a sí misma que valía la pena si la dejaban tranquila y contaba los días para ser libre.

Aparte de vejaciones y humillaciones, Guadalupe encontró su nombre en el año de servicio militar que prestó en la población de San Joaquín, justamente en el servicio de guardia militar leyó la nota, en el periódico El Deber, sobre Vanina Olmos, Reina del Carnaval de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que fue cuestionada por su apoyo a la población homosexual, a quienes se les negaba la participación en el corso cruceño. Toda la irreverencia de ese nombre, por atreverse a cuestionar la institución del carnaval en una de las ciudades más machistas y homofóbicas del país, representaba en Guadalupe una revelación al modo de resistencia que ella venía sosteniendo. Decidió llamarse Vanina, como acto simbólico de nombrarse según su identidad de género femenina, con autonomía y autodeterminación, y adelantando su posterior residencia en la ciudad de Santa Cruz. 

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Al año de prestar su servicio militar obligatorio Vanina Lobo entregó la libreta a su padre, lo arrojó con impotencia porque había soportado un año de violencia física solo por la promesa de ser libre, había cumplido su parte del trato. Su padre y sus hermanos, convencidos de la efectividad de la violencia militar, vigilaban su comportamiento y su vestimenta, la perseguían en motos e informaban a su padre de sus andanzas. La volvieron a golpear, su padre no cumplió el acuerdo de dejarla tranquila, siguieron hostigándola y amenazándola, Vanina entendió solo una cosa: “cualquier día podía amanecer con la boca llena de hormigas”.

Y tuvo que marcharse dejando todo, o quizá nada, porque nunca había tenido una familia que la apoyara, a sus 16 años, se tenía a sí misma y podía empezar una vida en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Antes de ejercer el trabajo sexual, en una ciudad con el mayor índice de asesinatos a mujeres trans, Vanina ejerció diversos trabajos pero se le iban cerrando muchas puertas a medida que se hacía más notoria su identidad de género. La necesidad económica la obligó a buscar sustento en las noches donde los machos cambas sucumben a las caricias de mujeres trans, violentadas y discriminadas en el día.


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La Avenida Cañoto, uno de los sectores con mayor presencia de chicas trans, estaba liderada por otra mujer trans que veía en Vanina una amenaza a su fuente laboral, mediada por la discriminación por sus rasgos indígenas, además de migrante. Todo se resolvió en una pelea, golpes duros de mujeres que están obligadas, de este modo, a hacerse un lugar de trabajo, “es la ley de la calle”, dice y se refiere a la violencia ejercida en el mundo de la prostitución del que ninguna compañera quiere hablar. Producto de ese enfrentamiento fue nombrada lideresa de la zona y posteriormente dirigente y secretaria general, junto a otras compañeras fundo la UTSC (Unión de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra) y fue forjando su activismo entre finales de los noventa y primera década del 2000.

Hace algunos años atrás Vanina Lobo junto a otras compañeras y compañeros del Movimiento Departamental de las Diversidades Sexuales y de Género de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, autoidentificadas como indígenas chuiquitanas, guarayas y ayoreos, hicieron una representación ante la CIDOB para ser reconocidos como parte de esa institución, les negaron esa posibilidad. Justo por esas fechas su padre la llamó para que asumiera el cargo en el Cabildo Indígena Moxeño Trinitario, su padre que la había negado cuando adolescente ahora la llamaba porque ninguno de sus hijos varones se consideraba indígena y negaban esa procedencia.

Vanina viajó a Trinidad para ver a su padre y asistir a la asamblea indígena donde le negaron la posibilidad del cargo por ser una mujer trans, desde la visión machista de la comunidad solo los hombres de la familia pueden asumir este cargo y tuvo que abandonar ese espacio ante la amenaza de violencia.

Vanina recuerda todos esos insultos por tener rasgos indígenas durante su infancia, toda esa violencia instaurada contra esta población que era reducida a condición bárbara y el señalamiento del mestizaje como lo despreciable, “tirva (mezclado)”; ella asume que toda esa violencia es herencia de la colonización que está instalada en las ciudades como un discurso racista del que se precian los que se dicen verdaderos cambas. Pero entonces surge la otra violencia, esa que hoy es llamada transfóbica, en las comunidades indígenas donde no toleran a la población con diversa orientación sexual e identidad de género, esa que también es producto de la colonización que ha reforzado la heterosexualidad y la heteronorma. “Pero tampoco vamos a idealizar a los indígenas” nos dice sonriendo con ese gesto crítico y honesto de su lucha como resistencia de vida.