Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad

“El patriarcado redujo la feminidad a la maternidad, y la mujer a la condición de madre”, dice Esther Vivas. Los nuevos feminismos han sacado del armario una serie de temas incómodos; la maternidad es uno. El libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (Ediciones Godot) quiere reflexionar sobre qué supone ser madre hoy, señalando que no hay una maternidad única, pero sí modelos impuestos que supeditan la experiencia materna a los dictados del patriarcado y el capitalismo.

Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad

Por Cosecha Roja
16/10/2020

Por Esther Vivas*

La maternidad, y todo lo que la rodea, como el embarazo, la infertilidad, el parto, el duelo gestacional, el puerperio, la crianza, son temas que a menudo quedan invisibilizados en el ámbito doméstico. Se silencia a las madres o se las encasilla. El ideal materno se mueve a caballo entre la madre sacrificada, al servicio de la familia y las criaturas, y la superwoman, capaz de llegar a todo compaginando trabajo y crianza. Por suerte, las cosas empiezan a cambiar. Los nuevos feminismos han sacado del armario una serie de temas incómodos; la maternidad es uno. El libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (Ediciones Godot) quiere reflexionar sobre qué supone ser madre hoy, señalando que no hay una maternidad única, pero sí modelos impuestos que supeditan la experiencia materna a los dictados del patriarcado y el capitalismo.

El mito de la perfección

A lo largo de la historia se ha generalizado un determinado ideal de buena madre, caracterizado por la abnegación y el sacrificio. La madre al servicio, primeramente, de la criatura y, en segundo lugar, del marido. El mito de la madre perfecta y devota, casada, monógama, sacrificada, feliz de serlo, que siempre ha antepuesto los intereses de sus hijas e hijos a los suyos porque se supone que no tenía propios. Un mito que se nos ha presentado como atemporal, cuando en realidad sus pilares son específicos de la modernidad occidental.

El sistema patriarcal y capitalista, a partir de esta construcción ideológica, nos ha relegado, como madres, a la esfera privada e invisible del hogar, ha infravalorado nuestro trabajo y ha consolidado las desigualdades de género. Las mujeres no teníamos otra opción que parir, así lo dictaba la biología, el deber social y la religión. Un argumento, el del destino biológico, que ha servido para ocultar la ingente cantidad de trabajo reproductivo que llevamos a cabo. El patriarcado redujo la feminidad a la maternidad, y la mujer a la condición de madre.

Al contrario del mito de la perfección, fracasar forma parte de la tarea de ser madre /1. Sin embargo, esta posibilidad ha sido negada en las visiones idealizadas y estereotipadas de la maternidad. El mito de la madre perfecta, de hecho, sólo sirve para culpabilizar y estigmatizar a las mujeres que se alejan de él. Las madres son consideradas fuente de creación, las que dan la vida, pero también chivos expiatorios de los males del mundo cuando no responden a los cánones establecidos. Se las responsabiliza de la felicidad y los fracasos de sus criaturas, cuando ni una cosa ni la otra están a menudo en sus manos, y dependen más de una serie de condicionantes sociales.

Maternidades y feminismos

Parece incompatible ser madre y feminista, porque la maternidad carga con una pesada losa de abnegación, dependencia y culpa, ante la que las feministas de los años sesenta y setenta necesariamente se rebelaron. Sin embargo, este levantamiento terminó con una relación tensa, mal resuelta, con la experiencia materna, al no afrontar las contradicciones y los dilemas que implicaba.

A partir de mediados de los años setenta, el feminismo afrontó el reto de pensar la maternidad en positivo. Una vez rechazada la maternidad como destino, algunas intelectuales y activistas intentaron pensarla en otra clave. Se trataba de ir más allá de una simple negación de la maternidad, de desplazar la carga de la crianza hacia el Estado o de externalizar la reproducción.

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Las tesis de Adrienne Rich en Nacemos de mujer (1976) permitieron a las feministas reconciliarse con la maternidad. Su principal aportación fue distinguir entre la institución maternal impuesta por el patriarcado, generadora de sumisión, y la relación potencial de las mujeres con la experiencia materna, estableciendo una diferencia clara entre los perjuicios de la primera y las virtudes de la segunda. Para la autora, no se trataba de impugnar la maternidad, sino el sentido en que la definía, la imponía y la restringía el patriarcado, el cual había «domesticado la idea del poder maternal» /2.

A diferencia de otras feministas, que identificaban la capacidad reproductora del cuerpo femenino con un lastre para la emancipación, Adrienne Rich reivindicaba el cuerpo de la mujer «como un recurso, en lugar de un destino” /3. La liberación de la mujer pasaba por defender y resaltar las potencialidades femeninas sexuales, reproductoras y maternales, en oposición a la maternidad forzada.

Nos han robado el parto

Hablar de la experiencia del parto significa a menudo hablar de dolor, angustia, miedo, impotencia, y no tanto por el parto en sí como por el trato recibido y las intervenciones médicas evitables. Cesáreas innecesarias, trato irrespetuoso, episiotomías prescindibles, separación injustificada de madre y bebé nada más nacer, falta de información sobre los procedimientos, rotura evitable de la bolsa de aguas, partos inducidos arbitrariamente … son algunas de las experiencias vividas. Todas ellas, justificadas facultativamente porque «era necesario para el bebé» o «no había otra opción». ¿Seguro? A las madres nos fuerzan a creerlo, y no son pocas las que tras la angustia afirman que «al final todo se olvida». Pero, ¿cuánto debe haber sufrido una mujer para querer olvidar su parto?

Las madres, no contamos, y a muchas les han robado el parto. La capacidad de decidir en un momento tan importante de nuestras vidas. La institución sanitaria aborda el parto como si se tratara de un proceso patológico, acostumbra a entorpecer su desarrollo normal y provoca, en consecuencia, una mayor intervención. Cuando un parto lo que necesita es tiempo, confianza y respeto hacia la madre y el bebé. El parto tecnocrático se fue consolidando a lo largo del siglo XX. A partir de aquí la embarazada empezó a ser vista como un sujeto vulnerable o pasivo. La lógica productivista y patriarcal dicta hoy cómo tenemos que parir, prescindiendo de nuestras necesidades y las del bebé.

«Nosotras parimos, nosotras decidimos”, dice la consigna feminista, pero la realidad no es así. La capacidad de decidir de las mujeres a la hora de dar a luz se queda a menudo en la puerta de entrada de los hospitales. De ser protagonistas, pasamos a ser meras espectadoras de un parto donde otros toman las decisiones. Los deseos, las necesidades y las expectativas que tenemos no cuentan, molestan, e incluso a veces ni nos las planteamos porque nadie nos ha preguntado. Demasiados partos son vividos de manera traumática. La violencia obstétrica es una realidad en nuestros paritorios.

La medicalización y tecnificación del parto tiene muchos paralelismos con la industrialización de la agricultura y la ramaderia /4. Las formas de nacer y alimentarnos han tenido evoluciones similares. El parto tradicional, como la agricultura campesina, fue abandonado, despreciando el saber de las mujeres, en un caso, y el de la agricultura, a menudo fruto del trabajo femenino, en el otro, en nombre de un saber técnico-científico, muchas veces inexacto. Unas transformaciones que tuvieron consecuencias nefastas en el nacimiento y la alimentación. La vida quedó supeditada a la productividad y a la optimización de resultados, y se terminó con derechos fundamentales, como el derecho a un parto respetado o a una alimentación saludable y sostenible. La forma en que se nace y se come dice mucho de una sociedad. La nuestra se caracteriza por dar la espalda a la naturaleza.

El negocio de la mamadera

Del mismo modo que el cuerpo de la mujer está preparado para gestar un bebé, también está preparado para parirlo y alimentarlo. Lo que es una verdad irrefutable para la naturaleza, es un hecho que el sistema patriarcal y capitalista se ha encargado, y mucho, de poner en cuestión. Nos han hecho creer que no sabemos, que no somos capaces. Hay casos en que no es posible amamantar, porque no se produce leche, pero esto afecta a menos del 3% de las madres /5. La inmensa mayoría tenemos leche y podemos darla.

Hay mujeres que a pesar de poder dar el pecho prefieren no hacerlo. Las razones son diversas. En algunos casos, encontramos mujeres que han sufrido abusos sexuales o trastornos de conducta alimentaria, y dar de mamar les puede traer flashbacks y hacer que la lactancia les resulte muy difícil o imposible. Otras han descrito una desagradable sensación al amamantar, que puede ser provocada por una desregulación neurohormonal /6. Asimismo, la madre puede tener problemas de salud que imposibiliten o contraindiquen la lactancia materna. Hay maternidades como la adoptiva que hacen de la mamadera un gadget imprescindible. Y otras madres no quieren dar la teta, y punto. Las decisiones personales tienen motivos diversos, nuestra mochila vital es única.

La afirmación «dar el pecho es lo mejor», esta frase tan conocida, no significa que sea lo mejor para cada mujer. Vivimos en una sociedad que constantemente pone obstáculos a la lactancia materna. Las mujeres nos enfrentamos a circunstancias diferentes que influyen en nuestras vidas. La maternidad no sólo viene atravesada por una serie de desigualdades de género sino también de clase y raza. En consecuencia, para algunas madres dar la teta es muy complicado. Juzgar a una mujer por no hacerlo, sin tener en cuenta su contexto, es un error. Lo que tenemos que preguntarnos es: ¿por qué una práctica tan beneficiosa para el bebé y la madre es tan difícil de llevar a cabo? ¿Qué cambios hay que hacer en la sociedad para que podamos amamantar sin tantos sacrificios? ¿Por qué tenemos un permiso de maternidad tan escaso que dificulta la lactancia materna en exclusiva durante los seis primeros meses de vida del bebé? La consigna «dar el pecho es lo mejor» debe servir como instrumento para garantizar el derecho a la lactancia, no como imperativo para que todas las madres amamanten. La defensa de la lactancia materna no implica un cuestionamiento de las mujeres que optan por la leche de fórmula o que no tienen más opción que recurrir a ella.

La crítica a la lactancia artificial, en este libro, va dirigida a las empresas del sector que desinforman y utilizan publicidad engañosa para hacernos creer que la leche artificial y la materna son lo mismo; a una institución sanitaria que, a pesar de lo que dice, no invierte recursos suficientes para hacer posible una lactancia materna exitosa, y a una organización social que pone todas las trabas del mundo, en particular en el mercado laboral, para que las madres puedan amamantar. Se trata de destapar las razones históricas, económicas e ideológicas por las que se ha boicoteado la lactancia materna y se le ha hecho retroceder en beneficio de la artificial, y de exponer las bondades, tanto individuales como colectivas, de dar el pecho.

*Periodista y autora de Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad.

Este artículo ha sido elaborado con algunos fragmentos del libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (Ediciones Godot).

1/ ROSE, J. Madres. Un ensayo sobre la crueldad y el amor. Madrid: Siruela, 2018.
2/ RICH, A. Nacemos de mujer. La maternidad cómo experiencia e institución. Madrid: Traficantes de sueños, 2019 (1976), pp. 356.
3/ Ibid, pp. 84.
4/ ODENT, M. The Farmer and the Obstetrician. Londres: Free Association Books, 2002.
5/ LATHAM, M. C. Nutrición humana en el mundo en desarrollo. Roma: FAO, 2002.
6/ OLZA, I.; RUIZ-BERDÚN, D.; VILLARMEA, S. «La culpa de las madres. Promover la lactancia materna sin presionar a las mujeres». Dilemata, nº25 (2017), p. 217-225.