Jpeg

Por Cosecha Roja. –

A las 5 de la mañana del domingo cuando Rodrigo y Marina bajaron a comprar una cerveza. Estaban reunidos con un grupo de amigos en el departamento de Rodrigo, en La Plata. Caminaban entre los tablones de la feria de Plaza Italia, en Diagonal 74 entre 6 y 43. En un banco estaba sentada una pareja. El hombre, de entre 30 y 35 años, les gritó.

-¡Yo a los putos les pego!

Marina, 24 años, y Rodrigo, 21, siguieron su marcha sin darse vuelta. Algo en su aspecto -en esas identidades que se muestran en la ropa, quizás en la forma de andar- lo había puesto violento. El tipo les volvió a gritar. La mujer no decía nada. Seguía sentada sin inmutarse. Rodrigo creyó verla sonreír complacida ante los gritos.

-Nosotros no te hicimos nada, ¿Por qué nos molestás?-le preguntaron.

El hombre empujó y escupió a Marina. A Rodrigo le metió una cachetada. “El tipo estaba fuera de sí, lo único que quería era pegarnos”, dice Marina. “Corré Rod, corré”, le dijo en ese momento a Rodrigo que no se lo pensó dos veces y salió disparado.

El tipo lo siguió. Marina iba detrás.

-¡Puto de mierda, te voy a matar! -gritaba el tipo.

Lo corrió por casi dos cuadras. Iban por el medio de la calle Diagonal 74. Rodrigo se escapó entre los autos estacionados. El hombre se cansó y detuvo su persecución. Boqueaba, pero no dejaba de gritarles. “No nos ha pasado muchas veces que nos griten tortas o putos por la calle. Esto es extraordinario, te diría”, dice Mariana. El tipo se cansó y se fue. No pasaron 5 minutos que apareció un grupo de hombres de 30 años.

-¡A los putos los mato! -gritaban- ¡A los putos les pego!.

Mariana cree que eran cinco. No necesitaron mucho esfuerzo para reducirlos. “Un chabón tenía un palo en la mano. Otro tipo, de 1,80, me sostenía los brazos, de frente. Decía que me iba a pegar por torta. El del palo primero me pegó a mí, traté de tirarle con algo y me agarró otro chabón muy grande que me inmovilizó como si nada”, cuenta Mariana.

El hombre del palo le pegó en el cuello y en la cara. Casi como un autómata. Ellla recuerda que el hombre que la sostenía tenía camisa negra. Dice que todos estaban arreglados, vestidos como para salir.

“En cuanto dejan de pegarme veo unos patovicas del boliche Hemisferio”. ‘Ayúdennos, ayúdennos’”, les gritó Mariana a los patovicas pero ni siquiera los miraban. Sigue: “Ahí recién me di vuelta y lo vi a Rodrigo bañado en sangre, desde la cabeza hasta los pies”.

Mariana tuvo, si cabe la expresión, algo de suerte. Además de la humillación se llevó unos chichones y las marcas de los palazos en el brazo.  A Rodrigo le abrieron la cabeza de un botellazo y lo golpearon con una cadena en la espalda. Ni aún cuando Rodrigo cayó al piso dejaron de pegarle. La cadena silbaba en la noche platense. Una chica de 25 años se acercó llorando. Le dijo a Mariana: “Yo vi todo, los quiero ayudar”. Estaba de la mano con el novio. “Llama al 911”, le dijo y le acercó su celular. “Ya fue, dejalos”, fue la respuesta del novio.

Mariana creyó que se acababa la odisea cuando vio un taxi que paraba al lado suyo. Atinó a abrir la puerta pero el chofer le dijo que no con el dedo. Vencidos por la indiferencia volvieron caminando al departamento de la Diagonal 74 cinco horas después de haber salido a la calle por cigarrillos. Recién ahí llevaron a Rodrigo al hospital. Le dieron dos puntos en las piernas. Tenía varios cortes poco profundos en la cabeza. “Quedó cuatro horas en observación en la guardia de neurocirugía por los golpes que tenía”, explica Mariana. Luego, decidieron contar su experiencia.

Lo último que cuenta es que no hicieron la denuncia. “¿Para qué?”, dice. Y la pregunta queda flotando en el aire.