Mis veinte 24 de Marzo

¿Cómo se arma el rompecabezas de 20 años de búsqueda, descubrimiento y soledades compartidas? Vicky Grigera es actriz, autora teatral e hija de padre secuestrado y asesinado por la Dictadura. Con humor y algo de nostalgia repasa sus 24M más reveladores y sus encuentros con otros hijos.

Mis veinte 24 de Marzo

24/03/2020

Por Vicky Grigera*

Cuántos presidentes y monedas, cuasimonedas , amores y cuasi amores, mudanzas y celulares nuevos pasaron en todos los 24 de Marzo que tengo en mi CV desde que fui por primera vez a la Plaza por los 20 años del golpe. Si me guío por el tango, 20 años no son nada. Pero son un montón. 

Mi debut triunfal fue el 23 de marzo de 1996 en la vigilia, convocada como tantes por la recién nacida agrupación HIJOS (¿hoy se llamaría Hijes?) frente a Tribunales para pedir habeas corpus y habeas data. Estaba en shock. No hacía mucho sabía los detalles del secuestro y desaparición de mi padre. 

En un escrutinio imaginario de la desgracia, me enteraba de dos cosas al mismo tiempo: no estaba sola y no ganaba las PASO de la desgracia colectiva. Yo aún tenía a mi madre mientras muchos de mis “nuevos amigos” habían nacido en cautiverio, como para tener decoro. 

Me di cuenta de que había estado sufriendo en soledad. Era como de repente tener cientos de primos en todas las provincias. Y supe que no era la única hija póstuma (nací seis meses después del secuestro de mi papá Gustavo Grigera, en el exilio de mi mamá Monica). Saberse acompañada se sentía bien pero dejar de ser especial no tanto para una hija única con aspiraciones de vedette. Pero la causa común fue más fuerte. O el amor es mas fuerte, ya que citamos canciones.  

Y al otro día a la Plaza. Éramos miles de hormiguitas y las palmas retumbaban. No sé cómo se las arreglaba une para caminar sin dormir, llorar, cantar, gritar y stalkear al que te gustaba en el mismo evento. Porque a los que fuimos centennials en los 90 nos daba para eso y más también. Y sin una sola selfie que diera cuenta de todo lo que estaba sucediendo. 

Dos décadas fueron poco para que las familias contaran todo, al menos la mía (me consta que la de tantos). Tantos muertos en accidentes o de viaje o muertos en enfrentamiento, como me habían dicho a mí para “evitarme el sufrimiento”. 

Hasta los 18, “por mi bien” me habían dicho que mi papá había muerto súbitamente (un tiro) para ahorrarme el disgusto de imaginar un cautiverio en la ESMA. En aquel marzo del 96 no se hablaba de “nivel de consciencia” ni de biodescodificación ni constelaciones familiares. Nuestras familias hacían lo que podían. Y nosotros éramos miles de pibes que salíamos a comernos la calle, sabiendo que nuestros viejos no estaban ni de viaje ni muertos en un accidente ni nada. Teníamos cero sed de venganza pero mucho hambre de justicia. 

Para ese 24, los asesinos de nuestros viejos andaban sueltos, en la tele, en la calle y en la vida, muchos criando como hijos propios a los hijos de sus secuestrados, los que desde el principio fueron considerados por HIJOS “nuestros hermanos”. 

Creí que ningún 24 podía ser más potente. Por suerte me equivoqué. El de 2004 fue el más increíble 24 que hubiéramos podido soñar, apenitas unos años atrás. El más llorado, el más caluroso. Yo, la única heredera de mi padre -ese hombre que detenido en “Capucha” cantaba a Serrat-,  ese día volví a nacer. Deshidratada de llanto y transpiración. Sin querer pisé varias veces a Néstor Kirchner y como me palmeó el hombro y mis niveles de orfandad en sangre eran elevadísimos lo abracé, toda transpirada y llena de mocos. Él me dio un pañuelito. Y después pidió perdón en nombre del Estado. Si, radicales, ustedes hicieron mucho. Pero Néstor dijo: proceda. Ojalá hubiera tenido un celu: hastashNoLoSoñeeieeeieee. Después me desmayé y resucité para ir a la Plaza. Puta, qué juventud. 

El peor 24 de la historia fue en 2016. La Plaza vallada, ajuste, represión y despido. Fue por culpa de León Gieco que lloré. Hasta “todo está guardado en la memoria” era una resistencia, un esto no es para siempre, un ¿fue todo al pedo?. Cuando entramos a la Plaza no tuve ninguna duda de que nada había sido en vano. Y terminé abrazada con gente que tenía bloqueada en las redes.

Llegamos a este 24. Raro. En casa. Con redes. Sin Plaza. Mirá que en mi CV de 24 hubo de todo. Pero un 24 adentro… nunca me lo hubiera imaginado. En lo personal no me parece grave porque es una coyuntura mundial y el temor al genocidio viral es tan potente que hay que guardarse y sobre todo cuidar a nuestras Madres y Abuelas.

Hoy ya no se oye el por algo será.  Lo que sí se oye a veces sostenido en el tiempo es: “Basta con el pasado”.

Es tan presente ese pasado. Sólo porque los descendientes-parientes estamos vivos ya es ejemplo irrefutable de la vigencia del genocidio. Tan sólo los hombre y mujeres secuestrados junto a sus padres con su identidad robada, transmitiendo a sus descendientes una historia turbia y atroz, es absolutamente vigente, doña, don. ¡Ameo!

Historias de mi pasado presente

Conocí en los 90, en las épocas de los escraches masivos, a Analia, una compañera de la facultad de derecho que fue mi responsable de agrupación. No nos llevábamos bien. (menos mal que no estaba instalada la sororidad, porque la hicimos mierda). No sabíamos que nos llamábamos igual, no sabía que esas voces que me atendían cuando llamaba a mi compañera eran la de apropiadora y genocida. No sabíamos nada. Y a la vez si, porque cuando la conocí empecé a tener pesadillas con la ESMA. 

Cuando terminamos las clases dije: “Que suerte que no la voy a ver nunca más a esta mina”. Nunca más fueron dos años, hasta que me enteré que Analía podía ser “hija” y no me despegué de ella por años. Fue raro, emocionante, de ciencia ficción encontrarnos no tan distintas y llamarnos igual y que nuestros viejos militaron en el mismo lugar y que mis viejos conocieron al suyo. La foto es de cuando la acompañe al Durand a hacerse los estudios de adn que confirmaron, meses después, que la mina que por fin no iba a ver nunca más era Victoria Donda.

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Cuando era chica mi mamá me contaba que Kibo, un compañero del diario que a veces se quedaba a dormir para no volverse tarde a La Plata, tenía una hermana desaparecida con un bebé. Me era imposible entenderlo. Es difícil de explicar entre adultos, imagínate para una nena de cuatro años. Había noches que la despertaba llorando preguntándole si mi papá iba a volver y los tíos, y tantos otros que estaban en fotos sepias por el monoambiente. Mi mamá no me decía nada pero me daba a entender que no, incluso cuando con mi vecina Magali le ofrecimos salir a buscarlos a los “desaparecidos” debajo de las alcantarillas: habíamos hecho un dibujo y todo con la ingeniería. Mi mamá me decía con lágrimas lo que no podía con palabras. Entonces una noche, a modo de consuelo y por fin con una promesa que sí se iba a cumplir, ella me dijo: los que si van a volver son los chicos, el sobrino de Kibo, ellos van a volver porque están vivos y las abuelas los buscan.

 Después de esa esperanza tan inmensa a Kibo lo trataba distinto y le ponía perfume en la almohada, como hacía mi abuela conmigo. Un servicio muy vip como yo era para mi abuela (la hija de su hijo asesinado) y Kibo era para mi el tío del nene de mi edad que va a aparecer y entonces vamos a ser amigos. Y le guardé un peluche, uno que se llama Pomelo. De grande le agregué Pomelo, el osito montonero. Fue el secreto de la niñez, Pomelo es para cuando juegue con el nene que todavía no apareció.

No fue en la niñez, ni en la pubertad ni la adolescencia. Digamos que fue en la adultez, el 24.5 de 2015 para ser precisa, que Pomelo conoció a “Pacho”. El nieto de Estela de Carlotto, el sobrino de Kibo. 

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A Victoria Montenegro la conocí cuando decía que era alemana como su apropiador. Hay que estar en estado de negación total para decirse alemana con los rasgos de Vicky que es hermosa pero es el Coqui Capitanich con tetas. Es una bomba morocha y salteña como Toti, su viejo. 

Con ella fue al revés. Yo no la busqué como a los otros, ella me buscó a mi. Aunque lo desmienta, es más, siempre nos reímos porque no me la podía sacar de encima. Pero créanme a mí que nunca dije que soy alemana. 

Era la primera vez que una nieta con su discurso a la derecha de Cecilia Pando me hablaba, me contaba cosas a mi, porque nos conocimos en un asado (que fue una estafa porque no había carne) y habíamos pegado buena onda porque yo no sabía que ella era “la Montenegro”. 

Sobredosis de vickys, de huérfanas, basta. Hola Chicho, chau. Pero un día el terrorismo biológico mató a mi mamá. Y cuando me di vuelta en esos lugares donde uno va a buscar a la persona que te dio la vida y se murió y encima no tenes experiencia con muertes legales y estás abrumada… ahí estaba Chicho. Firme, como la milica que era. Como la tipaza que es. Solo faltaba tiempo. Te vine a acompañar, dijo y me conquistó. Se me fue la grieta. Y crecimos juntas. Tres años pegadas. Ella encontrándose y yo reinventándome en mi duelo. Quienes saben de duelos, saben qué difíciles son las fechas como navidad. Era un 24 a la tarde y me llamó.  Hola Vicky, soy Vicky, dijo por primera vez. Ah, Vicky ¿cómo estás? Bien Vicky ¿vos? Una conversación guionada por Almodóvar fumando flores. “Cómo me gustaría que hoy estén mis papás. Me gustaría llamar al cielo, al menos un segundo para decir: te quiero, te extraño, oírles la voz. ¿A vos te pasa lo mismo?”. “Claro, es mi primera navidad sin mi mamá”.

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Aunque hoy no vayamos a la Plaza, desde mi ventana imaginaria la Donda le cuenta a su hija de los abuelos, Pacho da conciertos y a Estela le dice abu, tiene a su hija Lola y la Montenegro es abuela con 40. Hablame de aire fresco.

¿Pasado? Todavía faltan recuperar miles de cuerpos y cientos de personas en Navidad extrañan a sus viejos sin saberlo.

Nos vemos pronto. La memoria es una plaza llena. 

*Actriz. Autora teatral. Vigente; Los úteros no lloran, humor en tiempos de construcción. Instagram @vicky_grigera.