Por José Luis Sanz – El Faro digital

En esta entrevista Raúl Mijango, el hombre que el pasado 20 de marzo habló de “milagro” para explicar, al lado del obispo Fabio Colindres, la decisión de los líderes de la Mara Salvatrucha (MS-13) y del Barrio 18 de dejar temporalmente de matarse entre ellos, se sienta a la mesa de lo racional y explica. No todo, pero mucho más de lo que se había explicado hasta ahora.

Asegura que, pese al odio acumulado hacia los militares, los familiares de los líderes de la MS-13 y la 18 se acercaron en septiembre del año pasado al capellán castrense Colindres porque sabían que tenía contacto directo con las autoridades de Seguridad Pública. Acepta que él mismo cobraba todavía del Ministerio de Defensa cuando comenzó a dialogar con pandilleros fuera de la cárcel en busca de algún camino hacia la paz en la guerra entre las pandillas y el resto de la sociedad o el Estado. Dice que Colindres y él convencieron a los líderes de la MS-13 y la 18 de enviar un mensaje positivo a la sociedad y dejar de matarse. Dice que cree en la honestidad y la madurez de esos líderes de más edad, frente a los más jóvenes que llevan palabra en las calles. Afirma que ese gesto debe ser el inicio de un diálogo con las pandillas que involucre a todo el país, incluido el Ejecutivo.

Cuenta también que el traslado de líderes desde la prisión de máxima seguridad de Zacatecoluca se adelantó para evitar que las pandillas boicotearan el proceso electoral; que en el camino de la negociación, Colindres y él han ayudado a que el Barrio 18, desde hace años dividido, supere sus diferencias y se una bajo una sola vocería, la de Carlos Ernesto Mojica Lechuga “El Viejo Lin”; que el desafío es lograr que las dos pandillas mantengan la unidad de sus bases a lo largo del proceso, para que sus habituales tensiones internas no debiliten la representatividad de los actuales líderes.

Y acepta que, si este proceso de diálogo fracasa, las consecuencias son impredecibles: “Va a generar un nivel de frustración que yo no sé en qué puede terminar”, dice.

En teoría la entrevista iba a ser tensa, un pulso por usar una u otra palabra para llamar a las cosas, o por revelar o no detalles delicados de la negociación con las pandillas. Pero no lo fue. Mijango llegó a la cafetería con ganas de hablar, de ampliar la versión oficial. Y antes incluso de que la grabadora estuviera encendida comenzó casi por el inicio, por sus múltiples empleos y por aquel de sus trabajos que más importa para este tema: su labor como asesor personal de David Munguía Payés en el Ministerio de Defensa:

“Como hay que comer y pagar deudas y esas mierdas, me he metido a hacer un vergo de negocios. Y soy presidente, desde hace tiempo, de una institución que trabaja para personas con discapacidad. Yo tengo cierto nivel de discapacidad y me da el Fondo (de Lisiados) una pensioncita simbólica, pero que ayuda para pagar el agua y la luz. Así va uno flotando. Y cuando David entra a este nuevo escenario (el gobierno), me llama por lo que nos conocíamos y porque yo desde hace rato vengo planteando la necesidad de evaluar la política de seguridad pública en sus dos principales expresiones: ¿ha sido efectiva la represión? ¿ha sido efectiva la política de prevención? Mi conclusión es que ambas cosas han sido un fracaso. Y prueba es que el fenómeno se ha incrementado, se nos fue de las manos. Ahí es donde empezás a analizar, por ejemplo, los millones de dólares que se han despilfarrado en programas de prevención centrados en cosas secundarias, que no atacan el problema de fondo.”

Como canchas.
Canchas y grandes estructuras de trabajo. Por ejemplo hay algo que el Ministerio de Seguridad Pública creó hace tiempo que se llama ProPaz o algo así: una estructura que tiene expresión nacional, director nacional, y mucha gente involucrada. ¿Y qué hacen? Y ves que el Conjuve tiene planes de prevención, que la secretaría que maneja la primera dama tiene planes, la Policía tiene planes de prevención… Hay una enorme dispersión de esfuerzos que al final no obedecen a una estrategia definida. Despilfarramos recursos y obtenemos ningún impacto positivo. Y en cuanto a la represión, uno ve que prácticamente todo -las políticas de manos duras, reduras, súperduras y todo lo demás-, en lugar de disminuir el problema lo complicó. El nivel de degeneración de la ola delincuencial, que ha llegado a hechos gravísimos como quemar un bus con gente dentro, o desmembrar cuerpos, en parte es el resultado de las políticas de súpermano dura.

¿Por qué?
Porque se creyó que aislando a los líderes estratégicos de las pandillas se las iba a neutralizar, y lo que sucedió fue lo contrario: estos se vieron obligados a conceder la dirección operacional a gente mucho más joven. Yo conozco casos de muchachos de 15, 16 años, conduciendo clicas de 40, 50, 60 gentes. Y son bichos que ya no obedecen a la filosofía con que las maras surgieron, sino que están más inmersos en la cuestión puramente delincuencial y han descubierto que el terror es garantía de efectividad en su recaudación de fondos. A un cipote a esa edad, ¿qué marco de principios o valores le rige su acción? Ninguno.

Ni siquiera los códigos internos de la pandilla…
Ni siquiera. Por eso cuando uno conversa con los líderes de más edad, te dicen que no entienden por qué en las zonas que controlan -su chancha, su barrio-, que es lo que deben defender, rentean a la tiendita, rentean a la gente que tiene algún mínimo ingreso. Dicen que se ha desnaturalizado la situación. Y te dicen: “¿Y yo qué puedo hacer si no tengo capacidad de reorientar eso?”. Esa es buena parte de las reflexiones que han venido haciendo ellos mismos… Al final asistimos al fracaso de toda una concepción de cómo enfrentar el fenómeno y eso lo ha vuelto mucho más complejo. Hasta cierto punto llegamos a una situación en la que prácticamente nadie creía que el problema tuviera solución. Y precisamente eso creo que ha sido importante, porque las reflexiones que hemos hecho con monseñor (Colindres) y que fueron la base con la que nosotros entramos, giraban alrededor de lo siguiente: si esta gente realmente son los generadores de tanto problema, si no los considerás como parte de la solución, no hay solución. Porque es un fenómeno muy complicado, y hay quienes no tienen idea de la magnitud que tienen las pandillas ni del nivel de organización que han logrado.

Todo esto no lo descubre usted cuando se incorpora al diálogo. Esta reflexión ya la traía de antes.
Por supuesto.

¿Y la había compartido con David Munguía Payés? Porque él ya como Ministro de Defensa expresaba lo contrario.
Era solo un miembro del gabinete de seguridad.

El miembro más visible, porque Manuel Melgar mantenía un perfil más bajo. El ministro de Defensa Munguía Payés reflexionaba en público más a menudo que el ministro de Seguridad, y hablaba ya de estados de excepción focalizados. Y cuando llega a Seguridad se mantiene la apariencia de que va a ir en la misma línea de los anteriores, enfatizando la represión.
Lo que pasa es que en ese gabinete de Seguridad Pública había dos tesis confrontadas, que no eran excluyentes pero sí lo parecían: por un lado un sector planteaba que había que asumir un poco más de rigidez en el combate a las pandillas, disputar el control territorial, etcétera; versus otro sector que planteaba que toda la estrategia tenía que ser de prevención. Y obviamente cada cosa te lleva a dos escenarios diferentes: si vos estás solo en la lógica de la prevención, descartás como factor de la estrategia la acción represiva. En el caso de David, lo que yo percibo es que en esa etapa hacía mucho énfasis en la parte represiva porque consideraba que era el componente que la otra parte rechazaba. Una dirección de Seguridad Pública mucho más firme, más consistente, quizá hubiera tenido la capacidad de integrar las diferentes visiones, pero ahí hay que reconocer que ese gabinete funcionaba medio raro, porque se supone que Melgar era el ministro de Seguridad Pública, pero sobre él estaba Hato Hasbún, que tenía la interlocución con el presidente y al final era el que operaba como ministro de Seguridad.

¿Qué sucede cuando sale Melgar? Que David, en tanto ya no tiene intermediarios en su comunicación con el presidente de la República, cuenta con mayor respaldo. Y eso le permite integrar una visión que ya no es solo de represión sino que incorpora la búsqueda para ver cómo desarrollar una estrategia un poco más integral. Y por eso cuando nosotros le decimos que existe la posibilidad de provocar un diálogo con los líderes de las pandillas, David no lo ve mal. Él no desmonta su estrategia de represión; todo lo contrario: la sigue construyendo y crea las condiciones necesarias para poderla ejecutar. Y si tú mides el poder de operatividad que la Policía Nacional Civil ha tenido en el último período en el combate contra las pandillas, no puedes decir que ha habido una actitud pasiva; todo lo contrario. Pero también ves a un David muy activo revisando todo el tema de la prevención; a tal grado que cuando sale Henry Campos del Viceministerio (de Justicia), se promueve a Douglas Moreno para que asuma la parte de la política de prevención del Ministerio.

Hasta donde sabemos, en esa decisión hay una apuesta personal del presidente. Es decir: no necesariamente es parte de la estrategia de conformación de gabinete que venía haciendo Munguía Payés.
Creo que te equivocas. Lo que sé es que cuando se genera el vacío en el Ministerio de Seguridad, Henry Campos creyó que iba a relevar a Melgar, y cuando aparece David, Henry se siente incómodo. Además, hay que subrayar que Henry es parte de la cuota que Fespad, en el período de Melgar, tuvo dentro del sistema de seguridad pública. Porque es importante señalar esto: Fespad de alguna manera fue el mayor beneficiado en 2009 cuando se asignaron cargos en el Ministerio de Seguridad Pública.

En los 90 Fusades copaba los gabinetes económicos de Arena y ahora eso ocurre con Fespad en Seguridad…
Así es, y Henry es uno de ellos, Douglas es otro , el director de la Academia de Seguridad Pública otro, Zaira Navas también… Y como Fespad es de los primeros que levanta la bandera contra la supuesta militarización del sistema de seguridad pública, eso incomoda a los cuadros que Fespad había promovido para estos cambios públicos.

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