donde está diego

Andar Agencia.-

Elvia “Telvi” González es la mamá de Diego Maldonado y de otros cinco hijos. En 2004 Diego tenía 16 años, era adicto y su mamá había pedido ayuda en el juzgado de menores para sacarlo de las drogas. Un funcionario judicial lo mandó a la comisaría 1°  a esperar  un cupo para un centro de rehabilitación, como a Manuel Figueroa. Ambos, junto a Darío Aranda y Elías Giménez, fallecieron en el  incendio de la comisaría de Quilmes. Once años después, la justicia está juzgando a los responsables; Telvi cuenta su historia de lucha,  la convivencia con el paco en el barrio y  conserva la esperanza de lograr un poquito de justicia.

“Diego era muy bueno. Para toda madre sus hijos son buenos… pero Diego era bueno, un poco caradura. Tenía algo mal, que yo no me di cuenta antes,  era consumidor de paco. Comenzó a fumar a los 15 años y lo triste es que esa porquería se la dio su padre, el biológico. En esa época vivíamos todos en Villa Itatí pero del padre de Diego -con el que tuve 3 hijos, Dieguito era el menor- ya estábamos separados”.

“Cuando me enteré que Diego empezó a consumir me acerqué sola al juzgado a pedir ayuda. Le planteé al juez que mi hijo fumaba paco y le aclaré que lo sabía porque me robaba a mí. El juez me dijo que si Diego me robaba a mí no contaba porque, como era menor, mi responsabilidad era darle de comer hasta los 21 años. Para ayudarlo tenían que probar que estaba robando dentro de una casa o dentro de un auto. Eso era lo peor para mí. Yo le decía al juez: ‘si esperábamos a que Diego entre en una casa o robe un auto, por ahí me lo matan. Yo ya no lo puedo defender, no puedo hacer más nada’. Hacía poco que  había sido lo de (Víctor) Balza -uno de los casos más resonantes de gatillo fácil policial de la localidad de Quilmes. Yo le pedía a mis hijos que en ningún momento le dieran la espalda a la policía.”

“Pasaba el tiempo y Diego se me escapaba, no podía estar controlándolo todo el día. Yo tuve más hijos y tuve un bebé en ese momento que tenía problemas de salud. Lo tenía que llevar al médico, no podía estar tan pendiente de los chicos más grandes. Así y todo, cada vez que él se iba yo me recorría toda esa maldita villa… ¡la conozco como la palma de mi mano! Y, ¿sabés lo que hacían los amigos?  Le gritaban: ¡Dieguito, acá llegó tu mamá! Y Diego se hacía humo, corría. Vos no sabes lo que es correr a ese chico. Jamás lo pude alcanzar: el corría de mí…”

“Diego quería dejar el paco, no quería correr más. Me pidió que nos fuéramos de la villa pero mi mamá aún vivía, tenía un hermano que era mayor y ella no se quería ir por él. No podíamos vender e irnos por eso, pero Diego lo pidió varias veces. Diego fumaba todos los días y le pedía a una amiga que tenía almacén yerba, cosas para cambiar por paco. Ella le daba para que el pibe no robara… ella lo sabía. Después, hablaba conmigo y yo le pagaba las cosas que Diego sacaba. Es muy difícil que la gente entienda esa enfermedad, son muy maltratados.”

“Una vez dentro de la villa había un chiquito de 12 años fumando paco. Pasó un patrullero y el pibe tiró la droga en el pasto. Los policías bajaron y le empezaron a pegar en las costillas con la itaka. Cuando vi eso, salí de mi casa a enfrentarlos. Me apuntaron a la cabeza y me mandaron a entrar porque me iban a matar. Yo me quedé, los desafié: ‘matame si querés, pero dejá de pegarle al pibe. ¿No ves que es piel y huesos? ¿Cómo podes golpearlo así?’ Los policías están en contra de los chiquitos y también a los que están en las villas los mandan a robar para ellos”.

“Un día llego a  la casa una notificación en la que citaban a un tal Diego Javier Maldonado por una causa de asesinato. Mi hijo se llamaba Diego Hernán y estaban buscando a una persona mayor que él. Hablé en la comisaría 1° con el oficial Aráoz y le expliqué la situación. Me mandaron al juzgado y de ahí lo derivaron a lo que fue su primera internación en un centro de rehabilitación en La Plata. Vinieron a visitarme unos evangélicos y me trajeron los folletos. Lo internamos pero al poco tiempo, como lo trataban bastante mal, Diego se escapó y apareció de nuevo en la Villa. A los días lo volvieron a agarrar por doble A (averiguación de antecedentes). Me llamaron de nuevo del juzgado de menores y cuando fui me entrevisté con el secretario de la jueza que llevaba la causa de Diego, el Dr. Giordano. Diego le pidió que le consiguieran un lugar piola para tratarse, dijo que quería dejar el paco por su mamá y por la abuela.”

“Giordano me dijo que me quede tranquila, que a mi hijo lo iban a preservar y que tenía que quedarse en la comisaría 1° hasta que se consiguiera un cupo en un centro de rehabilitación para drogas. Nunca jamás me aclaró que mi hijo no podía estar en una comisaría. Luego de esta charla lo llevaron y quedó detenido en la comisaría 1° de Quilmes. Estuvo 20 días antes de morir. Lo fui a ver un par de veces; le llevamos comida, ropa, sus cosas. Para el día de la madre no pude ir porque mi hija estaba enferma.  El 14 de octubre murió ahogado en la tosquera un amigo de Diego. Se habían criado juntos. Yo quería verlo para contarle pero, junto con comida y dos paquetes de cigarrillos, le mandé una nota avisándole. Los chicos que sobrevivieron me contaron que Diego recibió esa noche -cuando fue el incendio- una nota y que se puso muy mal, lloraba y pedía llamar a un juez para que lo sacaran. Yo no sé qué recibió él, si fue mi nota o qué recibió, qué leyó, porque nunca se encontró la maldita carta”.

“Si él me hubiera contado lo que pasaba ahí dentro, yo iba, lo sacaba y les decía ‘me lo llevo’. Las peleas de los calabozos no me las contó. Pero yo sé porque los chicos que sobrevivieron me lo contaron, incluso uno de ellos me pidió disculpas hace 10 años porque a él otros compañeros lo obligaron a pelear contra Diego. Ese mismo día por la tarde ellos pelearon y por esa pelea después los policías hicieron la requisa donde les pegaron. Este chico me pidió perdón por haber peleado contra mi hijo. Él es grandote y Dieguito era muy bajito. También me contó lo de la nota, que mi hijo se puso muy mal y que después prendieron ahí en el calabozo un colchón para llamar la atención, para que lo sacaran”.

“Esa noche me desperté sola a las 2 de la mañana. Apareció Diego en mis sueños. Estábamos todos reunidos comiendo, éramos felices. Me desperté cuando golpearon a la puerta. Eran como a las siete de la mañana y siempre venía una amiga a tomar mate, Marga, cuando dejaba a sus hijos en la escuela. Le conté a Marga que había soñado con Dieguito y nos pusimos a charlar. Al instante llegó otra vecina -ella es chilena- entró y me gritó: ‘¡Conchatumadre! Hubo un motín y hay un muerto! ¿Qué haces acá?’. Cuando ella dijo eso, yo la miré a Marga y le dije: ‘Dieguito murió’,  lo sentía acá (señala su pecho)”.

“Fui a la comisaría con Marga, mi hijo y mi nuera. Nadie nos atendía, el juez no aparecía. Estábamos afuera  esperando, éramos muchos y el juez no venía más. El oficial Aráoz me llamó a la oficina del sub comisario en el primer piso. Ahí me recibió Vujovich. Aráoz me hizo sentar y él se sentó al lado mío. Comenzó a decir ‘lamentablemente…’ y no lo dejé terminar. Grité: ‘¡Lamentablemente nada! Decime, ¿qué pasó con Diego Maldonado?’ y le tiré un manotazo. Mi otro hijo entró a la oficina, me puse muy mal: ‘no puede ser, vos me dijiste, con el otro infeliz -por el secretario del juzgado Giordano- que lo iban a cuidar, que iban a preservarle la vida. Ahora me están entregando a mi hijo en un cajón”.

“Mi hijo mayor se puso muy mal, tuve miedo de que lo dejaran detenido. Lo mandé a mi casa a avisar a los hermanos, al papá Carlos. Yo me quedé en el lugar con mi amiga y en un patrullero nos llevaron a reconocer el cuerpo. Una persona de ahí me dijo que era mejor que entrara mi amiga, que yo lo recordara como siempre. Cuando salió Marga me confirmó que era Dieguito. Después me contaron que Diego había muerto en el hospital. Lo habían trasladado esposado en un patrullero junto a otro pibe, Walter. Este chico siempre me contó que Diego pedía que lo lleven al hospital porque no podía respirar pero lo sacaron último de la comisaría. También me dijo que Diego se desmayó varias veces dentro del patrullero y preguntaba: ¿Ey amigo, todavía no llegamos? Son 4 minutos hasta el hospital de Quilmes. Los policías tardaron mucho en llegar”.

“Todos mis hijos conocían a los curas de la parroquia de Don Bosco porque iban a la iglesia y los fines de año los llevaban al campo Bosco a pasar unos días. Coco, el salesiano mayor de la iglesia, es el que más estuvo con Diego tratando de sacarlo del paco. Después de lo que pasó vinieron a casa a verme Tobías, Gonzalo y Coco. Ya habían venido varios abogados también y todos me hablaban de plata. Yo no quería eso en una persona…No sé por qué pero siempre quise que alguien venga y me diga que íbamos a hacer justicia…”

“Tenía miedo que me maten otro pibe porque me estaba metiendo contra la policía. Cuando tuvimos reuniones con Arslanian o con el Fiscal General, cada vez que teníamos alguna entrevista, nos cuidábamos mucho. Si teníamos que hablar algo con los familiares nos juntábamos en la iglesia de Don Bosco porque teníamos miedo, no hablábamos nada por teléfono. Así y todo, la policía sabía todo lo que hacíamos. El primer fiscal de la causa, Nievas Woodgate, al principio no nos quería ver, nos tenía miedo a los familiares. Luego, cuando finalmente nos entrevistó, dijo que algunos de los golpecitos a los pibes estaban bien dados. Cintia Castro fue la única abogada- ex detenida e integrante de la Liga por los derechos del hombre-  que nunca me habló de plata. Ella fue la persona que públicamente, después de ver la causa, dijo que fue una masacre. Ahora espero que con este juicio venga un poquito de justicia, me gustaría tener justicia por los chicos”.

“Linares, que estaba en el Ministerio de Justicia, ofreció ayuda pero nunca nos dieron nada. La mamá de uno de los chicos hasta ahora necesita ayuda psicológica. La pidieron, pero jamás se la dieron, ni en La Plata ni en Quilmes. Varios años después de la muerte de Diego nos fuimos de Villa Itatí. Al lado de mi casa había una mujer con sus hijos que vendían paco. No pude tolerarlo y tenía miedo de que me mataran a alguno de mis hijos”.

“La vida pesa, yo seguí adelante porque tengo más hijos. Una vez fui a una reunión con Arslanian y dejé a mi nena en la casa. Cuando volví me la encontré con la frente rota, ocho puntos por una caída. Siempre le dije a mi marido… las veces que escuché en este maldito juicio que Diego pedía auxilio, que no podía respirar… ¿cómo pude…? ¿Cómo no estuve en ese momento con él?  En aquel momento cuando vi a mi nena con la frente rota, le pedí perdón a su papá por no haber estado otra vez. Te sentís mal, te sentís culpable … no sé si no tenés la culpa, nunca lo voy a saber. Todos dicen: una madre no tiene culpas…Traté hacer lo mejor posible para mis hijos. Más para Diego porque él me pedía auxilio… y no lo pude ayudar. Pienso en él y no aguanto no llorar”.

Foto: Agencia Andar