Carlos Martínez y José Luis Sanz. El faro.-

Pistolas, escopetas, subametralladoras, fusiles de guerra, una mina antipersona… La Mara Salvatrucha y el Barrio 18 entregaron el viernes a las autoridades, en una concurrida plaza de San Salvador y ante el secretario general de la OEA, una pequeña muestra de su armamento.

Probablemente nunca se habían reunido tantos pandilleros en la Plaza Barrios. Desde luego, no de las dos principales pandillas de El Salvador, que libran una sangrienta guerra desde la década de los 80. No sin atacarse entre ellos.

Este viernes 13 de julio, la Mara Salvatrucha-13 y el Barrio 18 entregaron a las autoridades 77 armas de fuego en cumplimiento del “simbólico desarme parcial” que habían anunciado 24 horas antes en un comunicado conjunto. La entrega es uno más de la serie de gestos y decisiones que ambas pandillas están sumando a la tregua entre ellas, iniciada el pasado 9 de marzo tras un pacto con el gobierno.

Para que esta fuera posible, la policía tuvo que hacer de la plaza una especie de área de despeje en la que circulaban con tranquilidad miembros de ambas pandillas, algunos de ellos tatuados en el rostro con los signos de su organización, acompañados de sus familias. Los numerosos agentes policiales desplegados en la zona se limitaron a merodear en los alrededores de la plaza.

Aunque el acto de entrega de las armas estaba programado para las 11 a.m., desde primera hora de la mañana fueron instalados una tarima y varios cobertizos con sillas en la Plaza Barrios, corazón del centro histórico salvadoreño y una de las plazas más transitadas de la ciudad. Antes de las 10 los cobertizos ya estaban repletos de madres, esposas, hermanos e hijos de pandilleros de ambos bandos, llegados en buses que las mismas pandillas habían contratado para la ocasión. A ellos se fueron uniendo poco a poco líderes religiosos de diversas religiones, invitados al acto, y miembros del cuerpo diplomático, que aguantaron estoicamente el calor y el retraso de los responsables de la ceremonia, los mediadores entre el gobierno y las pandillas -o entre las dos pandillas, según la versión oficial-, el ex diputado Raúl Mijango y el obispo Fabio Colindres. Al acto acudieron, entre otros, los embajadores de Brasil, Francia y Chile, y la recién llegada al país Mari Carmen Aponte, embajadora de Estados Unidos.

Cuando finalmente ocuparon sus puestos en la tarima Colindres y Mijango acompañados del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, decenas de transeúntes se arremolinaron junto a ella y pandilleros, familiares y curiosos se confundieron unos con otros. Luego de un breve acto ecuménico, acuerpado por los distintos representantes religiosos presentes, los mediadores pronunciaron palabras protocolarias entre las que deslizaron mensajes de optimismo sobre el futuro de la tregua: Mijango dijo que El Salvador vive desde el 9 de marzo “una revolución humanitaria”, y Colindres aseguró que la entrega de armas de ese día era “un gesto que solo es el principio de lo que vendrá con la gracia de Dios: un desarme”. Ambos han afirmado las últimas semanas que la tregua es solo la primera parte de un “proceso de paz” más amplio y ambicioso.

A continuación, los presentes se dispusieron a recibir la esperada ofrenda de armas con la que la MS-13 y la 18 intentan probar la firmeza de su disposición de hacer la paz entre ellas. Pandilleros y familiares de pandilleros formaron un ancho pasillo que atravesaba toda la plaza. Los organizadores decidieron ambientar la escena con una versión instrumental de la canción “Chiquitita”, de ABBA.

Tras unos minutos de desconcierto a la espera de un invitado que no llegaba, por el pasillo humano aparecieron cinco jóvenes encapuchados y con guantes de látex. Cargaban sobre los hombros sacos pesados que fueron dejando caer a los pies de la tarima. De ellos fueron saliendo pistolas, revólveres, municiones y una gran cantidad de escopetas. Había también cuatro subametralladoras, tres fusiles M-16, dos FAL, tres AK-47 y una mina antipersonal Claymore, capaz de arrojar 700 bolitas de acero por el aire a mil 200 metros por segundo. 77 armas en total que, en teoría, deberán pasar en los próximos días por peritajes de balística para averiguar si han sido utilizadas en algún crimen.

Para poder entregar ese pequeño arsenal, los encapuchados tuvieron que hacer varios viajes hasta un pick up gris y sin placas, cargado de hortalizas que minutos antes habían ocultado los sacos de armas. Uno de los porteadores vestía un centro gris que dejaba a la vista sus tatuajes, entre ellos un enorme 18. Otro, antes de subir de regreso al pick up para irse, levantó el brazo y con la mano formó la garra que simboliza a la Mara Salvatrucha. Varios pandilleros presentes en la plaza confirmaron que entre los encapuchados había miembros de ambas pandillas.

Ante el tumulto de camarógrafos, fotoperiodistas y simples curiosos que se arremolinaron rápidamente alrededor de las armas depositadas en el piso, monseñor Colindres tuvo que amenazar a los periodistas con no leer el comunicado de las pandillas que acompañaba a los fusiles. Finalmente lo leyó, entre el desinterés de los presentes, que mantenían sus ojos clavados en las armas. Estas fueron finalmente acordonadas y recogidas, bajo supervisión de delegados de la OEA, por agentes policiales del 911 que se acercaron el lugar una vez los pandilleros encapuchados se hubieron retirado.

El secretario general de la OEA, a quien las pandillas habían ofrecido este desarme en agradecimiento a su reciente compromiso de verificar oficialmente y a partir de ahora el cumplimiento de la tregua, reconoció públicamente el gesto de las pandillas, aunque dijo que, en honor a la verdad, esperaba “algo más”. De inmediato, sin embargo, reflexionó sobre lo complicado que hubiera sido recibir en la mitad de la capital varios cientos de armas. Insulza reiteró lo sorprendido que se encuentra con este insólito proceso de diálogo y repitió que el organismo que dirige está dispuesto a respaldar y verificar los pasos que sigan.