Manu Ureste. Animal Político.-

Mientras paladeo acodado en la barra del bar el último sorbo de café amargo en espera a que el periodista Ioan Grillo (Brighton, Reino Unido) se desocupe de una de las extenuantes entrevistas que tendrá hoy a lo largo del día, saco de la bolsa el ejemplar que me facilitó Editorial Urano de “El Narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana”, lo pongo sobre la mesa con cuidado de no mancharlo con los restos de café torpemente derramado, y admiro por unos instantes la poderosa tapa roja que tengo frente a mí, en la que una folclórica calavera formada a base de pistolas, fusiles de asalto y los tristemente populares cuernos de chivo, me estudia con detenimientoNo me voy muy lejosa la página 16. Allí, la noche anterior subrayé con lápiz lo siguiente: ”Aprendes torturas, sí, muchas. Ciertamente gozaba uno haciéndolo. Nos reíamos del dolor de las personas, de las formas que las torturamos. Brazos cortados, decapitaciones. Esa es la más fuerte verdad. Decapitas a alguien sin sentir ningún sentimiento, ningún temor”.

Las palabras de Gonzalo, un ex policía reconvertido a sicario al que Grillo entrevistó como parte de diez años de investigación recorriendo la violenta geografía mexicana, me hace tragar saliva y moverme incómodo en la silla. Es el testimonio crudo de la violencia que vive México, anoto en la libreta. Un país que, de acuerdo con la tesis principal del libro de este experimentado periodista que ha escrito del fenómeno para múltiples medios internacionales como Time Magazine, CNN, Associated Press, o Reuters, está inmerso en una sangrienta “insurgencia criminal armada”, a pesar de que “hablar de insurgencias, guerras y Estados fallidos produce escalofríos a los funcionarios que buscan dólares del turismo” y las inversiones extranjeras. ”Un día el presidente Calderón se pone el uniforme militar y dice que no habrá cuartel contra los enemigos de la patria y al siguiente asegura que no, que es un problema que hay en unos pequeños municipios. Es decir, hay mucha confusión en el discurso político sobre lo que está pasando“, me dice Grillo ya sentado frente a mí y con los ojos azules muy abiertos en esta entrevista para Animal Político. “Pero si ves el desarrollo del narcotráfico y cómo ha ido cambiando en los últimos diez o doce años -hace una pausa para dar un ligero sorbo al café mientras la calavera de pistolas nos observa ahora a los dos con curiosidad- está claro que este problema no se puede ver solamente en términos de mafia y pandilleros. En México estamos ante una guerra de baja intensidad”. 

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PREGUNTA: ¿Qué va a encontrar el lector en tu libro ‘El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana’?

RESPUESTA: En el libro se hace un retrato lo más completo posible del narcotráfico en México, desde sus raíces a comienzos del siglo XX hasta la actual ‘Guerra’ que lleva 60 mil víctimas. Asimismo, expongo la anatomía del sicariato y del negocio de las drogas a través de un análisis de la llamada ‘cultura-narco’ (narcocorridos, el fenómeno en el cine, la música, la forma de vestir); de la cuestión religiosa, y de los grupos armados y las tácticas que éstos emplean para pelear con rivales y con las fuerzas del Estado. Se trata, en definitiva, de una obra con la que no estoy buscando chocar con los cárteles de la droga, o con las autoridades. Lo que intento hacer es un análisis profundo del problema, buscarle sentido al conflicto y soluciones a largo plazo.

P. El subtítulo en la portada de tu libro dice ‘En el corazón de la insurgencia criminal mexicana’. ¿Realmente hay una insurgencia, tipo guerrilla, en México?

R. Cuando llegué hace once años a México, a los sicarios se les llamaba gatilleros. Es decir, eran pandilleros de oficio, y mucho de ellos eran chicanos importados de Estados Unidos. Sin embargo, hoy ya hablamos de grupos de estilo paramilitar; de grupos de 50 personas armados con ametralladoras AK-47, armas largas, lanza granadas, y un nivel de violencia que está dejando masacres y fosas comunes con cientos de cadáveres, un gran número de refugiados que huyen de estos grupos, y feroces ataques contra las autoridades de seguridad que, año con año, están perdiendo miles de efectivos.

Entonces, si ves el desarrollo del narcotráfico en México y cómo ha ido cambiando en los últimos diez o doce años, está claro que este problema no se puede ver solamente en términos de mafia, como Al Capone. Porque si estudias la mafia italiana, nunca verás este nivel de violencia. Además, decir que lo que hoy pasa en México es un asunto sólo de mafias, es minimizar el problema. Ten en cuenta que Al Capone, en su peor masacre, mató a siete personas. Aquí, los Zetas mataron a 72 de una sola vez. Por eso, hay que buscar otros términos para definir el problema y buscar una solución.

P. Y propones al respecto el término de insurgencia armada…

R. Así es. Aunque cuando se habla de insurgencia criminal es cierto que los políticos se confunden y no aciertan a usar un lenguaje para describir el conflicto. Por ejemplo, el presidente Felipe Calderón un día se pone el uniforme militar y dice que no habrá cuartel contra los enemigos de la patria y otro día dice que es un problema que hay en unos pequeños municipios. Otro ejemplo: en Estados Unidos de repente viene Hillary Clinton y en su primera visita a México y asegura que esto es un problema de pandilleros, como vivieron en el Bronx en los años 70, y luego allí dicen que aquí hay coches bomba y una insurgencia como en Colombia. Es decir, hay mucha confusión en el discurso político sobre lo que está pasando, por eso hay que ver que realmente se trata de un problema de ‘guerra de baja intensidad’; estamos ante un nuevo tipo de conflicto al que tenemos que enfrentar.

P. ¿A qué te refieres exactamente cuando afirmas que en México hay una insurgencia criminal?

R. El concepto de insurgencia criminal se refiere a la existencia de grupos que usan tácticas de guerrilla pero sin una ideología, sin un programa. Tan solo tienen intereses comerciales o criminales.

P. En las páginas de tu libro aseguras que “hablar de insurgencia provoca escalofríos a los políticos y funcionarios” de México. ¿Por qué ese rechazo frontal a esta posibilidad? 

R. Primero, porque el término de insurgencia es algo muy sensible en México. Ten en cuenta que los insurgentes fueron los héroes de la patria y, claro, ¿cómo se puede comparar a los narcotraficantes, que son unos demonios, con los ídolos nacionales? En cambio, en Estados Unidos es al contrario: los insurgentes son los malos que pelean contra sus marines en Afganistán o Irak, por eso para el estadounidense es más fácil hablar de insurgencia.

Además, los políticos de aquí perciben que si se empieza a hablar de insurgencia va a ser peor de cara al exterior para la ‘marca México’, la cual ha sido brutalmente golpeada por este problema, lo que a su vez también ha provocado una fuerte crítica del Gobierno hacia los medios internacionales por cómo tratamos este asunto. Y aunque es cierto que, a veces, sí hay maltrato y periodismo amarillista, realmente los hechos hablan por sí solos.

P. ¿Cuál es la responsabilidad de Estados Unidos en la situación actual de la guerra contra el narco? En México se reprocha frecuentemente a Washington que de este lado se ponen los muertos mientras ellos consumen la marihuana…

R. Estados Unidos tiene una responsabilidad enorme en el narcotráfico. Pero, en mi opinión, todos los países deberían trabajar juntos en este tema, ya que es una cuestión totalmente internacional. Es decir, no puede verse sólo como una cuestión interna de un país en concreto, porque los grupos criminales son internacionales.

Ahora bien, Estados Unidos ha demostrado que tampoco tiene una táctica muy clara sobre el combate a las drogas en México. El Plan Mérida no ha sido exitoso porque ha apoyado al gobierno de Calderón, el cual ha fracasado en su táctica. Porque, ¿quién puede decir que ha tenido éxito? Tal vez, podemos decir que ha dado resultados en cuanto a la captura y muerte de capos de la droga, ¿pero quién puede decir que México es hoy más seguro que en el año 2006? Sería francamente muy difícil argumentar esta cuestión.

P. No obstante, la Administración Calderón no se cansa de repetir una y otra vez que cumplieron con su deber. Que el Estado estaba prácticamente secuestrado por el crimen organizado y que debían enfrentar esta situación.

R. Claro que hay que tener una política de seguridad pública, claro que hay que detener a los delincuentes y a los criminales. Pero antes hay que ver cómo manejar esto. En mi opinión, el problema central con la llamada ‘Guerra de Calderón’ es que mandó un Estado podrido a enfrentarse contra los cárteles de la droga; envió a un Estado fragmentado, en el que muchas veces las diferentes corporaciones de seguridad y policía se enfrentan entre ellos –federales contra militares, locales contra federales- dejando claro que no todos están del mismo lado. Entonces, una cuestión muy importante aquí, un reto muy importante para el siguiente gobierno, es tener más control del Estado para evitar la fragmentación del mismo.

P. Hablando del próximo Gobierno. ¿Qué le parecen las propuestas de los cuatro candidatos a ocupar la Presidencia el próximo 1 de julio en materia de lucha contra el crimen organizado?

R. En estas campañas estamos viendo que los candidatos no hablan del narcotráfico. Es como si estuvieran en otro país. Mientras ayer mismo masacraron a otras 15 personas, y hace poco aparecieron otros 45 en Cadereyta, los candidatos no hacen mención alguna. Ven que no conviene hablar de esto, que no hay ganancia política en estar ‘casado’ con la ‘guerra contra el narco’. Entonces, yo creo que su política va a estar más centrada en el control de daños. Porque no están diciendo ‘vamos a enfrentar a los zetas y los vamos a echar del país’, sino que más bien están diciendo que van a bajar el número de homicidios y de extorsiones.

P. ¿Pero cómo conseguirían ese control de daños? ¿Cabe al respecto la posibilidad, como se ha especulado, de que pueda haber un pacto con el crimen organizado?

R. Mira, hay que ver también qué sucede en Estados Unidos. Allí, en cualquier estado, cualquiera puede comprar droga. Hace no mucho fui a hacer un documental a Phoenix, Arizona, sobre narcotráfico. Estuve buscando dónde vendían la droga y tardé 10 minutos en encontrar a gente que estaba vendiendo cocaína y metanfetaminas. Y en cada ciudad de Estados Unidos es igual.  Entonces, imagínate: si ellos con toda su policía y la fuerza del Estado de Derecho, con todos sus jueces y todas las leyes, no pueden frenar el tráfico de drogas ni todo el dinero que se mueve con la droga, México tampoco puede eliminar el tráfico de estupefacientes. Aunque claro, la diferencia es que en Estados Unidos si un grupo criminal comienza a matar demasiado se van contra ellos; y si un delincuente empieza a matar policías, lo aplastan literalmente. Entonces, aquí en México el Estado también debería poner límites, reglas.

P. ¿No considera posible, entonces, que pueda haber un pacto con los cárteles para contener la situación?

R. Claro, las treguas existen. Vemos por ejemplo que ha bajado la violencia en Ciudad Juárez o Tijuana, y no sabemos si es una victoria del gobierno… o si realmente se deba al establecimiento de alguna tregua. No obstante, más allá de si se dan pactos o no con los cárteles, la cuestión central para el futuro próximo debe ser un cambio de la manera en la que se va a abordar el problema del narcotráfico.

P. ¿Ese cambio implicaría que las tropas del Ejército se replieguen a los cuarteles?

R. Ningún candidato va a retirar de la noche a la mañana al Ejército de las calles. Cuando tienes a grupos armados de 50 personas con camionetas equipadas con ametralladoras y lanzagranadas entrando a los pueblos, la gente se pregunta que dónde está el Ejército, el Estado, porque los diez policías municipales del pueblo no pueden enfrentarlos, no tienen defensa posible ni pueden con ellos.

No obstante, también es cierto que sacar el Ejército a la calle ha sido un desgaste muy grande para ellos. Los soldados están entrenados para matar, ése es su trabajo. Y cuando los usan como ‘reacción’, es decir, cuando por ejemplo hay una masacre en un pueblo y se les exige que vayan y obtengan resultados, es cuando cometen abusos a los derechos humanos.

Pero en la próxima Administración yo creo que, aunque no se van a retirar de inmediato, su uso va a estar más limitado; su función va a ser más para contener que para atacar. Sin embargo, no olvidemos que el hecho de que en México el Estado esté fragmentado, es una cuestión fundamental del problema. Es decir, se cambió de un régimen que duró 70 años y que lo controlaba todo, a una democracia que no funciona bien, con fuerzas políticas controlando diferentes fuerzas de seguridad pública. Entonces, yo creo que el objetivo del próximo gobierno va a ser tener más control del Estado, para que todos peleen del mismo lado. El problema es que construir una policía confiable es un trabajo de generaciones, de varios sexenios.

P. En tu libro afirmas que en Colombia “la muerte de Pablo Escobar señaló el comienzo de la desaparición de los narco-cárteles”. ¿Pasaría lo mismo en el caso de México con la captura o la eliminación de El Chapo Guzmán?

No, en México el problema es central. La eliminación de El Chapo no es que no cambiaría nada, pero en este sexenio se ha demostrado que matan o capturan a capos de la droga como Arturo Beltrán Leyva o Tony Tormenta y sus grupos siguen con las actividades criminales, volviéndose incluso más radicales, más violentos. Esto se debe a que en México grupos como Los ZetasLa Familia Michoacana, o Los Caballeros Templarios, ya tienen, digamos, su propia marca de identidad establecida, la cual no tiene que ver sólo con un capo o un señor de la droga en particular. Además, hay que añadir a esto que en México los cárteles se están fragmentando, por lo que la cuestión no se solucionaría eliminado a un capo.

En cuanto a Colombia, tampoco se acabó el problema del tráfico de drogas con la muerte de Pablo Escobar. Lo que allí hicieron durante años fue ir reduciendo paulatinamente el poder de los cárteles.

P. ¿Cuál es la importancia real de El Chapo? Está considerado como el narcotraficante más buscado…

R. El Chapo Guzmán se ha convertido en una figura icónica en el mundo del narcotráfico, un símbolo. Ya es el narcotraficante mexicano más famoso, aunque no sepamos realmente cuánto de la realidad cuadre con esta imagen, ya que, a pesar de que Forbes lo ponga como un multimillonario, no sabemos cuánto dinero tiene pues no tenemos acceso a sus cuentas bancarias ni a su riqueza. Lo que sí sabemos es que tiene un poder muy fuerte en el Cártel de Sinaloa, una federación de narcotraficantes de muchos años y con raíces muy profundas en su comunidad.

P. Dentro de esa insurgencia paramilitar de la que hablábamos al comienzo de esta entrevista, ¿qué papel juegan Los Zetas?

R. Los Zetas es el grupo que ha cambiado las reglas del conflicto, del narcotráfico; porque es el primero que usó tácticas guerrilleras, militares, que luego otros grupos han copiado. Se trata del primer grupo que ha sido capaz de pelear contra las fuerzas de seguridad desde Guatemala hasta la misma frontera con Texas; y el primero que ha empleado un modelo distinto al de los demás a base de pequeñas células del crimen fuertemente armadas y violentas que se financian con extorsiones, secuestros, o incluso con el robo de petróleo. Se trata, en definitiva, de un grupo con un modelo de actuar muy difícil de erradicar. Este va a ser el gran reto para México en los próximos años.

P. En las primeras páginas de ‘El Narco’ comienzas hablando de la historia de Gonzalo, un ex policía reconvertido en sicario. ¿Qué sentiste al sentarte delante de un asesino y mirarlo a los ojos?

R. Cuando entrevistas a un matón, a un sicario, por un lado piensas que estás frente a alguien que ha hecho cosas diabólicas, terribles. Pero por otro lado, como periodista, debemos ver al ser humano que hay frente a nosotros por difícil que sea, porque esto es lo que te permite ver cómo funciona realmente ese mundo. Porque, regularmente, muchas de esas personas no son psicóticos por naturaleza, más bien se vuelven así por las máquinas de la muerte que los han entrenado, que los mandan a matar, a masacrar a otras personas. Por eso, cuando los veo, entiendo que es urgente buscar una solución a este conflicto que ha causado tanta tragedia. Y no quiero glorificar a los sicarios, claro, pero si queremos encontrar una solución al problema hay que buscar la manera de que estos jóvenes no lleguen a las instituciones del narcotráfico, porque en eso se han convertido: en instituciones que se acercan a ellos, los entrenan, les dan dinero, y los ponen a matar.

Y lo triste de todo este conflicto es que, realmente, no vemos que los gobiernos busquen la forma de transformar los barrios y los pueblos que alimentan los ejércitos de sicarios que hoy campan por las calles del país. Todos los políticos dicen: ‘Vamos a reconstruir el tejido social’, pero si tú vas a Ciudad Juárez, o a muchos otros lados del país, donde hay jóvenes viviendo sin escuelas, sin caminos pavimentados, sin recursos y sin empleo, te das cuenta que los únicos que les ofrecen algo son los cárteles. El problema es que lo que les ofrecen es dinero, un celular y una pistola para matar. Y esto es lo que se debe cambiar.

P. A esto te refieres precisamente cuando en el libro aseguras que “este conflicto no se va a arreglar disparando un arma”. Pero, entonces, ¿cómo conseguir reconstruir, realmente, ese tejido social?

R. En este sentido yo veo tres ámbitos: uno es la cuestión de trabajo social, y hablo de proyectos que he ido a ver a otros países de América Latina desde Medellín a Ecuador. Se trata de proyectos reales que pueden cambiar la situación y dar algo a la gente; otra cuestión, es la policiaca. Hay que construir una policía que no esté rota, que funcione; y la tercera cuestión es una reforma en la política de la droga. Este punto es muy importante, porque la política actual es evidente que no está funcionando a nivel mundial. Porque en Los Ángeles cualquiera pueda ir al doctor para que le extiendan en un papel que puede comprar marihuana para tratarse el estrés, mientras tanto en Tijuana todos los días matan a alguien por llevar esa marihuana a Estados Unidos.

Claro, la reforma de la política de drogas a nivel internacional no se va a llevar a cabo de un día para otro, pero se debe empezar aceptando que no está funcionando. Se debería ver qué drogas se pueden legalizar, por un lado, y por otro, ver cómo se puede reducir el consumo de otras con diversos tratamientos.

P. En tu obra analizas también el fenómeno de la ‘cultura-narco’. ¿Qué te parece que a grupos como Los Tigres del Norte se les haya advertido con multas en algunos estados como Chihuahua por interpretar ‘narco-corridos’?

Los narco-corridos son una parte muy importante de la llamada cultura-narco, pero no es la única. También hay narco-cine y un estilo de vestir muy particular, con los llamados buchones. La narco-cultura es algo interesante, que explica parte del fenómeno profundo en los barrios, donde, por ejemplo, en Sinaloa, llaman a los narcotraficantes los valientes. Pero prohibir los narco-corridos no es realmente una gran solución, hay factores mucho más importantes que originan la causa del problema y que se deben atajar.

P. En una de las frases de tu obra dices que buscaste “historias humanas en una guerra inhumana”. ¿Recuerdas alguna en particular que te haya marcado como persona y periodista?

R. Hay muchas historias en estas páginas, pues al fin y al cabo todo el conflicto que se trata en el libro está protagonizado por seres humanos. Pero una que me tocó mucho fue la de una señora que conocí en Sinaloa y que había perdido a su hijo, de 21 años, en una balacera. Él se llamaba Juan Carlos y lo mataron en lo mejor de su vida. En este sentido, recuerdo que cuando encontré a esta señora tenía un bebé en sus brazos… al que también llamó Juan Carlos. Es decir, después de que mataran a su primer descendiente tuvo otro al que puso el mismo nombre del que asesinaron para reemplazar, en cierto modo, al fallecido. Tal vez para que él sí tuviera la vida que no pudo su hermano. Para mí fue algo simbólico, como si la madre buscara una especie de renacimiento de su primer hijo muerto.

P. Por último. Como sabes, de acuerdo con las estadísticas de asesinatos de organizaciones como Reporteros Sin Fronteras, México es el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. ¿Cómo ves la profesión en estos momentos?

R. Tengo muchísimo respeto por los periodistas mexicanos; nosotros los corresponsales extranjeros no nos podemos mover sin ellos. Por desgracia, está teniendo lugar un ataque sistemático contra los periodistas mexicanos. Es muy triste. Como también que los grandes medios no han apoyado suficientemente a los periodistas que están en el campo.