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Fotos: Juan Cicale y Karina Diaz

A un año del fusilamiento de Nazareno Vargas y Agustín Curbelo, en Merlo sigue latiendo la incógnita sobre el asesino de los dos chicos de 18 años. Una marcha recorrió más de 25 cuadras en reclamo de Justicia y para exigir que dejen de estigmatizar a los y las adolescentes de las barriadas pobres.

Desde aquella madrugada del 30 de julio de 2017, todos los meses Mariana Sánchez, la mamá de Nazareno, organiza alguna actividad: muraleadas, pegatinas, festivales. Una forma de transformar su dolor en lucha. El lunes pasado se cumplieron 12 meses y desde las 10 de la mañana una caravana de familiares y jóvenes militantes reclamaron por el cese de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad. La marcha pasó por varios puntos emblemáticos de Merlo: arrancaron en la casa de donde salieron los chicos en moto a dar una vuelta. Después la columna se detuvo en el Comando Merlo Norte.

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“Nadie me va a devolver a mi hijo, pero yo salgo a luchar para que no maten a ningún pibe ni piba más”, reclamó la mamá de Nazareno desde la puerta de la Comisaría 1°, donde se realizó el acto central, sobre la transitada Avenida Libertador del centro de Merlo. A su lado, la acompañaron otros familiares de víctimas de violencia institucional. Miriam Medina, la mamá de Sebastián Bordón, tomó la palabra y se dirigió al cordón de policías que custodiaban el edificio: “Ustedes saben quién los mató”, los increpó, mirándolos. “¿Qué se piensan? ¿Qué nos vamos a quedar llorando? ¡No! Lloramos y también salimos a luchar. No tenemos miedo. Les vamos a respirar en la nuca”, les gritó Miriam, que hace 20 años se cargó a toda la cúpula policial de Mendoza y a dos funcionarios de la gobernación por el crimen de su hijo. Los efectivos desviaban la mirada. Los nombres de los chicos, Nazareno Vargas y Agustín Curbelo se gritaron mil veces: “presentes, ahora, y siempre”.

Los discursos fueron desde lo más humano y pequeño, como que a Naza no le gustaba ir a la escuela, lo aburría, le parecía “patética”, como que su mamá le decía “Nacho” o “mi negro, a pesar de que era más blanco que la leche, sólo por el color de su pelo”, hasta las preocupaciones más generales, estructurales. Tanto los familiares de víctimas como las organizaciones presentes apuntaron contra la ministra de Seguridad Patricia Bullrich y el bonaerense Cristian Ritondo, por dar rienda suelta al olfato policial, para criminalizar a los chicos; los hicieron responsables por estas muertes y tantas que se van sucediendo. Se convocó a acompañar los juicios por los asesinatos de Fabián Gorosito y Lucas Décima, prontos a comenzar en el departamento judicial de Morón. También se convocó a la tercera Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil que impulsa un colectivo de familiares de víctimas amplio y variado, que se realizará este 27 de agosto en varias ciudades del país, y desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo en la Capital.

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Mariana participó de la Marcha contra el Gatillo Fácil del año pasado. Todos la recuerdan porque hacía sólo 28 días que había perdido a su hijo, y estaba ahí, firme, con el micrófono en la mano, tratando de transmutar ese dolor y esa necesidad de justicia, de que la sociedad no tolere estas muertes evitables. Las estadísticas no llegan a contabilizar la totalidad de los casos, porque muchas veces las ejecuciones sumarias se justifican como “en legítima defensa” o como “ajuste de cuentas” y se archivan. Muchas veces no llegan a los diarios ni siquiera como “delincuente abatido”. Aún así se estipula que cada 23 horas hay una muerte provocada por algún agente de las fuerzas de seguridad. Hay quienes hablan de un “genocidio por goteo”.

En el caso de Nazareno y Agustín, la Unidad Fiscal 7 de Morón, a cargo de Matías Rappazzo, no logró individualizar al autor de los once disparos calibre 9 milímetros que mataron a los chicos -cuatro en el cuerpo de Nazareno y cinco en el de Agustín-. A pesar del peritaje, de los múltiples y variados testimonios que nutren los ocho cuerpos de la causa, todavía no hay imputados. La mamá de Nazareno sostiene que el Estado es responsable. “No es un policía, es toda la institución”, vocifera la columna al ritmo de los altavoces.

“En mi cabeza pasan una serie de películas posibles de lo que pudo haber pasado. Un sinfín de hechos semejantes a lo ocurrido, pero sólo Nazareno, Agustín y su asesino saben lo que ocurrió realmente”, escribió Mariana hace dos meses, y distribuyó la carta por todos sus contactos. “En nuestro país no existe la pena de muerte, pero en nuestros barrios sí. Los pibes tienen cada vez más salidas a velatorios que a boliches. Duele, eso duele y mucho. Deseo no ver a más madres llorando abrazadas a una foto de su niño/a, no estamos preparados para sepultar a nuestro hijos, son ellos quienes nos tienen que llevar flores al cementerio”, plantea en otro fragmento, y agrega: “piensen en sus hijos, luchen por sus derechos y protéjanlos de las bestias uniformadas que gatillan, que quieren disciplinar, reprimir y someter a nuestros chicos a mano dura”, que “se creen héroes por matar a nuestros pibes impunemente”.

La marcha terminó en la esquina de las calles Navarro y Garay, el lugar exacto donde los mataron. Hay una casa con alambres de púas sobre el paredón, con cámaras de seguridad que se supone que no graban. Los investigadores dicen que la historia es para un libro, que es de los casos más extraños que les tocó analizar. Pareciera que en ese lugar nadie vio nada, nadie se asomó cuando resonaron los once disparos en la madrugada. Nadie.

Mariana, la mamá de Naza se paró en esa esquina, custodiada por la foto de su hijo Nazareno en tamaño gigante, y pidió la solidaridad de los vecinos. “Nazareno murió en el acto, pero Agustín se había sacado la remera porque los impactos de bala le quemaban, pedía ayuda, decía que se estaba muriendo, y nadie del barrio lo ayudó”, lamentó. Sólo una persona que pasaba en camioneta por el lugar se detuvo y llamó al 911.

Ese silencio es llamativo. No sólo los familiares y los amigos de los chicos necesitan saber qué pasó en esos últimos instantes. Todo Merlo, todo el Oeste necesita saber, para que no se repita. Porque como dice Mariana “los pibes no son peligrosos, los pibes están en peligro” “Y nosotros los grandes tenemos que cuidarlos. No sólo para que el que los haya matado esté preso y no mate a nadie más, sino para ir sembrando esa semilla de que estas cosas no pueden seguir pasando, no nos podemos acostumbrar a vivir así”. Ese silencio es enfermedad pura, es el que sigue matando.