David Espino – Cosecha Roja.-

Nadie se tomó la molestia de limpiar la sangre de Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, los dos estudiantes de la Normal de Ayotzinapa que quedaron muertos sobre la Autopista del Sol. No hubo veladoras ni flores para quienes atendieron la convocatoria de bloquear la vía en busca de solución a sus demandas educativas. Una vez que se reanudó el tráfico, tras dos horas de espera para que llegara el Servicio Médico Forense, los autos y autobuses siguieron pasando con normalidad.

La sangre en el asfalto era calcinada por el sol de las 2:00 de la tarde y ennegrecida por la tierra de las llantas. Nadie colocó esas señales de cal que los peritos en criminalística hacen para registrar el lugar exacto donde yacieron los cuerpos. En su lugar, cientos de cristales despedazados de las ventanas de los autobuses tronaron como migajas de pan bajo las suelas de los zapatos.

–¿Eres del Cisen? –me pregunta un Ministerial con gafas negras, pistola terciada en la cintura  y sombrero de cazador.

–No, reportero.

Desde el lugar en donde está él y otros peritos de la Procuraduría General de Justicia, un pequeño cerro aledaño al lugar donde cayeron muertos Jorge y Gabriel, se tiene una vista panorámica de la zona de los disturbios. No están aquí de manera fortuita, es el camino por donde unos 20 estudiantes salieron huyendo por temor a ser detenidos y es donde los Ministeriales tiraron casquillos de diferentes armas largas para simular que desde acá los estudiantes dispararon contra ellos.

Conté primero tres, luego siete y vi cuando un agente ministerial, perito al parecer, dejó caer otro. Al final fueron 11 casquillos.
Tomé fotos con el teléfono.

–No puedes estar aquí–dijo entonces el tipo con sombrero de cazador.

–Pero el área no está acordonada…

–Sí, pero no puedes, no puedes. Ya sabes que nosotros trabajamos chingón con ustedes –insistió más hosco, el policía.

 

***

El bloqueo de los estudiantes inició antes de las 11:00 de la mañana.  La escuela Normal de Ayotzinapa forma a los profesores que luego dan clases en zonas rurales del Estado de Guerrero. Desde hace años vive con la amenaza de cierre. Los estudiantes se movilizan para defenderla. Es recurrente que corten este tramo de la vía federal para obligar a las autoridades a sentarse a negociar o a firmar compromisos de cumplir con sus peticiones. Esta vez no. Habían pasado un par de meses desde que el gobernador Ángel Aguirre Rivero visitó la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, y rió y comió con los chicos, y hasta con su estilo desenfadado los invitó a Casa Guerrero.
Pero esta vez, durante el reclamo, asesinaron a tres de ellos.

Al principio todo fue confusión. Los normalistas estaban de ambos lados de la carretera, habían llegado en varios autobuses de la Estrella Blanca que tomaron a la brava y los estacionaron cerca del lugar. Los policías ministeriales y federales –después Genaro García Luna dijo que sus muchachos no intervinieron– quisieron desalojarlos. Se movieron en grupo con los escudos en alto, las armas apuntando.

Los estudiantes no retrocedieron. Al contrario, siguieron avanzando con consignas y algunos con palos, cubriéndose la cara con las playeras. De acuerdo con versiones, otros traían bombas molotov vacías que buscaban cargar en las gasolineras cercanas. Cuando los policías se dieron cuenta de que los estudiantes no se movían, empezaron a desalojarlo a empellones. Los jóvenes tiraron algunas molotovs y los policías empezaron a disparar. Mataron a Jorge y a Gabriel.

Todo fue caos. Gritos. Y más tiros al aire. Uno de los estudiantes tiró una molotov a una bomba despachadora de gasolina pero el incendio fue controlado por bomberos de Protección Civil. Según un reportero, este chico fue herido en el estómago con arma de fuego y  llevado a rastras por sus compañeros. No se supo qué pasó con él hasta la noche, cuando se confirmó su muerte y supimos su nombre: José David Espíritu.

En medio del pánico, los estudiantes se refugiaron en varias casas aledañas y tras lo matorrales, en los cerros. Entre ellos cayó el reportero Erick Escobedo, a quien golpearon y dejaron libre cuando confirmaron que era periodista.

En el lugar del desalojo quedaron zapatos, huaraches y tenis, ninguno con su par. Playeras desgarradas, gorras y palos de escoba rotos. Las armas de los estudiantes que los ministeriales pretendieron convertir en Cuernos de Chivo.

–Qué los estudiantes iban armados con AK-47 –dice Valentino Durán, miembro del comité municipal del PRD en Chilpancingo–. Así lo oí. Lo anda diciendo la gente.

–Andaban en huaraches –le digo.

–Sí. De dónde pueden agarrar estos muchachos 50 o 100 mil pesos para comprar una arma de esas –responde.

 

***

El último normalista que quedó en el lugar es escoltado por Javier Monroy, del Tadeco, Nicolás Chávez Adame de la CETEG y otros miembros del magisterio disidente de Guerrero. Trae sólo un huarache, el otro lo perdió en su carrera cerro arriba para salvarse de un tiro o de ser detenido. De la cara cubierta con un paliacate y el gorro de la chamarra deportiva asoman su piel morena y  los ojos negros. Ceja poblada oscura. En un chico flaco. Asustado. No imaginó que la protesta terminaría de este modo.

–Los policías empezaron a disparar contra de nosotros y no hicimos más que correr. Y después uno de los compañeros tiró una molotov. No sé qué pasó con él. Cuando empezaron a gritar que habían heridos corrimos. Sólo corrimos.

Nicolás Chávez está a su lado y le platica quedito. Lo rodea mucha gente. El procurador de Justicia, Alberto López Rosas y su guardia personal –como 20, además de dos camionetas repletas de agentes– llegó para ver cómo trabajan sus muchachos. Rodeado de reporteros dijo que no podía dar una opinión porque no tenía información precisa, que daría su posición en una conferencia de prensa en la tarde.

Horas después, cuando la dio, dijo que se estaba investigando lo sucedido, porque a un muchacho se le decomisó un arma AK-47. Aseguró que sus agentes llegaron al lugar desarmados. Y no responsabilizó a nadie de la muerte de los tres estudiantes, aunque hay 24 de estos detenidos. Dijo, en fin, que “en los hechos participaron agentes ajenos a los estudiantes y al gobierno, y esto es materia de la investigación que estamos haciendo”.

Pero ahora un grupo de periodistas intentamos tranquilizar a un normalista que teme ser  detenido. Llama la atención su pie descalzo y el otro con un huarache, polvoso. Tiene los  ojos negros, mirada de espanto. Desconfía en un primer momento cuando se le dice que suba a la ambulancia. Pero cuando ve que uno de los fotógrafos sube, se anima.

Antes que llegará el procurador para que nos dejaran pasar a la parte baja del cerro donde los agentes de la Procuraduría sembraron casquillos, el agente del sombrero de cazador defendió  su trabajo.

–Tanto escándalo por un casquillito –se quejó.

En su boca se dibujó algo parecido a una sonrisa.