Marcela Turati. Proceso.-

Atrás quedaron los días en que la delincuencia respetaba a las familias, sobre todo a los niños, quienes ahora en el fragor de la guerra calderonista contra el narcotráfico y las pugnas por el control de las plazas son la parte más vulnerable de la población. Y ello no sólo por el riesgo de quedar atrapados en el fuego cruzado o de recibir una bala perdida, sino porque ahora se les secuestra y desaparece como a los adultos.

Todos los días la maestra Lourdes Herrera entabla diálogos a través de las estrellas o del cielo con su hijo Brandon Esteban, de 10 años. Le platica desde el corazón lo que no puede expresarle de frente porque no lo ha visto desde el 29 de agosto de 2009, el día en que fue “levantado” y desaparecido junto a su papá y a dos tíos. Cuando tenía apenas ocho años.

“Mi Brandon es uno de mis tesoros, un ser especial, mi caballerito, mi pequeño. Es noble, cariñoso, ocurrente, sentimental, humano, caritativo, pero también es muy fuerte e inteligente. Y todos los días le hablo mirando al cielo y le digo tantas palabras de amor”, relata Lourdes, su joven madre, una educadora de kínder que por su hablar, quedito y sereno, parece tímida y frágil, aunque ha demostrado ser una mujer valiente, fuerte y luchadora.

Dejó de ver a su esposo Esteban Acosta Rodríguez y a su hijo Brandon Esteban ese día que viajaban de Saltillo a Monterrey para llevar al aeropuerto a los dos cuñados que viven en Los Ángeles. A la altura de Ramos Arizpe fueron interceptados por personas armadas. En el lugar –según el diario Zócalo– sólo se encontraron unos tenis con sangre y varios casquillos de rifle de asalto AR-15. En un libramiento cercano se halló abandonada una camioneta Escalade blanca con placas sobrepuestas.

“Hasta hoy, mayo de 2012, no he sabido qué sucedió, el motivo, quiénes fueron. Yo me siento igual de perdida, con la misma incógnita, preguntando por qué me está pasando esto. Y como si fuera ayer, sigo sin tener nada”, relata en una de las oficinas de la Diócesis de Saltillo donde se reúne Fundem, el grupo de familias con personas desaparecidas que ella integra.

Su esposo había sido designado recientemente jefe de Seguridad y Custodia del Cereso Varonil de Saltillo. Brandon había ingresado a segundo grado de primaria. Llevaba una semana de clases.

Desde ese día, ella se convirtió en cabeza de familia. Su vida la dedica a buscar a su esposo y a su hijo, y a querer a su única hija –un año mayor que Brandon–, quien se convirtió en su mejor amiga y compañera.

“Esa tarde mi hija se enteró de que salimos a pedir ayuda porque no regresó su papi, su hermanito y sus tíos. Yo estaba en trance, no recuerdo si ella me vio. Desde el primer momento ella supo que los buscábamos. Sólo sabe que unas personas los tienen con ellos. No sabemos quiénes ni por qué ni dónde.”

Madre e hija pidieron tiempo para faltar una temporada a clases. La niña (cuyo nombre se omite) se reintegró a la escuela al mes. En casa diariamente pone cuatro sillas, cuatro platos y vasos en la mesa. En las navidades, el día del padre, o los cumpleaños de su papá y su hermano, les prepara tarjetitas con las que los felicita, les cuenta lo que los extraña y todo lo que harán cuando se reúnan.

Si le compran algo, ella pide algo equivalente –versión masculina– para su hermanito.

“Sigue manteniendo nuestra casa como si estuvieran presentes. Si compra un videojuego me pide que le compre otro a él; si compra una película de moda, a él le compra Transformers, Linterna Verde, X-Men. En el cuarto de mi Brandito le tiene una caja bien grande decorada donde guarda sandalias, relojes, perfumes, regalos. Cuida tener esa recámara bien limpia, ventilada, con luz.

“Ella sigue con la misma esperanza, la misma fuerza. Me mantiene de pie. Cuando me ve triste o llorando me dice: ‘Mami, no llores. Papi y manito van a regresar y haremos todo lo que teníamos pendiente’. Cuando ella se desespera, yo la cargo, le acaricio el cabello, le digo que hablo de la esperanza.”

Algunos días los dedican a recordar a los ausentes. Reviven los momentos en que formaban un trío X con sus hijos y cantaban en el karaoke. Otras veces hacen funciones privadas en las que ven las películas que habían visto juntos y preparan palomitas, como siempre lo hacía Brandito.

Lourdes habla de su pequeño siempre en presente. Encontró cartitas escondidas en su cuarto en las que él le pedía a Dios que cuidara a su mamá, a su hermanita y a su papi. Los dibujó a los cuatro tomados de la mano bajo un arcoiris.

Lourdes ha crecido. En mayo de 2010 marchó con sus compañeros de Fundem (Fuerzas Unidas por los Desaparecidos de México) desde Coahuila a Palacio Nacional, en la Ciudad de México, para exigir que los buscaran. Desde entonces ha participado en los plantones, las marchas, las movilizaciones que el grupo ha hecho en el estado.

Algunas veces, superando su miedo, le ha tocado hablar de su lucha al final de las misas. Otra vez dio la bienvenida a los participantes de la Caravana del Dolor, el recorrido que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad hizo hacia el norte. También dio palabras de aliento y despedida a sus compañeras cuando salían a la marcha nacional de madres que conmemoraron en el Ángel de la Independencia el pasado día de las madres.

Hace unos momentos hicieron un ritual en el que juntaron espigas de trigo hasta formar un gran racimo para mostrar que solas son frágiles, y juntas difícilmente se quiebran. Como ellas, las mamás que buscan a sus hijos. Como Lourdes, que busca a uno de los desaparecidos más pequeños por causas de la violencia narca.

Aunque luce tranquila, Lourdes dice que tiene su corazón dividido. Una parte llena de amor para dárselo a su familia, la otra llena de dolor.

“Todos los días mirando al cielo le hablo a mi Brandito y le digo tantas palabras de amor: mi corazón, peluchín, pequeñín, cosita, mi amor, corazón, pedacito de mami, Bambi, Bambino, Bambucha, don Brando, mi Grinch. Él tiene muchos apodos y a todos responde. Todos los días a todo momento le estoy hablando, diciendo que no piense que lo olvidé, que lo estoy buscando. Que no me olvide. Que hago todo por él y que pido a Dios que me dé vida para volverlo a ver.”

Hace una pausa.

“Yo espero que él siga sintiendo que yo lo estoy buscando, y él sabe, lo siente”, dice dejando entrever esa angustia del tiempo que pasa, del pequeñín que crece lejos.

En esos momentos le entra una llamada al celular. Es su hija, preocupada porque no la encontró cuando volvió a casa. Ella le responde cariñosa: “Sí, mi amor, en 20 minutos llegamos”.

En la carátula de su viejo celular trae la foto de sus dos tesoros abrazados. En la memoria del teléfono trae una fotografía a la que su Brandito le aplicó efectos especiales de automóvil. Caricaturas de sus dos tesoros (él de hombre araña y ella mujer maravilla), otra con su hijo luciendo lentes oscuros y al pasar ésta comenta presumida: “También le decimos Brandito el guapo”.

Antes de despedirse dice que su hija sólo los primeros días la vio derrumbada, llorando, sumida en su dolor, pero que esa actitud la dejó atrás. “A partir de ese día decidí hacerme fuerte por ella y seguir luchando. Ser esa mamá que los niños esperan, fuerte, indestructible”.

Viene el loco

La desaparición forzada de Brandon Esteban Acosta Herrera es extremo, mas no es el único en el contexto de la llamada narcoguerra. Organizaciones de defensa de derechos humanos han documentado casos de familias que han sido “levantadas”, aunque la mayoría de las veces los hijos pequeños son liberados, dejados en plena calle.

El caso más escalofriante ocurrió el 2 de febrero de 2011, cuando 25 niños y niñas de diferentes edades fueron encontrados vagando en distintos puntos de Nuevo Laredo, Tamaulipas.

Según consignó el diario El Universal, “vagaban descalzos, en ropa ligera y sin rumbo por calles de Nuevo Laredo” hasta que fueron rescatados por policías municipales y trasladados al DIF local. “En grupos y en tres horarios distintos, las autoridades ubicaron a ocho niños y 17 niñas, entre ellas una recién nacida, que por los apellidos pertenecen a por lo menos ocho familias”.

A partir de los testimonios de los más grandes las autoridades dedujeron que sus padres posiblemente fueron secuestrados en compañía de sus hijos, pero los delincuentes abandonaron a los menores.

“Sin embargo, un reporte de flujo interno elaborado por la Policía Municipal (refiere) que la unidad C-4 recibió a las 3:41 horas una llamada para alertar que en el bulevar Colosio, a la altura del fraccionamiento Vista Hermosa, había seis niños abandonados de cero a siete años de edad, entre ellos una recién nacida, que vagaban sin rumbo. (…) Un segundo reporte se recibió a las 6:22 horas en las calles bulevar Carlos Canseco y Medusas, de la colonia Reservas Territoriales; los 11 niños de dos a 10 años que había en el lugar fueron rescatados por agentes de la unidad 035. (…) A las 11:20 horas un tercer reporte alertó de nueva cuenta a las autoridades al indicar que en las calles Río Pánuco y 15 de Septiembre, en la colonia Madero, ocho niños lloraban en el interior de unas casas abandonadas, por lo que la patrulla 062 los trasladó al DIF para su atención”, informó el diario.

Las primeras investigaciones revelaban que los niños primero habrían sido subidos a una camioneta junto con sus padres, pero luego los pasaron a otra camioneta y los bajaron en una de las avenidas principales de esa ciudad fronteriza tamaulipeca.

Un caso similar ocurrió en mayo de 2010 cuando dos policías que daban un rondín a las 7:15 horas del 19 de marzo en la cabecera de Arteaga, Coahuila, encontraron a un pequeño de dos años de edad que lloraba solo en una plaza pública. “No tenía zapatos, estaba envuelto en una cobija de cuadros y vestía un pantalón de pijama y una chaqueta azul con mangas color gris”. Esa mañana el clima era de ocho grados centígrados.

“El niño dijo que se llamaba Beto y con sus manos indicó que tiene tres años, pero hablaba poco porque estaba asustado”, indica una nota del diario Vanguardia.

Un abuelo y un tío acudieron a reclamarlo a la Dirección de Policía Preventiva Municipal de Arteaga después de que vieron la noticia en los medios de comunicación. En ese momento informaron que el padre y la madre de Beto estaban desaparecidos.

Una nota publicada en el diario Zócalo de Saltillo el 9 de mayo de 2010, 10 días antes de la desaparición, reseñó el festejo del cumpleaños de Beto: “Feliz se la pasó el pequeño al cumplir sus primeros dos años de vida, y por tal motivo sus papás organizaron una bonita fiesta en su honor la tarde del domingo 26 de abril en punto de las 17:00 horas. Es hijo de Martha Dené Guerrero y Humberto López Pinedo, quienes se encargaron de preparar todos y cada uno de los detalles para que su hijo pasara gratos momentos.

“A la fiesta también acudieron sus abuelitos Rosario Pinedo, Armando Saucedo y Martha Guevara, quienes felicitaron a su nieto y le brindaron mucho amor y cariño en su día.

“Más tarde, rompió su piñata con la figura de los Backyardigans, posteriormente él y sus invitados degustaron una rica merienda con un trozo del delicioso pastel decorado con la misma figura de la piñata.”

Una foto acompaña la nota. En ella se ve a sus padres, jóvenes y felices, cargando a Beto.

Hace dos semanas en los medios de comunicación y las redes sociales se emprendieron campañas para exigir la presentación con vida de la reportera del periódico Zócalo de Saltillo Hypathia Stephanía Rodríguez Cardoso, de 30 años de edad, y de Sebastián, su pequeño hijo de dos años, desaparecidos la noche del 8 a 9 de junio.

El viernes 15, al cierre de la edición 1859 de Proceso, Rodríguez Cardoso se comunicó a varios medios para informar que estaba escondida en otro estado del país y que tenía miedo, que temía por su vida y la de su hijo. Pidió que le dieran más tiempo para explicar lo ocurrido.

Según Blanca Martínez, directora del Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios de la Diócesis de Saltillo, en Coahuila, desde 2010 se han incrementado las desapariciones de familias enteras, desde abuelos hasta nietos, aunque en varios casos los captores han soltado a los niños.

El fenómeno se repite principalmente en localidades del norte y noreste del país. El 2 de agosto de 2011, cinco niños y niñas pertenecientes a dos familias fueron encontrados solos en una tienda 7-Eleven a la entrada del municipio de Apodaca, Nuevo León.

Se les identificó como los hermanos Zapata Rivera –uno de seis meses aproximadamente, otro de un año y otro más de 10–, así como los hermanos Rivera Ramírez, de seis y cuatro años, quienes fueron abandonados en ese lugar por un taxista que recibió la orden ex profeso.

Según la declaración del niño de 10 años, reproducida por el periódico El Mañana, alrededor de las 3:00 de la madrugada un grupo de encapuchados que se transportaban en varios vehículos irrumpieron armados en su casa, ubicada en la carretera de Cerralvo, y se llevaron a las dos familias a un rancho. Ahí, todos los niños estuvieron secuestrados en un cuarto junto a seis mujeres y cinco hombres vendados y maniatados.

El niño de 10 cuenta que él y sus hermanos vieron cómo golpeaban a su papá con un palo. De ahí sacaron a los dos grupos de menores en una camioneta; luego los subieron a otros vehículos y finalmente a un taxi, cuyo chofer les dijo que se bajaran al llegar a la tienda de autoservicio.