El diario boliviano La Razón da cuenta de un nuevo fenómeno: entre el 2008 y el 2010, el número de pandillas juveniles en La Paz se duplicó debido a fracturas y peleas internas.  Algunos de los grupos que operan en la ciudad se hacen llamar La Legión, La Legión Mara, Legión Mara Trucha, Los Monkis, Los Espartanos y Río de Janeiro. Siempre basado en fuentes policiales, La Razón señala que  los líderes de estos grupos son personas mayores de clase alta que reclutan a estudiantes que tienen problemas en sus hogares. Todas las pandillas marcan su territorio con graffitis en plazas, parques y calles.

Acceda al artículo completo en: http://www.la-razon.com/version.php?ArticleId=117673&a=1&EditionId=2280

Roberto Navia, editor de Policiales del diario El Deber de Bolivia, dialogó con Cosecha Roja sobre el fenómeno de las pandillas en las grandes ciudades de su país:

¿Cómo es el fenómeno de las pandillas en Bolivia? Es un nuevo fenómeno de violencia que ya tiene unos años. Sucede en La Paz y también en Santa Cruz, que de por sí son ciudades violentas. La violencia se da no sólo por las pandillas sino también por el narcotráfico, el robo a domicilios, los asesinatos; son todos diferentes factores que hacen de estas urbes dos ciudades violentas. Las pandillas, los grupos de jóvenes que cometen robos, asesinatos y se disputan territorios, es un fenómeno que recrudece cuando aumenta el desempleo, cuando crecen la emigración, entonces es ahí donde brota con mucha dureza el accionar de las pandillas, sobre todo en los barrios marginales, donde es muy difícil entrar y salir ileso.

El artículo de La Razón habla de líderes de clase alta que reclutan a sectores marginales. ¿Cómo se explica esto? En la ciudad de La Paz y El Alto es así, se da ese fenómeno; pero en Santa Cruz prácticamente las pandillas están relacionada a los sectores más marginado. Sobre todo con los hijos de los bolivianos que emigraron. Los pandilleros son hijos o nietos de personas mayores que ya no viven en Bolivia, son chicos que tenían 5 o 10 años cuando sus padres se fueron de Bolivia y han quedado a la buena de Dios y tienen que ganarse la comida como sea. Yo creo que la emigración masiva que se dio en Bolivia hace unos años tiene mucho que ver con lo que hoy ocurre con las pandillas.

¿Estas pandillas actúan con mucha violencia, llegan al asesinato? Son bastante duros para actuar. Los asaltos terminan con muertos. Hay zonas realmente peligrosas donde existen focos de mucha violencia. Los ataques casi siempre son con armas blancas, sobre todo cuando las pandillas atacan en el centro de la ciudad. Y en muchos ataques la muerte parece inevitable. Y la policía se encuentra con las manos atadas, en realidad hay barrios enteros que son lugares abandonados por la policía.

¿Por qué la policía tiene las manos atadas? Por distintos factores, como la corrupción que existe en la institución, o porque hay pocos policías, hay uno o dos policías cada mil personas, lo que representa un nivel bajo. Tenemos policías que no tienen vehículos, y si tienen vehículos no tienen para el combustible, entonces compran ese combustible con dinero que obtienen de coimas. La respuesta de algunos sectores de la sociedad fue encerrarse, han crecido las urbanizaciones cerradas. Hay barrios donde se cierran calles, se contratan guardias privados, se instalan sistemas de seguridad que funcionan con cercos de corriente eléctrica.

¿Qué son las pandillas? ¿Cómo operan? Cinco crónicas sobre pandillas centroamericanas en:

-Los hermanos Alfaro y la muerte que los persigue (Autor: Óscar Martínez)

-Jonathan no tiene tatuajes (Autor: Roberto Valencia)

-Los Pesetas (Autor: Daniel Valencia)

-Los muertos callan en la Sierra Alta (Autor: José Luis Sanz)

-Vivir y morir en el Reparto Schick (Autor: Carlos Salinas Maldonado)

Nota introductoria al libro Jonathan no tiene tatuajes, próximo a ser publicado por la Coalición Centroamericana de Prevención de la Violencia Juvenil (CCPVJ). En él se reúnen las cinco crónicas sobre pandillas publicadas por Ciper:

Las armas del periodismo

Los jóvenes de estas historias mueren rápido. Tan rápido que algunos de los cronistas invitados a reportearlas y escribirlas no alcanzaron a publicar antes de que a los jóvenes que entrevistaron los mataran. La muerte se repite en estas historias tanto que hubo que hacer malabares para no nombrarla en cada titulo, en un intento de negarle protagonismo y dejar que fluyera el vitalismo extremo que se vive en la pandilla, en el barrio, en la cárcel y en la frontera. La muerte acecha, previsible pero silenciosa, como un insecto que se acerca inofensivo con su aguijón listo para ser clavado en un segundo, sin ceremonias previas. Y luego se queda quieta otra vez, en el silencio de los que la sobreviven. Para alcanzar el corazón de las historias en las que la muerte danza escondida es necesario valerse de las armas del periodismo, que no llevan pólvora, que no matan, que dan vida: Valor para observar y preguntar, acompañar y disentir, desprovistos de prejuicios. Compromiso con la palabra y el lenguaje para no sucumbir ante la tentación del relato lacrimógeno sin dejar de comprender que el melodrama explica la violencia mejor que las estadísticas. Pasión por el otro, por su universo de sentido, por su mirada sobre el mundo que es tan importante como la del cronista. Compasión por el otro, en el sentido de ponerse en su lugar e intentar comprender la dimensión del dolor que siente el otro, y del dolor que produce el otro. Persistencia en el intento de traspasar los velos que cubren una historia de violencia. Persistencia al indagar y al indagarse. Persistencia al escribir y volver a escribir. Buen humor.

América Latina en su complejidad creciente necesita de un nuevo periodismo mas nuevo que el nuevo periodismo de los maestros que innovaron en el genero a partir de la década del sesenta. En las redacciones en las que las historias sobre jóvenes como los que protagonizan este libro aparecen solo en breves reportes burocráticos habitan miles de periodistas que querrían escribirlas y no logran ni el espacio, ni el tiempo, ni la paga para hacer lo que debería ser su trabajo. En cada país hay nuevos cronistas con la inquietud necesaria para volver a mirar la realidad e intentar cambiarla. Pero los medios de comunicación y los periódicos en particular están cada vez mas lejos de permitir la producción de textos que sirvan para ese fin, sino todo lo contrario. Por eso la alianza entre organizaciones que trabajan metidas en el barro de los problemas que vive la gente

y la crónica resulta de una potencialidad política extraordinaria. Hay que agradecer la valentía de la Coalición Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil, y sobre todo la de quien tuvo la idea de innovar de esta manera, la antropóloga Roxana Martel, porque han abierto un surco nuevo, en el que muchos otros, organizaciones y cronistas, podrán atisbar para sembrar lo propio.

En el taller de crónicas que inauguro el proceso en el que construimos estas historias los cinco periodistas recibieron solo dos libros como material obligatorio de lectura –luego cada uno hizo su propio camino bibliográfico–: Operación Masacre (1957) , del escritor argentino Rodolfo Walsh y Los muchachos de la calle, de Pier Paolo Pasolini. En el primero Walsh, asesinado luego por los militares durante al ultima dictadura, reconstruye el fusilamiento de un grupo de militantes peronistas y lo hace no solo valiéndose de las técnicas literarias sino de una comprensión de lo que podríamos llamar geografía de la violencia. Funda además, nueve años antes que Truman Capote con A sangre fría, la novela de no ficción. En el segundo, la primera novela de Pasolini, publicada en 1955, el escritor mueve sus muchachos por una Roma en ruinas después de la segunda guerra mundial.

Es entre la geografía de la violencia de Walsh en su afán de buscar justicia ante un hecho violento e injusto, y la geografía de la violencia de Pasolini cuyos jóvenes romanos están a la deriva en una ciudad perdida, sin futuro y sin certezas, que los cronistas de este libro se sitúan y crecen. En cada uno de ellos la injusticia y la in certeza fueron el motor de sus búsquedas. Por eso han cumplido con todo lo necesario para llegar al corazón de sus relatos. Han sido dueños del necesario valor, se han sacado de encima los prejuicios, se han comprometido con el lenguaje, han sido persistentes y sobre todo han tenido un extraordinario humor y vitalidad. Los fotógrafos Donna de Cesare en Honduras, El Salvador y Guatemala; Toni Arnau del grupo Ruido Fotos en la frontera y Orlando Valenzuela y Loanny Picado en Nicaragua, reportearon hombro a hombro con los cronistas cada territorio y lo hicieron a pesar de transitar escenarios de profunda desconfianza y tensión.

Oscar Martínez en su odisea en la frontera al lado de tres hermanos que le escapan a la muerte; Roberto Valencia en su convivencia y amistad con el fallecido Neck, del Barrio 18; Carlos Salinas, en su incursión al Reparto Schick de Managua donde supo temblar ante el cañón de un mortero hechizo; Daniel Valencia a la hora de poner el cuerpo en la cárcel hondureña para reconstruir la explosión de una granada que mato a ex pandilleros del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha y José Luis Sanz, subiendo incasable, una y otra vez, a la comuna de Sierra Alta en San Salvador para romper el silencio tras una masacre atribuida a la MS. Todos han sido investigadores, narradores, cronistas de comienzo a fin.

Cristian Alarcón, Lima, febrero 2009.