“Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal”
F. Nietzsche

mica-manoEl sábado me explicaba un amigo que sabe más de leyes que yo que el Juez Rossi, que liberó cumplidos los dos tercios de su condena al asesino de Micaela García había actuado conforme a Derecho. No entendía yo como con informes negativos (servicio penitenciario, pericias psicológicas y psiquiátricas) se le otorgaba el beneficio de la excarcelación, enterándome allí que “los informes no son vinculantes”. Es decir: el juez los lee, pero la decisión la toma él.

Así, lo primero a tener en cuenta es que todos los pedidos “mediáticos” de linchamiento, destitución y hasta destierro del juez en cuestión son eso: presión. Porque el juez actuó conforme a lo que su profesión le permite.

Es importante la cantidad de personas que también piden pena de muerte. Suponen que ante la amenaza de enfrentar la posibilidad de morir mucha gente dejaría de violar o cometer delitos. La cárcel en sí misma es una amenaza de muerte cotidiana. Por motines, por venganzas, por peleas, por robos internos, por represión, por lo que fuera. La muerte es parte de la rutina carcelaria.

Sí me parece que una forma de atravesar el dolor en este caso (como lo venimos haciendo con Lucía, con Melina, con Angeles, con Lola, con Florencia, con tantas y tantas) es convocarnos a pensar en nuestra participación como colectivo y aportar opciones que permitan afrontar un problema (ofensores sexuales) que es tan viejo como la tierra.

No está de más recordar que luego de la modificación de la Ley en 2013, el femicidio pasó a tener cadena y reclusión perpetua. Costó la vida de cantidad de mujeres y no frenó la violencia de género, pero como colectivo nos permitió pensar otras formas de organización y debate para trabajar con víctimas de violencia: aumentaron las denuncias, de a poco las personas van tomando conciencia de que los golpes o las amenazas no son “muestras de amor”. Las mujeres tomamos las calles, tenemos otro piso.

Por otra parte no estaría de más revisar un poco los conceptos de familia y género que estaríamos manejando en la actualidad: tanto la madre de Wagner como la madre de Florencia (12 años, abusada sistemáticamente y asesinada por su padrastro mientras su madre daba a luz un hijo en común) permitieron y protegieron que las patologías de los asesinos se desarrollara hasta que los cadáveres hicieron tope. Sé que no es un comentario simpático, pero creo que ya deberíamos estar ubicando que patologías y maldad son un entramado complejo y profundo que debemos poner en cuestión.

Lo demuestra lo novedoso de la revictimización de la víctima a la que ya estamos acostumbradxs desde redes sociales y medios de prensa y televisión: ya no fueron los shorts, la panza al aire, que no trabaje ni estudie, que guste de beber o consumir drogas, su “algo habrá hecho”. Esta vez afloraron comentarios por su militancia política y  que le había “metido los cuernos” al (ex) novio con otro militante. A pesar de tan importante “traición”, el (ex) novio había “colaborado” en la búsqueda cuando aún estaba desaparecida. Así, por una vez, la militancia y los cuernos superaron tibios comentarios sobre las chicas que se suben a cualquier auto con cualquier desconocido, van a bailar hasta tarde y “así terminan”. Muchísimos de estos comentarios eran de mujeres.

Por último estaría muy bien pensar y armar trabajos específicos para personas con patologías ligadas a provocar el mal y el dolor, que disfrutan con el sufrimiento del otro. Los slogans acerca de lo “irrecuperable” de violadores y ofensores sexuales son catárticos, no más que eso. Hay que pensar en la reproducción y producción de este tipo de personas.

Supongan que encerramos hasta su muerte a todos: una nueva camada fresca estará buscando presas por cualquier lado. Es la parte menos simpática del problema: la velocidad de reproducción social de conductas y actos cada vez más violentos, destructivos, lesivos.

Agradezco, sí, enormemente la dignidad de la madre y del padre de Micaela: hay que ser sumamente fuerte ante tanto dolor para sostener palabras que no piden sangre, sino justicia.