Más que exceptuados, excluidos de la educación

El caso de una nena de 11 años que padece leucemia y no está teniendo clases virtuales porque su docente fue obligada a volver a la presencialidad desnudó muchas otras historias de alumnos y alumnas en la misma situación de abandono y desigualdad. ¿Quién se ocupa de lxs “exceptuadxs”?

Más que exceptuados, excluidos de la educación

Por Natalia Arenas
29/06/2021

Foto: Télam

Desamparadas, angustiadas, sobrepasadas. Así se sienten las familias con hijxs que están dentro de la modalidad de “exceptuadxs” en el sistema educativo de la Ciudad de Buenos Aires.

Lxs alumnxs exceptuadxs son quienes, en el contexto pandémico, por padecer enfermedades de riesgo o convivir con personas que las padezcan están exentos de asistir presencialmente a la escuela. No significa quedar al margen de la escolarización, sino que tienen que recibir educación virtual como sucedió, en mayor o menor medida, durante todo el año pasado.

Más allá de los protocolos establecidos por el Gobierno de la Ciudad, la organización estructural y planificación de los contenidos depende de cada escuela: el armado de las burbujas, la designación de docentes en cada una, qué sucede cuando se pincha una burbuja, etcétera. Y en esa organización también entra la virtualidad: en muchos casos, el escenario ideal fue designar a docentes exceptuadxs (de riesgo o convivientes) a las clases virtuales de lxs alumnxs de riesgo.

Pero este año, con la vuelta a la presencialidad, lxs exceptuadxs quedaron a la deriva. En muchos casos, porque lxs docentes que estaban al frente de las clases virtuales, aún siendo de riesgo y con sólo una dosis de la vacuna, fueron obligadxs a volver a las aulas.

Ana Mallimaci tiene una hija de 11 años que cursa sexto grado en una escuela de Parque Chas. En 2019 a la niña le diagnosticaron leucemia y desde agosto de ese año no pudo volver a la institución. Entre internaciones, operaciones y tratamientos, tuvo su escolarización a través de la “escuela domiciliaria”, una opción del sistema público que lleva lxs docentes a las casas (y en este caso al lugar de internación) de lxs niñxs que tienen enfermedades oncológicas, respiratorias o que padecen fobias, entre otras afecciones.

En 2020, la llegada de la pandemia hizo que la escuela domiciliaria se trasladara a la virtualidad. Este año, la salud de la hija de Ana mejoró y ya está en el último tramo del tratamiento. Si no fuera por la pandemia, podría ir a la escuela. Pero su condición de riesgo no lo permite.

“La directora de la escuela me comentó de la categoría de alumnos exceptuados, así que nos pareció bien enmarcarla ahí para que pudiera tener sus clases virtuales”, contó Ana a Cosecha Roja.

Este año lectivo, su hija lo empezó con el grupo de exceptuadxs. Todos los días de la semana, tenían una docente exclusiva para ellxs, que también estaba exceptuada.

Pero hace un mes, les comunicaron que la docente ya no iba a estar disponible. Como le dieron una dosis de la vacuna, la obligaron a volver a la presencialidad. “Desde la escuela, me dijeron que estaban tratando de demorar esta situación, pero que era una orden del Gobierno de la Ciudad”. La docente, además, es persona de riesgo.

“¿Cómo lo resuelve la escuela ahora? Los docentes de grado presencial cuando tienen un tiempito libre, con mucho sacrificio y compromiso, porque no quieren abandonar a lxs alumnxs, les dan clases, dos horas semanales”, detalla Ana. Es decir: la educación de su hija depende de la buena predisposición de lxs docentes asignadxs a la presencialidad.

“Les suben tarea por la plataforma. Mi hija no tiene casi intermediación docente”, dice.

La situación extrema desnuda una realidad: nunca se contrataron docentes exclusivxs para la categoría de alumnxs exceptuadxs. Y cuando decidieron volver a la presencialidad, lxs chicxs se quedaron sin sus maestras. “Durante un tiempito, como mi hija tenía muchos compañeros que no iban a lo presencial porque habían tenido un contacto estrecho, los docentes pudieron juntar burbujas y uno de ellos quedaba libre y le daba clases a todo este grupo. Pero con la presencialidad muchxs empezaron a mandar a sus hijxs a la escuela y quedamos sólo 10 en esta situación de exclusión”, cuenta.

Que sean tan pocos en toda una escuela les juega en contra. Por eso Ana se puso el reclamo al hombro y se encargó, junto a otras familias, de enviar cartas y hacer presentaciones en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad.

“La sensación que tenemos es de desamparo y de desigualdad. Yo tengo recursos y mi hija está tomando clases particulares. Pero esta situación con los exceptuados se repite en todas las escuelas de la Ciudad. Hay muchos chicos abandonados”, destaca.


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Pero en otros casos, lxs exceptuadxs no son tan pocos: es que a lxs niñxs de riesgo o con familiares de riesgo se les sumaron lxs que sus padres y madres rechazan la presencialidad por el enorme riesgo de contagio que supone.

Este año, cuando los contagios superaron los 20 mil casos, el Gobierno nacional decretó por DNU la suspensión de la presencialidad en todo el país y la vuelta a la virtualidad. El Gobierno porteño rechazó la medida, la judicializó y durante dos semanas, en medio del pico de la segunda ola de la pandemia, obligó a toda la comunidad educativa a volver a las aulas.

Muchas familias se negaron a enviar a sus hijxs a las escuelas y exigieron la continuidad de la virtualidad. Varias encontraron en la categoría de exceptuadxs la vía para rechazar la medida sin que sus hijxs se queden sin escolarización.

“La categoría de exceptuadxs terminó siendo el único camino para que lxs chicxs no tuvieran que ir a presencial, con el riesgo que eso implica. De hecho, hubo otras familias que a partir del DNU que planteaba la vuelta a la virtualidad en el territorio nacional y que el Gobierno de la Ciudad desobedeció en modo reiterado, querían sumarse a la virtualidad, pero la única vía que consiguieron fue a través de la excepción”, cuenta a Cosecha Roja Sandra Gil Araujo, madre de un hijo de 7 años que cursa doble jornada en la escuela Australia, de Villa Crespo.

Una semana antes del DNU, Sandra dejó de mandarlo a clases presenciales: consiguió la excepción porque su madre tiene casi 90 años, diabetes y otros múltiples factores de riesgo.

“En el caso de la escuela Australia, la atención a lxs exceptuadxs fue muy deficiente. Mi hijo estuvo una semana sin nada. Después empezó a tener tareas enviadas por mail a mi correo y reuniones con la maestra encargada de los exceptuados dos veces por semana, 45 minutos cada día”, cuenta.

Esa misma maestra, exceptuada por su condición de riesgo, tenía a su cargo primero, segundo y tercer grado.

“El martes de la semana pasada, la maestra nos comunicó que su nombre estaba en una lista de lxs que tenían que volver a la presencialidad. Así, de un día para el otro. Así que esa semana ya no hubo zoom. Y yo no sé a quién le tengo que mandar la tarea de la semana pasada, nadie me informó”, dice Sandra.

Después, la dirección de la escuela hizo una reunión de madres y padres por zoom, anunciada unas horas antes, donde les informaron que a lxs exceptuadxs, de ahora en más, la misma maestra que da clases presenciales les iba a mandar la tarea a ellxs.

Si bien hay excepciones, como en la escuela de Parque Chas donde cursa la hija de Ana, Sandra dice que “en la mayoría de las escuelas de la Ciudad el abandono de los exceptuados fue desde el principio”.

“El problema principal, que queda expuesto en este contexto, es la falta de presupuesto en Educación. No contrataron docentes nuevos para que estén dedicados a la virtualidad en vez de haciendo malabares”, dice Sandra y reconoce “el esfuerzo de los y las docentes y la situación de sobreexplotación que están padeciendo”. “Docentes de riesgo son obligados a volver a trabajar con una sola dosis de la vacuna. Es criminal”, dice.

Esta semana la presencialidad en las escuelas volvió a estar en discusión: el frío polar expuso la situación de cientos de escuelas en todo el país que no tienen calefacción. En la Ciudad de Buenos Aires, la UTE relevó 75 escuelas con este problema.

Durante el fin de semana, las familias porteñas recibieron por mail una recomendación del Ministerio de Educación: “Lleven a la escuela varias capas de ropa liviana superpuesta, además de buzo o suéter, bufanda, guantes, gorro y campera. También pueden llevar una manta”.

Angélica Graciano, secretaria general de UTE, advierte que “la presencialidad tampoco está asegurando los contenidos”. “Hay un grado de intermitencia en estudiantes que no permite la posibilidad de continuidad. Hay una interrupción permanente porque se pinchan las burbujas. Si la virtualidad estuviera bien organizada, esto no pasaría”, dice.

Para Graciano, el Estado tiene los recursos para organizar la virtualidad. Esto es: contratar docentes y garantizar conexión y herramientas tanto a lxs exceptuadxs como a lxs que actualmente están yendo a la escuela. Pero no lo hace por una cuestión política: “No lo hacen para que, ante la ausencia de la virtualidad, las familias demanden presencialidad”.


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En las fallas de la vuelta a las aulas también coincide Sandra. “Se hace creer que la escuela funciona con normalidad y en realidad los chicos van mucho menos”, dice. En condiciones de normalidad, su hijo tendría que cursar de 8 a 16. Quienes siguen yendo de manera presencial sólo cursan dos horas y 45 minutos por día.

“Hay niños que a mitad de segundo grado todavía no saben leer ni escribir”, detalla Sandra y refiere a la desigualdad de la que hablaba Ana. “Hay una desigualdad enorme en cuanto al acceso al conocimiento que tiene que ver con las conformaciones familiares: mi hijo tiene la suerte de estar en una familia que tuvo acceso a la educación y va más adelantado que el resto. Pero la escuela no hace nada por equiparar”, dice.

En el caso del Liceo 9, de Belgrano R, lxs exceptuadxs también son una minoría y por eso mismo, discriminadxs. Estuvieron sin clases ni ningún tipo de indicación durante los primeros 15 días del ciclo lectivo de este año. El 15 de marzo empezaron a recibir algunas tareas, pero sin indicaciones concretas.

Cuando las familias reclamaron por esta situación, les contestaron que no tenían docentes que se dedicaran a lxs exceptuadxs.

“Armamos un grupo de Whatsapp con muchas familias. La verdad es que las familias se sienten abandonadas”, cuenta Gerardo Cedrola, uno de los papás que lleva adelante los reclamos.

Y aparece una doble desigualdad: “Está la desigualdad entre lxs que van a clases presenciales y los exceptuados, que parecen estudiantes “de segunda”. Pero entre los propios exceptuados también están quienes pueden tomar clases particulares y los que no. Y los de primer año, que es su inicio en el secundario no saben cómo organizarse, no reciben ningún tipo de apoyo”, detalla.

Al desamparo, se suma la exigencia. En muchos casos, a lxs exceptuadxs se les exige y evalúa como si realmente estuvieran teniendo clases.

“Los exceptuadxs son las familias que no aceptaron la presencialidad porque el sistema de burbujas no funciona y el nivel de contagio es alto”, explica Gerardo y destaca que “las escuelas no tienen muchas herramientas para hacer algo, porque no tienen presupuesto”.

Gerardo reunió a un grupo de familias y están trabajando en un amparo, inspirados en el que presentó el colegio Mariano Acosta, para que les garanticen la virtualidad a quienes decidan no ir a la escuela por el riesgo que implica.

En todos los casos que consultó Cosecha Roja, se repiten las palabras abandono y desigualdad. Y no estamos hablando de familias con pocos o nulos recursos. ¿Qué pasa con quienes entran en la categoría de exceptuadxs pero nadie les garantiza conexión ni herramientas para acceder a una plataforma?

Natalia Arenas