zalazar 2B. se escondió en baúl de un auto para escapar de Daniel Gonzalo Zalazar, el hombre que mató a golpes y puñaladas a su mamá, a su tía, a su bisabuela e hirió a sus hermanos L., de 11 años, y M., de 10 meses. Cuando salió, pidió ayuda. “Estos niños no son testigos sino víctimas de violencia. Ellos están en el hogar cuando la madre es sometida a esas situaciones y aunque la violencia psicológica o física no los alcance directamente, siempre presentan estrés postraumático”, dijo a Cosecha Roja Enrique Stola.

Cuando B. salió del baúl, entró a la casa y vio la escena del horror: habló con su hermano herido, que le dio el celular para pedir ayuda: “Abuelita, llamá a cinco ambulancias”, le dijo. “Los niños no saben si la violencia dirigida hacia lo primero que aman, que es la madre, puede ir hacia ellos y eso les produce un gran desamparo”. El psiquiatra, quien se encuentra en España participando del VII Congreso para el estudio de la violencia contra las mujeres, se refirió así al caso del niño B. que ahora debe declarar en cámara Gesell.

La mayoría de las veces, la violencia aparece puertas adentro pero “otras veces surge en cualquier parte. Por eso, los niños como B., que ya se han movido en esos ambientes, están acostumbrados a las alertas. Cada uno tiene sus particularidades y, en general, tienden a proteger a la madre”, explicó a Cosecha Roja Miriam Maidana, psicoanalista e investigadora UBACyT en Consumos Problemáticos.

Hay niños que quedan paralizados. Otros, como B., responden. Stola recordó el caso de una mujer que nunca había podido reaccionar ante la violencia de su pareja: fue la hija de cinco años la que salió a la calle a pedir ayuda a los vecinos. “Primero negó lo que decía su hija y luego terminó aceptándolo”, contó. Maidana fue en la misma sintonía: “No es posible medir las reacciones porque no son intervenciones calculadas pero B. sin dudas es una víctima que tendrá consecuencias traumáticas. Si es testigo o no, son disquisiciones. Sí es una víctima”.

B., según contó su tía, Paula Arias, huyó de la escena, buscó a su perro y se escondió en el baúl del auto. “El niño ama a su perro por eso lo protege y lo esconde del asesino que, según se supo, intentó abrir el baúl varias veces. Cuando se aseguró de que estaba lejos, B. salió del auto y llamó a su abuela”, dijo Stola.

El después de B.

El niño declarará como testigo y, por su edad, lo hará en una Cámara Gesell. Ahora, está protegido por psicólogas, peritos y trabajadoras sociales. “A mí me encantaría, djio Maidana, que se llevaran menos estadísticas y hubiera más programas de atención y tratamientos. Aunque los pibes reaccionen, se les inscribe el trauma. Si no hay seguimiento, es posible que lo reviva en la adolescencia, como sucede con la mayoría de las víctimas de abuso”.

Stola da por hecho que el gobierno mendocino ya se ocupó de dar a B. la contención necesaria. “Seguramente le habrán puesto terapeutas, que es todo lo que debe hacer el Estado. Pero hay que ver qué pasa con la Justicia”. Para el psiquiatra es muy importante la revinculación del niño después del proceso judicial. En muchos casos los jueces ordenan las visitas de los padres que fueron agresores: Los hijos de Rosana Galliano, por ejemplo, viven con el papá y la abuela, los asesinos de la mamá. “Estamos acostumbrados a este tipo de bestialidades. Creo que lo único que puede intervenir en ese caso es el control de la población y de las organizaciones de mujeres. Son los únicos que pueden hacerlo”.

Maidana agregó: “En general, se prioriza la familia de la madre y supongo que a B. lo dejarán o con su abuela o en alguna institución. El punto es que el agresor puede alegar “emoción violenta” y eso es delicado. Cuando hay chicos de por medio hay que ir caso por caso”. La psicoanalista se mostró en contra de la mediatización de este tipo de hechos. “Imaginate que no ocurrió en Buenos Aires, que pasó en un lugar de Mendoza donde a B. lo conocen todos, donde va al colegio. Es cierto, este tipo de casos siempre sale a la luz pero la protección de la identidad es importante”.