Por Laureano Barrera – Cosecha Roja.-

La imagen se hizo conocida al principio del escándalo, cuando el nombre de Raúl Martins todavía era un vago recuerdo. Ahora que su hija viajó de Argentina a México para denunciar que su padre maneja una red de prostitución en ambos países, ahora que hay carros blindados que la llevan a lugares secretos para protegerla de los amigos de su padre, la foto con la que comenzó todo cobra un nuevo valor. Es una imagen nocturna, pero clara. Son los reservados del table dance Mix Sky Lounge, en el fastuoso corazón hotelero de Cancún. El encuadre de la foto muestra un glamour desangelado: sillones mullidos en óvalo de cuerina blanca, una mesa minimalista de fórmica negra y un fondo de vidrios polarizados que espejan el fogonazo del flash. El dueño del lugar, Raúl Martins, no aparece en la foto. En la postal se ven cuatro personas, de izquierda a derecha. Gabriel Conde, encargado, chomba a rayas y jeans gastados, piel rosada de peceto, pelo largo y eléctrico estilo Hulk Hogan, sonrisa gastada: un playboy venido a menos. Mauricio Macri, alcalde de Buenos Aires, camisa blanca de seda dentro de una gabardina marrón y el rictus incómodo. Después está ella, Juliana Awada, una flamante esposa despreocupada de todo lo demás que no sea esa foto, ese alcalde y esa copa de champagne francés: el pelo negro recogido sobre el hombro, la falda corta, aunque blanca, prístina y etérea. No hay por qué pensar que la cuarta persona, esa mujer de rulos y aros de argolla, no es la acompañante del primero, de Conde. Incluso su mujer.

Los cuatro conocen al dueño del prostíbulo. En esa mesa ratona de aquél rincón del caribe mexicano pueden planearse crímenes, atentados con granadas, pueden apoyar el arma sólo los altos mandos del cartel de Los Zetas o los hombres de mayor confianza. Allí es donde eligen a voluntad las mujeres que se llevarán consigo.


La hija. Lorena Martins, la hija de Raúl Martins, el rey argentino en la noche mexicana, primero lo denunció en la justicia argentina. Como la causa todavía no tiene un juez, lo hizo durante tres días seguidos en el Ministerio de Seguridad, donde guardan bajo siete llaves las pruebas documentales que aportó. Ahora viajó a México. Alojada en un lugar secreto y custodiada día y noche, declaró ante la fiscalía local y la Procuración nacional mexicana. Allí aportó una prueba que en Argentina no fue aceptada: el celular de su padre, donde en teoría un funcionario mexicano avisa cuando están por allanar uno de sus prostíbulos en Cancún. Algo parecido a lo que hace la Policía Federal con sus locales en Buenos Aires.

En ambos países, la hija del zar detalló la historia de un rufián ecléctico y obstinado, una leyenda más sórdida que cualquier narcocorrido. Adiestrado en la Central de Inteligencia de la dictadura argentina, Raul Martins supo diversificarse, prosperar y cruzar fronteras, hasta moldear un imperio prostibulario y cubrirse las espaldas con los barones del narcotráfico del sur de México. Ha sido investigado en ambos países por fiscales o agencias gubernamentales, con más o menos tenacidad, y hasta parecieron arrinconarlo alguna vez, pero se mantuvo a flote con dos reglas de oro del inframundo del hampa: comprar voluntades y trabar simpatías convenientes en el reverso sombrío que ocultan muchos hombres del poder.

Raúl Luis Martins Caggiola hizo del reaseguro mucho más que un arte, hizo una supervivencia: las filmaciones de sus visitantes ilustres –políticos, jueces, empresarios, legisladores- en los siete tugurios que maneja son el mejor recordatorio para la lealtad. No es casual que el zar de los prostíbulos del caribe mexicano, Buenos Aires y quizás Mendoza, el “intocable” cobijado por jueces y gobernadores y custodiado por  narcotraficantes, haya empezado su carrera delictiva en una cueva de espías. Una clave para entenderlo es comenzar por el comienzo: retroceder cuatro décadas en el tiempo.

Los setenta. Raúl Martins no supera todavía los 25 años, estudia derecho lejos de su Santa Fe natal, es un modesto profesor de historia y educación cívica en el colegio religioso que ha dirigido su padre. Su mayor orgullo es haber sido una de las figuras del Bernardo Larroudé, un equipo de fútbol en un pueblo del interior pampeano que acaba de ser campeón. En las noches de copas sueña con la herencia de su familia y la de su esposa, Cristina Susana Cancela Nanni, a quien conoció en la comunidad católica del barrio porteño de Saavedra. A través de los contactos de su nueva familia política llega a donde quiere. Un teniente coronel cercano a la familia agiliza su solicitud y Martins ingresa promediando 1974, el año turbulento en que fallece el presidente Juan Domingo Perón. La muerte del líder intensifica la violencia política cotidiana: casi cada día en las calles amanece un nuevo cadáver. La guerrilla urbana ataca empresarios, policías y militares; las bandas parapoliciales y las fuerzas de seguridad responden con furia. Raúl Luis Martins Coggiola tiene nuevo empleo y nuevo nombre: Aristóbulo Manghi. Su coartada –el doble oficio que le permite mantener el secreto- es presentarse como profesor de historia. Décadas después seguirá haciendo lo mismo: al pie de las tarjetas que reparte en sus night clubs mexicanos, todavía figura este título: profesor.

Hay quienes aseguran que lo apadrina José López Rega, más conocido como el Brujo, nombrado ministro de Desarrollo Social, consejero personalísimo de la nueva presidenta -la viuda Isabel Martínez de Perón- y fundador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), una patota paraestatal que ha hecho de la nocturnidad y las ejecuciones sumarias a opositores políticos sus coordenadas operativas. Luego del golpe de Estado, el profesor Manghi, de calva lustrosa y bigote finísimo, es destinado a la Base Billingursth, que maneja los destinos del campo de concentración Automotores Orletti, sede local del Plan Cóndor. Allí traba una buena amistad con delincuentes condenados por su rol activo en la represión ilegal, como Eduardo Ruffo, el “Zapato”, y el “viejo” Aníbal Gordon. Su función encubierta durante los primeros años de espía, consiste en seguir, fotografiar y marcar las personas “que luego los grupos de tareas iban a secuestrar y eventualmente a desaparecer”, según las revelaciones de su ex abogado Claudio Lifschitz, y patrocinante actual de Lorena Martins, su hija.

En la Secretaria de Inteligencia Argentina “Pini”, el “Mago”, o simplemente “el Profesor”, conoce a dos cruciales socios del club: Jaime Stiusso, el topo que le mostrará algunos de los mejores trucos del oficio, y Norma Esther Oviedo, “La Negra”, con quien entabla un amor furtivo. Gracias a los contactos familiares que su amante tiene en la Policía Federal, instala entre 1978 y 1979 el primer prostíbulo. Tráfico y explotación sexual de mujeres, un negocio que el Profesor ya no abandonará. Varios años después, Norma Oviedo morirá asfixiada en su departamento por una pérdida de gas. Aún hoy, el juzgado que siguió el caso prefiere no dar detalles de la investigación. La de la “Negra” es la primera de las muertes irresueltas sobre las que flota la sombra de Aristóbulo Manghi: el servicio secreto Raúl Luis Martins.

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