estigmatizadosWaldo Cebrero-. El Código de Faltas de la provincia persigue una cultura, una manera de vestir y vivir. Cinco niños de barrio Alta Córdoba lo sufren cuentan cómo es caminar por las calles con “la marca de la gorra”.

 

Joel está enojadísimo. O como él dice: re chivo.

Su madre, Natalia, no ha querido cortarle el pelo como lo usan los chicos del barrio. Joel se queja con la cabeza recién rapada. Le ha quedado una coronita de pelo pincho y todo limpio a los costados. Tiene 16 años y un cuerpo larguísimo, pero no se atreve a contradecir a su madre, que es clara: “Este quiere andar con cresta y el piercin en el labio… Volaaá, esa onda está zarpada en preventiva. Ni gorra le dejo poner para que no lo pare la CAP”.

No hay caso. En casa de Natalia manda Natalia. Si ella afirma que la Policía “levanta” a los chicos por su facha, ha de ser porque sabe. En “El Campa”, el barrio donde viven, sus vecinos todavía hablaban de lo que le pasó al Monito, el más chico de los García. Dicen que salió de su casa a las cinco de la tarde con un huevo de pascua para regalarle a su novia, y zas… a la séptima. Monito tiene 15 años. Su madre tuvo que pedirle permiso a la patrona para salir antes y buscarlo. Dicen que el huevo de pascua quedó confiscado.

“El Campa” es el nombre que los vecinos eligieron para denominar al campamento instalado en el terreno del Ferrocarril Belgrano, en el corazón de barrio Alta Córdoba, uno de los más grande y tradicionales de la ciudad. Está ahí desde hace décadas: son unas 25 casitas escuálidas pero dignas levantadas junto a las vías.

Entrar, para el que no conoce, puede ser un desafío: hay que atravesar un portón muy disimulado y caminar luego unos cuarenta metros bordeando un tapial hasta llegar al corazón de la manzana. Dentro, las callecitas son de tierra. Se ven más perros que autos y no hay rejas en las entradas. Es como un pequeño pueblo incrustado en la ciudad.

Para algunos chicos de “El Campa” el desafío no es entrar. El desafío es salir y regresar: a dos cuadras está la Comisaría 7°, unas cuadras más allá, hacia el centro, la 9° y rumbo al oeste, la 13°. Solo en 2011, esas comisarías efectuaron más de 6.200 detenciones por Código de Faltas, la ley provincial que permite apresar a jóvenes por “merodeo”, u otras figuras cuestionadas.

A fines de octubre de cada año la Policía difunde las cifras oficiales de detenciones en la vía pública. Los últimos números son de 2011. Ese año hubo 73.100 aprehensiones en toda la provincia, lo que supone unas 200 diarias. O lo que es igual, una cada 8 minutos. Pero donde más se aplica el Código de Falta es en la capacitar, donde entre 2009 y 2011, hubo un aumento del 54% en las detenciones. Las dos artículos más cuestionadas y usados del Código de Faltas son merodeo y escáldalo público (aplicada generalmente a prostitutas) cuya utilización aumentó en un 27%.

Sin embargo, más allá de las detenciones, la sola posibilidad de ser llevados presos “preventivamente” por su facha, condiciona el modo de andar y vivir de los jóvenes cordobeses, que se sienten siempre sospechosos.

– Si tenes pinta de muy brasa, no caminás por Alta Córdoba, merodeás. Y si no te llevan a la comisaría te hacen pasar un vergüenzón terrible, te verduguean y te ponen contra el móvil–, dice Joel dándole la razón a su madre.

– ¿Qué es tener pinta de “brasa”?

– Así, ser negro como una brasa.

– ¿Como un carbón?

– Si, como una braza. Con la gorra parada, las zapatillas resorte, el piercin y la remera de largaza hasta acá, como de tres talles más.

A Yoyo de vez en cuando le gusta vestir así. Es cuando la Policía le pide documento, le dice que es “una pérdida” y lo amenazan con unos días de calabozo.

Yoyo tiene 12 años. Va a quinto grado y dibuja el 2 como un patito.

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A Nano le tocó conocer la Comisaria 13 una tarde de futbol cuando Instituto enfrentaba a Gimnasia de Jujuy. Nano es un “zarpado en preventiva”. Menudo, pálido, su cara es un muestrario de aros y en su pelo –cuando no lleva gorra– mezcla cresta, cubana y flequillo como clavos. Dice que siempre lo paran, que lo han llevado más de 10 veces y que el trato que recibe depende del “cobani” porque hay algunos “pulenta” y otros “rigidazos”.

El Código de Faltas indica que los niños no deben ser alojados en los calabozos junto con el resto de los detenidos. Pero aquel día de fútbol, Nano no solo conoció la 13 sino también sus celdas.

– Me alzaron en el móvil como a las seis. ‘¿Y la llamada oficial?’ Le digo. ‘Caiate la boca’ me contestó. Como a las nueve de la noche entró un cobani con una escoba y nos dice ‘iá que estás al pedo porqué no me barré la celda’, el gil quería que barra los filtros de cigarro careta que había en el baño. ‘Tai loco. Volá de acá, yo sé mis derechos’, le dije. Pero el otro que estaba conmigo terminó barriendo.

Unos días más tarde, Cristián lustraba un banco de la Plaza Colón con su novia Mora. Se había puesto las zapatillas blanquísimas a tono con la gorra. Y pasó lo de siempre: llegó un policía, le pidió documento y Cristian vio una buena oportunidad para impresionar a su chica. Terminó en la Comisaría 3°. Mora tuvo que llamar a su padre para lo que retire.

Pichu, de 14 años, portación de facha –y de apellido, porque tuvo un hermano preso– cree tener la posta.

–Si les decís señor, te perdonan. Si le pedís en número placa te clavan “merodeo” de frente mar. Y si andas con esta pinta sin documento: sos un gil, porque es como dicen en la marcha de la Gorra, La yuta persigue una cultura.

Cada año el Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos organiza en Córdoba la ya tradicional “Marcha de la gorra”. Es el día que los chicos de los barrios pueden bajar al centro sin temor a ser detenidos. Este año la movilización será el 20 de noviembre. Será la séptima en su historia y marcharan con consignas clásicas como “¿Por qué tu gorra sí, la mía no?”, “No es merodeo, es paseo”. “Una oreja para los chicos”, “Nos detiene por la cultura”, entre otras.

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Natalia se esmera por evitar que sus hijos sean presa de la Policía. Tiene tres varones y cada día que pasa se convence de que la gorra, el piercing, el pelo, la ropa que usan los chicos no son precisamente eso que son – gorra, piercing, corte de pelo, ropa–, sino marcas, señas con las que los pibes dicen sin hablar “acá estoy oficial míreme soy peligroso”. Ella se esmera en disimularlas –ya que no puede borrarlas– en su hijo. Sin embargo, una mañana supo que sus esfuerzos no siempre alcanzan:

–Yo quiero que me digan dónde está mi hijo. ¡Traigan a mi hijo ya!–, gritó en la alcaldía de la séptima al entrar.

Joel había sido detenido cuando iba a buscar a su hermano de siete años a la escuela. Dos policías lo subieron a un móvil donde ya llevaban a otro preso. Eso, en la práctica, es un error de procedimiento. En el acta que Natalia firmó para retirarlo dice que fue detenido por “DP” en una dirección donde no estuvo: la misma donde arrestaron al otro detenido que quizá tampoco estuvo nunca por allí.

–Qué quiere decir DP, ¡decimé ya!–, preguntó ella.

–Códigos policiales, señora–, respondió sobrador un oficial.

Otro policía le dijo después que DP es “disposición a los padres”. Dos letras que se utilizan en la jerga policial para especificar que, al tratarse de menores, esos chicos deben ser puestos a disposición de sus padres. En cualquier caso ese paso debe darse de manera inmediata. Si un policía no informa a los padres está cometiendo un delito como funcionario. El Código de Falta no lo prevé, sólo autoriza intervenir –en su art. 124– en caso de que se trate de “menores en estado de ebriedad”.

–Yo estaba frescazo… Si tomo a la mañana mi mamá me mata– confirma Joel.

Natalia contó su tragedia al día siguiente. Estaba desencajada, indignada. Dice que cuando se fueron de la comisaría vieron llegar a varias vecinas en estado de furia que iban en su apoyo.

–Yo le dije al que me lo llevó: ‘no será que me lo trajiste para ganarte días de licencia…. Para mi DP es Delirio Policial.