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Ignacio Carvajal – Blog Expediente.-

Moisés Sánchez Cerezo, el último periodista asesinado en la presente administración estatal, solía pasar largas horas bajo la sombra de un árbol de mango. Se sentaba en una sillita o tendía la hamaca y se hacía acompañar de un montón de libros. Si no estaba bajo el frutal, leía en su cuarto o en una mesita dentro de casa. Eran lecturas sobre Derecho, Historia, Filosofía, Publicidad y Sicología. Esos libros, sus primeras cámaras fotográficas y el último par de zapatos quedaron entre los bienes que el reportero dejó a sus seres queridos.

María Ordóñez Gómez, la esposa, relata que Moy compró esos libros en sus años mozos, cuando era empleado del sistema de correos y casi todos los consiguió mediante mensajería. Fue así como estudió un curso de Derecho del cual sólo le faltó el título; también uno de artes marciales y llegó a conseguir varias cintas y sus distintos colores. “Tenía hasta unos chacos que los sabía usar muy bien”, cuenta su hijo, Jorge Sánchez Ordóñez.

Y entre esos libros no podían faltar de lectura y redacción, periodismo y elementos básicos sobre medios de comunicación. Los libros mencionados en el primer párrafo, todos, muestran párrafos, páginas enteras, subrayadas. Huellas de que fueron encontrados, leídos y releídos quien sabe cuántas veces.

Pero los relacionados a la escritura y la comunicación, son los que tienen más marcas de plumón, pluma roja y azul. Hay anotaciones al pie de página en donde se resumen o dejan ideas que posteriormente serían buscadas para consolidar una reflexión más allá del simple estudio. Moy por cuenta propia construyó su aprendizaje y la aplicación de los conocimientos.

“También le gustaba mucho comprar el periódico, lo leía todo, completo, y sabía como se había hecho esa nota, te decía esto se hace así y así. El reportero lo escribió de esta y otra manera”, relata Jorge Sánchez.

Esos libros fueron sus guías durante años y de ellos aprendió como Gabriel García Márquez y Ernest Hemingway, periodistas empíricos, con la finalidad de prepararse para montar primero, un semanario el cual llamó La Unión y después un blog del mismo nombre. Moisés Sánchez nunca pisó una facultad ni de derecho ni de periodismo. Únicamente estudió hasta la preparatoria mientras trabajaba; su padre lo abandonó a él y a seis hermanos más cuando pasaba de la niñez a la adolescencia.

Esos no fueron obstáculos para que Moisés Sánchez perdiera sus aspiraciones profesionales. Después de vivir un tiempo en la ciudad, la búsqueda de un terreno para edificar vivienda para su familia, lo llevó a Medellín de Bravo antes de cumplir 25 años. A esa edad ya había experimentado creando un órgano informativo para los locatarios del mercado Malibrán, en donde su madre, Ofelia Cerezo, poseía un puesto de verduras. Moisés se metió a trabajar de carretillero, una de las categorías más bajas en el mercado, y desde allí soñó con mejoras para sus compañeros y un medio de comunicación para exponer sus reclamos.

Antes de La Unión, Sánchez Cerezo elaboró trípticos con ideas originales, críticas al gobierno y a la sociedad por no pensar en la utilidad del voto en las elecciones. Esos documentos los hacía a mano; Los ilustraba con dibujos que él mismo hacía. A las hojas les sacaba copias y los repartía entre vecinos de la colonia Centro, en los tiempos que vivía allí con su madre y hermanos.

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Al mudarse a Medellín de Bravo, Moisés Sánchez se topó con una realidad diametralmente distinta a la del centro de Veracruz. Pobreza en cada rincón, un municipio rico, con un amplio potencial económico, con recursos naturales sin explotar o mal llevados y cientos de hijos pobres que conformaron las primeras camadas de migrantes rumbo a los Estados Unidos en busca de oportunidades.

EN LA LÍNEA DE FUEGO

Sin una carrera profesional, con los estudios mínimos pero con una gran vocación social, Moisés Sánchez se metió en una suerte de apostolado social para prepararse por su cuenta, reflexionar y emprender numerosas batallas de lucha social para mejorar el entorno de El Tejar -donde fue secuestrado por un comando armado el dos de enero- y además, sostener una familia ejerciendo diversos oficios, desde taxista y comerciante.

Con los niveles de desarrollo más bajos de la conurbación Veracruz-Boca del Río, el vecino Medellín de Bravo comenzó a sentir el declive de la agricultura como actividad primaria para sostener a sus población. A mediados de los 90’s Los dueños de fincas de mangos -durante años fue el productor número uno en Veracruz de la variedad manila y anualmente se celebra la Feria del Mango- preferían echarlas abajo, de raíz, para montar cuadros de pelota para alquilarlos a las ligas locales de fútbol, clubes campestres o para el negocio inmobiliario.

Medellín también enfrentó una debacle de proporciones catastrófica con el relleno de humedales alentado por ejidatarios que cambiaban el uso de suelo de sus tierras para venderlas a fraccionadores. Hasta antes de la última década del siglo pasado, los manglares de Arroyo Moreno cubrían más de 3 mil hectáreas en una convergencia geográfica con Veracruz, Boca del Río y Medellín, ésta última era la más amplia; actualmente son unas 800. Primero en 2004, con el huracán Stan, y después en 2010 con Karl, la zona de nuevos fraccionamientos de ese municipio se convirtió en el mayor generador de damnificados por inundaciones que repercutieron a un más en la economía local.

Hasta allí, el entorno social de Moisés Sánchez se ajustaba a denunciar las ausencias del Estado en política de desarrollo social, pero con el arribo de Fidel Herrera Beltrán al gobierno de Veracruz en las elecciones de 2004, la delincuencia organizada incrementó notoriamente sus actividades en colonias de Veracruz y Boca, además en las localidades de Medellín de Bravo. El cártel criminal de Los Zetas se adueñó de los tres municipios ejerciendo el secuestro, el cobro de derecho de piso, venta de drogas al menudeo, de piratería y el trasiego de combustible robado a PEMEX.

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En 2011, después de un segundo intento, el Cártel de Sinaloa apoyó al Cártel de Jalisco Nueva Generación, y al grupo de exterminio Los Matazetas, para tomar la conurbación. Su entrada triunfal la hicieron en noviembre de ese año lanzando más de 30 cadáveres de personas asesinadas y torturadas frente a una plaza comercial. El miedo se trasladó a todos los grupos delincuenciales al amparo de Los Zetas y también se sentó un precedente en medios de comunicación que comenzaron a autocensurarse en temas vinculados a la delincuencia.

En medio de todo eso, docenas de halcones, vendedores de droga al menudeo y personas que tenían algún papel en la estructura de Los Zetas prefirieron desertar antes de trabajar para otro cártel o dejarse reclutar por la fuerza, pero no dejaron sus actividades ilegales, por lo cual se incrementaron los asaltos a mano armada, robo en casa habitación, de auto y atracos a taxistas. Y más ante el fracaso del gobierno de Javier Duarte de Ochoa para crear fuentes de empleo estables y con salarios decorosos; aunado el fracaso de su política de readaptación social para los otros montones de personas que fueron encarcelados durante la guerra contra el narco de Felipe Calderón y que salieron de las cárceles veracruzanas con más conocimientos sobre el hampa y un estado saqueado por el grupo político hegemónico desde hace 10 años.

En ese contexto, los periodistas veracruzanos quedaron entrampados entre la autosensura y el poco respaldo en sus medios de comunicación para hacer frente a esas amenazas y que a la fecha ha cobrado la vida de 11 reporteros en el estado.

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Moisés Sánchez Cerezo, aunque no trabajó nunca para una empresa informativa, vio morir gente a manos de delincuentes comunes, se percató y lloró por el asesinato de un bebé de meses de nacido a manos de un par de infractores que quince días antes habían sido detenidos por otros delitos graves pero fueron dejados en libertad por la incompetencia del Ministerio Público; sufrió por las docenas de quejas de vecinos a los que les saqueaban la casa y sus pertenencias podían encontrarse en venta en las casas de empeño de la esquina; padeció porque los esfuerzos vecinales por autodefenderse eran minimizados por el gobierno o silenciados por emisarios del mundo sórdido, y ante ese escenario conjuntó el periodismo callejero con el activismo social que finalmente le costaron la vida.

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Fotos: Daniel Torres