Claudia Toro – La República, Perú.-

Con mano temblorosa el mecánico José Roberto Castillo (52) coge el plumón rojo y escribe sobre el papelógrafo: “Violencia económica es cuando no le dejo a mi esposa el dinero para los alimentos de mis hijos ni cumplo con los pagos de sus estudios o con los créditos contraídos en forma mutua”.

Y mientras escucha con atención, sentado sobre una colchoneta, las palabras del terapeuta, su mente recuerda los peores episodios de violencia que protagonizó contra su esposa y los dos hijos de ella, a quienes –dice– quiere como si fueran suyos.

“Cuando salía del taller no me gustaba ir a mi casa porque me ponía de mal humor. Por cualquier cosa me molestaba, insultaba a mis hijos, a mi esposa, discutíamos. Por eso siempre paraba en la calle con amigos, tomando”, confiesa.

Pero el detonante estalló cuando una noche su pareja descubrió que, además de maltratarla, José le había sido infiel. En ese instante ella se abalanzó sobre él y ambos cayeron en severos maltratos físicos. Ella lo denunció por violencia familiar y el juez de familia dictaminó un año de tratamiento para Roberto en el Centro de Atención Institucional Frente a la Violencia Familiar (CAI) del Ministerio de la Mujer. Este novedoso programa acaba de cumplir un año y está dirigido a la atención y recuperación de los hombres que han agredido a sus parejas.

Al lado de 14 varones, él ya lleva siete meses de tratamiento. Entonces le preguntamos si realmente ha cambiado su conducta violenta. Antes de respondernos su voz tiembla. Él baja la mirada. Dice que está arrepentido. Su esposa aún no lo perdona y le guarda resentimiento por su traición. “Me siento nuevo, como si me hubiera sacado un gran peso de encima. Soy muy diferente a lo que era antes. Ahora paso tiempo en mi casa, salgo de paseo con mis hijos. He cambiado gracias a la terapia”, sostiene.

Machismo lo dominó

Para Agapito Mamani Hinojosa (56), obrero de limpieza pública y padre de dos jovencitas, jalarle el cabello, gritar e insultar a su esposa era algo natural. Desde niño, en su natal Puno, su padre le enseñó que el varón debía imponer respeto y disciplina aplicando el maltrato físico. “Cuando veía a mi padre golpeando a mi mamá sabía que estaba mal, pero creía que era la única forma de imponer autoridad. No me enseñaron otra. Si hubiera sabido, mi esposa no me hubiera dejado”, refiere.

Él reconoce haber sido un violentista, machista y abusador. Ahora se siente un hombre nuevo, amoroso. Le ha pedido perdón mil veces, pero la madre de sus hijos no confía más en su palabra. Y si ella está leyendo estas líneas, tal vez pueda creer que el corazón de Agapito por fin está libre de ira y violencia.

Tipos de terapia

Según Isabel Guillén, psicóloga y coordinadora del CAI, hasta el momento son 50 varones los que han sido sometidos a terapia (una vez por semana) desde la creación del centro, ubicado en un colegio de Villa María del Triunfo, por orden de los juzgados de familia de Lima Sur.

“Aquí aprenden conductas de respeto, valoración a la pareja, pues solo han cometido faltas, más no delitos graves. Antes de la terapia en grupo, les realizamos un perfil sicológico, orientación y terapia individual. Si tienen problemas de adicción paralelamente llevan otro tratamiento”.

La experta refiere que al principio ellos llegan con mucha resistencia y justifican su violencia: culpan a la mujer, minimizan el hecho, se coluden con otros hombres o niegan su falta.

Para el psicólogo del CAI Máximo Cabrera (41) esto se debe al excesivo machismo en el que fueron criados. “Ellos deben aprender a reconocer sus señales de riesgo: si sienten impotencia, rabia, sudoración y palpitaciones, entonces deben calmarse y salir de su casa antes de maltratar a su familia”, aconseja el experto.

 

En cifras
 -38 varones llevaron la terapia en el CAI el año pasado. De ellos, 15 fueron observados por sus inasistencias al programa. Esto se informó al juzgado.

-12 varones son atendidos por primera vez en lo que va del año en el CAI.