Eran inmigrantes rusos y vivían en las afueras de Buenos Aires. Primero desapareció la hermana, Vera. Luego, la madre fue asesinada de tres balazos. Los dos hermanos restantes fueron acusados por el crimen y huyeron a Bolivia. Uno apareció muerto en un hotel de La Paz, ahogado en su propio vómito. El otro acaba de ser encontrado muerto en Perú, rodeado de armas y cocaína. El misterio todavía no está resuelto.

 

Javier Sinay – Para Cosecha Roja .-

La sangre viscosa que manaba de la frente de Elias Besov no era, en realidad, la suya. El cadáver del ciudadano ruso de 29 años, que yacía cerca del muelle de la playa peruana del Gramadal (en la localidad de Salaverry, a poco de Trujillo), estaba rodeado de dos decenas de cartuchos de bala y de una mochila que guardaba cinco cargadores y algunas dosis de cocaína. La Bersa, una pistola automática argentina que aparecía cerca de su mano izquierda, lo había acompañado en su largo escape de quince meses, desde que el 15 de diciembre de 2010 traspasara la frontera con Bolivia a bordo del taxi de su padre –que le había sido prestado para pasar unos días en las termas de Río Hondo- con su hermano Sergei, entonces de 18 años, en el asiento del acompañante.

La sangre que goteaba de la sien de Elias Besov no era la de él por la sencilla razón de que él no era Elias Besov, sino Ilia Tchestnykh. El joven oriundo del suburbio moscovita de Jimki se había convertido en la obsesión del fiscal Juan Ignacio Bidone (de la fiscalía de Delitos Complejos de Mercedes) desde que había desaparecido en el preciso día en que aquel pedía su captura, ante el hallazgo de dos armas de fuego –una de ellas, una Bersa similar a la hallada al lado del cadáver- escondidas en el interior del CPU de una computadora secuestrada de la casa del barrio de Moreno donde Ilia vivía.

“Con el correr de las horas me pregunto si el cuerpo es realmente de Ilia Tchestnykh”, admite, del otro lado del teléfono, el fiscal Bidone, y adelanta que pedirá a Interpol más medidas para confirmar la identidad. Cuatro días atrás, un periodista lo llamó para preguntarle si era verdad que habían hallado el cadáver del prófugo. La novia, una rusa de 22 años llamada Svetlana Ilbushkina o Jlebushkima, había denunciado su desaparición poco antes del hallazgo. Bidone no sabía nada, pero tampoco iba a ser la primera vez que se enteraría de algo en esta investigación por vía extraoficial. Ahora, que baja el sol de un día difícil, se lo escucha cansado: “Supongo que debe haber algún detonante reciente para que él tomara esta decisión… Cuando se fue de Argentina yo no hubiera dicho que iba a terminar suicidándose. Además, ¿cuál hubiera sido el objetivo de esperar dos años?”.

Hasta un minuto antes de su muerte, Ilia aparecía en la hipótesis del fiscal como el principal sospechoso del homicidio de su propia madre, Ludmila Kasian, asesinada el 13 de noviembre de 2010 en Buenos Aires. Bidone pensaba que Ilia la había matado con la complicidad de Sergei, vengando la desaparición de Vera, la hermana de ambos cuyos profundos ojos verdes todavía exigen una explicación para su ausencia. Es que su desaparición, que data de mayo de 2010 y se extiende hasta el día de hoy, podría guardar en su interior, como una mamushka, otro homicidio. Luego llegó el turno de Sergei: el chico fue encontrado muerto el 8 de septiembre de 2011, con 19 años, en un hotel de la ciudad de La Paz, en Bolivia. Por supuesto, murió de un modo misterioso: asfixiado y con espuma en la boca, en un incidente cuyas pericias toxicológicas definitivas aún no han llegado a manos del fiscal argentino. Pero hay más: en agosto de 2010 un hombre había ingresado a la casa de los Tchestnykh y en un forcejeo le disparó a Ilia en la pierna. El ruso dijo entonces que había sido víctima de un robo, pero en el extraño rompecabezas del caso el incidente parece más bien un fragmento suelto.

“Ahora ya no sé qué pensar…”, sigue el fiscal. “Me parece muy trágico todo como para que solamente se cierre en una patología familiar. Es hora de pensar en otro trasfondo y de tomar el recaudo de suponer que esto tal vez no termine acá”. Bidone advierte que el caso sólo se cerrará formalmente cuando se encuentre a Vera Tchestnykh, viva o muerta. Y que, a casi dos años de la desaparición de la muchacha, su suerte se sigue investigando: “Estamos tratando de ubicar a su último novio y siguiendo una línea que introdujo María Esther Cohen Rua [directora de la Comisión Esperanza, una ONG que busca personas desaparecidas] con respecto a un prestamista ruso. También vamos a buscar a un sacerdote ortodoxo que habría estado relacionado con la madre de Vera”.

De ahora en adelante, el caso podría entrar en un callejón sin salida. Como en una película, Ilia Tchestnykh intentó provocar al fiscal desde Facebook con una cuenta que, bajo el nombre de “Buscado por Interpol”, mostraba la foto del funcionario que lo perseguía. En la categoría de “sexo”, Ilia había puesto “mujer”. En “educación”, “Universidad de la calle”. “Después de haber investigado otras causas más pesadas, todo esto me parecía una gracia, una burla inofensiva”, sigue el fiscal, que hace algunos meses trabajó sobre el sangriento triple crimen de General Rodríguez, un caso que combinaba dádivas políticas, contrabando farmacéutico y crimen organizado. “A fines del año pasado, Ilia me había enviado un mensaje por Facebook para negociar conmigo y también a través de María Esther Cohen Rua, pero quedó en la nada”, cuenta el Bidone. “Y esas fueron las últimas noticias que tuve de él”.