Por Carlos Payán en Open Democracy*

Carlos Payán, fundador del diario La Jornada, recuerda el asesinato del periodista Manuel Buendía, ocurrido en 1984 en la Ciudad de México.

Esa mañana se levantó de la cama a las siete y media, se dio un baño y se vistió pulcramente como hacía de cotidiano, bajo el traje y se acomodó el chaleco. Estaba contento, había terminado un amplio reportaje sobre los capos de la droga en México y su conexión con las autoridades, a todos los niveles del país.

El asunto la noche anterior lo había comentado con el subsecretario de Gobernación, con quien al parecer llevaba una cierta amistad construida a partir de la información que de tarde en tarde dicha autoridad le pasaba y él publicaba en exclusiva. Esa autoridad era su confidente.

Al salir de su casa y antes de montar en su automóvil trató de arreglarse un poco la corbata. Una motocicleta se subió a la banqueta y se paró un instante a sus espaldas. El conductor, que empuñaba una 45 reglamentaria, le disparó un tiro en la nuca.

El periodista se llamaba Manuel Buendía, y se desplomó sobre la acera con el cráneo destrozado. En el piso, por unos momentos, la sangre fue formando un charco alrededor de la cabeza. Su cuerpo que ya se había alejado de la vida.

Antes del asesinato de Manuel Buendía, se pensaba o se creía, o se inventaba, que solamente en el interior pasaban casos como el del periodista asesinado, pues en esos lares la represión la ejercían las autoridades (golpes, cárcel, muertes, cierre de las publicaciones) y sobre todo los narcos, que primero trataban de corromper y si no lo lograban, recurrían a la posibilidad de hacer desaparecer a quien denunciara sus delitos.

Sucedía o se creía que solo en provincia pasaban esos horrores, pero aquella mañana nos despertamos con la noticia de la muerte de Buendía en el corazón de la ciudad capital. A poco, la investigación condujo a la detención de ese subsecretario de gobernación al que Buendía confió que iba a publicar el reportaje que comprometía las autoridades. Era el proprio Subsecretario quien había diseñado el crimen en cuestión, y ahora protegía sus socios, los carteles de la droga.

Hoy día los asesinatos de periodistas no solo persisten, sino que han aumentado como nunca antes, y los culpables no son detenidos. Los periodistas que han sido asesinados en estos tiempos son, han sido, los primeros defensores del país, contra las mafias del crimen organizado, y contra el proprio gobierno. Los que denuncian al hampa son asesinados, y aún antes que ellos, pagan con su vida quienes denuncian a los políticos asociados al hampa.

¿Qué país es aquel que no defiende a sus periodistas, que los deja solos en primera línea de fuego sin ninguna protección? ¿Qué país es aquel que no puede o no quiere encontrar a los culpables?

Ser periodista en México es ejercer una profesión de altísimo riesgo, y tantas veces implica dar la vida en el ejercicio de la profesión.

Y yo me pregunto si aún existimos como país, si no estamos inventando la sobrevivencia de una democracia, en realidad erosionada hasta el desvanecimiento. País que abandona a sus periodistas a la fatalidad, y que los persigue al sentirse amenazado por la difusión de sus denuncias, es un país que no existe, y que no merece figurar ni en la Historia ni en los mapas.

* Reproducimos esta nota como parte de nuestra alianza con Open Democracy