La navidad en la que pasé de tía a abogada de mi sobrina víctima de abuso sexual

Marcela Vázquez escribe sobre el abuso sexual intrafamiliar desde la experiencia de acompañar a Lucila, su sobrina de 9 años, en un relato en el cual confluyen los lazos legales y de sangre. En Argentina, 8 de cada 10 abusos denunciados son en el ámbito doméstico ¿Qué pasa cuando uno de esos casos toca de cerca y deja de ser un número más?

La navidad en la que pasé de tía a abogada de mi sobrina víctima de abuso sexual

18/06/2021

Por Marcela Vázquez*

El 11 de enero de 2021 los tribunales de Banfield eran un desierto. Era la feria judicial de verano y sólo había empleados de guardia. Todos los bares y kioscos estaban cerrados. A través de los vidrios se veían las sillas dadas vueltas sobre las mesas y las heladeras sin nada. En el estacionamiento había unos pocos autos que parecían abandonados por sus dueños. Llovía y el silencio podría haber ocupado cada rincón si no hubiese sido porque se escuchaban caer las gotas sobre los techos con toda furia. Esa mañana, una nena de 9 años fue citada para declarar. Unos días antes había dicho:

—Ya no me gusta la Navidad.

Ninguna película de terror

El 25 de diciembre de 2020 los festejos de Navidad se extendieron hasta la noche. Nadie se quería ir. Durante el día los chicos jugaron en la pileta, los mayores tomamos sol, escuchamos música, conversamos. Saltábamos de un tema a otro. Las carcajadas invadieron todo el parque y el quincho, de dónde en forma permanente salía y entraba gente. En el quincho estaban las cosas dulces, las bebidas, sobre una mesa larga.

Los padres de Lucila están separados hace tres años. A ella y a su hermana esas fiestas le tocaban con el papá. Raúl llamó a su ex pareja para decirle que Lucila la extrañaba, algo raro en ella, diría su madre, al momento de declarar, ya que “es una nena muy independiente”. Había pasado Navidad además de con su padre, con los abuelos paternos y sus dos tíos. Raúl las trajo. Nosotros habíamos terminado de cenar. Sus ojos verdes detrás de los lentes lilas lucían desorbitados, y se posaron sobre cada una de las personas que estaban en el lugar. No vi en ese rostro pálido la sonrisa que la caracterizaba cada vez que llegaba a mi casa. Sus labios resistían con fuerza el nudo en la garganta que en cuestión de segundos no pudo contener más. Apenas entró, la abracé. Tenía cara de miedo, nunca antes la vi así, no imaginé qué le pasaba.

—Primero tengo que hablar con mi mamá.

Fue a los brazos de su madre, se sentó sobre sus piernas y la agarró del cuello. Le habló por lo bajo. Las tres, incluida la hermana de 16, saltaron de sus sillas y salieron del quincho rápidamente. Lucila seguía en los brazos de su madre, mi hermana. Saludaron en general. No recuerdo quién les abrió la puerta. Fueron a la casa de los abuelos. Eugenia esa misma noche supo de boca de su hija lo que había pasado. La nena había aguantado largas horas sin contárselo a nadie, a la espera del encuentro con su mamá. Eugenia llamó inmediatamente a Raúl, subió al auto en medio de la noche y lo fue a buscar. La versión que la nena le había dado a él era que había visto una película de terror junto a su tío Guillermo y que había quedado muy asustada.

Una niña en tribunales

El día gris de enero se programó por primera vez la declaración de Lucila bajo la modalidad Cámara Gesell. Luego de varias horas, en las que no comió ni tomó nada, porque nada estaba abierto, Lucila tuvo su encuentro con la perito psicóloga, que luego de la entrevista, concluyó que estaba en condiciones de declarar. Como no estaba la jueza de garantías, debieron volver a su casa. Eso la desanimó, pensaba que ese día iba a terminar todo, pero faltaba aún un largo tiempo por delante.
Su declaración se reprogramó para septiembre de 2021.

—¿Me vas a ayudar con esto no?— me dijo.

¿Cómo negarme? El amor que me transmite es sinónimo de fortaleza. Me obliga a estar a su altura. Ella con su valentía frente a cada intervención judicial logró que su agresor esté preso. Su propia madre se tatuó la palabra “resiliencia” en el brazo izquierdo. ¿Qué menos puedo hacer yo?

Esta es una crónica sobre mi experiencia de vida en la que el rol de tía y el de abogada confluyen todo el tiempo y también la necesidad de ayudarla, de protegerla.Son lazos legales y lazos de sangre, pero no sólo en lo que a mí respecta.

“Los padres acompañarán a la nena con la perito que les va a explicar el procedimiento, pero no pueden estar presentes. La psicóloga dirá si la menor está en condiciones de declarar. La declaración se hace a través de un espejo. Ella no verá ni escuchará a nadie. Solo a la psicóloga. Tampoco las preguntas que hacen las partes”, dijo un instructor judicial de la fiscalía a cargo del caso, quien solicitó que no se revele su identidad, respecto a la Cámara Gesell.

Las partes son la jueza de garantías, la defensora del acusado, el acusado que estará presente sólo si lo desea, la fiscal, su secretario y el Asesor de Menores. La Asesoría de Menores controla que los derechos de la menor sean protegidos. Por la particular damnificada, en este caso la abogada de la familia -es decir yo-, podrá estar presente sólo si la jueza de garantías la autoriza. La función de la jueza de garantías es controlar que se respeten los derechos de las partes durante la etapa de instrucción, en la que se averigua y se recolecta pruebas respecto al delito.

El instructor también informó que durante el proceso la menor no tiene contacto con ningún empleado de la fiscalía, como forma de preservarla.

Esos lugares en días hábiles huelen a café y se llenan de abogados que se reúnen para hablar de sus casos, entre celulares, papeles, portafolios, carpetas. Desde la pandemia ya no es lo mismo.

La perito psicóloga es su nexo con la Justicia, no asume el rol de terapeuta sino de entrevistadora, dijo el ex Juez de Menores Luis E. Kamada en una capacitación para abogados organizada por los Institutos de Derecho de Familia y Derecho Penal del Departamento Judicial de Lomas de Zamora, y aclaró que las preguntas del fiscal y el defensor se hacen a través de la perito, quien evaluará que la pregunta no sea dañina para el menor, dado que lo que se persigue es no revictimizar al niño. Sin embargo, la experiencia indica que eso es imposible.

Aunque no vea a través del espejo, sabrá quienes están del otro lado porque siempre se le debe decir la verdad.

Me quiero olvidar y no puedo

Cuando el abuso sexual involucra a una menor se usa un protocolo específico, que se activa con la denuncia realizada por un mayor. En este caso en particular, el padre de la nena hizo la denuncia contra su propio hermano en la Comisaría de la Mujer y la Familia del Partido de Almirante Brown, en la localidad de Burzaco. Ni bien Lucila terminó la declaración, los padres tuvieron que llevarla al Cuerpo Médico de Lanús para hacer el reconocimiento médico, que estuvo a cargo de dos peritos médicas. Las lesiones halladas en su cuerpo coincidieron con su relato por lo que se lo consideró “reconocimiento positivo”.

Dentro del raid de 8 horas de ese 26 de diciembre, fueron al Hospital Narciso López de Lanús donde le sacaron sangre para comprobar si había contraído alguna enfermedad de transmisión sexual y se le entregó un kit de profilaxis que incluía tres drogas, dos de dosis única y la tercera, para el HIV, que la nena debió tomar cada doce horas, durante veintiocho días. Su madre debía salir del trabajo para dedicarle no menos de 45 minutos hasta lograr que lo tomara, por lo asqueroso que era. La droga a veces la hacía vomitar y le terminó destrozando el estómago.

Un grupo de infectólogos del Hospital Narciso López se involucró con el caso, siempre les explicaron todo y las contuvieron. A la nena se le deben realizar análisis cada tres meses, uno se hizo apenas comenzaron con todo, el segundo fue en abril. Ese día la vi cuando llegó con la cintita blanca en su brazo izquierdo, yo estaba en casa de mi madre. Venía de desayunar con su mamá y su hermana luego de la extracción. Trajo un tostado que le había quedado y cortó un pedacito para cada. También me dio un accesorio con el dibujo de Bob Esponja, que sirve para sostener con los dedos el celular por detrás para mi hija, su prima. Su padre se lo había comprado para ella días antes.

Lucila no perdió la capacidad que tuvo siempre de dar, a pesar de que a ella le quitaron mucho la última Navidad.
Los análisis son un seguimiento que se hace para descartar HIV. La contención y acompañamiento se dio en cada uno de los lugares a los que tuvieron que concurrir a partir de y a consecuencia del abuso. Dijo la madre que, dentro de lo horrible de lo que pasaron, encontraron gente buena que supo manejar cada una de las instancias a las que tuvo que ser sometida Lucila. Lo más tedioso sí, para ella, fue tener que contar lo sucedido una y otra vez.

—¿Cuántas veces más lo voy a tener que contar? Me quiero olvidar y no puedo— dijo la tercera o cuarta vez que declaró. Aún falta la cámara Gesell, que será la quinta, la más importante.

En el caso interviene la Unidad Funcional de Instrucción Nro 9, especializada en delitos sexuales del Departamento Judicial de Lomas de Zamora. Es la única fiscalía especializada en ese tipo de delitos del departamento, por lo cual, está de guardia los 365 días del año y el trabajo sobrepasa a los funcionarios. Dentro de su jurisdicción se encuentran el Partido de Lomas de Zamora, que incluye 9 localidades y cuenta, según el Censo 2010, con 616.279 habitantes. También el Partido de Almirante Brown, que abarca las localidades de Adrogué, Burzaco, Calzada, Claypole, Don Orione, Glew, Longchamps, Malvinas Argentinas, Mármol, Ministro Rivadavia y San José. Según el Censo 2010 en ese partido viven 515.556 personas.

El 9 de febrero de 2021 Guillermo fue detenido, lo encontraron en su casa. A pesar de que la Cámara Gesell aún no se había realizado, la fiscal consideró que había pruebas suficientes para solicitar la detención. Lo alojaron en la Comisaría 5º de Rafael Calzada, aislado por unas dos semanas por protocolo del coronavirus. Luego pasó a la Comisaría 8º de Lomas de Zamora donde lo juntaron con otros detenidos. Su defensora oficial solicitó el traslado a otra comisaría. El padre de su representado le había informado que su hijo habría tenido “problemas” con los otros presos y el juzgado de garantías accedió disponiendo además, su resguardo físico hasta tanto el traslado se haga efectivo. La jueza también solicitó que sea trasladado a una dependencia que cuente con alojamiento específico para presos de la índole del delito que se le imputa.

El 12 de marzo de 2021 le dictaron prisión preventiva por el peligro de fuga y por la posibilidad de influir en la declaración de la niña, en el caso de tener contacto con ella. También se tuvieron en cuenta en la decisión sus antecedentes por violencia de género. Su mamá lo denunció cuando le tiró un servilletero de madera en el rostro y estuvo detenido por violar la perimetral de esa misma causa.

A pesar de que no hay registros, mi hermana me contó que también ejerció violencia de género sobre dos de sus ex novias, quienes no lo denunciaron por miedo. Tras contactarse con una de ellas le dijo que lo creía “capaz de matar, pero no de hacer una cosa así”, cuando se enteró de lo que le sucedió a Lucila.

Guillermo hasta hace unos días se encontraba alojado en la Unidad 26 de Olmos. Su madre envió un mensaje al whatsapp oficial de la defensora para que pidiera el traslado a una unidad penitenciaria del conurbano bonaerense. Pidió tenerlo más cerca para poder visitarlo, llevarle comida y productos de higiene personal.

Desde el día 16 de abril de 2021 está en la Unidad 31 del Complejo Penitenciario de la localidad de La Capilla, en el Partido de Florencio Varela.

Almuerzo con el acusado

El 23 de marzo de 2016, a la 1.10 de la madrugada, llegó Barack Obama a la Argentina. Ese día quedé en encontrarme con Guillermo a las 12 en la compañía de seguros de la calle Reconquista entre Lavalle y Tucumán, ya en ese entonces peatonal. Era la hora en que aparecen los oficinistas en busca del almuerzo y el humo de los cigarrillos de los que salen a la vereda invade las puertas de los edificios. Recuerdo motos y bicicletas mensajeras, camisas y corbatas, zapatos lustrados, a paso vivo. Caminé mientras esquivaba todos los obstáculos que aparecían a mi paso.

Le expliqué cómo llegar desde Plaza Constitución. Tomó la línea C, y combinó con la B, hasta la anteúltima estación. Lo había representado en un juicio por un accidente de tránsito y lo ganamos con una contrademanda. Ese día íbamos a cobrarlo. Me dio más de lo que me correspondía por honorarios, conforme con mi logro, según me dijo mi concuñado. Me preguntó si había almorzado y caminamos hacia Avenida Corrientes hasta un bar, todo vidriado, especializado en café. La máquina por momentos era ensordecedora.

Por lo que decía, que a esta altura no recuerdo, deduje que estaba en contra del sistema capitalista y del consumismo. Supe también por su cuñada que era de tener problemas en sus trabajos, que peleaba con sus jefes y compañeros. Que no le duraba ninguno. En una oportunidad con una amiga lo representamos en un juicio por despido.

A pesar de su ideología de izquierda, hice que entrara a comer a un lugar que representaba al polo opuesto. Allí comen bancarios, abogados y oficinistas. En menos de una hora, la gente se empezó a agolpar en la vereda de la Avenida Corrientes, iba a pasar por ahí, hacia el Bajo, el presidente de los EEUU. Guillermo salió conmigo a ver. Pasaron dos limusinas grises con los vidrios polarizados y otros autos más atrás. No se sabía en cuál iba Obama. Con mi celular grabé el momento con una sonrisa, junto a quien, inimaginablemente para mí cuatro años después, iba a abusar sexualmente de su propia sobrina. De mi sobrina. Sólo unos días antes de ese almuerzo, habíamos estado en su cumpleaños número cinco.

La violencia está en casa

En Argentina la Ley 26.4851 reconoce a la violencia sexual como un tipo específico de violencia contra las mujeres, definiéndola como “cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas, con o sin acceso genital, del derecho de la mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación, incluyendo la violación dentro del matrimonio o de otras relaciones vinculares o de parentesco, exista o no convivencia, así como la prostitución forzada, explotación, esclavitud, acoso, abuso sexual y trata de mujeres”.

Algunas estadísticas:

– Los delitos sexuales representan el 1% del total de delitos registrados en el país, aunque esta cifra no refleja cabalmente su relevancia, dado que estudios efectuados con otras metodologías (como la Encuesta Nacional de Victimización) advierten sobre la muy baja tasa de denuncia, en comparación con otros tipos de delitos.

– De acuerdo al SNIC (Sistema Nacional de Estadística Criminal) las violaciones sexuales comprenden anualmente cerca del 25% del total de delitos sexuales que son denunciados. Esto significa que uno de cada cuatro delitos denunciados incluye agresiones con acceso carnal (Fuente UFEM).

– Respecto a los llamados al 144 a nivel nacional, la edad de las víctimas aparece como un factor de riesgo. Mientras que la incidencia a nivel nacional de los llamados por violencia sexual durante 2018 fue del 11%, la cifra se eleva a 34,2% cuando las víctimas tienen hasta 18 años de edad. En el 81,9% de los llamados, la violencia denunciada sucedió en el ámbito doméstico (Fuente UFEM)

– Según datos estadísticos del Ministerio Público Fiscal de la Provincia de Buenos Aires, en el año 2020, se iniciaron 6.931 causas por abuso sexual, las que representaron el 5,1% respecto al total de casos que quedaron asentados en el Registro Penal de Violencia Familiar y de Género (REVIFAG).

– En provincia de Buenos Aires, los departamentos judiciales con mayores dificultades respecto de la dilación del servicio de justicia son Lomas de Zamora, Morón y Azul.

Lazos de sangre

Eugenia, la mamá de Lucila, mi hermana, fue abusada sexualmente por un desconocido a los 14 años un sábado de verano por la noche. La llevó junto a una amiga a punta de pistola a un descampado. La familia hizo la denuncia pero quedó en la nada. Su madre también fue abusada a los 13 años, en 1964. Volvía de visitar a su hermana mayor a caballo, en el campo. Un hombre joven que también iba a caballo se le cruzó, la agarró del pelo y la tiró al pasto. Su padre y su hermano salieron a buscarlo pero nunca lo encontraron. La Policía hizo lo mismo en una patrulla junto a mi madre niña, recorrieron varios puestos rurales pero tampoco lo encontraron. Ella recordaba muy bien su rostro, pero no sirvió de nada.

Un día de marzo de 2021 mi madre fue a llevarle a Eugenia una vianda al lugar de trabajo, era el mediodía. Pasó por al lado de ella y no la vio. Eugenia estaba fumando en la vereda. Advertida por un compañero de trabajo, volvió sobre sus pasos, a su encuentro. Eugenia cuando la vio se puso a llorar y se abrazaron.

—Nosotras lo superamos, ella también va a poder—le dijo mi madre.

Lucila, además, tendrá justicia.

*Abogada graduada de la UBA, periodista egresada de ETER Escuela de Comunicación. Entre sus preferencias al momento de la escritura están las historias de vida, muchas de ellas, atravesadas, de algún modo, con el ámbito judicial.