revolucion-de-las-pibas

 

Nos sorpendieron.

Pensar que las veíamos tan metidas en sus telefonitos, bloqueándonos en twitter, jugando a hacer trompita en las selfies.

O que nos preguntábamos cuanto les duraría eso de los raeggetoneros, o nos preocupábamos al enterarnos de que se agarraban a trompadas a la salida de la escuela, se apuraban a subirse a las matinés y a las juntadas en las casas o alguna terminaba una madrugada dándosela en la pera.

Creímos que no les interesaba casi nada. Que sólo tenían ojos para lo inmediato, que el consumo les organizaba la vida. Que sólo sabían mirar para otro lado o encerrarse en su habitación cuando intentábamos hablarles.

Pero no. Nos abrumamos de impotencia. Entramos en pánico ante lo que no podíamos controlar. Nos sentimos descolocados y quizá –seguro que no todas y todos, pero quizá- no supimos oír, no vimos lo que había para ver, no nos dimos cuenta de la manera tan personal en que estaban atentas a todo aquello que creíamos que no les interesaba.

“¿Papi, es verdad que nuestras necesidades terminan yendo al río?”, me preguntó preocupada el otro día mi nena de diez. Aún ni se asoma a la adolescencia, pero en la curiosidad y la preocupación de esa pregunta, quizá esté una parte de la explicación.

Son mucho más atentas de lo que suponemos. Miran el mundo que protagonizamos con curiosidad, inquietud, prevención, fastidio, incertidumbre, ansias.

La distancia que nos ponen no quiere decir que no construyan su registro de lo que pasa.

Había destellos, avisos, señales, gestos, que quizá no advertimos. Cuando las veíamos hacer propia la letra de una canción de las Pastillas o pasarse videítos de Magalí Tajes. Cuando salían del silencio y nos decían con una frase corta algo de nuestras vidas que no conseguimos manejar.

Cuando de pronto se mostraban interesadas y nos preguntaban por algo que creíamos les era ajeno. “¿Quién la mató?” o “¿por qué es la marcha?” o alguna data de algún momento de nuestra historia. Nos esmerábamos en responderles y les soltábamos todo lo que nos venía a la cabeza.Entonces nos escuchaban al principio, se hacían su idea del asunto y ya.

“La hacés muy larga”, nos cortaban. Era hasta ahí y les servía para entender.

Son así y son muchas más de las que creíamos, desde bastante antes que nos dejaran con la boca abierta llenando con sus voces la plaza frente al Congreso.

En una hoja rayada de carpeta, una nena que disfruta jugar con mis hijos pero que ahora se asoma a la adolescencia, dibuja la silueta de una muchacha que lleva escrito: “SOBRE MI CUERPO DECIDO YO”.

Quizá a alguien le pueda sonar muy individual. Pero no. Lo comparten, lo cantan, lo celebran, saben que las mujeres –sus madres, sus tías, sus vecinas, sus compañeras, sus amigas y muchas otras mujeres más lejanas en tiempo o en distancia- han soportado ya demasiadas cosas que no es justo seguir sufriendo.

Por eso también sucede que en una escuela religiosa las pibas hacen estallar el patio de cánticos y pañuelos verdes.

No les pasó de largo lo de Micaela García ni lo de Anahí Benítez. No sólo sus muertes, sino el sentido que daban a sus vidas.

Dicen, gritan, cantan su verdad con alegría. Cuando vi a Lucila de Ponti hablar en Diputados moviendo sus manos con vaivén callejero, sin doble discurso, pidiendo terminar con la hipocresía, siendo en la banca la misma que sabe ser junto a las pibas en el barrio y en la plaza, sentí que habló por todas ellas con la misma frescura que crecía desde la calle.

Así las cosas. La lucha de las mujeres creció, cada vez fueron más las que estuvieron dispuestas a ponernos los puntos y despabilarnos. Y cuando estaban en eso, aparecieron sus hijas, nuestras hijas, a mostrarles a ellas y a nosotros, los hijos del patriarcado, que ellas también tienen algo para decir.

Es mentira que se corre el eje, que le hacen el juego a alguien o que instalan debates secundarios. Nos cuesta entender y aceptar que venimos un paso atrás. Nosotros y los pibes tenemos mucho para aprender de ellas.

Tienen el entusiasmo, la convicción y la fuerza. Su lucha va de la mano de todas las luchas. No democratizaremos el poder, la riqueza y la cultura sin desarmar el patriarcado.

Creo que empezamos a vivir una revolución para la que me siento feliz y dispuesto. La revolución de las mujeres y de las pibas.