La película se rebobinó cuando tenía la guardia baja. Fue un viernes en la puerta de un salón donde había llevado a su hijo a un cumpleaños. Dos mamás le pidieron una firma para protestar por una maestra violenta y “por el rumor del profesor de música que tocó a los chicos”. La frase le quedó repicando en la cabeza a Carla. Preguntó más detalles y le dijeron que uno de los nenes se lo había dicho a su mamá y que había una causa judicial. Le aparecieron enseguida las muchas veces que su hijo le había dicho que no quería ir al jardín, las pesadillas, los cambios de humores. Intentó tranquilizarse pensando que los chicos son sensibles y tienen miedo por las noches y prefieren quedarse en casa antes que ir a la escuela. Pero había algo más íntimo que no la dejaba en paz. Fue un fin de semana de poco sueño. Las pesadillas ahora las tenía ella.

El lunes siguiente, la puerta de Jardín N°85, en el barrio El Manzanar de Cipolletti, en Río Negro, diez madres encararon a la directora. Ahí se enteraron que otra madre de la sala había hecho una denuncia judicial contra el profesor y que lo habían enviado a hacer tareas administrativas en otro lugar para que no tuviera contacto con los niños. “Fue muy shockeante, nos enteramos ahí que lo habían separado por sospechas de abuso. También nos dimos cuenta que todas la madres que ahí estábamos habíamos llevado nuestra preocupación a las maestras para contarles que los chicos estaban distintos. A todas nos habían tranquilizado con cosas parecidas. A una que se estaba separando, a otra porque el nene tenía un hermanito, a otra porque trabajaba mucho y estaba poco en la casa. Nos quedamos pensando en lo que pasaba en casa mientras ellas ya sabían que había un profesor denunciado”, explicó a Cosecha Roja Carla Prevedi.

Era septiembre de 2014. Los días de Carla y de las otras madres cambiaron para siempre. Algunas dejaron sus trabajos y otras a sus parejas para transformarse en un grupo que recorría las calles del centro de la ciudad haciendo presentaciones en el Ministerio de Educación, la Defensoría del Niño, la Fiscalía a la Cámara y otras tantas instituciones. Tuvieron que hacer cursos apresurados de derecho penal, de psicología infantil y, mientras tanto, atender lo que quedaba de sus antiguas vidas: los hijos que habían sido víctimas y los que no también.

“Estos tres años que tardaron nuestros casos en llegar a juicio nos sostuvimos unas a otras. Tuvimos que escuchar las barbaridades que nos dijeron funcionarios judiciales, que algunas situaciones de exhibicionismo que habían sufrido nuestros chicos era lo mismo que ver el programa de Tinelli. Otros, que ya que éramos mujeres y lindas fuéramos a hablar con los jueces para que sean más amigables. Hay muchas mamás que están solas y sus casos no llegan a ningún lado. Por suerte nos tenemos a nosotras”, dijo. Así formaron el grupo Mujeres Andando, por esas interminables caminatas por el centro.

madres contra el abuso

Hace diez días comenzó el primero de los once procesos contra el profesor Carlos Richard Meza, de 50 años. Los alegatos ya se completaron y antes de fin de mes debería haber sentencia. El 1° de noviembre se iniciarán en simultáneo otros ocho juicios. El último aún no tiene fecha. A Meza se lo acusa por el delito de abuso sexual agravado por su condición de docente, que prevé penas de entre tres y diez años. Meza llegó al juicio en libertad. “Fue una tremenda lucha llevarlo a juicio y no vamos a estar tranquilas hasta que los jueces fallen. Estamos preparadas porque existe la posibilidad de que apele y que pasen dos años más hasta que la sentencia esté firme. No podemos aflojar ahora”, explicó Carla, que sabe que el primero de los juicios marcará la cancha para los posteriores.

El recorrido fue difícil porque la causa de la primera madre que denunció fue archivada. Con todas las denuncias de las demás debieron reabrirla. En octubre, la Justicia finalmente accedió a que se incorporaran los testimonios de los niños: se hicieron 37 cámaras gesell en una semana. En la ciudad había sólo dos psicólogas especializadas y una era familiar de uno de los chicos, con lo cual debieron hacerlas quienes no estaban entrenados en las entrevistas a niños y niñas. Como en algunas de las entrevistas los chicos confundieron las fechas, la defensa apeló los testimonios y se cayeron tres causas.

Mientras el grupo de mamás seguía su recorrido por los tribunales, cambiaron las maestras y la directora del jardín. Unos días después, las nuevas docentes las convocaron y les entregaron dibujos de sus hijos que estaban en una caja. Eran figuras bastante parecidas, con colores oscuros, con personas con la boca y las partes tachadas, con extremidades muy largas. “Era un manual de lo que dibujan los chicos abusados. Eran dibujos lúgubres, que no tenían nada que ver con los que ellos hacían antes. Alguien los había escondido. Imaginate lo que le puede pasar por la cabeza a una madre que ve eso. Insisto, por suerte estábamos todas juntas, porque los golpes fueron muy fuertes”, contó.

La familia de Carla se volvió un caos. A los pocos meses de saber lo del jardín se separó de su marido y dejaron la casa que les costó un montón hacer. “Nos importaba nada, estábamos tan enojados con la vida. Nada alcanzaba, nada nos ponía contentos”, contó Carla. Muchas de las madres pasaron por historias parecidas: “Los padres no pudieron estar como nosotras. Todos arrancaron diciendo: ‘A ese hijo de puta lo mato’. Les pegó por ahí pero luego no pudieron sostener la pelea por lo que venía. Creo que las madres somos más fuertes en estas situaciones. Yo hago todo esto para que mi hijo tenga la tranquilidad de que yo dejé todo en la cancha”.

A pesar del dolor y el cansancio, a Carla es feliz cuando habla de su hijo. “Es un groso el pibito. Cada una de sus sonrisas me provoca una felicidad inmensa. Cada mimo que le hago tiene siempre una carga particular. Es como si le pidiera perdón y le dijera ‘acá estoy’ al mismo tiempo. Verlo así es alivianador. Creo que uno de mis mayores miedos ante todo lo ocurrido era y es ése: que no pueda ser feliz. De a poco y a sonrisas, me lo voy sacando”.