Semana.-

En una vereda antioqueña una mujer fue quemada viva porque supuestamente hacía maleficios a los jóvenes. Pero su pecado más grande fue estar en desacuerdo con la junta de acción comunal, y vivir en una comunidad obsesionada con la hechicería.

Berenice Martínez no quedó satisfecha con las cuentas que presentó esa tarde Álvaro Valencia, el presidente de la junta de acción comunal de la Loma de don Santos, vereda del municipio antioqueño de Santa Bárbara. Corría 2001 y acababa de culminar un proyecto de vivienda hecho con aportes de algunos vecinos. Al final sobró plata y la junta decidió repartirla a los participantes, pero Berenice reclamó que incluyeran las varillas que también habían sobrado. Álvaro se negó, argumentando que ya las cuentas habían sido aprobadas, y al final Berenice no recibió ni un peso.

Berenice, una mujer delgada y de baja estatura, morena y de cabello negro, vivía sola en una humilde casa de la vereda. Le gustaba participar en todo. Aprendió a hacer marroquinería, hacía parte de una asociación de fruticultores y era una fiel alumna de los programas del Sena. Por eso era bien reconocida por sus vecinos, pero lejos de ser una virtud, su popularidad terminó por convertirse en un infierno.

Todo comenzó cuando ella, furiosa, le dijo a Valencia que el asunto del reparto no se quedaría así. El hombre quedó preocupado y le dijo a su familia que temía por lo que pudiera hacer esa “bruja”.

Y esa fama se regó en poco tiempo en una comunidad que, a la luz de lo sucedido, ha resultado extrañamente obsesionada con el ocultismo y la hechicería. Lina, una hija de Álvaro, empezó a sufrir síntomas extraños. En las noches estallaba en llanto y exigía que encendieran las luces. Se quejaba del estómago, no podía comer y cuando intentaba hacerlo, vomitaba. Su peso bajó a 23 kilos, muy poco para sus 12 años. Como los médicos del hospital no encontraban la enfermedad, la remitieron a Medellín, pero la devolvieron al pueblo sin esperanzas. Por esos días, la Seccional de Salud llevaba psiquiatras a los pueblos, y en la consulta, la joven afirmó que cuando apagaban las luces veía a Berenice chuzando una muñeca en el abdomen, justo donde a ella le dolía. El médico diagnosticó que su malestar era producto de una obsesión y le dio tratamiento psiquiátrico. Pero la familia se encomendó a la oración por sugerencia de un conocido, y Lina se alivió. Ellos aseguran que la mejoría no se debió a la atención médica, sino a los rezos. Ahora tiene 23 años y lleva una vida normal.

Todo volvió a la calma. Con el tiempo, la tensión disminuyó y Berenice volvió a hacer parte de la junta de acción comunal, pero sin quitarse el estigma de bruja. El ambiente se agitó otra vez en 2004, cuando se quejó de que la junta a cada rato pidiera cuotas sin saber para qué. La echaron, la agraviaron y Berenice optó por retraerse, abandonó sus actividades y se deprimió. Salía solo a hacer las vueltas necesarias y cuando la veían pasar, los niños hijos de los miembros de la junta le gritaban bruja. Ella dejó invadir su fachada de maleza y se alejó de la vanidad. Su hermana Yaneth le llevaba mercado y dinero para sus gastos. Le sorprendía encontrarla a veces lastimada, como si la hubieran golpeado.

Su situación empeoró con el tiempo, pues los vecinos le achacaban cualquier mal. Cuando en septiembre de 2011 otra joven, Tatiana Valencia, empezó a sufrir mareos y desmayos, los dedos apuntaron hacia Berenice. Los vecinos, armados de machetes, palos y piedras fueron a obligarla a quitarle hechizo. Cuando los policías llegaron, encontraron que el sacerdote del pueblo intentaba aplacar a la turba. Pero en medio la confusión, algunos dijeron que Berenice estaba buena para quemarla viva y darle un hachazo en la cabeza. Diego Cardona, esposo de Tatiana, estaba extraordinariamente furioso. Los uniformados decidieron alojar a Berenice en un hotel, cerca de la estación.

Duró tres meses allí, pero decidió volver a su casa, pese a que el peligro flotaba en el ambiente. Tatiana seguía con mareos y desmayos y decía que en esos momentos veía a Berenice. Pero la realidad era que su vientre crecía porque estaba embarazada. Su familia, sin embargo, no estaba para médicos y prefirieron llevarla a un rezandero forastero que recomendó darle “siete pelas” a la bruja. Y él mismo fue a la casa de Berenice a golpearla.

Para completar su desgracia, otro muchacho comenzó a portarse extrañamente. Se le inflaba el cuello, sus ojos se perdían, empezaba a hablar ronco y a decir incoherencias y hacía movimientos bruscos con una fuerza descomunal. Los médicos lo remitieron a un psiquiatra en Medellín, pero de nuevo las supersticiones pesaron más. La familia prefirió llevarlo donde uno de los curanderos que cada fin de semana visitan el pueblo, y dicen que el muchacho mejoró. Otra joven atribuyó sus propios malestares a Berenice, aunque luego se supo que estaba haciendo una dieta y había dejado de almorzar. Y un adolescente también decía sentir cosas extrañas y más de una vez golpeó a Berenice por causarle el mal.

Los médicos del hospital dicen que los lugareños poco los consultan, que prefieren a los personajes que llegan con fórmulas mágicas, y que la obsesión se ha convertido en un problema de salud pública desde que a un paciente le diagnosticaron cáncer de piel y perdió toda esperanza de sobrevivir tras preferir las pócimas de un forastero. Otra paciente con infarto acudió a unos personajes que decían ser gregorianos y alquilaron una finca, llevaron a varios enfermos y prometieron curarlos en una noche. Al día siguiente, la mujer se levantó sin dolor, pero al poco tiempo murió. Es que, como si conocieran la superstición de sus habitantes, a Santa Bárbara llegan curanderos de repente, montan un consultorio y después desaparecen.

Eso ocurrió con el que iba a aliviar a Tatiana. En abril, se disponía a seguir aplicando su remedio y le iba a dar la segunda pela a Berenice. Pero un sobrino de ella lo confrontó, se fueron a los golpes, el curandero sacó un arma y le disparó cuatro veces. Sobrevivió, pero el curandero huyó.

Sin embargo, nada evitó el final de Berenice. En la tarde del 29 de agosto la vieron jugando por última vez con sus perros en el patio. Dos días después, una hermana la encontró muerta quemada, en ropa interior y con la cara rota. Al buscar a la policía vio a Diego Cardona con un vendaje en una mano. Después de hacer el levantamiento del cadáver, los investigadores encontraron que la puerta de la casa estaba asegurada desde afuera. En el patio había una botella con trazas de gasolina, dos encendedores y dos collares que no eran de Berenice.

Los investigadores tienen la hipótesis principal de que esa noche al menos dos hombres entraron a la casa. Al parecer Berenice, al escuchar a sus perros ladrar, salió y fue recibida a golpes. Los regueros de sangre en el piso y la huella de una mano ensangrentada en la pared hablan de violencia. Los collares en el piso, tal vez de los agresores, señalan que Berenice forcejeó. Después de lastimarla, le echaron gasolina y le prendieron fuego, pero uno de los agresores se quemó también una mano. Berenice, desesperada, se arrancó la ropa y el pelo y entró a su casa para tratar de apagarse, pero los hombres le golpearon la cabeza con un hacha, al pie de un altar que Berenice había puesto a la virgen en su humilde cocina.

Después de recoger las evidencias, los investigadores comprobaron que Diego Cardona tenía en una mano una quemadura similar a las del cadáver. En la casa de Álvaro, el presidente de la junta de acción comunal, encontraron un libro de hechicería y hojas donde decían conjuros. En otra casa estaban los diarios de un vecino que contendrían información clave. En la casa de Berenice, en cambio, no había nada alusivo a la brujería. Solo encontraron estampas de la virgen y veladoras, como las de cualquier católico.

Las pruebas llevaron a los investigadores a capturar a seis personas, entre ellas Álvaro Valencia, que recibió detención domiciliaria, igual que Tatiana, que no puede estar entre rejas porque debe alimentar a su bebé, nacido hace cuatro meses. Diego Cardona y otras tres mujeres que insistían en que Berenice causaba los males también fueron detenidos. Se sienten más tranquilos porque la bruja ya no está. No entienden que los fantasmas de las supersticiones se apoderaron de su pueblo, y siguen acechándolos.